Lección de Autenticidad
Mi asombro fue mayúsculo cuando, el otro día, tomando un café con tejeringos en una terraza de Estepona (Málaga), reconocí a Pablo. Venía el muchacho (ya casi un hombre) dando saltos por la calle, imitando con sus rítmicos movimientos un simulacro de danza o, quizás, una coreografía inventada por él mismo. El público, estupefacto ante sus evoluciones, lo miraba expectante.
Me costó reconocerle, pero al pronto caí en la cuenta de que había pasado con él, y el resto de compañeros de Educación Especial del Instituto Mar de Alborán, una mañana juntos a propósito de una Feria ganadera a la que fui invitado para hacer de guía y animador. Se trataba de un grupo de Integración cuya escolarización se llevaba a cabo con el resto de alumnos. La actividad así, se presentó para mí como un auténtico reto…
Para llevar a cabo el aprendizaje que pretendíamos, además de los recursos del propio Recinto Ferial, disponíamos de tres tácticas de lo más sugerentes: tú, burrita Molinera, como protagonista estelar…; la armónica, equivalente musicalmente a la flauta de Hamelín y la expresividad a base de muecas, piruetas y figuraciones de que me sirvo.
Volviendo al encuentro con el muchacho danzarín, al llamarle por su nombre: ¡Pablo! se acercó a mí, tímido, frotándose sus manos desfiguradas y ladeando un poco el cuello, adoptando así una postura que evidenciaba su “personalidad especial”. Hacía más de un mes de aquel encuentro y sin embargo, el muchacho, a poco que me miró a los ojos, me reconoció al instante: “¡Isidro! ¡El maestro de la burra!”- gritó. Oír aquello y darme un vuelco el corazón fue todo uno. Su capacidad memorística y su emoción al expresarlo me dejaron pasmado.
Me da vergüenza reconocer mi falta de preparación para tratar con estos muchachos y muchachas que por circunstancias diversas presentan profundas dificultades físicas, psíquicas, emocionales o sensoriales. En mis muchos años de maestro y salvo leves casos de alumnos con Necesidades Especiales, no se me había dado ningún otro digno de mención.
Siempre me llamaron la atención esos pedagogos innovadores (Montessori, Decroly, Claperade, Rosa Sensat…) que, ante la necesidad de dar respuesta a necesidades de este tipo, adecuaron para ellos metodologías y materiales didácticos que luego serían implementados en aulas normales con gran éxito y predicamento.
Aquel encuentro con Pablo me llevó a reflexionar sobre las aportaciones que la Pedagogía Andariega podía ofrecer en pro del Aprendizaje Vivencial de estos muchachos. Dicho de otro modo: sobre la manera interactuar con ellos a partir, no tanto de sus incapacidades, como de sus Capacidades.
De momento y como paliativo a esa carencia, no tuve otra ocurrencia que volver al día siguiente sobre mis pasos y dar con la casa donde vivía Pablo, para hablar con sus padres y hacerle entrega, como regalo, de dos de los Álbumes que elaboramos en su día, Andrea, mi hija medioambientalista y yo mismo. ¡La de aplausos que dio nuevamente el muchacho al volverme a ver! ¡La de gritos contenidos de alegría al ver aquel cúmulo de pegatinas con fotografías de animales, plantas, minerales y fósiles, a cual más bonita, que debía ir colocando en su sitio, siguiendo las explicaciones que se acompañaban!
Al día de hoy, sigo indagando y reflexionando sobre este asunto de la Educación Especial. Y tengo que decirlo claramente: estoy profundamente alarmado por la agrupación heterogénea de casos, patologías, dificultades y personalidades que, en aras de la “Integración”, se lleva a cabo en Centro Educativos Inclusivos. Evidentemente se ha progresado muchísimo en la visibilidad de estas personas, sin embargo, una cosa está clara: el hecho de compartir con el resto de alumnos “normales,” espacios, horarios, contenidos y temáticas curriculares no presupone favorecer su necesario desarrollo personal. Y es que, si tomamos como referencia el modelo obsoleto que siguen la generalidad de los alumnos y que tanto criticamos nosotros, ¿de qué aprovecha incluirlos a ellos en ese Sistema?
Según nuestro criterio andariego, tanto lo relativo al conocimiento corporal, como a la construcción de la propia identidad, como a la participación en el medio físico y social o la comunicación a partir del lenguaje hablado, escrito, musical, artístico, etc. debería ir unido al hecho de caminar juntos (compañeros, familiares, vecinos y terapeutas), con el fin de aupar las potencialidades de cada uno.
El hecho de ver a Pablo bailando, saltando, yendo y viniendo, recreando sus propias coreografías y juegos sin complejos ni impedimentos, allí, en mitad de aquella calle peatonal, me hizo tomar conciencia del camino. Comprender que ese debía ser el objetivo principal de nuestra Pedagogía Andariega: un escenario físico favorecedor y un entorno humano que nos permita a todos ser nosotros mismos, actuar sin miedo y alejarnos de pretensiones académicas superfluas… Se hace necesario así, retomar la labor de aquellos pedagogos y especialistas de que hablaba, dando rienda suelta a nuestra creatividad y favoreciendo en ellos vuelos de auténtica libertad.
Resumiendo: es verdad que se están dando pasos gigantescos hacia la normalización de las relaciones entre personas con distintas capacidades, pero ¡ojo con hacerlos pasar el mismo trágala de la Educación Institucionalizada! ¡Ojo con el engaño que supone integrarles en ese mundo normalizado de compañeros donde estos mismos sufren ya de por sí una marginación solapada: la que deriva de la discriminación impositiva, la dependencia mal disimulada, y la competitividad egoísta!
Hagamos un diagnóstico preciso y real de cada caso con la colaboración imprescindible del médico, psicomotricista, kinesiólogo, fonoaudiólogo o el especialista en Atención Temprana. Trabajemos en unión de familias, asociaciones y profesorado, pero tengamos siempre en cuenta que la heterogeneidad es un rasgo positivo que hemos de valorar; que las deficiencias y discapacidades tienen procesos madurativos muy diferentes, y que, en cualquier caso, el exterior, la calle, la vida de ahí fuera, nos ofrecen entornos, sociales, culturales y laborales que resultan absolutamente imprescindibles.
Se trata en definitiva de que todos y todas tengamos la oportunidad de desplegar al máximo nuestro potencial afectivo, intelectual y humano más allá de restricciones particulares. Esto, y no otra cosa, significa atender a la Diversidad del alumnado. Porque si limitamos la labor de las educadoras o educadores a un espacio cerrado y coercitivo, por mucho amor y buena voluntad que despleguemos, estaremos provocando realidades nuevamente marginales. Dicho de otro modo y para que se me entienda: permanecer toda la jornada en un aula común y con unas actividades comunes no garantiza en absoluto el derecho que tienen estos muchachos, como el resto de compañeros, de ser ellos mismos.
No me quiero imaginar a nuestro Pablo en un espacio cerrado, donde la rutina y los estereotipos sean el denominador común de su tiempo de escolarización. Tampoco siendo esclavo de las nuevas, pero insensibles tecnologías…, o de esos pseudo-talleres que llevados a cabo fuera de su contexto real, sólo están para “matar el rato”.
Sin duda, y siguiendo los principios que nos animan a los educadores andariegos, la clave, tanto en ellos como en el resto de individuos que conformamos este micro-hábitat educativo en el que nos desenvolvemos, se fundamenta en nuestra autoformación a partir de un diálogo constante y sincero con esta sociedad que, contradictoriamente, nos excluye y acoge al mismo tiempo.
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Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
artífice e impulsor
de la Pedagogía Andariega