IV. RELIGIÓN E INFLUENCIA EN EL PENSAMIENTO OCCIDENTAL
La última sesión pensaba dedicarla a la lectura y comentario de algunos textos taoístas. Había seleccionado una gama de fragmentos de los grandes maestros de la tradición. Pero nada más comenzar, uno de los alumnos formuló una cuestión que consideré pertinente:
— “Profesor, hasta ahora, en las anteriores sesiones, hemos asistido a la reflexión sobre los aspectos místicos, ontológico-cosmológicos, antropológicos y ético-políticos del Taoísmo. Siempre he creído que el Taoísmo era una religión china y, sin embargo, apenas han comentado este aspecto o vertiente del mismo en las sesiones precedentes. Mis preguntas son ¿es verdaderamente una corriente religiosa? Y, si lo es, ¿cuáles serían sus semejanzas o diferencias con lo que nosotros, los occidentales, entendemos por religión?”
— “Efectivamente, plantea Ud. una cuestión muy debatida entre los expertos en historia y fenomenología de las religiones. Se trata, como en el caso de todas las religiones orientales, de un tipo de religiosidad un tanto peculiar, que poco tiene que ver con lo que en Occidente se entiende por tal. En nuestra tradición cultural las religiones son reveladas y monoteístas: Dios es concebido, en ellas, como un ser personal que establece con los hombres una determinada vinculación (religión viene de religare), además de una relación dialógica, y que ofrece a los creyentes una promesa de salvación más allá de la muerte: son “salvíficas”. Se subraya en ellas, además, una separación ontológica -y de todo tipo- abismal entre el Creador y las criaturas: Dios es trascendente al mundo, el mundo es su criatura, su obra.
Las religiones orientales, por el contrario, son politeístas o panteístas (e incluso como en el caso del budismo ateístas o apofáticas): el Absoluto divino es impersonal, trascendente e inmanente al mismo tiempo respecto al mundo empírico o fenoménico, ya que su ser impregna y penetra toda la realidad: todo lo que existe es una concreción o manifestación de esa única realidad divina, todo es sagrado (1).
Si hacemos caso a los especialistas (Max Weber, Natham Söderblom o Peter Berger) las religiones superiores —las más evolucionadas— se inscriben dentro de estas tres tipologías generales: En primer lugar, estarían las cronológicamente más recientes, las Religiones profético-salvíficas o histórico-reveladas, que buscan la salvación del hombre en la historia a través de un determinado mensaje profético soteriológico o de un Mesías salvador. Se trata de las religiones del Libro, de origen semítico (Judaísmo, Cristianismo, Islam).
En segundo lugar, habría que situar las Religiones místicas o de liberación ultrarracional, centradas en el análisis y profundización de la mente; tratan de ofrecer al hombre diferentes caminos de liberación frente al dolor y al sufrimiento mediante el conocimiento y utilización de métodos y técnicas de autocontrol, profundización en la interioridad y el propio autoconocimiento. Son las religiones místicas de origen Indio (Hinduismo, Budismo, Jainismo).
En tercer lugar, y finalmente, se encontrarían las Religiones ético-sapienciales o cosmológico-naturalistas, centradas en la contemplación, sacralización y veneración de la naturaleza; ofrecen caminos de vida feliz a través de la armonía del hombre con la naturaleza, con su adecuación a los ciclos y ritmos naturales. Es en este grupo, pienso yo, donde podríamos incluir al Taoísmo y a las religiones de origen chino. ¿Estaría, profesor Cheng, de acuerdo con esta clasificación?
— “Sin duda, profesor; el Taoísmo, de ser en su origen una doctrina místico-mágica y ético-sapiencial de integración del hombre en la naturaleza, muy pronto se transformó y se estructuró como una religión institucionalizada con Chang-Tao Ling (el primer maestro celeste) en el siglo II de vuestra era cristiana. Se divinizó a su fundador, el sabio Lao-zi, y más adelante, dejará su impronta e influencia en el Budismo chino de la Escuela “Chan” -la escuela de meditación más conocida en Occidente- a través de su versión japonesa, el Budismo zen. Yo la denominaría, con el gran Helmuth von Glasenap, como una de las llamadas Religiones del Orden eterno del mundo”.
Finalizada su atinada matización, consideré que era el momento oportuno para recordar los rastros o huellas que el taoísmo había dejado en nuestra civilización occidental, tan alejada de la china por milenios de incomunicación y aislamiento mutuos. A lo largo de las distintas sesiones ya habíamos aludido a determinadas semejanzas y similitudes entre el Taoísmo y el pensamiento heracliteano, o sus coincidencias con el estoicismo helenístico-romano, con el hermetismo y con la tradición mística neoplatónica y cristiano-occidental (sobre todo con la doctrina de Eckhart); y con el último Heidegger, el filósofo de la Gelassenheit (Serenidad) antitécnica, tan impregnada de taoísmo, como ya hemos apuntado en una sesión anterior. Asimismo, mencionamos sus paralelismos con la física cuántica recordando, entre otras muchas, esta cita de Heisenberg: “La gran contribución científica en Física teórica que ha llegado de Japón desde la última guerra puede ser indicativo de una cierta relación entre las ideas filosóficas en la tradición del lejano Oriente y la substancia filosófica de la teoría cuántica” (2).
Podríamos también haber señalado su sintonía con algunos conceptos nucleares del pensamiento occidental más reciente: el organicismo de Alfred Norbert Whitehead, el holismo de Arthur Koestler, la teoría general de los sistemas de Ludwig von Bertalanfy, sin olvidar su influencia en numerosas corrientes de la terapia psicológica más actuales como la Gestalt de Fritzs Perls, la psicología humanista de Abraham Maslow, la psicología emocional de Daniel Coleman y, sobre todo, en la psicología profunda de Carl Gustav Jung (3), muchos de cuyos conceptos y categorías centrales, en poco difieren de los acuñados por esa sabiduría china milenaria. Su respeto y veneración por la naturaleza y por lo femenino nos revelaría sus raíces matriarcales y ecologistas muy en consonancia con las nuevas cosmovisiones y movimientos ideológicos emergentes desde el último tercio del pasado siglo XX. Pero la cuarta sesión estaba llegando a su fin. Por deferencia hacia nuestro profesor invitado, solicité de él unas palabras finales que dieran término a tan intensas y fructíferas jornadas de reflexión.
El Dr. Cheng tomó la palabra, sensiblemente emocionado, y no pudo más que balbucir unas sentidas frases de agradecimiento y reconocimiento por la generosa e inesperada oportunidad que se le había ofrecido de presentar ante los alumnos españoles una pequeña muestra de la extraordinaria riqueza que atesoraba su tradición cultural. Y terminaba con estas palabras:
– “China, la Civilización China, no es sólo, como todos saben, una cultura antiquísima, rica en sabidurías místicas y en investigaciones científicas, alquímicas y medicinales sorprendentes; no es sólo la promotora de la acupuntura y de la astrología; la inventora de la imprenta, del papel, de la brújula, de la pólvora o de la seda; la propietaria de una refinadísima cultura cerámica, de una música y un arte delicadísimos, y de unas formas ceremoniosas de vida y de convivencia admirables por su refinamiento y elegancia (su proverbial ceremonial del té, por ejemplo). Su civilización es, sencillamente, la expresión de una forma original e inimitable de ser hombre, y, si la comparamos con el resto de la humanidad, “el otro polo de la milenaria experiencia humana.”
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Después de aquel día, o mejor de aquella última sesión, misteriosamente no volvimos a saber nada del profesor Cheng: no dejó rastro alguno, ni una despedida, ni una nota al departamento, ni ninguna comunicación en su mesa de trabajo o en los casilleros de los profesores, sobre su intención de finalizar su estancia entre nosotros; parecía como si se hubiese esfumado, como ocurre con una figura onírica o un personaje fantasmal. Desde la Dirección del Departamento se recabo información de la Universidad de Taiwán sobre el profesor Cheng. La respuesta fue inquietante: les era absolutamente desconocido; el nombre de dicho profesor no figuraba en la nómina o listado oficial de los miembros de la comunidad académica de la universidad… Sorprendentemente, al poco tiempo de su desaparición, los ciruelos del jardín de nuestra facultad florecieron espectacular y prematuramente… Ese año la sequía había sido pertinaz.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Sobre la trascendencia e inmanencia del Tao véase: Carmelo Elorduy, El humanismo político oriental, op. cit., pp. 280-295.
2) Además del ensayo de Fritjof Capra, El tao de la física. Una exploración de los paralelos entre la física moderna y el misticismo oriental, Cárcano editor, Madrid, 1984, véase también el libro de Gary Zukav, La danza de los maestros del wu li, Plaza Janés, Barcelona, 1991, que fue igualmente un hito en la síntesis de la antigua filosofía china con la física de partículas moderna.
3) Carl G. Jung y R. Wilhelm, El secreto de la flor de oro, Paidós, Barcelona, 1982. Los conceptos y categorías jungianas de sincronicidad, armonía de contrarios, dialéctica anima-animus, símbolos de transformación etc., tienen una innegable inspiración taoísta.
BIBLIOGRAFIA GENERAL CONSULTADA SOBRE LA SABIDURÍA CHINA
Cheng, Anne, Historia del pensamiento Chino, Bellaterra, Barcelona, 2003.
Dawson, Raymond, El camaleón chino, Alianza, Madrid, 1970.
Greel, Herrlee G., El pensamiento chino desde Confucio hasta Mao Tse Tung, Alianza, 1976.
Kaltenmark, M., La filosofía china, editorial Morata, Madrid, 1982.
Levi, Jean, Los funcionarios divinos. Política, despotismo y mística en la China antigua, Alianza Universidad, Madrid, 1991.
Maspero, Henri., El taoísmo y las religiones chinas, Madrid, Trotta, 2000.
Needham, Joseph Grandeza y miseria de la tradición científica china, Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1977.
Spence, Jonathan D., El gran continente del Kan. China bajo la mirada de occidente, Aguilar, Madrid, 1979.
Tsé, Lao, Tao Te Ching, edición bilingüe, trad. Carmelo Elorduy, Monasterio de Oña, 1961.
Zukav, Gary, La danza de los maestros del wu li, Plaza Janés, Barcelona, 1991
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