III. LA “NUEVA ALIANZA”
Como Martin Heidegger vio lúcidamente a mediados del pasado siglo, y como recoge y recuerda Ilya Prigogine, en una de las más celebradas obras de la Física contemporánea, el proyecto científico occidental “realiza lo que apuntaba desde el alba griega: la voluntad de potencia que escondería toda racionalidad” (1).
El embargo científico y técnico que, según el filósofo de Messkirch, se desencadena en la época de la técnica, y hoy ya a escala planetaria, “revela la violencia implícita en todo saber positivo y comunicable”, violencia sistemática que interpreta o visualiza teóricamente las cosas, reduciéndolas a objetos esclavizados a la dominación de su mirada. En efecto, cuando Heidegger interroga la esencia de la técnica —la dimensión técnica de la inserción humana en la naturaleza— no le preocupa tanto el hecho de que la contaminación industrial ponga en peligro la vida animal en el Rhin, lo que le preocupa es el hecho mismo de que éste (el río en cuanto tal) sea puesto al servicio del hombre mediante el cálculo y que, en definitiva, la naturaleza no llegue a ser otra cosa que energía disponible y manipulable (en forma de central hidroeléctrica o de estación de gasolina), mero “dispositivo” técnico (Ge-Stell) y el hombre mismo simple dominador que dispone a su placer de la naturaleza para su explotación, todo lo cual nos ha llevado al desarraigo más ominoso de nuestro hogar humano (2).
Esta posición de Heidegger frente a la devastación de la naturaleza apunta, según I. Prigogine, tanto al trabajo técnico como a todo saber comunicable; el viejo puente sobre el Rhin se ve perdonado, no como testimonio de un “saber hacer” probado, de una observación laboriosa y precisa, sino “porque deja correr la corriente del Rhin”. El hombre moderno distanciado y escindido de una naturaleza devastada, su origen y hogar primigenio, llegará probablemente a la pesimista conclusión con la que J. Monod culmina su obra más conocida:
“La antigua alianza está ya rota; el hombre sabe al fin que está sólo en la inmensidad indiferente del Universo de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. Puede escoger entre el Reino y las tinieblas” (3).
Esta ha sido hasta hace poco el clima espiritual de nuestro divorciado panorama científico-cultural, la imagen científica dominante durante los dos últimos siglos en Occidente, constituida por la separación o escisión entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, humanas o del sentido de lo real. Pero la extraordinaria revolución conceptual que se ha producido en el “continente” de la física actual, revolución que abarca todos los niveles de la física y de la química, todo el ámbito de lo microcósmico y lo macrocósmico, desde las partículas elementales a la evolución cosmológica, y que comporta la sustitución de una imagen o paradigma mecanicista-determinista (newtoniana) del mundo por otro paradigma o imagen cuántica, probabilista, indeterminista del mismo, nos hace abrigar la esperanza de un nuevo diálogo entre las denominadas dos culturas —Ciencias y Humanidades— que ya no cabe imaginar como concepciones del mundo tan contrapuestas e irreductibles como antes. Un nuevo diálogo, en fin, entre el hombre y la naturaleza se ha hecho viable.
A ese objetivo dedican Ilya Prigogine e Isabelle Stengers uno de los libros más sugestivos del pensamiento científico-filosófico de nuestro tiempo: La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia 1979) (4). En él, además de analizarse esos dos paradigmas que han dominado la ciencia física a lo largo del siglo XX, el mecanicista-newtoniano y el cuántico-indeterminista, se dibuja un panorama muy distinto con la emergencia de un nuevo modelo o paradigma en el mundo físico, la imagen termodinámica “de estructuras disipativas”, que generan orden a partir del caos, una de las decisivas contribuciones en este revolucionario campo de investigación abierto por Ilya Prigogine, que le valió la concesión del Premio Nobel de Química en 1977 (5). En su opinión, si el símbolo de la ciencia fue en otras épocas el reloj o una máquina térmica, que tarde o temprano se apagaría, la metáfora más adecuada para los más recientes desarrollos de la investigación científica podría ser la de una nueva Alianza entre el hombre y la naturaleza. Desde que la teoría del calor y la termodinámica introdujeron conceptos tales como entropía y la flecha del tiempo, ha quedado patente que el azar y la irreversibilidad pueden conducir al orden y a la organización, y que el alejamiento de lo repetitivo y universal para penetrar en lo específico y único permite estudiar y explicar fenómenos mucho más ricos y complejos.
En su libro, Prigogine aboga, en consecuencia, por “el fin de la ruptura cultural que hace de la ciencia un cuerpo extraño y que le da la apariencia de una fatalidad a asumir o una amenaza a combatir”; por la fecundidad de las comunicaciones entre los interrogantes filosóficos y científicos; y para que ciencias y humanidades dejen de ser compartimientos estancos, superando así el viejo conflicto del enfrentamiento entre las dos culturas haciendo posible el alumbramiento de una tercera cultura o imagen del mundo físico:
“Queremos demostrar —escriben Prigogine y Stengers— que las ciencias matemáticas de la naturaleza, en el momento en que descubren los problemas de complejidad y evolución se convierten en igualmente capaces de entender algo del significado de algunas cuestiones expresadas por los mitos, las religiones, la filosofía; capaces también de medir mejor la naturaleza de los problemas propios de las ciencias cuyo interés es el hombre y las sociedades humanas” (6).
En su breve, pero pregnante conferencia dictada en la Unesco en 1998, La pluralidad de futuros y el fin de las certidumbres (verdadero epítome de sus descubrimientos científicos y de su postura intelectual), Ilya Prigogine concluye así su visión del mundo:
“Vamos de un mundo de certidumbres a un mundo de probabilidades. Debemos encontrar la vía estrecha entre un determinismo alienante y un universo que estaría regido por el azar y por lo tanto sería inaccesible para nuestra razón. Llegamos a un concepto diferente de la realidad. La realidad asociada con la mecánica clásica era comparable a un autómata. La mecánica cuántica no ha mejorado la situación porque, en mecánica cuántica ortodoxa, la realidad depende de nuestras mediciones. En mecánica cuántica hay un curioso antropomorfismo que ciertamente ha tenido un papel en el posmodernismo. En cambio, nosotros llegamos a la concepción de un mundo en construcción. Esta concepción rompe con la jerarquía tradicional de las ciencias. Las ciencias duras hablan de certidumbres. Con frecuencia era el modelo, el objetivo supremo de las ciencias humanas. Ahora las ciencias humanas como la economía o la sociología pueden remitirse a otros modelos […]. En un mundo donde ya no impera la certidumbre, restablecemos también la noción de valor […]. Sin duda, en el siglo venidero veremos el desarrollo de una nueva noción de racionalidad donde “razón” no estará asociada a “certidumbre” y “probabilidad” a “ignorancia”. En este marco, la creatividad de la naturaleza y sobre todo, la del hombre, encuentran el lugar que les corresponde” (7).
BIBLIORAFIA Y NOTAS
1) Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia, Alianza Universidad, Madrid, 1979.
2) M. Heidegger, “La pregunta por la técnica”, en Martin Heidegger, Conferencias y artículos, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1989.i
3) J. Monod, El Azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna Barral, Barcelona, 1970, p. 193.
4) Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, op. cit.
5) Ilya Prigogine: físico, químico y filósofo belga de origen ruso, recibió el Premio Nobel de Química de 1977 por su contribución a la termodinámica del no equilibrio y en particular por su teoría de las estructuras disipativas del mundo físico, esto es: la aparición de orden lejos del equilibrio.
6) Ibid, op. cit. Véanse sobre todo las páginas de la Introducción a la obra, el capítulo “El desafío de la ciencia”, pp.11-29
7) Ilya Prigogine, La pluralidad de futuros y el fin de las certidumbres, incluída como Apéndice en Arnaud Spire, El pensamiento de Prigogine. La Belleza del caos, Editorial Andrés Bello, Barcelona 1999, pp. 177-178.
Ver más artículos de
Catedrático de Filosofía
y las Reflexiones…. y Diálogos anteriores