Tomás Moreno Fernández: «Retrato (intemporal) del ‘político virtuoso’ en Maquiavelo»

Todos los que han leído al pensador florentino (1) —y sobre todo sus dos obras maestras, El Príncipe (Il Principe) (2) y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (Discorsi) (3) — saben que el modelo histórico en el que se inspira la figura de su “príncipe” (o de su héroe y gobernante político) fue el de su coetáneo, el español Cesar Borgia. Entre las destrezas y cualidades que deben adornar al Príncipe o Político “virtuoso” y eficiente, señala Maquiavelo las siguientes: en primer lugar, debe ser un gran simulador y disimulador (essere gran simulatore e dissimulatore); esto es: saber simular, fingir las virtudes que no posee y al mismo tiempo disimular, esconder, sus defectos o lo que siente verdaderamente.

En efecto deberá ser simulador de virtud, esforzándose en velar por “cuidar su imagen”, su “fama o reputación”. Para ello se esforzará en ser manipulador de la opinión, astuto, artero e intrigante y también mendaz, mentiroso y diestro en el engaño, y, al mismo tiempo, capaz de disimularlo, encubrirlo, ocultarlo; deberá tratar de confundir las cabezas de los hombres con patrañas y hacer que se las crean: el Príncipe “virtuoso” sigue a la razón, apela a la sinrazón y llena el mundo de milagros (cap. XXI: “Qué debe hacer un Príncipe para adquirir buena fama”).

Como personaje frío, calculador, cruel, que es, dejará a sus subalternos la autoría o realización de las medidas o actuaciones más impopulares e ingratas, quedando así a salvo de cualquier imputación (un claro ejemplo de ello es el caso que se nos cuenta en el capítulo VII, cuando Cesar Borgia encomendó a Remy d’Orque pacificar con toda clase de crímenes y tropelías la Romagna y luego lo mandó ahorcar por esos crímenes, para congraciarse con el sufriente pueblo…). “Deberá parecer piadoso, fiel, humano, íntegro y religioso” (cap. VII y XV), puesto que “cada uno ve lo que tú pareces y pocos sienten lo que tú eres” (cap. XVIII). Y, en consecuencia, conocer correctamente las técnicas de imagen y cuidar sobre todo de la propaganda y de la opinión pública, por ser el pueblo fácilmente maleable, manipulable, sensible a la fuerza y a los halagos.

En segundo lugar, es preferible que sepa hacer el bien (no separarse del Bien, pudiendo hacerlo), pero debe saber entrar en el mal, si a ello se ve obligado. Y es que un Príncipe no siempre puede elegir entre: “ser bueno y fiel cumplidor de su palabra” o “malo, cruel e infiel a sus promesas dadas; a veces su clemencia o bondad, su fidelidad a la palabra dada pueden perderle, porque los demás hombres son malos y no las cumplen (cap. XVIII, “De qué modo han de guardar los Príncipes la palabra dada). Debe, pues, “adquirir el poder de no ser bueno y ejercerlo siempre que la necesidad lo exija”; “es mejor ser cruel a tiempo que inútilmente piadoso”, “es mucho más seguro ser temido que amado” (cap. XVII De la crueldad y la clemencia y si es mejor ser amado o temido).

Cubiertas de los libros de Sheldon S. Wolin y Gabriel Albiac

Es necesario a un Príncipe, en tercer lugar, saber utilizar correctamente la bestia y el hombre; esto es: debe gobernar con buenas leyes, que es lo propio del “hombre”; pero también debe saber utilizar la “bestia” que anida en su naturaleza, su fuerza o astucia… En definitiva: el mejor Príncipe es aquel que sabe utilizar la máscara del león (la fuerza) y la zorra (la astucia), la primera porque el segundo no se protege, no sabe «de lobos»; la segunda porque el primero no sabe de “trampas”; esto es: zorra para tomar “astutamente el poder” y evitar caer en sus “trampas”, león, para “conservarlo por la fuerza” y amedrentar a sus enemigos (cap. XVIII).

Pese a todo, Maquiavelo advierte que un Príncipe prudente debe poner especial «atención» en «no ser cruel inútil y gratuitamente» con su Pueblo, es necesario un principio de economía de la violencia –- en expresión de Seldon S. Wolin: mínima violencia con el máximo efecto, logro de la obediencia mediante la aplicación del mínimo de coerción necesaria– la crueldad debe ser un medio disuasorio excepcional (4). No es un tirano sangriento pues ama el bien de su pueblo que él piensa representado por el bien del Estado. No puede, como el clásico tirano, hacer lo que quiera: un príncipe que puede hacer lo que quiera está loco (sfrenato, desenfrenado), pierde el control de sus capacidades racionales e intelectuales y se convierte en incapaz e inútil; tal incapacidad e inutilidad le excluyen de lo político y lo hacen un “idiota” (en el sentido de los griegos) (Discorsi I, 58).

Por eso mismo aconseja con énfasis: respetar bienes, haciendas y mujeres de sus súbditos; garantizar su seguridad y sus vidas; poseer un buen ejército y saber mandar sapere fare la guerra e sapere comandare (cap. XII-XIV); ser un buen legislador: promulgar buenas leyes, justas y prudentes, en orden a propiciar la virtú della cittá, el bien común, la conservación del Estado. Debe, en fin, comportarse como un médico-cirujano que no repara en medios si se trata de salvar lo más importante: la salud, la vida y la supervivencia del Estado (enfermo). Por eso en el capítulo XVIII dice: Dedíquese, pues, el Príncipe a superar siempre las dificultades, y a conservar su Estado. Si logra con acierto su fin se tendrán por honrosos los medios conducentes al mismo. Nótese que lo importante no es tanto “conservar su poder personal” tiránico, como conservar el Estado absolutista. En absoluto podría considerársele virtuoso si pretendiera conservar “su poder” personal, sacrificando o destruyendo “su Estado”. El calificativo de “virtuoso” tiene en Maquiavelo un significado “pagano”, amoral, y en absoluto “cristiano”, como demostrara, el gran historiador liberal de la política Isaiah Berlin)

Ahora bien, lo más destacable de toda esta serie de crudas recomendaciones y consejos para el que tiene la misión y responsabilidad de gobernar en situaciones críticas y excepcionales es que Maquiavelo no disfraza hipócritamente tales medidas o procedimientos como moralmente buenos o justificables, sino como políticamente correctos o adecuados; no era un perverso o sádica moral, que postulara “el mal por el mal“ o que tratara de presentar “el mal como bien; sabía perfectamente lo que aconsejaba: y a veces le duele y le llena de amargura que sea así la realidad política, que obliga por necessitá a los hombres políticos a actuar de manera contraria a la fe, a la caridad, a la humanidad, a Dios y a la religión», de manera «abominable»… pero es que en política las cosas son así; existe un abismo infranqueable entre el ser y el deber ser, la política y la ética… (cap. XVIII).

Por eso cuando en los Discorsi (I, 26) alude a los asesinatos, destrucciones, limpiezas étnicas, deportaciones de masas o poblaciones enteras, genocidios, aniquilación del enemigo y de los disidentes, que, por razones de Estado y en momentos de disolución o fundación de un nuevo estado, se ve obligado a ordenar un gobernante (Hitler, Stalin, Pol Pot, Mao tsé Tung etc.) confiesa sinceramente sus escrúpulos morales, pero considera ineludible actuar así y recomienda al que tenga sensibilidad, principios o escrúpulos morales “que se quede en casa” y no se meta en política. Entre estos consejos de Maquiavelo y Auschwitz o el Gulag no hay solución de continuidad, habría en ellos una evidente justificación de prácticas totalitarias: en el universo de la política se ventilan intereses tan supremos que todo debe subordinarse a ellos, que trascienden y escapan a toda ética o moral convencional natural o religiosa (5).

A todo ello, y desde una posición presidida por directrices morales absolutamente anti-maquiavélicas —como la ética política y los principios y derecho contenidos en la DUDH—, habría que contraponer y exaltar la figura del gobernante virtuoso de la ética cristiana anti-maquiavélica, del Príncipe prudente que persigue el Bien común y que gobierna mediante una mezcla de justicia y clemencia, que nos ha legado la tradición Escolástica española de los siglos XVI y XVII —Francisco de Vitoria, Padre Juan de Mariana, Francisco Suárez, Martín de Azpilcueta, Fox Morcillo, Domingo Soto etc.— y cuya norma de gobierno se resume en este principio ético: que no hay fines buenos con medios perversos, que lo fines se pervierten si los medios son perversos.

Índice del libro Maquiavelo,  de Marcu Valerio, publicado por Austral, en 1945

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Sobre la figura y la vida de Nicolás Maquiavelo existen numerosas versiones en español: Marcu Valerio, Maquiavelo, Austral, Madrid, 1945; Pasquale Villari, Maquiavelo, su vida y su tiempo, Grijalbo, Barcelona, 1969; A. Renaudet, Maquiavelo, Tecnos, Madrid, 1965; M. A. Granada, Maquiavelo, Barcelona, 1981; Quentin Skinnner, Maquiavelo, Alianza, Madrid, 1984; Edmond Barincou, Maquiavelo Salvat, 1985; José María Bermudo, Maquiavelo, consejero de Príncipes, Universidad de Barcelona, 1994; Maurizio Virolo, La sonrisa de Maquiavelo, Tusquets, Barcelona, 2000. Véase también la excelente y más reciente biografía (novelada) del pensador florentino: Gabriel Albiac, Dormir con vuestros ojos, La esfera de los libros, Madrid, 2021.

2) La primera edición es en efecto póstuma, de 1532, editada en Roma por Antonio Blado y en Florencia por Bernardo Giunta. Las ediciones de la obra son numerosísimas en castellano: Tecnos, Planeta, Sarpe, Austral, Cátedra, Bruguera etc. Entre las mejores destacamos: Maquiavelo, El Príncipe, trad. y prólogo de Miguel Ángel Granada, Alianza, Madrid, 1981 y Maquiavelo, El Príncipe, edición de Andrés Plumed, Alhambra Longman, Madrid, 1987.

3) Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Alianza Editorial, trad. Introd, y notas de Ana Martínez Arancón, Madrid, 1987. Los Discorsi (1531) es la obra más extensa, completa y ambiciosa del pensador florentino, la que expresa la globalidad de su pensamiento político y el marco teórico en el que debe ubicarse e integrarse El Príncipe como la “parte” en el “todo”. Ambas se refieren a aspectos y situaciones distintas (normales o excepcionales y de crisis, respectivamente) de la vida política de un Estado determinado. Véase al respecto: Rafael del Águila y Sandra Chaparro, La República de Maquiavelo, Tecnos, Madrid, 2006.

4) Sheldon S. Wolin, Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1960.

5) Las más clásicas y paradigmáticas obras literarias sobre la esencia de la política, del poder y del político como Las manos sucias (Sartre); Calígula y Los Justos de Camus, y Ricardo III, Hamlet, Macbeth, Enrique VI, Julio Cesar etc., entre las diversas tragedias políticas de Shakespeare, así lo testimonian, ejemplifican y prueban. Para una psicopatología del tirano véanse: Gregorio Marañón, El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar, Madrid, Calpe, 1936, y Federico Trillo–Figueroa, El poder político en los dramas de Shakespeare, Espasa Calpe, Madrid, 1999

 

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