I. EXPERIMENTOS UTÓPICOS DEL MEDIEVO HASTA EL SOCIALISMO UTÓPICO
En la larga tradición de los que ensayaron nuevas formas de vida comunitaria (1) en lugar de limitarse a escribir, imaginar o especular acerca de ellas, es ineludible referirnos a lo que —si prescindimos de sus precedentes más antiguos, clásicos o helenístico romanos y cristianos— pudiera considerarse como una de sus primeras realizaciones institucionalizadas el monaquismo medieval, que se prolongará en las sectas heréticas tanto del Medievo como del Renacimiento con sus intentos de llevar a la práctica proyectos o experiencias de vida religiosa o de establecer reinos teocráticos milenaristas, como nos demostrara Norman Cohn en una memorable investigación (2). De las puestas en práctica en Europa por grupos y asociaciones protestantes, calvinistas, cuáqueras, y otras de índole reformista tal vez los intentos más destacados y conocidos fueron el de los Anabaptistas en Münster y el de la Ginebra de Calvino.
Proliferaron, sobre todo, en América, en el siglo XVII, como podemos constatar en los planificados experimentos de poner en práctica los modelos utópicos renacentistas en las nuevas tierras recién descubiertas del continente americano, como es el caso de las experiencias religioso-sociales de los “Hospitales-pueblo” de Vasco de Quiroga (3), obispo de Michoacan (México), en Santa Fe de la Laguna, hacia 1535, y las “Reducciones jesuíticas del Paraguay”(XVII-XVIII) (4), ambas llevadas a la práctica con desigual fortuna y duración. El caso concreto de las establecidas por los jesuitas españoles en el pueblo de los guaraníes para impedir la explotación colonialista y esclavista de los indígenas por parte de los amos/encomenderos es, sin duda, el. más significativo histórica y culturalmente: una especie de “república comunista-cristiana”.
El experimento (reactualizado por un célebre drama de Fritz Hochwälder y por un memorable film británico, The Mission de Richard Joffe y guión de Robert Bolt (5) duró más de un siglo, entre 1612 y 1768. El sistema económico estaba fundado sobre el comunismo integral y sobre el trabajo obligatorio para todos. Las tierras, los edificios públicos, las casas, los instrumentos de trabajo, los productos del trabajo colectivo eran propiedad pública. No existía el dinero ni el comercio; los jefes de barrio recibían de los almacenes los bienes de consumo para la familia y los distribuían según las diversas necesidades. La disolución de la Compañía de Jesús en los estados españoles puso fin a las “Reducciones” comunistas del Paraguay. Semejante preocupación por la justicia guiará también al padre franciscano Jerónimo Mendieta al proponer en su Historia Eclesiástica Indiana (1585) “la Nueva Jerusalém” en territorio americano, donde los hombres puedan vivir “virtuosa y pacíficamente desterrando la opresión y la rapacidad de los conquistadores” y a Juan de Zumárraga (Doctrina Breve, 1544) y a Fray Toribio de Benavente (Motolinía) que también trataron de establecer en el Nuevo Mundo comunidades cristianas presididas por la justicia y la igualdad, sin llegar a su concreta realización efectiva.
Y continuaron posteriormente a lo largo del siglo XIX en los Estados Unidos teniendo su momento más álgido en las experiencias comunitarias realizadas por los socialistas utópicas, tales como, por ejemplo, las colonias o cooperativas de Owen en New Lanark, Harmonía (Indiana) y Orbiston; los Falansterios de Fourier, primero en Versalles, y , más tarde, también en América (la de “Brook Farm”); las comunidades Icarianas basadas en la novela de Etienne Cabet “Icaria” (1840), quien en 1847 intentó establecer su particular Icaria en Nauvoo (Illinois), y finalmente inspiradas por Enfantin y los Saint-Simonianos por tierras europeas y americanas a imitación también de esta famosa novela (6).
Todas ellas, en opinión de J. Bilbao, comunas autárquicas que establecían la propiedad colectiva: “Hijas de la Revolución Industrial, se organizaban en torno a fábricas, buscando un espacio geométrico y puramente racional” (7). Pero a pesar de tanta armonía luego sus habitantes no estaban tan cohesionados como sería deseable, les faltaba un objetivo común, un compromiso espiritual con la comunidad.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Nos referimos evidentemente a micro-utopías, ideales o ideas regulativas, utopías factibles y no a los grandes proyectos de ingeniería social utópica y totalitaria que han asolado de destrucción e inhumanidad amplios territorios de Europa y Asia y causado millones de muertes a lo largo de todo el siglo XX: tanto en los Gulag soviéticos, los Lager o campos de exterminio nazi, los de reeducación Maoísta del Gran Salto Adelante y la hambruna subsiguiente, como en los de Pol Pot y los jemeres rojos en Camboya, con su eliminación de la vida urbana y la reclusión de ingentes cantidades de personas en granjas colectivas hasta alcanzar su total regeneración a la búsqueda de su alucinada “Utopía Total” (Cf. Jonathan Glover Humanidad e Inhumanidad. Una Historia moral del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2001, pp. 327-497).
2) Norman Cohn, En pos del milenio. Revolucionarios, milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Barral editores, Barcelona, 1972. Sobre su presencia y continuidad en nuestro tiempo véanse: Tomas Moreno “De la utopía al milenarismo”, en Ángel Valencia y Fernando Fernández Llebrez, La teoría política frente a los problemas del siglo XXI. Manuales de Ciencias políticas y sociología, Universidad de Granada, 2004, pp. 201-210 y John Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, Paidós, Barcelona, 2008.
3) Vasco de Quiroga, Información en derecho (1535) en La utopía en América, edición de Paz Serrano Acosta, Historia 16, Madrid, 1992
4) Cf. Tentación de la Utopía. La República de los jesuitas en el Paraguay, prólogo de Augusto Roa Bastos, Tusquets, Barcelona, 1992.
5) Fritz Hochwälder, El cielo en la tierra: El sagrado experimento, edit. Mensajero, Bilbao 1997. La película citada se estrenó en 1986 y obtuvo la Palma de Oro a la mejor película en Cannes en ese mismo año.
6) En efecto, el Nuevo Mundo ofrecía tierras donde establecerse y organizarse a un número muy elevado de movimientos religiosos libertarios europeos, así como a grupos de seguidores de las ideas político-económicas de los socialistas utópicos. Durante el periodo comprendido entre 1800 y 1900 hubo en EEUU cerca de cien comunidades utópicas. A partir de la década de los 60, ya en el siglo XX, desde Nueva Inglaterra hasta California, más de dos mil nuevas comunas se han establecido y realizado en esa área geográfica, prolongando así esa tradición secular. Cf. H. Infelds, Utopía y experimento, Buenos Aires, 1959; Liselotte Ungers y O. M. Ungers, Comunas en el nuevo mundo (1750-1971), Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1978 y Yona Fiedman, Utopías realizables, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1978.
7) Javier Bilbao, “En qué sociedad utópica se viviría mejor”, Jot Down, 04, 214, El País.
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