I. DOS PARADIGMAS MENTALES: PENSAR MEDITATIVO vs. PENSAR CALCULADOR
“Todas las cosas por inmortal poder / próximas o lejanas, ocultamente, / unas a otras encadenadas están, / de modo que no puedes perturbar una flor / sin trastornar una estrella.” (Francis Thompson, Poems).
Afirmaba el gran poeta británico Rudyard Kipling en su Balada de Oriente y Occidente, de manera pesimista y tautológica, que Oriente es Oriente y Occidente es Occidente y nunca jamás se encontrarán. En efecto, desde el alborear mismo de ambas civilizaciones puede apreciarse ese distanciamiento esencial. Mientras que los occidentales (los griegos y los herederos de su legado, filósofos y científicos europeos desde Francis Bacon y Galileo hasta Descartes y Newton) orientaron su saber como episteme, conocimiento universal y necesario de la Physis, esto es: como matemáticas, física, cosmología o astronomía, y encaminado hacia una dominación científico-técnica de la realidad natural (no olvidemos que los primeros filósofos griegos se calificaban a sí mismos como physiologoi, los físicos)-, los orientales, por el contrario, dirigieron su reflexión ético-sapiencial, al margen de la experiencia científico-técnica, como sabidurías soteriológicas y catárticas o como caminos de liberación ultrarracional, orientadas a la profundización en el conocimiento transempírico y al control de la interioridad y la espiritualidad humanas. O. Weggel señalaba por ello que la auténtica diferencia entre Oriente y Occidente consistía en el sentido Oriental de la totalidad y de la armonía de todo lo existente, que exigía una delicada sintonía e integración entre el medio humano, la naturaleza y lo metasensorial (1).
Dos paradigmas, pues, heterogéneos, antitéticos de pensar lo real; dos formas diferentes de entender el conocimiento humano y de conceptualizar la realidad natural: si los primeros concebían la Naturaleza como máquina (constituida por partes o fragmentos separables y manipulables) susceptible de ser utilizada e instrumentalizada a su servicio para fines prácticos y operativos, los segundos la sentían como organismo vivo, holístico e indivisible, con el que solo cabía empatía y sentimiento de identificación (2).
Surgieron, así, los dos caminos del pensar humano que han caracterizado la tradición intelectual de estas dos grandes civilizaciones: 1º. El camino lógico-crítico-analítico, propio de la racionalidad filosófico-científica greco-occidental, que concibe el «pensar» como instrumento de poder (saber es poder, diría Francis Bacon) y la «sabiduría» como conocimiento instrumental del señorío, del empoderamiento y de la dominación humana sobre la naturaleza (Herrwissenschaften) (2). El camino místico-contemplativo, característico de las sabidurías orientales, que concibe el «saber» como un vehículo de armonización y fusión extática del hombre con la Naturaleza o con lo Absoluto.
Ha sido, sin duda, el filósofo alemán Martin Heidegger —tal vez, el mayor pensador del siglo XX— quien, de manera más lúcida e insistente, ha distinguido y analizado en diversos escritos (3) estos dos paradigmas o caminos opuestos e irreductibles del pensar humano: el Pensar Calculador (das rechnende Denken) y el Pensar Meditativo (das besinnliche Nachdenken). El primero, constituye un modo de pensar computante, planificador, investigador, analítico, instrumental, que es el característico de la ciencia y de la tecnociencia occidentales, erigido en Occidente desde los siglos XVII y XVIII como el único válido y digno de tal nombre. Es el modo de pensar responsable del desarrollo económico y del progreso material pero también del deterioro y contaminación ecológico-ambiental, de la depredación y extinción de las especies, del agotamiento de los recursos naturales, y de una forma de vida que cosifica o “reifica” las relaciones humanas, que aliena, robotiza y deshumaniza al hombre haciendo de él un esclavo o un mero instrumento. Un tipo de pensamiento, en fin, que investiga los hechos y sus relaciones causales aprovechando su eficacia técnica y su eficiencia en la utilización de los medios necesarios para sus objetivos de dominación (racionalidad instrumental), sin tener en cuenta sus fines, y que valora el conocimiento únicamente por su productividad material y por su rentabilidad económica.
El segundo paradigma, está representado por el Pensar Meditativo, reflexivo, cogitativo, contemplativo, poetizante, que no se detiene en el análisis de los meros hechos, ni en sus relaciones causales para sacar provecho o rentabilidad (material o económica) de ellos, sino que trata de penetrar en el sentido último de los mismos, en su finalidad y significado, desde una actitud de desapego, desasimiento, desinterés o desprendimiento. Heidegger utilizará para categorizarlo el término Gelassenheit: Serenidad (4). Es el modo de pensar más característico de Oriente, y también de la mística, de la poesía, de la contemplación estética universales.
El gran pensador budista D. T. Suzuki, en un libro escrito en colaboración con Erich From, Budismo zen y psicoanálisis, ilustra el antagonismo entre ambos modos de pensar con dos poemas de dos grandes poetas, representativos de la actitud del hombre occidental y del hombre oriental ante la realidad natural: Alfred Tennyson, poeta inglés del XIX del período de la revolución industrial, encarnación del espíritu cultural de Occidente, y Matsuo Basho, un poeta japonés tradicional, del siglo XVII, figura emblemática de la cultura zen. Ambos poemas tratan de describir una misma experiencia vital: el encuentro entre el hombre y la naturaleza, entre el poeta y una flor silvestre encontrada al azar, pero su acercamiento a la misma y su actitud ante esa experiencia es diametralmente opuesta, tanto desde el punto de vista emocional como estético. El poema del bardo inglés dice así:
«Flor en el muro agrietado / Te arranco de las grietas; / Te tomo, con todo y raíces, en mis manos, / Florecilla – pero si pudiera entender / Lo que eres, con todo y tus raíces y, todo en todo, / Sabría qué es Dios y qué es el hombre«.
El poema del poeta japonés Matsuo Basho —un precioso haikú (hokku) en el que se describe de manera impresionista y emotiva una sencilla experiencia cotidiana— nos transmite esta profunda y sutil vivencia: «Cuando miro con cuidado, / Veo florecer la nazuna / Junto al seto!» (6).
Ambas experiencias poéticas revelan, efectivamente, dos maneras de pensar y de sentir absolutamente diferentes, representativas de dos perspectivas epistémicas y emocionales distintas: la representada por el camino crítico-lógico propio del Pensar calculador, por una parte, y la protagonizada por el camino místico-contemplativo, propio del Pensar meditativo, por la otra. Ante la florecilla silvestre que se topa en su camino, el poeta inglés se muestra activo, analítico, inquisitivo, individualista: su distanciamiento de la realidad, de la flor, refleja el desdoblamiento, la separación sujeto-objeto, que preside su visión del mundo natural, característica del pensar occidental. El poeta oriental se muestra, por el contrario, frente a la nazuna, esa humilde flor, pasivo y contemplativo en una actitud respetuosa y venerativa ante esa epifanía natural; no se distancia de ella, como el occidental, sino que trata de penetrar directamente en su misma esencia, hacerse uno con ella, fundirse en ella disolviendo toda oposición sujeto-objeto: conocer la flor es convertirse en flor.
El poeta británico es todo intelecto —de ahí sus preguntas e interrogaciones, su obsesión por entender y entenderla—- afán investigador, analítico-destructivo (para conocer hay que analizar, diseccionar, matar la vida). Su actitud ante la florecilla es fría e interesada: no hay en él empatía, sentimiento ni emoción: por eso, despiadadamente, la arranca de la grieta del muro —con todo y sus raíces y todo en todo–– y la destruye. El poeta japonés es todo sentimiento y emoción, ni siquiera toca la nazuna, sólo la contempla y la acepta; no quiere entender sino sentir el propio fluir vital de la nazuna y se esmera en cuidarla para que no perezca.
La actitud del occidental es científica: objetiva, abstractiva, intelectualista, conceptualizadora de lo real, y su intención última está presidida por un interés técnico-instrumental de dominación (7) de la realidad natural que se le ofrece, es pragmática, utilitarista, interesada. La actitud del poeta oriental es estético-mística y contemplativa: subjetiva, intuitiva, anti-intelectualista, empática ante esa hierofanía o revelación gratuita de la naturaleza. Su intención o finalidad es desinteresada: simplemente desea entrar en comunión con esa vida y gozar de esa experiencia plena e inefable. Si estas dos formas de pensar o de conocer fuesen excluyentes y se erigieran a sí mismas como únicos modos legítimos de acceso a lo real, la predicción de Kipling, sin duda, se cumpliría ineluctablemente y el alejamiento entre ambas sería insalvable, amputando al conocimiento humano la posibilidad de acceder a dimensiones de la realidad inaccesibles para cada una de ellas por separado. Ante tal situación, lo más conveniente será intentar de nuevo, desde otros presupuestos, volver a formularnos con rigor esas mismas preguntas filosóficas y tratar de responderlas: ¿Son absolutamente irreductibles entre sí? ¿Existe alguna manera de conciliarlas? ¿Es posible una alianza entre ambas? A estos interrogantes ya dedicamos artículos o microensayos en alguna de estas Reflexiones para el Tercer Milenio (8), y serían merecedoras de algunos más.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Oskar Weggel, Die Asiaten, dtv, Múnich, 1997.
2) Esta es la misma actitud y el mismo sentimiento que expresan también místicos, artistas y poetas occidentales ante la naturaleza, como todos sabemos y como se pone de manifiesto, por ejemplo, en el poema del poeta británico Francis Thompson que preside este microensayo, en el cual trata de comunicar, además de su plena vivencia estética, su privilegiada intuición cognitiva de que existe una conexión profunda, unitiva entre todas las cosas del universo, un eslabón que lo enlaza todo, y ese atisbo es la constatación de una visión orgánica y holística del mundo natural. Véase al respecto: Harold Gomes Cassidy, Las ciencias y las artes, Madrid, Taurus, 1964, en donde se nos ofrece un ejemplo sumamente atractivo del contraste entre esas dos formas de afrontar el misterio del mundo y de la realidad —- representadas respectivamente por el “modo de comprensión” de la poesía y por el “modo de conocer” de la ciencia —, poniendo lúcidamente de manifiesto sus diferentes modos de proceder y sus distintas finalidades.
3) Martin Heidegger, La pregunta por la Técnica, (Die Frage nach der Technik, 1953) y Serenidad (Gelassenheit, 1959), en M. H., Conferencias y artículos, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1989.
4) El término Gelassenheit (del verbo lassen, dejar) significa Serenidad, Abandono, Desasimiento. Se trata de un tipo de reflexión meditativa o de meditación reflexiva que nada tiene que ver con alguna técnica de vaciamiento de la mente o con el intento de no pensar budistas. Es cogitar, rumiar el pensamiento, pensar a fondo acerca de, es decir: una disposición de nuestro pensar que comporta un camino o proceso y una actividad o movimiento; es un pensar en pos del sentido que impera en todo cuanto es. Entrar en el sentido (Sinn): ése es el ser de la Meditación (Besinnung) en oposición al saber de dominación (Wissenschaft) y al pensar calculador o al simple calcular (rechnen).Entiende, así, Heidegger que el pensar (Denken) tiene un doble acceso a la verdad: la Serenidad o abandono que deja ser a las cosas, que deja que las cosas sean (Gelassenheit zu den Dingen) respetando su ocultación (una actitud cercana al Taoísmo); y la decisión (Ent-schlossenheit) que, sin violentar la ocultación la pone en estado de desocultación. La primera es la forma de la suavidad (Milde); la segunda, la del rigor (Strenge). La verdad total es el «suave rigor» y la «rigurosa suavidad».
5) D. T. Suzuki y Erich Fromm, Budismo zen y psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1974, pp. 9-19.
6) El poemita original revela su gracia y musicalidad aun sin conocer ese milenario idioma: «Yoku mireba / Nazuna hana saku / Kakine kana» (Budismo zen y psicoanálisis, op. cit.). Sobre este tipo de composición poética -el haikú- tan característico de la tradición cultural japonesa budista zen.
7) Sobre la cuestión de los intereses del conocimiento humano (emancipatorio, comprensivo-comunicativo y técnico-instrumental) véase: Jürgen Habermas, Conocimiento e interés, Taurus, Madrid, 1982.
8) Véanse: “Ideal en clase” (Opinión), Reflexiones para el Tercer Milenio nº IV: El último Heidegger: Filosofía o cibernética, (del 5 julio de 2022) y Reflexiones para el Tercer Milenio nº XVI: Un ineludible diálogo entre las dos culturas, en cuatro entregas (desde el 18 de septiembre de 2023 hasta el 10 de octubre de 2023).
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Catedrático de Filosofía
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