“Os recuerdo las palabras de Isak Dinesen: Todas las penas pueden soportarse si las insertas en una historia o cuentas una historia sobre ellas. […]
incluso la pena profunda conlleva un elemento de alegría si se habla sobre ella” (Hannah Arendt, Hombres en tiempos de oscuridad).
I. UNA VIDA ENTREGADA A LOS DÉBILES O “VIVIR DESVIVIÉNDOSE”
Simone Weil (1909-1943), nació en París en una familia judía agnóstica, acomodada y cultivada. Sus padres se ocuparon de darle una exquisita formación, al igual que a su hermano André, a quien admira por su inteligencia y por su genio matemático, que llega incluso a comparar al de Pascal. Su padre era médico militar alsaciano, nacionalizado francés; su madre, Selma Weil, adora a su hija y siempre se mostrará con ella solícita y protectora. Desde muy joven ama el estudio y la literatura: Cyrano, Corneille, Racine, Balzac son sus primeras lecturas. Extremadamente madura y precoz, decide estudiar el último curso de su bachillerato en el Liceo Victor-Duruy, para asistir a las clases de filosofía que imparte el profesor Le Senne. Pero, sin duda, la influencia decisiva de su vida intelectual fue la de su maestro, el afamado filósofo Alain, durante el curso preparatorio para L’École Normale Supérieure en el Liceo Henri IV (1).
Terminado su bachillerato, con quince años, ingresa en L’École Normale supérieure, la más prestigiosa y elitista institución educativa francesa, donde tiene como profesores a H. C. Puech, Alain, Laubier y Brunschvicg. En 1929-30 dedicará su tesina de Licenciatura al tema Ciencia y percepción en Descartes, bajo la dirección de Brunschvicg. Una vez licenciada, se fija un colosal programa de trabajo para preparar oposiciones de Liceo y obtiene una plaza de agregada de filosofía en 1931: su primer destino es el Liceo de Le Puy (2). Luego seguirán otros destinos, Auxerre, Roanne, Bourges, Saint-Quentin, entrecortados, como veremos, de bajas por enfermedad e incursiones en el «mundo real» (el mundo del trabajo).
En 1932 decide viajar a Berlín para comprender los fundamentos del nazismo. Allí, donde sólo pasó dos meses, queda impresionada por el deprimente espectáculo de la calle, que recuerda las desoladoras imágenes de los filmes de Fritz Lang (3). A su regreso de Alemania, Simone trabaja como vendimiadora en Auxerre, y también en la recolección de patatas. Unos obreros la enseñan a hacer soldaduras en el patio del Instituto donde da clases, y extrae sus conclusiones tras lo observado en su viaje: sus artículos sobre Alemania son violentamente criticados por los marxistas ortodoxos.
Finalmente, tras un breve periodo de enseñanza en un Liceo de provincias (curso 1933-34), la vida de Simone Weil va a tomar una dirección totalmente diferente (4), decide pedir la excedencia en la docencia para cumplir su sueño desde hacía diez años: entrar como obrera en el mundo de la fábrica, ¿Qué buscaba una catedrática de filosofía en la fábrica?, se pregunta Silvie Courtine. Y responde de inmediato: «pensar con las manos» y abrir su sistema de ideas a la «espiritualidad del trabajo», esto es, confrontarse con el mundo real y experimentar en su persona y en su vida la dura condición obrera, primero en Alsthom, en donde entra a trabajar en diciembre de 1934 como obrera de prensas, luego en la fábrica de J. J. Carnaud y Forges, para terminar en la Renault.
A lo largo de un año de agotador trabajo —fue sucesivamente: tornera, empaquetadora, fresadora— padeció en sus carnes el sufrimiento hasta el límite de la extenuación física y mental, tal como lo deseaba, ya que afirmó que estaba decidida a matarse si no lo resistía. Estas experiencias, este contacto con la vida real, le permitieron comprender cómo conciliar la organización de la sociedad industrial con unas condiciones de trabajo y de vida que fuesen las de un proletariado libre (5).
Su experiencia en la fábrica cambió su perspectiva sobre las cosas, el propio sentimiento que tenía de la vida. Como confesara en sus Ensayos sobre la condición obrera, vivenció la falta de pensamiento, la dureza del trabajo, la humillación absoluta, la ausencia de fraternidad, llevándole a un cierto pesimismo: «La clase de los que no cuentan y, pase lo que pase, nunca contarán (a pesar del último verso de la primera estrofa de La Internacional)». Allí, recibió «para siempre la marca de la esclavitud, como la marca que los romanos ponían con un hierro al rojo vivo en la frente de sus esclavos más despreciados» (6).
Igual que quiso conocer la condición obrera desde dentro, así querrá conocer la del medio campesino: en Echar raíces. Preludio a una declaración de los derechos hacia el ser humano, al reflexionar sobre la enfermedad que padece el mundo moderno y sus remedios, describirá el desarraigo obrero y el desarraigo campesino, concentrándose en demostrar el lugar espiritual que debe adquirir el «trabajo físico -esa muerte cotidiana- en una vida social bien ordenada» (7).
En 1936, al estallar la guerra de España, y a pesar de su pacifismo expreso y arraigado, se siente moralmente comprometida en el conflicto, entusiasmada con el Frente Popular. A principios de agosto, Simone decide viajar al frente en calidad de periodista: en realidad se unió a un cuerpo internacional, enrolándose en la brigada del anarquista Durruti, con la que participará en una operación de guerra, a orillas del Ebro los días 18 y 19 de agosto. El día 20 sufre un desgraciado accidente —en un descuido mete el pie en una sartén llena de aceite hirviendo— y es evacuada. España es la comprobación de una de sus intuiciones éticas sobre el «carácter permanente y universal de la barbarie, que se ensaña con los débiles» (8).
El 22 de mayo de 1938 le escribirá a Georges Bernanos una carta, tras haber leído su famosa novela sobre la guerra española Los grandes cementerios bajo la luna, —en la que el novelista francés denuncia sin paliativos la represión de los sublevados en Mallorca, sus ejecuciones sumarias (“aunque los muertos callen hablarán los cementerios”) — en la que le confiesa lo siguiente:
“Reconocí ese olor a guerra civil, a sangre y terror que desprende su libro; yo lo he respirado. No he visto ni oído nada, debo decirlo, que alcance toda la ignominia de algunas de las historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos, esos balillas que obligan a correr a unos viejos a golpes de bastón”.
Simone —que, como señalábamos, había venido a España a alistarse en el bando republicano— vio también en la retaguardia y en las trincheras, con sus correligionarios anarquistas, lo suficiente como para sentirse desilusionada y para tomar conciencia de que, después de haber ido como «voluntaria con ideas de sacrificio, se termina en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios». Confiesa, por ello, en su carta la decepción y el horror que le produjo oír a “hombres que parecían valientes, que contaban sonriendo cuántos sacerdotes o fascistas habían matado”. Acaba su misiva diciéndole a Bernanos que “aunque sea Ud. monárquico, está más cerca de mí que mis compañeros de las milicias de Aragón, esos camaradas a los que, sin embargo, yo amaba”. Ambos parecen coincidir, además, en que debajo de todas esas criminales atrocidades de los dos frentes “estaba, más que la maldad el miedo” (9).
Al poco tiempo de su regreso a París, el 25 de septiembre, el grupo internacional del que ella formaba parte será aniquilado en Perdiguera (10).
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos: Edith Stein, Simone Weil, Hanna Arendt, trad. de Tomás Onaindia, Edaf, Madrid, 2003, pp. 29 y 37-39. Alain: pensador fuera de lo normal que rechaza las ideas preconcebidas e insiste en que el estilo de escritura de sus alumnos traduzca sus pensamientos. Simone asiste a sus clases, tres veces por semana, de dos horas cada una. Se estudian dos grandes autores cada año, un filósofo y un poeta o un novelista. En 1925, Simone estudia a Platón y Balzac, y, al año siguiente, las Críticas de Kant y la Ilíada, que tanta importancia tuvo para ella durante mucho tiempo, además de los Pensamientos de Marco Aurelio y el amor fati de los estoicos. Le interesan Platón, Kant y Espinosa, siente predilección por Descartes. La mayor parte de los datos biográficos proceden de este admirable ensayo.
2) Cuenta Silvie Courtine que allí se presenta acompañada de su madre y la confunden con una estudiante. Tiene quince alumnas en filosofía y además enseña griego en tercero de bachillerato. Su madre se ocupaba de sus sucesivos destinos profesionales en las diferentes provincias intentando suavizar la dureza de las condiciones materiales que su hija se impone. La relación de Simone consigo misma fue muy exigente y áspera.
3) El panorama del paro era desolador: cerca de ocho millones de parados, de los cuales solo cinco y medio reciben alguna ayuda del Estado, quedando los otros a cargo de sus familias o reducidos a la condición de mendigos o ladrones (vid. Simone Courtine-Denamy, op. cit, p. 95).
4) Antes de comenzar su trabajo quiso terminar su «Gran obra», su testamento: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. Encabezaba su escrito este epígrafe del Tratado teológico-político de Espinosa: «Ante las emociones humanas, no reír, no llorar, no indignarse, sino comprender». Para ella, por cierto, Espinosa es, con Chaplin, ¡el único gran hombre judío!
5) Ese era el objetivo de sus Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. En su petición de baja provisional de la enseñanza adelantaba, a modo de justificación, su deseo de preparar una tesis de filosofía sobre la relación de la técnica moderna con nuestra organización social y nuestra cultura.
6) A la espera de Dios, Trotta, Madrid, 1996, p. 40.
7) Echar raíces, Trotta, Madrid, 1996, p. 232.
8) El antifascismo de Simone no deja lugar a dudas, así como su participación en las reuniones del Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas conducido por Langevin y Alain.
9) Tomado de José I. González Faus, Luz y sombras. A propósito de Simone Weil, C J Cuadernos, nº 223, Barcelona, 2021, p. 31.
10) Cfr. S. Courtine, op. cit, p. 136: Si bien sigue mostrándose solidaria con los republicanos, asistiendo a reuniones del Socorro Internacional Antifascista (conocido como Socorro rojo) ––aunque se negaba a levantarse cada vez que sonaba La Internacional—, renuncia sin embargo a volver a España cuando toma conciencia de que esta guerra civil se ha convertido en un campo donde se enfrentan las ambiciones de las grandes potencias, Rusia, Alemania, Italia, y en una confrontación cada vez más evidente entre comunismo y fascismo… Advierte contra el peligro de transformar una guerra civil en una guerra internacional.
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