II. EL PROYECTO BACONIANO Y SUS IMPERATIVOS
Como se apreciará fácilmente, el proyecto baconiano no era muy distinto del proyecto científico moderno; era el germen de lo que, con el transcurrir del tiempo, dará lugar a nuestra civilización científico-técnica. Sus principios y finalidades son las mismas que inspiran nuestras sociedades industriales y presiden su apuesta por el desarrollo y el progreso indefinido y que podríamos recapitular en una serie de imperativos y prescripciones organizativas muy precisas, a saber:
1º) El Imperativo técnico: que prescribe que todo lo que puede hacerse, se hará y cuyos lemas programáticos —poder implica deber y saber es poder— siguen vigentes casi cuatro siglos después de ser formulados. Imperativo que hoy se encarna en el habermasiano interés de dominación científico-técnica (1), característico de las ciencias experimentales modernas, y que preside las grandes revoluciones científicas de nuestro tiempo, tanto en el plano de la física (energía nuclear) y de la genética (proyecto Genoma humano), como en el plano de las TIC y de las biotecnologías. En la bensalemiana este interés de dominación fructificará en una serie de ingenios y descubrimientos sorprendentes para su tiempo (y que anticipan toda una serie de inventos posteriores), como son: dispositivos y técnicas para la producción de nuevos metales artificiales, la creación de nuevas formas de vida vegetal y animal (Hallamos medios para mezclar y hacer copular a especies diferentes, lo que ha producido especies nuevas, y no estériles, como es opinión general (2), el establecimiento de todo tipo de industrias alimenticias, además de numerosos procedimientos (disecciones, trasplantes etc.) y fármacos para la preservación de la salud, la curación de enfermedades y la prolongación de la vida humana.
En sus estancias, se posibilitó la invención de una serie de lentes para ver pequeños y diminutos cuerpos (microscopios) y para ver lo que está demasiado lejos como cercano (telescopios) y de dispositivos desaladores del agua marina, cámaras de salud para la purificación del aire; la creación artificial de huertos y jardines en los que “los árboles y flores vengan antes o después de su estación y que crezcan y den fruto más rápidamente que según su curso natural”, así como de milagrosas técnicas transgénicas; la producción de mecanismos para multiplicar y reforzar los vientos, y hasta el diseño y construcción de unas enigmáticas habitaciones de vistas, como la legendaria tabla o mesa de Salomón, desde las que podían verse cualesquiera partes del mundo y que parecen anticiparnos la televisión e incluso los ordenadores, tablets e Internet.
Sus múltiples hallazgos técnicos les permitieron, en fin, edificar casas-sonido, casas-perfume, casas-confitura, casas-máquina, casas de matemáticas, casas de engaño de los sentidos: esto es, todo tipo de laboratorios experimentales. Además de la fabricación de todo tipo de armamentos, máquinas voladoras y submarinos y otros cientos de artefactos, artilugios, autómatas e ingenios mecánicos, cuya enumeración resultaría prolija en exceso (3):
“Imitamos también los vuelos de los pájaros; tenemos algunos acondicionamientos para volar en el aire; tenemos barcos y botes para ir bajo el agua y corrientes de los mares (…). Tenemos diversos relojes curiosos, y mociones [movimientos] oscilatorias semejantes y algunas mociones continuas. Imitamos también mociones de criaturas vivientes mediante estatuas [reproducciones] de hombres, bestias, pájaros, peces y serpientes” (4).
2º) La Organización colectiva de la investigación científica: La ciencia no debe ser, para los bensalemianos, un pasatiempo espiritual o un medio de promoción individual. Bajo la forma de la división especializada del trabajo y la cooperación entre los distintos investigadores (equipos de investigación, proyectos o líneas de investigación, como en las universidades e instituciones científicas actuales) la ciencia debe cumplir un papel social dirigido a un mejoramiento y bienestar de la sociedad y de la vida humana.
Existe, en este sentido, entre los sabios de la Casa de Salomón, una precisa división del trabajo: unos, llamados mercaderes de la Luz, viajan al extranjero con misiones de investigación científica, otros, los depredadores o venatores, entrevistan a artesanos para recoger sus secretos y trucos de oficio; los analistas (hombres del Misterio), estudian libros y manuscritos de todos los tiempos. Después vienen los experimentadores o exploradores, los clasificadores de experimentos o compiladores y, por último, los científicos, o teóricos sintetizadores, a los que denomina los Bienhechores, encargados de realizar síntesis y de sacar leyes; periódicamente se reúnen para puntualizar los experimentos decisivos y los programas de investigación (5).
Todos los científicos-investigadores de la Casa de Salomón se comprometen bajo juramento —como si de una nueva secta pitagórica se tratase— a guardar secreto acerca de sus descubrimientos; éstos sólo pueden ser conocidos, en algunos casos, por el rey o por el Senado, afirmándose, así como una privilegiada aristocracia del saber:
“Tenemos consultas sobre qué invenciones y experiencias de las que hemos descubierto deben publicarse y cuáles no; y hacemos todos un juramento de guardar secreto a fin de ocultar lo que creamos conveniente que permanezca secreto, si bien algunas cosas las revelamos algunas veces al estado, otras no” (6).
3ª) Carácter progresivo, acumulativo y universal del conocimiento científico y del dominio técnico: La ciencia debe organizarse como una empresa metódica e ininterrumpida, encaminando la investigación y sus resultados prácticos al dominio y sometimiento técnico de la naturaleza y a su manipulación al servicio del hombre y de la sociedad. Saber científico y técnicos aunados, porque en Bacon el interés especulativo se une al interés pragmático técnico: recordemos que “saber es poder”. Este proverbio o apotegma baconiano preside el “matrimonio de la mente y el universo” que profetizó nuestro pensador en La Gran Instauración. De este matrimonio, en efecto, habría de surgir “una línea y calidad de invenciones que, hasta cierto punto, puede vencer y superar las necesidades y miserias de la humanidad”. Pocos negarían hoy que la visión de Bacon se ha cumplido con creces en los países industriales avanzados y que, como tantas veces postulase nuestro filósofo, la relación de la ciencia humana con la naturaleza está basada en un manifiesto vínculo de dominación (7).
4º) Carácter estatal y político de la ciencia: El Estado (representado en la ficción literaria por la Casa de Salomón) tiene por objeto primordial asegurar las condiciones óptimas para el desarrollo de la investigación científica y su eficaz funcionamiento. Hasta tal punto la Ciencia es una cuestión de Estado que, como antes señalábamos, las autoridades de Bensalem envían clandestinamente agentes o espías científicos a los países extranjeros para que se informen sobre sus adelantos e inventos científicos para beneficio propio. Si para Thomas More la educación era una empresa social dirigida a enriquecer la personalidad de cada ciudadano para el bien de la comunidad, para Bacon es tarea de un puñado de especialistas, pagados por el Estado, pero totalmente separados del pueblo (8).
Con este relato utópico se va a inaugurar el segundo modelo de utopía(s) de la modernidad: el modelo tecnópolis o de las utopías técnicas (científico-técnicas). Frente a las utopías sociopolíticas o sociales -representadas por el modelo eutópico moreano– que pretendían la realización terrena del paraíso mediante una nueva redistribución de la riqueza social y la transformación revolucionaria de las estructuras económicas y de la propiedad existentes, estas nuevas utopías técnicas -encarnadas por el modelo utópico baconiano– confían en que serán las innovaciones y adelantos científico-técnicos los promotores e impulsores del progreso material y económico y, en consecuencia, del cambio político y social.
Si el modelo eutópico moreano ha presidido el diseño de la mayoría de las utopías políticas y sociales posteriores (hasta los proyectos ensayados de los socialistas utópicos del XIX: falansterios de Fourier, Nuevas Armonías de Owen, Icarias de Cabet (9), el modelo tecnopolita o tecno-utópico baconiano (y, en parte, también de la Civitas Solis de Tommaso Campanella) ha jugado idéntico papel paradigmático o arquetípico para las utopías científico-técnicas y para las anticipaciones de la ciencia ficción (por eso Jean Servier dirá que la Atlántida “tiene un carácter de Ciencia ficción más que de utopía moral” (10).
Las utopías sociales experimentales, nacidas de Thomas More, fracasaron por no haber tenido en cuenta la verdadera condición humana, por no haber contemplado las debilidades, las motivaciones y conflictos más obvios que afectan a la naturaleza humana desde que el hombre es hombre: el egoísmo, el orgullo, la envidia, la ambición etc., y, en definitiva, por no haber incluido en sus planes la ciencia y la tecnología como motores del progreso material y económico. Sus proyectos sociales eran, efectivamente, pre-técnicos, pre-industriales, agrícolas. Sólo pensaron la técnica como simple “alivio del trabajo”. Eran sociedades igualitarias pero sobrias, austeras, de escasez más que de abundancia.
Las utopías tecnológicas, por el contrario, comprendieron mejor la revolución Industrial que se avecinaba, y el progreso material, económico y de bienes de consumo que ella traería: en lugar de la “frugalidad igualitaria” se proponían la “abundancia para muchos” y apelando, precisamente, a esa codicia y ambición humanas que las utopías sociales o eutopías (“idealizadoras” de la naturaleza humana) habían pretendido ignorar. Con Bacon “la nueva religión de la ciencia trajo la promesa de un paraíso en la tierra”, en palabras de Karl Popper.
Confiado en que la vida del hombre puede transformarse por medio de la ciencia, Bacon imagina una utopía que, aunque formalmente siga la línea de las utopías sociopolíticas clásicas -la ficción de un Estado ideal en el cual los ciudadanos son felices en virtud de una perfecta organización social- se diferencia de ellas en que la causa eficiente que ha de lograr ese Estado deseado no será una constitución política o una organización socioeconómica determinadas, sino la Ciencia. Sólo mediante un control de la naturaleza, que facilite los medios precisos para la vida, podrá alcanzarse la armonía entre los hombres. En este sentido, Benjamín Farrington escribirá con toda razón que:
“Bacon imaginó una utopía, como tantos otros, pero hay algo en ella que la hace diferente. No se trata simplemente de una sociedad ideal que quizá existió en el pasado, sino de una sociedad que el nuevo tipo de saber va a originar” (11).
El mensaje es claro: la ciudad ideal debe realizarse en el futuro y gracias a la nueva ciencia. El proyecto utópico, o mejor ucrónico, de F. Bacon apela explícitamente a las generaciones futuras: son ellas las que perseguirán la gran empresa de transformación de la condición humana gracias al nuevo “Organon”, al nuevo método científico que él enseña y propugna.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Jürgen Habermas, Conocimiento e interés, Taurus, Madrid, 1982.
2) Francis Bacon, Nueva Atlántida, Traducción del inglés, introducción y notas de Emilio G. Estébanez, Mondadori, Madrid, 1988, p. 184.
3) Ibíd, pp. 181-190.
4) Ibíd, op. cit., p. 189.
5) Ibíd, pp. 190-191.
6) Ibíd, p. 191. Todo lo cual indica la férrea división del trabajo científico entre especialistas que difícilmente pueden comunicarse con un saber vecino, y también que el saber científico está en manos de una clase dada, de una minoría privilegiada, y que los que están fuera de ella no tienen acceso a esos secretos. Y sobre todo: que el Saber depende del Poder establecido, está a su servicio e interés.
7) Por ello, cuatrocientos años después de Bacon, el filósofo germano Hans Jonas todavía ha podido decir, confirmando las tesis del filósofo británico, que: “No sólo la relación del hombre con la naturaleza es una relación de poder, sino que la naturaleza misma es concebida en términos de poder. Así pues, es una cuestión de gobernar o de ser regido; y ser dominado por una naturaleza innoble, afín o sabia, significa esclavitud y por ende, miseria. El ejercicio del inherente derecho del hombre es también, por consiguiente, la respuesta a una básica y continua emergencia o necesidad urgente de una lucha decretada por la condición humana” (Cfr. El Principio de Responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Herder, Barcelona, 1995. Sobre esta temática véase también: Jean-Claude Guillebaud, El Principio de Humanidad, Espasa, Madrid, 2002).
8) Esto es, precisamente, lo que Michel Serres (Hermes III, La traduction, Editions de Minuit, París, 1974, capítulo Trahison: la thanatocratie pp. 73-104) ha denunciado sobre las relaciones vigentes en nuestra sociedad entre la tecnociencia, el poder y el militarismo: salvando las distancias, lo que Bacon postulaba para su comunidad ideal (Bensalem) es algo parecido a lo que ocurre en nuestras Comunidades científicas y Universidades —configuradas como celdas de especialistas y con una celosa separación de saberes—, lo que muchas veces conduce a la incomunicación o al esoterismo más elitista, y cuyos programas y líneas de investigación dependen por lo general de los intereses del Sistema Industrial y/o Militar. Es el mismo modelo que rige, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, en nuestras Sociedades Industriales avanzadas, con sistemas de codificación del conocimiento cada vez más complejos y en menos manos.
9) Sobre las utopías de los socialistas utópicos véanse: Isabel de Cabo, Los socialistas utópicos, Ariel, Barcelona, 1995; Dominique Desanti, Los socialistas utópicos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973; A.L. Morton, Las utopías socialistas, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1970. A través de la biografía novelada de Flora Tristán y de Paul Gauguin, Mario Vargas Llosa en El paraíso en la otra esquina (Alfaguara, Madrid, 2003), analiza e ilustra magistralmente el mundo de las utopías socialistas del siglo XIX para mostrarnos su carácter de espejismo, de ilusión engañosa, la mayoría de las veces con trágicas consecuencias.
10) Citado en Yuli Kagarlitski, ¿Qué es la ciencia-ficción?, Labor, 1977, pp. 64 y ss.
11) B. Farrington, Francis Bacon. Filósofo de la Revolución Industrial, op. cit., p. 146.
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