En la pasada Feria del Libro de Granada, Eva Molina, profesora del IES Francisco Ayala, presentaba su poemario ‘La mirada rasante’ (Bartleby Editores). Concretamente, el acto se celebró el 28 de abril, a las 11 de la mañana, en la Sala Zaida y contó con una compañero de mesa excepcional, su admirado profesor de Filosofía, Tomás Moreno Fernández. Reproducimos a continuación el texto íntegro de su presentación, ilustrado con algunas fotos de la jornada:
I. SOBRE LA RAZÓN POÉTICA
Para entender la manera en la que nuestra poeta y pensadora Eva Molina Saavedra afronta su vida y su realidad desde su poética, debemos conocer no sólo la perspectiva o punto de vista en la que ella se sitúa para tan difícil tarea, sino también el “estado de ánimo” (Stimmung) y, sobre todo, la disposición intelectual desde la que la emprende. Y esa disposición intelectual tiene un nombre: Razón Poética.
La expresión “Razón Poética”, fue acuñada por la gran pensadora española María Zambrano en Hacia un saber sobre el alma, de 1934. Joven discípula de Ortega y Gasset, y seguidora del raciovitalismo de su maestro, considera que la razón humana no puede ser concebida, “como algo aislado o separado de la vida, sino que está envuelta e inserta en ella; de ella nace y a ella vuelve”.
Asimismo, nuestra filósofa, andaluza, de Vélez Málaga, sostiene que, desde una racionalidad positivista, cientificista, “extraña” a su esencia más íntima, y, en ocasiones, aniquiladora de la Vida —cómo sería también la hoy denominada razón instrumental— la Vida no puede ser explicada. Sólo mediante una Razón respetuosa, amorosa, incluso tierna, que crea, vive y lucha, esa explicación es posible.
Así, la razón (y, en consecuencia, la filosofía) “habitará los lugares en los que la vida habla, se expresa y crea. De esta forma, la poesía, en su sentido más amplio, es una invitación para la filosofía. Y, asimismo, la filosofía una posibilidad para la propia poesía. La fusión entre poesía y filosofía abrió un camino expedito para la exploración profunda y cordial del ser y de la realidad: ese camino es el de la Razón Poética”.
Pues bien, este hallazgo filosófico, conceptual o categorial de María Zambrano, tuvo su correlato y correspondencia, por la misma época, con los logrados por una serie de pensadoras y filósofas europeas, entre las que cabe señalar a la germana Edith Stein, con su “razón empática o afectiva” (Einfühlung); a la francesa Simone Weil, con su “razón compasiva”, amorosa y solidaria; a la judeo-alemana Hannah Arendt, con su apelación al “corazón que comprende” –de resabios pascalianos (“el corazón tiene razones que la razón no comprende”)— e incluso a la pensadora italiana Paula Boella, autora de Pensar con el corazón (2010), obra en la que analiza conjuntamente el pensamiento de H. Arendt, S. Weil, E. Stein y M. Zambrano.
Esta posición filosófica, acerca de la razón cordial o emocional, será confirmada años después por investigaciones neurológicas y psico—cognitivas, como las llevadas a cabo algunos decenios más tarde por el neurocientífico portugués, Antonio Damásio en El error de Descartes (1994), y por la filósofa estadounidense Martha C. Nussbaum en Paisajes del pensamiento. La inteligencia de las emociones (2001), quienes, desde un punto de vista científico dotaron a sentimientos y emociones de valor cognoscitivo, mostrando la conexión indisociable entre Cuerpo, Emociones/Sentimientos y Cerebro/Mente.
Este es el contexto o marco epistémico-filosófico en el que se sitúa —y desde el que es entendible o inteligible— la obra poética de Eva Molina Saavedra, ya que en su poesía impulsada –a nuestro parecer— por la Razón Poética zambraniana se aúnan y funden lo conceptual (filosófico) y los sensible (poético) de una manera integrativa y complementaria.
II. “LA MIRADA RASANTE”
A este respecto, este Poemario, recién salido de la imprenta, La mirada rasante de Eva Molina Saavedra, bellamente publicado por una de las editoriales más selectas y exigentes de poesía existentes en nuestro país (Bartleby Editores, Madrid, 2024), ejemplifica a la perfección los rasgos o características que la Razón Poética de María Zambrano exigiría/señalaría para una pertinente y adecuada poetización racional del ser o de lo real. No abundan en el panorama poético español, textos poéticos y poetas que puedan ser etiquetados o incluidos en esta tendencia, cada vez más cultivada por las nuevas generaciones.
Su autora, Eva Molina Saavedra, es Master en Cinematografía por la Universidad de Córdoba, Licenciada en Antropología Social y Cultural por la UNED y en Filosofía por la Universidad de Granada. Ejerce la docencia como profesora de Filosofía en un Instituto de enseñanza secundaria de Granada. Este es su primer Poemario publicado, aunque su poesía, de ya largo recorrido, haya sido incluida en varias selectas antologías, y aparecido en diversas prestigiosas revistas…
Su libro, consta de cuarenta y nueve poemas distribuidos en tres partes. Son poemas en su mayoría breves, de poca extensión, la mayor parte titulados con un sólo término, sustantivo o verbo, y solo unos pocos con una expresión o sintagma. Su concisión, ya nos avisa de la concentración y condensación conceptual del poema que sigue a continuación, en el cual todo está medido, pensado y sopesado, para desembocar, muy a menudo, en una conclusión inesperada, paradójica o sorprendente, pero siempre brillante y lúcida:
“Quiero ser una planicie infinita
extendida por los dedos de la aurora
o que, cuando despierte,
un rayo me haga desaparecer,
porque no sé sobrevivir a octubre
(del poema “Derrumbe”)
Como señala acertadamente, en la contraportada, el poeta y crítico Juan Carlos Abril: “La mirada rasante se sitúa en el territorio de introspección meditativa desde el cual asomarse a descubrir realidades insospechadas, a partir de una hipersensibilidad que no renuncia a rebelarse contra la injusticia o el absurdo”:
“Para que no te duela la otra orilla
Habría que arrancarse el corazón.
¿o acaso se puede olvidar
que hay personas durmiendo en la acera?” (de Lo Necesario).
En la travesía del yo poético por los vericuetos, casi siempre procelosos de la intimidad, se hace necesario –parece postular nuestra poeta— desprenderse de la hojarasca retórica que nos impide la visión de la verdad en el viejo sentido ontológico griego de (a-létheia): como aquella verdad que se alcanza tras des-velarla, des-ocultarla y des-cubrirla “desnuda”. Es esa aspiración a la poesía desnuda, pura, lo que Eva Molina nos quiere transmitir en el primero de todos sus poemas — toda una “poética” –, con el que se inicia el libro:
“Aprender a miniar la pátina del tiempo,
exige sumisión del iniciado,
y así, como una onda
sin forma, la palabra
se abre paso por instinto,
golpea, se amansa, vierte su reguero
y se desnuda para entrar en ti” (de “Oficio”).
No otra cosa anhelaba y pretendía nuestro Juan Ramón Jiménez, en Eternidades (de 1917, su segunda etapa), en donde ya pedía para su poesía —personificada como una mujer— esta misma noción (“desnuda”), en su célebre poema que se inicia con el verso “Vino primero pura, vestida de inocencia y la amé como un niño” … Luego, confiesa el poeta, se fue vistiendo con ropajes y la fue odiando, sin saberlo, hasta que, tras irse desprendiendo de todos ellos, “se quedó con la túnica de su inocencia antigua”. Para concluir finalmente: “Y se quitó la túnica / Y apareció desnuda toda / ¡Oh pasión de mi vida, poesía / desnuda, mía para siempre!”).
La poesía de Eva Molina Saavedra, sumamente original y sugestiva, trata de conciliar lo sensible, emocional e imaginario, característico del lenguaje poético convencional, con lo inteligible, conceptual, e ideal, propio de una poética filosófica más abstracta, que intenta aprehender los aspectos o dimensiones más profundas de lo real y nuestras múltiples “posibilidades de “ser”:
“Tú puedes ser enfermedad, pobreza,
atribución, azar, principio…
muerte o vida” (de “Enmienda”).
Y si preguntásemos ¿cuáles son los temas, las constantes, los leitmotivs de su Poemario? Responderíamos, sin dudarlo un instante, que los habituales de todo poeta que se precie: los “universales antropológico-poéticos” de la literatura universal y de todos los tiempos: la vida y la muerte, el amor y el desamor; la fugacidad del tiempo y la brevedad de la vida; el deseo y la pasión; la soledad y el olvido; el vértigo y el éxtasis…
Y, además, en el caso de la poesía de nuestra autora, significativamente los temas tratados a lo largo de su libro, reflejan lenguajes y motivos propios de su experiencia formativa en la cinematografía, así como las cuestiones antropológicas y los interrogantes filosóficos característicos o específicos de sus otros estudios. En el caso cinematográfico encontramos recursos retóricos como la técnica del flashback, utilizados tanto en la literatura, como en el cine, y que presentan a la conciencia y en la pantalla escenas retrospectivas con las que se altera la secuencia cronológica del relato, conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado.
Asimismo, sus intereses sociopolíticos y antropológico-culturales reúnen como en una especie de itinerarium vitae, desde la ácrata rebelión y guerra íntima contra el poder del Estado, hasta la recreación de una serie de vivencias relativas a la atracción del cuerpo y del vínculo carnal con el otro (de “Vínculo”); al amor como necesario “olvido de uno mismo” (de “Destino”); o a la nostalgia del pasado dorado y feliz de la infancia (de Capitular) …
No faltan tampoco el recuerdo de experiencias más traumáticas o más felices. “Y, por encima de todo, la esperanza”; aunque finalmente nos acoja la muerte:
“En un hueco, sin luz,
la nada enmarca nuestras horas
con latidos de un simple mecanismo
que expanden polvo enamorado (de “Respirar”).
Poema que no puede ocultar sus evidentes resonancias quevedianas, del soneto Amor constante más allá de la muerte: “serán ceniza mas tendrán sentido / polvo serán, mas polvo enamorado”)
III. LAS PRESENCIAS Y LAS VOCES POÉTICAS
Desde el punto de vista poético-literario las presencias y voces más visibles y audibles, a nuestro parecer, en su poética y en su visión o concepción del mundo, nos remitirían a la “poesía pura” y conceptista de Paul Valery, a la poesía metafísica y ontológica –del ser, de los entes o seres— del autor de Cántico, Jorge Guillén, y, cómo no, a la sensible Emily Elizabeth Dickinson, por su infatigable búsqueda de su intimidad más honda y personal en su deslumbrante, dramática y melancólica visión de la vida, del amor, de la naturaleza y de la muerte y por su ininterrumpida experimentación poética.
Sin olvidar, finalmente, la influencia del poeta anglo americano Thomas Stearns Eliot, el poeta de Tierra baldía (1922) y de Cuatro cuartetos (1936 y 1942), testigo de la desolación y desorientación de nuestra época sin esperanza, ya vislumbrable tras la caída de los valores que sustentaban nuestra milenaria civilización. Un poeta “cumbre” de la poesía de nuestro tiempo, que propugnó también una poesía que fuese fusión de intelecto y sentimiento –caracterizada por su típico lenguaje abierto a ecos de misterio, a resonancias simbólicas y metafísicas.
Soy consciente de que en esta relación de influencias, hemos obviado muchas otras, que hemos podido percibir/atisbar en la lectura del libro de manera explícita o implícita (patente o latente), y que van desde el Dante de la Divina Comedia hasta el García Lorca de Poeta en Nueva York; desde Juan Ramón Jiménez hasta Quevedo (poetas metafísicos, sin duda) para concluir con los “haikús japoneses”, cuyos ecos, imágenes y reflejos se dejan entrever en muchos de sus poemas, y más concretamente en su poema “Filia”, por su impresionismo y su captación del “instante y del éxtasis”, en sencillas escenas de la vida cotidiana, familiar o natural.
Quedan para el final las huellas imborrables de tres filósofos: Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger y María Zambrano. El primero, Nietzsche, por su voluntad de vivir, por su afirmación sin condiciones de la vida, su “sí a la vida”, a pesar del dolor y del sufrimiento que pueda conllevar (en “Dominio”). Ello será el compendio o sinopsis más explícito y certero de su doctrina del “amor fati”, amor al destino: al eterno retorno, o perpetua repetición de lo mismo.
Heidegger, el segundo, por su atenta escucha de lo que le dice la tierra, el mundo real, porque sólo el que es capaz de “escuchar el mundo”, se hace apto para escrutar sus secretos más escondidos. Nuestra poeta, en sintonía con el filósofo de Ser y Tiempo, también nos lo recuerda: “Reivindico el respeto a lo real, / la escucha”, (de “Sólido”).
Paul Ricoeur en su ensayo La Metáfora viva, reconocerá a este respecto que para Heidegger “el pensamiento mira escuchando y escucha mirando”, recordándonos por ello mismo que para el filósofo germano “pensar es oír y ver”. Algo semejante nos sugiere nuestra poeta, cuando evoca, a lo largo de su Poemario, desde el título mismo de su libro, La mirada rasante, tanto el sentido de la visión, como el del oído, reivindicado en su más noble función de “escucha”, que llegan a consagrarse, así, como intérpretes de los signos de la existencia. Sólo el arte de la mirada y el de la “escucha atenta”, pueden preservarnos del nihilismo, que se halla sin fuerzas para volver a comprender el significado del mundo, como parecen sugerirnos poemas como “Bajo otra luz” y “Gigante”.
Y, finalmente, María Zambrano por el “aura” —esa misteriosa energía o emanación luminosa— que envuelve todo el Poemario, y de la que su metáfora del “claro del bosque”, de su último poema, Matriz, es la más pregnante y diáfana cifra y expresión. Y, también, por su convencimiento y constatación —con su ejemplo, su vida y su obra— de que tanto la filosofía como la poesía, son una forma de vida y una actitud ante el mundo…
Forma de vida y actitud ante el mundo que no son, en absoluto, patrimonio exclusivo y excluyente de ningún sexo, varón o mujer, sino innato patrimonio de todo ser humano, pese a lo afirmado por su querido maestro José Ortega y Gasset, para quien la mujer estaba incapacitada para la lírica, o, vale decir, para la expresión de su intimidad más honda y personal, ya que, en su opinión, la mujer carecía de interioridad profunda, e incluso de individualidad, como escribe en su comentario a “La poesía de Ana de Noailles”, de Estudios sobre el amor.
IV. DE LA MUJER Y DE LA POESÍA LÍRICA
Permítanme un paréntesis o breve excurso en torno a esta “estrafalaria” —por gratuita y misógina— opinión del maestro Ortega acerca de la mujer como poeta. La razón de tal ocurrencia, según nuestro conspicuo filósofo, residía, en que el lirismo es la cosa más delicada del mundo:
“Supone una innata capacidad para lanzar al universo lo íntimo de nuestra persona…. Ahora bien: estas condiciones sólo se dan en el varón. Sólo en el hombre es normal y espontáneo ese afán de dar al público lo más personal de su persona”, frente “al cauto hermetismo femenino”.
Así contraponía nuestro pensador raciovitalista la intimidad velada femenina Vs. la intimidad desvelada varonil. Por lo visto, Ortega no supo o no pudo llegar a apreciar, la profundidad de reflexión crítica, de estética belleza y de honda emoción lírica de muchas escritoras y poetas eminentes al tratar de examinar y escudriñar su ser o intimidad profunda, y cuya obra pudo conocer sin duda, como la de Santa Teresa de Jesús (XVI); la de la monja jerónima mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, (XVII); la de la insuperable narradora británica Jane Austen (XVIII); o la de la admirable y sensible poeta gallega, Rosalía de Castro. E, incluso tal vez, la de la genial norteamericana Emily Dickinson (1830-1886) cuya obra se conoció ya en 1890 (XIX).
Tampoco pudo valorar y disfrutar —y en este caso por pertenecer a una época histórica posterior a la del filósofo madrileño (fallecido en 1955) — del enorme valor poético, lírico, de otras mujeres escritoras y poetas geniales que fueron conocidas a partir de la segunda mitad del XX, entre las que cabe destacar a las rusas coetáneas Anna Ajmátova y Marina Esvietáieva, perseguidas y represaliadas por Stalin; a la francesa-(de ascendencia belga) Marguerite Yourcenar; a la polaca Wislawa Szymborska premio Nobel de literatura, 1996, o en fin, a la estadounidense Sylvia Plath autora de Ariel (recopilación realizada tras su muerte por su marido en 1965) y trágicamente fallecida en plena juventud, por sólo citar a unas pocas escritoras y poetas (XVI al XX) de indiscutible calidad].
Nadie hoy, afortunadamente, distingue entre poesía femenina y poesía masculina o entre filosofía de varones o de mujeres. “El espíritu no tiene sexo” llegó a decir en pleno siglo XVII el discípulo de Descartes, François Poullain de la Barre (1647-1725), un lúcido y valeroso clérigo racionalista, quien, en pleno siglo XVII, en su tratado “De la igualdad de los sexos, discurso físico y moral donde se ve la importancia de deshacerse de prejuicios”, editado en París en 1673, salió en defensa de la igualdad moral e intelectual de los dos sexos y sostuvo la identidad de las aptitudes de ambos, ya que si bien hay separación entre Alma/Espíritu (mente, razón) y Cuerpo: ”EL ESPÍRITU NO TIENE SEXO”.
En una época en la que se privaba a la mujer de su racionalidad abstracta, de su capacidad de deliberación ética, hasta incluso de su propia alma —de tener un alma, como el hombre varón— al suponerla sometida y dominada únicamente por afectos, sentimientos, emociones, pasiones e instintos, sostener como el valeroso y lúcido clérigo cartesiano, la igualdad entre todos los seres humanos, sin distinción de sexos, no deja de ser una proeza digna de recuerdo y encomio… Y, como Uds. comprenderán, a justificar tan obvia afirmación no voy a dedicar ni un segundo más. Al igual que la filosofía o la ciencia, la poesía y la literatura en general —por ser creaciones del Espíritu humano— no tienen sexo, en contra de lo que opinaba el ilustre filósofo Don José Ortega y Gasset. Y eso es algo que todos nosotros podemos compartir, sin ninguna duda, con Poullain de la Barre, con María Zambrano y con Eva Molina.
Retomemos, para finalizar, el hilo de nuestro comentario: En su Poemario, Eva Molina, nos ofrece una filosofía poética o una poética filosófica, que –volviendo, a las palabras de Juan Carlos Abril– “se apoya en un escepticismo tamizado y descreído que posee la poesía como asidero”. En efecto, la relatividad de todo, la contingencia de lo existente, la decepción serena al constatar los límites insalvables del conocimiento humano y la fragilidad insustancial de los valores, que acabarán disolviéndose o difuminándose, son nuestra única certeza… Sabiendo, por otra parte, que solo persistirá, permanente y constante, la madre naturaleza, inextinguible e ilimitadamente, como el verso de Thomas S. Eliot nos sugiere: “y fluye el agua bajo la roca” (verso que nuestra poeta incluye como cita en su poema “Desborde”).
De este bello libro de poesía podemos concluir, como epítome del mismo, el significado enigmático y profundo que connota su título: que la vida humana es una sucesión imprevisible y permanente de cambios de rasante. Y nuestra mirada, siempre avizor, pero cauta y precavida, debe ser debidamente adiestrada, porque nunca sabemos cuándo, ni dónde nos sobrevendrá, ni que nos deparará el próximo cambio de rasante para nuestras vidas.
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