I. LOS PRIMEROS SOCIALISTAS UTÓPICOS (1)
En septiembre de 1814 escribía Karl Marx a su amigo Arnold Ruge estas palabras: “Se verá que desde hace mucho tiempo el mundo posee el sueño de una cosa de la que tan sólo le falta tener la conciencia para poseerla realmente”. Ello no le impidió calificar de “utopistas” a los pensadores que, desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX, intentaron hallar un lugar en la tierra en el que realizar sus irrealizables sueños, anatematizándolos como socialistas ingenuos, idealistas y románticos, en contraste con los únicos socialistas dignos del nombre de científicos, sus seguidores.
El término socialista (“socialist”) fue usado probablemente por primera vez en 1827 en la revista oweniana “Co-operative Magazine”, y socialismo (“socialisme”), en 1832, en “Le Globe”, órgano de los saint-simonianos dirigido por Pierre Leroux. Lo difundió a través de la Revue encyclopédique y de L’Enciclopédie nouvelle. Todos los expertos en teoría e historia política coinciden en señalar como los primeros grupos socialistas a los saint-simonianos y los fourieristas en Francia y a los owenianos, en Inglaterra, unidos todos ellos por su crítica a la política, por privilegiar la “cuestión social” y por tratar de abolir la propiedad privada, fuente de la “desigualdad” entre los hombres, y sustituirla por alguna forma o modalidad de propiedad colectiva de los instrumentos de trabajo.
Coincidieron también todos ellos en su empeño por experimentar modelos comunitarios de vida, planeados con exactitud geométrica e igualitariamente previstos hasta en los menores detalles en todo lo concerniente a las comidas, el vestido, la arquitectura, los horarios, el trabajo, las relaciones afectivas y sexuales etc., y destinados a expandirse y multiplicarse por imitación o contagio en forma de “falansterios” fourerianos, “armonías” owenianas, comunas o “colonias” icarianas de E. Cabet etc. La ciega confianza en la educación de las jóvenes generaciones como instrumento esencial para la superación del individualismo egoísta y la instauración de una nueva sociedad más justa y benéfica, fue otra de las características por todos compartida.
Como ha señalado Armelle Le Bras-Chopard (2), los pioneros socialistas no sólo conservaban de la filosofía ilustrada del XVIII, de la que se decían herederos, el materialismo, la fe en la bondad de la naturaleza humana y en el poder de la razón, sino también la fe en el Progreso, base de su filosofía de la historia procedente de Condorcet, sino también el deseo de igualdad, el instinto amoroso o la aspiración a la unidad y a la armonía que informa el discurso utópico. Contaban ciertamente con precedentes por todos conocidos: las “ideas socialistas” —bien que con otras denominaciones— ya habían sido expresadas anteriormente, al menos desde de autores como Meslier, Mably y Morelly, de fines del XVIII, y por supuesto, si nos remontamos mucho más atrás, por parte de Platón, Tomás Moro o de toda la tradición literaria utopista del Renacimiento. Sin embargo, en todos esos casos eran manifestaciones –preconizadoras de sociedades igualitarias y económicamente organizadas en un comunismo de bienes- que tenían un carácter aislado, espontáneo y sin continuidad.
En consecuencia, y a pesar de la divergencia existente entre sus respectivas visiones utópicas, son esos tres pensadores reformistas (Saint-Simon y Charles Fourier en Francia y Robert Owen en Inglaterra) referencia obligada a la hora de situar el inicio del pensamiento socialista de una manera explícita y sistemática. Sin embargo, solamente Saint-Simón nos ofrece la particularidad de –-además de ser “socialista” — desbordar el marco definido del “socialismo utópico” stricto sensu, para representar, por una parte, el enlace entre la tardía Ilustración y el Positivismo naciente y, por otra, el inicio del filón cientificista y tecnocrático del socialismo en general. Es, sin duda, el filósofo pionero de la sociedad industrial.
A propósito estos tres pensadores, Marx y Engels reconocieron el valor crítico de sus doctrinas de carácter positivo acerca de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella “se borrarán las diferencias entre la ciudad y el campo” o las que proclaman “la abolición de la familia, de las ganancias privadas o del trabajo asalariado”, así como el anuncio de “la armonía social, la “transformación del Estado en un simple organismo administrativo de la producción”, pero atribuyen al escaso desarrollo del proletariado y de la lucha de clases el hecho de que “estos sistemas reconocen ya el antagonismo de clases […] pero no perciben todavía en el proletariado una función histórica autónoma, un movimiento político propio y peculiar” (3).
Por otra parte, el fracaso de esas comunidades reforzó, en opinión de Le Bras-Chopard, la severa crítica del marxismo hacia los utopistas, al evitar pasar por la política para realizar sus reformas y proyectos sociales, lo que hizo que sus autores fuesen llamados “utópicos”. Marx y Engels opusieron a la multiplicidad de sus “maquetas” la unidad del materialismo histórico, considerado el auténtico socialismo, “el socialismo científico” (4). En su opinión, el “socialismo científico” era el único que veía en la formación del proletariado industrial la auténtica vía de transformación comunista de la sociedad, en la lucha de clase revolucionaria el método de esa transformación, y en las contradicciones objetivas del “modo de producción capitalista” el inicio de su necesario fin y de su paso, también necesario, a un “modo de producción” superior. No obstante, ello, Marx y Engels no dejaron valorar positivamente muchos aspectos del “socialismo y comunismo crítico-utópico”, distinguiéndolo netamente del “socialismo reaccionario” (representado por escritores y pensadores que idealizaron las relaciones sociales del Antiguo Régimen) y del socialismo burgués de Proudhon, que no cuestionaba la substancia de las relaciones capitalista de producción.
La denominación de “comunista” de ese socialismo científico, asumida por la “Liga de Los Justos” en 1847 y por el “Manifiesto” de Marx y Engels, denota el clasismo de la nueva orientación con relación a los precedentes “sistemas socialistas”. En los prólogos de 1888 y 1890 al Manifiesto Comunista, Engels subrayará cómo en 1847 “socialistas” eran los owenistas y los fourieristas y los grupos más diversos de reformadores sociales, y “comunistas”, aquellos otros grupos obreros organizados sobre bases radicales, como los seguidores de E. Cabet y W. Weitling: “En 1847, el “socialismo” –-sostendrá el amigo y colaborador de Marx— designa un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento obrero”.
En 1839 todos estos grupos de “socialistas no marxistas” fueron denominados “socialistas utópicos” por el economista J.A. Blanqui en su Historia de la economía política, mientras se comenzaba a distinguir entre socialismo y comunismo. Denominación (“socialismo utópico”) que será consolidada por la clasificación de la literatura socialista y comunista realizada por Marx y Engels en el Manifiesto del partido comunista (1848).
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Nota del autor a los lectores: Dos grandes narraciones que les recomiendo nos informan de la “fascinante” (por imaginativa, divertida y procelosa) historia del socialismo utópico desde sus orígenes, avatares, características y protagonistas hasta su proyección, legado e influencia social y política en la historia de nuestro tiempo, sobre todo a partir de Mayo del 68 y de los movimientos contraculturales de esa denominada “década prodigiosa”. Dos relatos, uno histórico-ensayístico (“Hacia la estación de Finlandia” de Edmund Wilson, publicado originalmente en 1940, y en 1972, en su versión española por Alianza editorial) y el otro propiamente novelístico (“El paraíso en la otra esquina”, de Mario Vargas Llosa, publicado en el 2003, por Alfaguara). Su lectura haría innecesaria la búsqueda de información sobre esta temática en cientos de ensayos de mera divulgación mucho menos bellos literariamente, más aburridos y difíciles de encontrar).
2) A. Le Bras Chopard, “Los primeros socialistas”, en Pascal Ory (Dir.), Nueva Historia de las Ideas Políticas, Mondadori, Madrid, 1992, pp. 156-165. Véase también, A. L. Morton, Las utopías socialistas, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1970; Isabel Cabo, Los socialistas utópicos, Ariel, Barcelona, 1995.
3) Federico Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, Ricardo Aguilera Editor, Madrid, 1968, pp. 39-53.
4) A. Le Bras-Chopard, en Pascal Ory, op. cit. p. 157.
ÍNDICE:
I. LOS PRIMEROS SOCIALISTAS UTÓPICOS
II. DE LAS UTOPIAS RELIGIOSAS DEL XIX A LOS PROYECTOS COMUNALISTAS Y SECTARIOS DEL XX
III. SAINT-SIMON. PROFETA DE UNA NUEVA RELIGIÓN
IV. SAINT- SIMON. FILÓSOFO Y SOCIÓLOGO LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
V. LA ESCUELA SANSIMONIANA. EL PADRE: PROSPER ENFANTIN
VI. FOURIER Y LA ARMONIA PASIONAL DEL NUEVO MUNDO
VII. CHARLES FOURIER. EL FALANSTERIO COMO ORGANIZACIÓN SOCIAL
VIII. ROBERT OWEN Y LA UTOPÍA DE NEW ARMONY
IX. ÉTIENNE CABET Y LAS COLONIAS ICARIANAS
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