Tomás Moreno Fernández: «Utopías ensayadas: Una aproximación a la historia del socialismo utópico, (3/9)»

III. SAINT-SIMON. PROFETA DE UNA NUEVA RELIGIÓN

Claude-Henry de Rouvroy, conde de Saint-Simón —descendiente del autor de las Memorias sobre la corte de Luis XIV, poseedor del mismo título nobiliario— filósofo e historiador francés, nace en París (1760-1825), educado en un ambiente aristocrático, tuvo como preceptor al ilustrado d’Alembert, según confiesa en sus Memorias, y muy joven conoció a Jean-Jacques Rousseau, lo que marcó un hito en su vida.

Participó a los 19 años en la revolución americana, como miembro de una expedición militar francesa a favor de los insurrectos, regresando a su país con 23 años. Con menos de treinta años ya manifiesta su pasión fáustica por la ingeniería y por el dominio tecnológico de la naturaleza: en España presenta al rey un proyecto de canal para unir Madrid con el mar; para ello buscará la colaboración del banquero Conde de Cabarrús. Cuando regresa a Francia ya ha comenzado la Revolución. Asiste, sin una intervención activa, a los acontecimientos revolucionarios. Enemigo de los privilegios de la nobleza, llega a renunciar a su título nobiliario (1790), convirtiéndose en un simple sans-culotte.

En 1792 nombrado presidente de la Comuna de París renunciando a su título nobiliario y  adscribiéndse al ideario con el nombre de Claude Henri Bonhomme.

Encarcelado en 1793 en el Luxembourg, durante el Terror, por Orden del Comité de Salvación Pública, acusado de negocios o especulaciones financieras fraudulentas, tuvo allí, como en sueños, una especie de aparición alucinada de la imagen de Carlomagno quien le profetizó éxitos filosóficos que igualarían a los suyos en el campo de batalla. A partir de ese instante se consideró su descendiente y llamado a un gran destino histórico. Se cuenta que cada mañana el ciado encargado cada mañana de despertarle, le decía: “Recuerde, señor conde, que tiene usted que hacer grandes cosas”. En octubre de 1794 se le pone en libertad.

Durante más de veinte años había tratado de encontrar un método científico para descubrir una Ley General de los sucesos y hechos sociales semejante a la Ley de la Gravitación newtoniana que explicaba la totalidad de los hechos físicos del universo. A su consecución dedico estudios e investigaciones de manera infatigable: estudió cuatro años matemáticas, después cursos de medicina y fisiología; se relacionó con los científicos e investigadores más importantes de Francia. Comenzó a escribir durante el Imperio Napoleónico. En 1801 contrajo matrimonio con una literata noble Sophie Goury de Grandchamp, y al año siguiente se divorcia. En su primera obra, ya en su madurez vital con 43 años, Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos (1803) traza los grandes rasgos de lo que será su sistema filosófico. Propugna en él un gobierno inspirado en Newton, constituido por matemáticos, físicos, químicos, fisiólogos, literatos, pintores y músicos. Marcha a Alemania para conocer su nivel científico, que le decepciona. En esa época conoce la miseria económica. Pide ayuda a todos sus conocidos, que, incluso, solicitan para él una pensión de Ministerio del Interior, que rechaza. Su antiguo criado Diard lo acoge generosamente y le ayuda económicamente a editar su Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX (1808) en el que por vez primer analiza su “física social” que se convertirá con el tiempo en nuestra “sociología”. También se dirige a los intelectuales y a los gobiernos demandando una reorganización social presidida por un sistema unitario del saber. Con 54 años Saint Simon comienza a encontrar sus primeros discípulos: en 1814 el historiador Augustin Thierry, Léon Halevy, y otros. El conocido banquero Lafitte se convierte en su mecenas, asignándole una elevada pensión mensual y sufragando su revista “L’Industrie”. Se relaciona con financieros, científicos y artistas.

La popularidad ya le alcanza: Béranger, vedette de la canción popular compone una canción sobre él, que canta Rouget de L’Isle y Lafayette (1). Gentes del pueblo y magnates de las finanzas lo reconocen. De 1817 a 1824, tiene como colaborador al joven Augusto Comte, de 19 años, futuro fundador de una “religión secular rival” (el positivismo), que llega a decir de su maestro —al modo de un Juan el Bautista redivivo— que será el “profeta que debe salvar al género humano”.

Tiene 59 años cuando escribe y publica, ya en plena restauración monárquica su célebre Parábola política (1819). Además de la Parabole, propone un modelo de gobierno con tres Cámaras: una cámara de invención, en la que estarían los ingenieros, escritores y artistas (los jóvenes franceses de mayo del 68, hablarían de “la imaginación al poder”); una cámara de examen en la que estarían los hombres de la Razón: matemáticos físicos y fisiólogos; y una cámara de ejecución, en la que se reunirían los más prósperos industriales. Le siguen otras dos obras Del sistema industrial (1820-22) y “El catecismo de los industriales” (1823-24), compuesto por cuatro cuadernos, en tres de los cuales colabora Comte. Por esas fechas, 1819-20, edita el periódico L’Organisateur, en donde ha publicado su famosa “parábola” sobre la inutilidad de la aristocracia y demás clases improductivas. En 1823, tras perder el favor de su amigo Lafitte, tiene una tentativa de suicidio, la bala sólo afecta “la apófisis del ojo”.

A las pocas semanas del incidente, tuerto pero restablecido, conocerá a nuevos y decisivos discípulos (los hermanos Eugène y Olinde Rodrigues, banqueros y Politécnicos y a Prosper Enfantin, también Politécnico, el doctor Bailly y Duvergier; aunque pierda a uno de los primeros y más queridos: Augusto Comte, cuya manía persecutoria empeorará con la edad: tras seis años de unión afectiva e intelectual al sospechar que quiere apropiarse de sus ideas filosóficas. Tras su ruptura con Comte, su pensamiento asume un carácter marcadamente ético religioso y señala como fin último de la reorganización científica de la sociedad la mejora de las condiciones de la “clase más pobre y numerosa”.

En su inconcluso El Nuevo Cristianismo (1825), dejó a sus seguidores un mensaje social por el que puede incluírsele entre los “socialistas utópicos” y también entre los fundadores de una nueva religión secular, social o civil: un Nuevo Cristianismo. Las últimas líneas del libro que dejó inacabado dicen así: “¡Príncipes!: Escuchad la voz de Dios, que os habla por mi boca; volved a ser buenos cristianos, dejad de considerar los ejércitos a sueldo, los nobles, el clero herético y los jueces perversos como vuestro principal sostén; unidos en nombre del cristianismo, sabed cumplir con todos los deberes que éste impone al os poderosos; recordad que él les manda emplear sus fuerzas en acrecentar, lo más rápidamente posible, la felicidad social del más pobre” (2).

Tumba de Claude-Henri de Saint-Simon, en el Cementerio Père Lachaise, en París (Wikipedia)

Este fue el último descubrimiento de Saint-Simon: que la humanidad tiene un futuro religioso, que sólo una regeneración religiosa podrá organizar y sustentar la felicidad social. El 19 de mayo de 1825, el profeta de esa nueva religión fallece en París. Su periódico Le Globe, publicará, poco tiempo después, esta especie de testamento espiritual del gran reformador francés destinada a Rodrigues y demás discípulos: “La última parte de mis obras, el Nouveau Christianisme, no será comprendida inmediatamente. La gente creyó que debía desaparecer todo sistema religioso. Fue una equivocación; la religión no puede desaparecer del mundo, solo se transforma […]. Para hacer grandes cosas hay que ser apasionado […]. Toda mi vida se resume en un único pensamiento: asegurar a todos los hombres la mayor libertad posible para que puedan desarrollar sus facultades. El partido de los trabajadores se constituirá cuarenta y ocho horas después de haber salido nuestra segunda publicación. El porvenir es nuestro” (3).

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) Dominique Desanti, Los socialistas utópicos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973, pp. 73-177. En las calles parisinas, fábricas y talleres se escucha esta chanson: “He visto a Saint-Simon, el profeta / Primero rico, después con deudas / que, desde la base hasta la cima / Rehacía la sociedad / Rico por su obra iniciada / Viejo, para ella, tendía la mano / Seguro de que abrazaba las ideas / que debían salvar al género humano” (Ibid, p.89).

2) Sébastien Charléty, Historia del Sansimonismo, Alianza Editorial, Madrid, 1969, pp. 30-32.

3) Ibid.

ÍNDICE:

I. LOS PRIMEROS SOCIALISTAS UTÓPICOS
II. DE LAS UTOPIAS RELIGIOSAS DEL XIX A LOS PROYECTOS COMUNALISTAS Y SECTARIOS DEL XX
III. SAINT-SIMON. PROFETA DE UNA NUEVA RELIGIÓN
IV. SAINT- SIMON. FILÓSOFO Y SOCIÓLOGO LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
V. LA ESCUELA SANSIMONIANA. EL PADRE: PROSPER ENFANTIN
VI. FOURIER Y LA ARMONIA PASIONAL DEL NUEVO MUNDO
VII. CHARLES FOURIER. EL FALANSTERIO COMO ORGANIZACIÓN SOCIAL
VIII. ROBERT OWEN Y LA UTOPÍA DE NEW ARMONY
IX. ÉTIENNE CABET Y LAS COLONIAS ICARIANAS

 

 

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