VIII. ROBERT OWEN Y LA UTOPÍA DE NEW ARMONY
Robert Owen (1771-1858) los ingleses le reconocen la paternidad del ideario socialista y del movimiento cooperativo. Si en Saint-Simón su socialismo apenas se percibe y sus alegatos en pro de la llamada clase industriosa lo caracterizan como un pensador básicamente industrialista, y en Fourier su falansterio puede interpretarse como un simple cooperativismo, en Owen aparece –por el contrario- con más definido perfil un esbozo del ideario socialista. Nace en Newtown, Montgomeryshire en 1771. Hijo de un ferretero, a los 19 años era ya patrono de 500 obreros. Salido de la nada, en los tumultuosos años de la revolución industrial se convirtió en dirigente de fábricas textiles y desde 1799 en copropietario de las hilanderías de New Lanark (Escocia), donde puso en práctica las ideas filantrópicas y reformistas expresadas en Una nueva concepción de la sociedad (1813) y en Relación del condado de Lanark (1821) (1).
Esencialmente optimista, Owen considera que todos los hombres nacieron buenos y creados esencialmente para apreciarse y ayudarse mutuamente, pero las inhumanas condiciones de la sociedad de su tiempo -en plena emergencia de la sociedad industrial y maquinista- les ha inducido a odiarse y pelearse. Ha llegado el tiempo en el que mediante un método racional de organización social, una forma de educación adecuada, así como a través de un crecimiento indefinido de la riqueza –dado el inmenso poder productor que las máquinas y el desarrollo de las fuerzas productivas brindaban a los hombres- la abundancia para todos y el advenimiento de una sociedad mejor será una realidad más que posible, alcanzable. “Ningún obstáculo existe en este momento, a no ser la ignorancia”, escribe en 1816.
Fue ante todo un pragmático, y en muchos casos puso en práctica sus principios antes de llegar a teorizarlos. Owen pondrá en práctica su primer experimento social como gerente de una fábrica textil en New Lanark (Escocia) hacia 1800. Sus innovaciones habrían de alterar el estilo de vida de una población de 2500 trabajadores, transformando su fábrica en una especie de asociación comunitaria, en la que existían bibliotecas, salas de reuniones de los trabajadores, conferencias. Allí fue donde también ensayó sus planes de educación y reforma de las costumbres con verdadero éxito, llegando a suprimir, por ejemplo, el alcoholismo entre sus obreros. Robert Owen trató de mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras, humanizando las condiciones de trabajo a las que estaban sometidos los obreros industriales en la Inglaterra de la revolución industrial: mediante la limitación de beneficios y el aumento de salarios, la reducción del horario de trabajo y la organización de servicios sociales. Recordemos que el régimen regular de trabajo era de 14 0 15 horas diarias, que se contrataba a niños menores de diez años, procedentes de los hospicios y que trabajaban en condiciones infrahumanas. Consiguió en su fábrica reducir a diez horas y media la jornada laboral, proscribió el empleo de niños en los telares e introdujo un sistema de seguro por enfermedad para los obreros, desconocido hasta ese momento.
El resultado de sus experiencias en New Lanark fue su proyecto de creación de “pueblos”, “aldeas” o “comunidades cooperativas”, ideados en principio para solucionar el problema del paro, pero al no recibir apoyo alguno de las autoridades, Owen se propuso realizarlos por su cuenta. Su idea de la organización cooperativa pasó de ser una simple forma de lucha contra la miseria, la explotación y la injusticia, frente a un sistema productivo injusto, a convertirse en un proyecto alternativo de sistema político y económico de organización permanente de la sociedad, una nueva forma social estable que superaría y destruiría las formas capitalistas de producción y la rivalidad que el afán de lucro y la competencia comercial traía aparejadas.
Las “aldeas”, en las que la industria y la agricultura debían combinarse, se basarían en el principio del trabajo en común, el consumo común, la propiedad común y la igualdad de privilegios para todos. Serían autónomas, unidades económicas independientes, que combinarían ejemplarmente las ventajas de la ciudad y del campo; no estarían aisladas, sino que la unión de ellas en unidades federadas podrían dar lugar a la formación de “círculos de diez, cientos y miles, hasta que llegaran a comprender el mundo entero”. Y, naturalmente, los Estados actuales serían inútiles y acabarían por desaparecer. La pobreza, la injustica y la explotación serían desconocidas y todos trabajarían en espíritu de fraternidad y cooperación.
Basadas en un sistema comunista de la propiedad tendrían de mil a mil quinientos acres de terreno y estarían habitadas por una población de quinientas a dos mil, dedicadas a la agricultura y a la manufactura. Vivirían en casas espaciosas cuadrangulares –las jocosamente denominadas “paralelogramos de Owen- situadas en el centro de cada comunidad y que contendrían dormitorios, comedores, salas de lectura y escuelas en común. Jardines, campos de juego y recreo se constituirían dentro y fuera del cuadrilátero y detrás de los jardines exteriores se construirían fábricas y casas de labranza. Cada familia tendría una vivienda separada y los padres cuidarían de los hijos hasta que tuvieran tres años, edad en la que serían entregados a la comunidad para ser educados. A los padres se les permitiría ver a sus hijos en las horas de comer y en otros momentos convenientes.
Casi el resto de su vida consistió en tratar de establecerlas, en muchas ocasiones infructuosamente. En 1824 Owen, sin ayudas estatales, trató de poner en práctica sus ideales sociales en Estados Unidos: compró a los rappites o rappistas —secta religiosa alemana que vivía bajo principios cooperativos— unas tierras en el estado de Indiana y fundó allí una colonia cooperativa bajo el luminoso título de New Harmony. Convocó a quienes deseasen incorporarse al proyecto de construir una comunidad basada sobre nuevos principios morales y fundada en el trabajo y el consumo cooperativo. Pronto, al cabo de tres años, surgieron rivalidades y discordias, especialmente en lo relativo a la “forma de gobierno” que se adoptaría. Desalentado de sus seguidores, aunque no de la “idea” que trató de llevar adelante, Owen dejó a sus hijos, en 1829, la colonia, donde había invertido gran parte de su fortuna, y retornó a Inglaterra.
Tras el regreso, Owen dirigió su interés hacia el movimiento sindical y las organizaciones obreras (Trade Unions) existentes difundiendo sus ideas comunitarias y cooperativistas. Considerando que el trabajo es el único patrón de medida del valor (idea, vista antes por Adam Smith y por David Ricardo y que después también recogerá el socialismo marxista, según la cual el valor de los objetos-mercancías está determinado por el tiempo de trabajo que se emplee en producirlos) trata por medio de un efímero banco de intercambio de trabajo, la llamada «Bolsa de Cambios del Trabajo», de establecer relaciones directas entre productores. Su nuevo proyecto consistía en que los obreros llevaban los artículos elaborados y eran valorados conforme a las horas de trabajo empleadas en producirlos y se entregaban al trabajador bonos que le permitían adquirir otros objetos tasados igualmente según las horas empleadas en su fabricación. Se perseguía, con ello, abatir el beneficio. El propósito naufragó víctima de la mala fe: los almacenes de la Bolsa se llenaron de artículos no deseados en invendibles.
Tuvo una pléyade de discípulos que jugaron un importante papel en movimientos sociales de la época como el “cartismo”. Uno de sus continuadores más sobresalientes sería John Goodwin Barmby que fundó en 1841 la “sociedad de propaganda Comunista, llamada más tarde “Asociación Comunitaria Universal” influyo por Cabet, el utópico francés, cuyas comunidades icarianas fueron el modelo de lo que Barmby llamaba “comunismo”. Otro de sus seguidores fue Thomas Frost, que fundó con Barmby un semanario, “La Crónica comunista”, en el que apareció en forma de folletón su novela utópica (desaparecida) “El libro de Platonópolis”, cuyo contenido según el resumen de su propio autor consistía en “una visión del futuro, un sueño de rehabilitación del mundo y de la humanidad. Monasterios comunistas en mármol y pórfido, donde los comunistas comían en vajilla de oro y plata, en comedores adornados con las más exquisitas obras maestras de la pintura y de la escultura, a los acordes de la más deliciosa música. Donde carrozas a vapor estaban preparados para servir en los desplazamientos, o bien, si se deseaba otro medio de locomoción, globo, aeronaves podían realizar el mismo servicio. Donde, en resumen, todo lo imaginado por Platón, T. Moro y T. Campanella se reproducía y asociaba a todo lo que la ciencia moderna ha descubierto para aliviar las penas de los hombres y hacer la vida más feliz” (sic) (2).
En la doctrina teórica de Robert Owen –-cuya contribución fundamental en el paso del socialismo utópico al socialismo científico fue, según A. L. Morton, engarzar ambas concepciones en estrecho contacto con el movimiento obrero, en los últimos años de su vida— (3) – son de destacar las ideas expresadas en sus Ensayos sobre la formación del carácter, en torno a la educación de la juventud: como el medio social determina la conducta humana y la “formación del carácter” depende de “circunstancias exteriores”, y no de las voluntades individuales, éste sólo podrá transformarse en un sentido “racional” —que es el único conforme a la naturaleza y capaz de llevar al hombre a la felicidad— mediante la educación, que desempeña un papel fundamental en el acceso al “nuevo mundo moral”, por el propugnado. Este es el objetivo hacia el que orientará su obra y su existencia.
Hostil a cualquier tipo de revolución, a la lucha entre clases sociales e incluso a las huelgas, Owen creyó en la colaboración entre las clases y fue fundamentalmente un “buen patrono”, pero pronto, el industrial filantrópico y generoso se transformará en enemigo del sistema capitalista: la propiedad privada va a ser considerada, desde entonces, como la causa de todos los males morales y materiales que agobian a la humanidad. La moral laica y utilitaria que da forma a su plan educativo para la formación del carácter, la polémica racionalista contra la educación religiosa, y los intentos de desarrollar una amplia federación de comunidades socialistas le enajenaron las iniciales simpatías de las clases dominantes inglesas. Owen dejó una obra escrita apreciable aunque quedó opacada por la gran dimensión de su extraordinaria actividad organizadora, de ella merece citarse, en especial, su obra de madurez El libro del nuevo mundo moral (1836-1844), en el que –pese a calificarse de librepensador- no disimula sus afinidades con el lenguaje bíblico del cristianismo protestante ni tampoco sus alusiones a una cierta “religión de la caridad” o nueva religión profana atenta al advenimiento de un venidero “paraíso terrestre” (4). Otros muchos escritos quedaron dispersos en folletos, informes y artículos para periódicos. En el Anti-Dühring, Engels —a pesar de su inquina o aversión al Socialismo utópico— aseguró de forma terminante: “Todos los movimientos sociales, todos los progresos efectivos que se han realizado en Inglaterra en beneficio de los trabajadores, van unidos al nombre de Owen” (5). Tal elogio no pudo o no quiso atribuirlo el colaborador de Marx a ningún otro socialista pre-marxista.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Para todo este ensayo nos han sido fundamentales las obras de A. L. Morton, Vida e Ideas de Robert Owen, editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1968 y A. L. Morton, Las utopías socialistas, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1970, pp. 129-139.
2) Citado en A. L. Morton, Las utopías socialistas, op. cit., p. 137.
3) A. L. Morton, Vida e ideas de Robert Owen, op. cit.
4) Darrin M. MaMahon, Historia de la felicidad, op. cit., p. 380.
5) Engels, Anti-Düring, trad. José Verdes Montenegro, Editorial Ciencia Nueva Madrid, 1968.
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