II. DOCTORADO Y CONVERSIÓN
Al estallar la guerra de 1914, Edith abandona provisionalmente su doctorado para entrar en un lazareto de enfermos contagiosos de la Cruz Roja en un hospital austríaco, al que ella se ofreció, y que le otorgará la medalla a la valentía por sus desvelos. Allí sólo pasa un año para, a continuación, retomar su tesis, El problema de la empatía en su desarrollo histórico y en la reflexión fenomenológica. Sigue a Husserl en Friburgo. Asiste a sus clases cuatro veces por semana en compañía de Roman Ingarden. Al leer su tesis, Husserl se entusiasma por la brillantez de su discípula y el 3 de agosto de 1916 se presenta ante el tribunal de doctorado y obtiene la máxima mención: summa cum laude. Husserl propone su publicación en el Jahrbuch, al mismo tiempo que otra de sus obras Ideas (1).
En 1917 es nombrada por Husserl profesora asistente en Friburgo y realiza un trabajo minucioso de clasificación de los manuscritos del maestro, que le servirán para el segundo volumen de Ideas para una fenomenología pura y para una fenomenología. trascendental. La muerte en el campo de batalla (1917) de Adolf Reinach significa un golpe muy duro para ella. Tras asistir en Fráncfort al funeral del amigo con su esposa Ana, se conmueve con la fortaleza de espíritu de su amiga, por la estoica o cristiana serenidad con la que afronta la muerte de su marido. Edith confesaría más tarde que allí encontró por primera vez la cruz y el poder divino que comunica a los que la llevan:
“Fue mi primer vislumbre de la Iglesia, nacida de la pasión redentora de Cristo, de su victoria sobre la mordedura de la muerte. En ese momento, mi incredulidad se derrumbó, en él el judaísmo palideció ante la aurora de Cristo, Cristo en el misterio de la cruz” (2).
Tras dimitir como ayudante y colaboradora de Husserl, se dedica a ayudar a Ana Reinach en la selección y publicación de los escritos de su marido. La joven estudiante de Göttingen que, casi desde su adolescencia, se declaraba sin ambages atea, da muestras por esta época —como testifica el texto anterior— de estar sometida a una profunda metanoia existencial y de que su espíritu gravitaba ya entonces con fuerza hacia el mundo religioso. El conocimiento de las ideas de Max Scheler, las sugerencias derivadas de su ética de los valores, rica en implicaciones espirituales y, sobre todo, el encuentro con los Reinach, Adolf y Ana, su mujer —según apunta Silvie Courtine-Denamy— la van acercando cada vez más a los aledaños del cristianismo y de la Iglesia católica. Otras dos intensas experiencias anímicas abonan el terreno espiritual que fructificarán en su conversión. En la temprana época de sus estudios germanísticos, Edith ya se había encontrado un buen día de bruces con la versión gótica (en alemán antiguo) del Pater Noster. Sin duda, la grandeza interna de esta oración, señala López Quintás, su carácter trascendente e íntimo a la par, el clima comunitario que instaura, impresionan fuertemente a la joven estudiante: «Tal impresión se incrementó una mañana en la cual, tras haber pernoctado con una amiga en una granja de montaña, pudo contemplar cómo el granjero, católico practicante, rezaba con sus trabajadores y los saludaba cordialmente antes de comenzar la jornada» (3).
En otra ocasión, encontrándose en Fráncfort, acompañada de su amiga Pauline Reinach, Edith asiste a una experiencia mucho más impresionante todavía, que la conmueve profundamente:
“Entramos unos minutos en la catedral -escribe en su impresionante autobiografía– y, mientras estábamos allí en respetuoso silencio, llegó una señora con su cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar” (4).
Pero, sin duda, uno de los momentos decisivos para su conversión fue la lectura de la Vida de santa Teresa de Jesús, al parecer en el verano de 1921 en Bergzabern. Se hallaba Edith de visita en casa de una amiga, la fenomenóloga Hedwige Conrad-Martius, toma al azar de la biblioteca el libro de la mística castellana y recuerda: «Empecé a leer, y fui cautivada inmediatamente, sin poder dejar de leer hasta el fin. Cuando cerré el libro, terminada la lectura me dije: Ésta es la verdad«. Al día siguiente, se apresura a comprar en la ciudad un catecismo y un misal. Tras asistir a una misa en la parroquia, decide recibir el bautismo. El 1 de enero de 1922 Edith se bautiza en Espira bajo el nombre de Teresia Hedwige. Su madrina, Hedwige Conrad-Martius (de religión evangélica), recuerda aquel día con estas palabras: «Lo más bello de todo era su alegría radiante, una alegría infantil». Un mes después, el 2 febrero, recibe el sacramento de la confirmación de manos del obispo de Espira. Era su camino hacia la verdad, y se dejó poseer por ella (5).
Entre 1922 y 1933, la vida de Edith transcurre inmersa de lleno en su búsqueda intelectual: lectura de Santo Tomás de Aquino, Kierkegaard, Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y en la elaboración de sus obras filosóficas. Imparte clases en el Deutsches Institut de Münster, de orientación católica. Tras la llegada de Hitler al poder (1933), y antes de profesar como carmelita, Edith, a causa de su ascendencia judía, es destituida como profesora (6). Presiente ya la amenaza que se cierne sobre su pueblo, y sobre ella que, aunque bautizada, corre el riesgo de compartir y sufrir futuras persecuciones. Intenta que el Santo Padre le conceda una audiencia privada en la que se proponía convencerlo para que promulgase una encíclica sobre la cuestión judía. Renuncia a ello y se limita a enviarle una carta a Pío XI (1933), en la que le describe la situación de los judíos en Alemania y le expresa sus temores sobre el futuro de la Iglesia (7).
Tras su conversión al catolicismo, sólo había tenido una meta: entrar en el Carmelo, y ese objetivo sólo se cumplirá 12 años más tarde de su conversión (8). El 15 de abril de 1934, a la edad de cuarenta y dos años, Edith Stein recibe el hábito de la orden de las carmelitas descalzas de Colonia y se convierte en Teresia Benedicta de la Cruz. A partir de entonces los acontecimientos trágicos se van a suceder vertiginosamente. En enero de 1938 comienza la orgía nazi-pagana de judíos asesinados y de sinagogas incendiadas. En la primavera de 1938 Sor Benedicta de la Cruz hace profesión y toma el velo. El 21 de abril pronuncia sus votos perpetuos, sin vuelta atrás: «Lo que significa haber sido tomada para siempre por Dios» (9); y le escribe al filósofo Roman Ingarden: «algo así no puede expresarse con palabras». El 9 de noviembre de 1938 tiene lugar la Kristalnach.
El 31 de diciembre de 1938, Edith Stein abandona Alemania rumbo a Holanda: es enviada junto con su hermana Rosa al Convento de Echt donde parecen estar fuera de peligro. Sin embargo, no es así: las hermanas Stein son convocadas varias veces por la Gestapo. En una de ellas, al entrar en el despacho, ¡Edith saluda a los pasmados oficiales con un Gelobt sei Jesús Christ! (¡Alabado sea Jesucristo!)(10). Las obligarán a llevar la estrella amarilla. Edith aprende el holandés y sirve humildemente en el refectorio. El 9 de abril de 1939 Edith presiente que su vida peligra y redacta su testamento (11). A principios de 1941 la hermana carmelita Benedicta es eximida de cualquier trabajo material para que pueda terminar su última obra -bosquejada ya en 1931- La Ciencia de la Cruz, con motivo del cuarto centenario de San Juan de la Cruz.
Tras la Pastoral de protesta de los obispos de Holanda (del 11 de julio de 1942), denunciando la deportación masiva de judíos y de católicos hebreos, los nazis responden con represalias inmediatas. El 2 de agosto de 1942 detienen a 245 conversos al catolicismo refugiados en los conventos de Holanda y con ellos a Edith y Rosa Stein. Tras breve estancia en los campos de Amersfort y de Westerbork, el 7 de agosto, Edith y su hermana son deportadas hacia Polonia, en un convoy de 987 prisioneros. Alojada en la barraca 36 del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Edith es marcada con el número de deportación 44.074. El 9 de agosto de 1942 es gaseada junto con su hermana y sus compañeros conversos. John. M. Osterreicher señala lacónica pero acertadamente: «La vida de Edith Stein no se gastó en balde en Auschwitz, sino que se realizó plenamente» (12): Edith Stein, mártir de Auschwitz, «hija de Israel bendecida por la Cruz», fue beatificada en Colonia, el 4 de mayo de 1987, y canonizada el 11 de octubre de 1998 en Roma, en la plaza de San Pedro, por Juan Pablo II (13).
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Será publicada en 1922 con el título de Contribuciones para una fundamentación filosófica de la psicología y de las ciencias del espíritu, en el tomo V del Jahrbuch.
2) John Osterreicher, Siete filósofos judíos encuentran a Cristo, op. cit., p. 436.
3) A. López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, Ediciones Rialp, Madrid, 1990, capítulo II, Edith Stein y su ascenso a la plenitud de lo real, pp. 139-140. Es sorprendente que una experiencia similar a la de Edith en la granja de la Selva Negra, le aconteció a Simone Weil, a quien también el rezo del Padrenuestro impresionó de manera indeleble: «Había leído palabra por palabra el Pater en griego […] la dulzura infinita de aquel texto griego me apresó de tal modo que por algunos días no podía sino recitarlo continuamente» (vid. L. Boella, op. cit, p. 48).
4) Edith Stein, Estrellas amarillas, op. cit., p. 318.
5) «¿Qué le movió a la conversión definitiva a la fe cristiana, en cuyos aledaños se había movido largo tiempo?», se pregunta A. López Quintás. Conviene meditar en el siguiente párrafo de su trabajo sobre “causalidad psíquica”, publicado el mismo año del bautismo: «Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, sino que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. He experimentado este estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda posibilidad de acción» (A. López Quintás, op. cit., pp. 141-142).
6) La ley nazi sobre los no arios pone fin a su carrera docente en 1933. Comienza su autobiografía Estrellas amarillas (el título original fue: Aus dem Leben einer Jüdischen Familie) con la que quiso mostrar la normalidad ciudadana de una familia hebrea.
7) Ibid.., pp. 90-91 y ss. No habrá respuesta inmediata. Pío XI, el 22 de junio de 1938, le encargó al jesuita norteamericano Paul La Farge preparar en su nombre un proyecto de encíclica sobre la unidad del género humano amenazado por teorías racistas y antisemitas.
8) Cit. en Silvie Courtine-Denamy, op. cit., p. 168.
9) Recordemos que Simone Weil utilizó en su caso una expresión parecida: Cristo me tomó. (Cit. en Silvie Courtine-Denamy, op. cit., p. 145).
10) Ibid., pp. 139-140. Otra anécdota da idea del talante valeroso de Edith: con ocasión del plebiscito a favor del Führer, no fue a votar dado que los judíos habían sido despojados de su ciudadanía; a pesar de ello, dos miembros del partido nazi vinieron para obligarla a votar. Ella les respondió: “Si estos señores le dan tanta importancia a ello […], puedo complacerlos”.
11) «Desde este momento, acepto la muerte que Dios ha previsto para mí; lo hago con alegría y con total sumisión a su Santa Voluntad […] como expiación por el rechazo del pueblo judío a la fe, y para que el Señor sea recibido entre los suyos y que su reino llegue glorioso; por la salvación de Alemania y la paz del mundo, […] y por todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno de ellos se pierda» (W. Herbstrhit, El verdadero rostro de Edith Stein, Encuentro, Madrid, 1990, p. 192).
12) Siete filósofos judíos encuentran a Cristo, op. cit., p. 479.
13) Sobre la polémica y las circunstancias de su beatificación y canonización véanse: Garry Wills, Pecado Papal, Ediciones B, pp. 61-75. y Zev Garber, Jewish perspectivas on Edth Stein’s Martyrdom, en The Unneccessary problem of Edith Stein, University Press of América, H. J. Cargas (editor) 1994.
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