Abel y Víctor eran hijos del general Joseph Hugo, amigo y protegido de José I de España, rey bondadoso pero intruso. Abel había nacido en 1798; Víctor, que después sería universalmente famoso, en 1802. Entre ambos estaba Eugenio, nacido con el siglo: 1800.
Cuentan que Víctor fue concebido en un paseo que sus padres hicieron a la cima más alta de los Vosgues, detalle que se completa con otro muy significativo: el museo que lleva su nombre se encuentra en París, precisamente en la plaza de los Vosgues.
Nació en Bensaçon, capital del Franco Condado, donde todavía quedaban abundantes vestigios de su época española, el 26 de febrero del mencionado año. Su nombre también tiene una pequeña historia: es el mismo de cierto amigo de la familia, Víctor Lahorie, padrino del niño, que, poco después, -¡oh ironías del destino!-, también sería amante de Sophie, la esposa de Joseph Hugo.
Mucho antes de que este destacado militar pisara suelo español ya había ocupado importantes puestos de responsabilidad, primero en Francia y después en Italia; el más importante de ellos sin duda fue el de gobernador de Avellino, en Nápoles. De allí pasó a España. Llegó a Madrid llamado por el rey José I que, de la noche a la mañana, lo ascendió de comandante a general y, aunque en esa época el matrimonio Hugo ya se había tirado más de una vez los trastos a la cabeza y cada uno tenía su respectivo arreglo fuera del matrimonio, el rey José consiguió que, al menos en apariencias, vivieran en Madrid como un matrimonio normal. Para los niños España fue el gran descubrimiento.
Tanto Abel como Víctor quedaron seducidos por el paisaje y la cultura española. Pero, debido a que, al cabo de cierto tiempo, doña Sofía volvió a París con los dos más pequeños -el matrimonio se había venido irremediablemente abajo-, será sobre todo Abel, el mayor de los hermanos Hugo, que había quedado en España como paje del rey José-, el que, ya derrotado Napoleón y con el rey José, emigrado a Estados Unidos y convertido en ciudadano corriente y moliente, va a ir divulgando entre la elite literaria del Paris de entonces todos los encantos de aquella España que tan precipitadamente ellos habían tenido que abandonar. Tierra de contrastes, a la vez pobre y orgullosa, con un pasado glorioso y un presente cada día más turbio, era para todos aquellos jóvenes, ganados por el romanticismo de la época, todo un mundo por descubrir. A todo esto un acontecimiento nuevo e imprevisto vino a dar más actualidad al tema de España: la intervención francesa, orquestada por la Santa Alianza, que muy pronto se conocería con el nombre de los Cien mil hijos de San Luís: invasión en abril de 1823 de sesenta mil soldados franceses -los otros cuarenta mil los aportaría el país invadido-, al mando del duque de Anguleme, todos movilizados para defender el absolutismo del rey Narizotas, quizás el rey más cobardón y detestable que ha tenido España. Nadie lo ha retratado tan bien como Tayllerand: Sólo está dotado para el bordado de bolillos. Una vez más la Francia culta y literaria se dividió en dos: los partidarios y los que se oponen a tal intervención. Entre estos últimos se distinguió por su vehemencia Prosper Merimée, joven abogado -aquel mismo año había terminado Derecho- y gran promesa de las letras francesas.
Ese mismo año apareció su primer libro, El teatro de Clara Gazul. De todos los cuentecillos de este libro el que a mí más me interesa es el primero, titulado Las tentaciones de San Antonio, cuya acción transcurre en los comienzos del siglo XVIII y en una ciudad que él tan sólo conoce por las referencias de los hermanos Hugo: Granada.
En esta Granada, para él desconocida y lejana, que muy pronto se convertirá en mito y emblema de los románticos, una gitana, guapa y cautivadora, ha sido denunciada a la Inquisición por hechicera. Recluida en las mazmorras del Santo Oficio, peligra morir en la hoguera en solemne auto de fe, ya que las pruebas son concluyentes, pero su belleza la salva: el inquisidor mayor de la ciudad termina colgando los hábitos y huyendo con la gitana a Gibraltar, recién conquistada por los ingleses. Es, qué duda cabe, el precedente más notorio de Carmen, pero también la victoria del amor sobre la obcecación religiosa de la Inquisición. Eros triunfante de Tánatos, la carne vencedora del fanatismo. No podía ser de otra manera para un romántico.
¿Cómo nos cuenta todo esto Merimé? A este respecto prefiero traer a estas líneas la opinión ajena a consignar la mía. Valga la de Azorín. El estilo de Merimeé -nos dice Azorín en su libro España y Francia- es sobrio, rígido, sin sentimentalidad. ¿Está usted seguro de esto último, don José?
Hago una pequeña parada para leer un fragmento de este libro. Es muy posible, pienso, que si Merimée pudiese ver en lo que ha quedado aquella Granada de ficción y leyenda de los románticos, quizás se volviese apresurado a la tumba. Ahora sólo es una ciudad anodina, desarbolada, sin vega ni jardines, salpicada de contenedores de basura, y con uno de sus ríos convertido en cloaca y el otro cubierto de cemento. Es, en este sentido, digna de admiración la labor, callada y persistente, que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, desde hace ya años, viene desarrollando en pro del afeamiento y destrucción del paisaje de los alrededores de Granada. Entre los gerifaltes de la tal confederación y el actual Ayuntamiento han conseguido la urbitas insulsa perfecta.
Este artículo de Francisco Gil Craviotto se publicó en la edición impresa de IDEAL el jueves, 29 de agosto de 2013. Leer o descargar: Théatre de Clara Gazul. Comédienne Espagnole suivi de ‘La Jacquerie’ et ‘De la famille Carvajal» par Prosper Mérimée. Ed. 1837
|
Para saber más (en francés): – INTERNAUTE: Prosper Merimée (1803-1870) – SÉNAT: Mais qui se cache derrière Clara Gazul ? – WIKIPEDIA: Clara Gazul |