Virtudes Montoro: «Más allá de la educación emocional»

Conocerse a uno mismo puede ser la aventura más fascinante que emprendamos. Leemos por doquier: “sé tú mismo”, “sé auténtico” y otras exaltaciones que nos invitan a ser la mejor versión de nosotros mismos. Pero, ¿realmente sabemos quiénes somos? Preguntarnos esto es el inicio de un autoconocimiento imprescindible, y lo es, porque es la única manera que tenemos para conseguir ser “felices”, es decir, para aprender a amarnos y amar.

 

“No se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama”. Leonardo Da Vinci

Hemos sido niños/as a los que les caparon la necesidad de comprender sus emociones, paradójicamente, nuestros niños y niñas, siguen siendo analfabetos emocionales, como nosotros. Poco a poco, se entreve una pequeña luz; sabemos, gracias a la Psicología, que conocer y aceptar nuestras emociones, situarlas en nuestro cuerpo, verbalizarlas y abrazarlas; es decir, abrazarnos con lo que sentimos, sin juzgarnos por ello, es la base de nuestro bienestar y por ende, la base del bienestar social.

Somos animales curiosos, gracias a ello llegamos, por ejemplo, a la luna, pero, ¿cómo es posible que sepamos tanto de lo físico y tampoco de nuestra psique y de nuestra conciencia? A estas alturas, todavía no sabemos cómo se forma un pensamiento. Tímidamente, gracias a la divulgación en occidente de las corrientes psicológicas basadas en terapias de Aceptación y Compromiso y en Mindfulness, sabemos que nos somos nuestro pensamiento, es decir, somos la conciencia que observa al pensamiento. Por ejemplo, imaginemos que estamos sentados en un banco y que estamos viendo pasar un tren en el que cada vagón contiene pensamientos (catastrofistas, negativos, positivos, etc.). Nosotros, decidimos en qué vagón nos subimos; qué pensamiento queremos tener. Nosotros, tú, eres la persona sentada en el banco, el que observa los pensamientos, los vagones pasar, por tanto, no eres el pensamiento, eres la conciencia que observa.

“La conciencia es la presencia de Dios en el hombre”.  Víctor Hugo.

En el momento que entendemos que no somos nuestras emociones ni pensamientos, que somos ese “espectador imparcial” que observa lo que siente o piensa, empezamos a comprendernos, respetarnos, cuidarnos; a no enjuiciarnos, comenzamos a querernos y estar preparados para poder amarnos y amar.

Somos el único animal que posee conciencia de sí mismo, la necesidad por comprender el alma humana es ancestral, no es una nueva moda o corriente new age. Pero la civilización racionalista cartesiana del “pienso luego existo”, colocó en primer lugar a la razón, relegando y ridiculizando nuestra parte espiritual, dejándola en manos de una religión cuyo objetivo era castigarnos y hacernos culpables, simplemente por sentir y pensar. Esta industrialización caótica y vacía, junto con la actual sociedad de consumismo bestial que vivimos, son las responsables de que, por un lado, nos sintamos culpables por sentir, por pensar: por ser humanos. Y, por otro lado, de que actualmente “no tengamos tiempo para nada” y menos para ocuparnos de nuestro espíritu.

Las personas queremos ser felices, estar bien, estar serenos, pero no sabemos, no hemos recibido la formación emocional, psíquica y espiritual necesaria. Y lo más grave, que tampoco se los estamos enseñando a nuestros hijos.

Una pregunta: si ahora se sabe cómo podemos ser felices, ¿Cómo es posible que sigamos siendo unos totales analfabetos emocionales? ¿No será, que somos más valiosos, tristes, deprimidos, vacíos, para el mercado global? Bueno, imagino que sí, ya que en la medida que desarrollamos nuestra conciencia, somos seres más completos; no necesitamos llenar ningún vacío comprando compulsivamente, somos personas más sanas; demandamos por tanto menos ansiolíticos (el “oro” de nuestra época), y un largo etcétera. Puede que sí, que nos prefieran depresivos, amargados.

Peros somos seres, como ya he dicho, curiosos; siempre nos estaremos buscando y quizá ahora, que existe un exhaustivo conocimiento del mundo externo, volvamos al interno.

“Sin lugar a dudas, es importante desarrollar la mente de los hijos. No obstante, el regalo más valioso que les puedes dar, es desarrollarles la conciencia”. John Gay

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Virtudes Montoro López

Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso

 

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