Jesús Fernández Osorio: «El golpe de Estado que provocó la Guerra Civil»

Un 17 de julio, de hace 84 años, en un caluroso día de verano, como hoy, dará comienzo un golpe de Estado que, tras su fracaso inicial parcial, derivará en la Guerra Civil española, o, si se prefiere, por la importante y decisiva participación extranjera –que la convertiría en un prólogo de la II Guerra Mundial–, la Guerra de España.

En todo caso, una guerra fratricida a cuyo fin, casi mil días después, quedará instaurado un régimen dictatorial que se mantendrá durante más de treinta y seis años. Un largo periodo de tiempo que, desde su inicio con la infame y mísera posguerra, concluirá con los tímidos signos de apertura y desarrollismo de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Unos años que, en su conjunto y como denominador común, siempre se mantendrán bajo la asfixiante imposición del miedo y la cruel represión instaurada sobre los vencidos, hasta el agotamiento físico del régimen franquista. Es decir, nos encontramos ante los prolegómenos de un conflicto armado que, en buena medida, marcará el siglo XX en nuestro país.

Como todos saben, la sublevación militar arrancó, en la tarde del 17 de julio de 1936, en Melilla. De dicha ciudad norteafricana se irradiará a todo el Protectorado español de Marruecos y desde allí, al día siguiente, se extenderá al conjunto de la Península. Un golpe militar contra la Segunda República que no era, de ningún modo, fruto del fatalismo hispano, ni de las contradicciones propias del régimen republicano, sino, más bien, consecuencia de una conspiración largamente preparada y diseñada a conciencia. Ciertamente, era palpable que, en la sociedad española de 1936, había un contexto amplio de radicalización política, pero, de ningún modo, había una revolución comunista en marcha que haría inevitable el “alzamiento nacional”. Como la propaganda y la falsificación justificativa de los vencedores tratará de hacer valer posteriormente.

La verdad es que, en esos momentos, en España había un régimen democrático, con un Gobierno progresista moderado que estaba intentando aplicar unas reformas sociales y económicas necesarias y justas. En oposición frontal a las mismas, abandonando la vía legal y parlamentaria, se levantó una alianza de militares y sectores privilegiados que desde bien pronto contaría con el apoyo de la jerarquía de la Iglesia católica. Con una postura favorable al golpe militar, por parte de la institución eclesiástica que, el catedrático de la Universidad de Granada, Miguel Gómez Oliver, ha sabido sintetizar de modo muy gráfico cuando nos dice que: “confundió el humo del incienso con el humo de la pólvora”. Un conjunto de fuerzas reaccionarias que, en suma, acostumbradas a disfrutar del monopolio del poder y de sus prebendas, no estaban dispuestas a tolerar la más mínima reforma ni concesiones que afectasen a sus intereses.

Así, una insurrección militar destinada a adueñarse rápidamente del poder y a derribar al régimen republicano se encontró con una importante resistencia de amplios sectores de la población española. Una sublevación militar que, no lo olvidemos, además del estímulo de las viejas oligarquías, contó, desde el primer momento, con la colaboración efectiva de las potencias fascistas de Italia y Alemania. Los golpistas, asimismo, conscientes de su ilegitimidad, implantarán, contra quienes pudieran ofrecer resistencia, los métodos expeditivos de la violencia extrema y el terror. Ejecutando sin dilación ni juicio previo a todo aquel que se considerase opuesto a sus pretensiones –e incluso por mantenerse indiferente, pasivo o neutral–.

Batalla de Guadarrama – Wikipedia

Con el final de la contienda y el triunfo de los alzados en armas se impondrá la versión hegemónica y monolítica de los vencedores que, únicamente empezará a ser cuestionada, a partir de los años sesenta, por jóvenes hispanistas extranjeros (ingleses, franceses y norteamericanos) que, con el estudio de las fuentes históricas disponibles, desmentirán académicamente las tesis de la supuesta revolución de izquierdas. Por ello, hoy día, y siendo un periodo ampliamente abordado por toda una generación de historiadores españoles, nadie discute –salvo los atisbos del revisionismo intransigente que tratan de mantener la ortodoxia franquista– que fue una rebelión militar contra un gobierno legítimo, que contó con la aquiescencia de las democracias europeas.

Un régimen, el republicano, al que no solo se aniquiló violenta e impunemente sino que se intentó, por todos los medios, desprestigiar y culpabilizar de todos los males que condujeron a su caída. La verdad es que, con su derrota, se puso fin a un proyecto ilusionante y modernizador, único en la historia de España.

Otra cosa bien distinta es el conocimiento que la ciudadanía en general tiene –y ha tenido– sobre estos hechos ocurridos a mediados de julio de 1936, la injusta guerra en sí que le siguió y sus dramáticas consecuencias. Una versión que vendrá marcada por la reiteración de tópicos, manipulaciones y valoraciones sesgadas divulgadas durante años y años.

Interpretaciones que, en muchos casos, suelen estar más condicionadas –desvirtuadas, diría yo– por criterios emocionales e ideológicos que por un estudio sosegado, riguroso y objetivo de lo que realmente sucedió en esos aciagos momentos. No, no “estalló” ningún “Movimiento”, como se repetía hasta la saciedad hasta hace bien poco, incluso de modo inconsciente, para justificar la sublevación y sus desmanes.

En este día, –y, sobre todo, el 18 de julio, otrora festivo y de conmemoración (“Día del Alzamiento”–, vaya este particular homenaje para todos aquellos a quienes, defendiendo la legalidad y la democracia, se opusieron a las oscuras intenciones autoritarias de los golpistas y que en el arriesgado empeño perdieron la vida o la libertad.

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Jesús Fernández Osorio

Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).

Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.

Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen

y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX

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