Por motivos que no vienen a cuento, mi adolescencia y juventud estuvieron ligadas intermitentemente a La Herradura, uno de esos parajes de la costa granadina cuya belleza fue descubierta hace tiempo por nuestros vecinos europeos mientras nosotros nos decantábamos especialmente por las cercanas Almuñécar, Salobreña, Torrenueva y Calahonda.
El caso es que, desde los años setenta, mis frecuentes estancias en aquel lugar me permitieron oír repetidamente la historia de un naufragio ocurrido en las aguas de su bahía hacía varios siglos. Algo así como lo ocurrido en Trafalgar pero mucho antes, de menor trascendencia histórica y, como vamos a ver, por otros motivos.
Ya don Miguel de Cervantes pudo hacer una escueta alusión al mismo en el capítulo XXXI de la segunda parte de El Quijote, “Que trata de muchas y grandes cosas”, cuando empieza Sancho a narrar de esta manera un cuento ante los duques que los hospedan y agasajan:
“Convidó a un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de los Álamos de Medina del Campo, que casó con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura,…”.
Y es que fue el 19 de octubre de 1562, cuando su católica majestad Felipe II llevaba todavía poco en el gobierno de sus inmensos dominios y, por tanto, no habían sucedido aún las grandes gestas del reinado. La batalla de Lepanto, el trono de Portugal o el desastre de la Armada Invencible estaban por llegar. Incluso, el monasterio de El Escorial no había empezado a construirse —aunque la victoria de San Quintín contra el rey de Francia hacía ya cinco años que se había conseguido— ni la rebelión morisca de las Alpujarras se perfilaba en el horizonte político inminente .
Ese lunes de octubre se hundieron junto a la Punta de la Mona 25 de las 28 galeras de guerra que capitaneaba don Juan de Mendoza Carrillo, miembro de una de las más poderosas familias nobiliarias de la época. Un tío suyo, el marqués de Mondéjar, era presidente del Consejo de Indias y consejero de Estado y Guerra, y su primo, don Íñigo López de Mendoza, alcaide de la Alhambra y capitán general del Reino de Granada.
Los barcos no todos eran españoles, sino solo 12 de ellos; los restantes eran napolitanos, genoveses o sicilianos y formaban parte de la escuadra naval organizada por la monarquía para la lucha contra la piratería berberisca en las aguas entre las costas levantinas y las de nuestras posesiones italianas (Nápoles, Sicilia y Cerdeña), así como para la defensa y el aprovisionamiento de las plazas hispánicas en el norte de África (Melilla, Mazalquivir, Orán,…), cada vez más amenazadas por los súbditos del temido sultán otomano Solimán el Magnífico.
En julio de 1562 esa flota había partido de Mesina (Sicilia) con dirección a Cartagena y Málaga. Aquí cargaron mercancía y embarcaron hombres y mujeres familiares de soldados de Orán, hacia donde se dirigía, para su refuerzo y abastecimiento, ante un previsible ataque turco. Incluso subieron a bordo dos niños, hijos del gobernador de Orán, que viajarían en la Capitana con el mismo don Juan de Mendoza.
El domingo 18 de octubre todo estaba dispuesto para zarpar de Málaga, pero la amenaza de una borrasca y un vendaval de levante, frente al que el puerto malagueño estaba poco resguardado, hizo que don Juan tomase la decisión de dirigirse a La Herradura para buscar la protección de la Punta de la Mona. Por el camino empezó la tormenta, así como los cambios en la dirección del viento, dificultando el avance. La mañana del 19, ya en la bahía herradureña, los barcos fueron dispuestos al abrigo en su zona más oriental, anclados y amarrados. Sin embargo, una nueva y repentina variación de los vientos, que empezaron a soplar fuertemente desde el suroeste, hizo que llegaran a chocar unos con otros y con las rocas, sufriendo graves daños y finalmente hundiéndose la mayoría en unas pocas horas. Los tres navíos que se salvaron, los españoles Mendoza, Soberana y San Juan, habían podido llegar a la otra cara de la Punta de la Mona, frente a Almuñécar, donde quedaron mejor protegidos de las violentas ráfagas.
La flecha indica el tramo de la bahía en el que se produjo el naufragio de La Herradura. Fuente de la imagen: Meteorología en el naufragio de la flota española de galeras en La Herradura (Almuñecar) en 1562, de José María Sánchez-Laulhé y María del Carmen Sánchez de Cos (AMET, Málaga), en www.tiempo.com
En lo peor de la tormenta don Juan de Mendoza, para que pudieran sobrevivir, ordenó liberar a los remeros (unos 144 presos por nave, condenados a esa pena por la justicia). Y la mayoría, gracias también a la ligereza de sus vestimentas, lo consiguieron, a diferencia de los demás (soldados, marinos, pasajeros,…), provistos de tan pesadas ropas, petos y armaduras, que se hundieron rápidamente en las agitadas aguas por lo que, durante días, el mar estuvo echando a tierra cadáveres junto con los restos de las embarcaciones (maderos, lonas,…). Al final, el total de víctimas se calcula en unas 5000 y el de supervivientes en mucho menos, de los cuales 1740 eran galeotes que luego fueron capturados por el capitán general del Reino de Granada —lo que ha permitido saber su número— y enviados otra vez a galeras.
Un año después eran atacadas por los turcos Orán y la vecina Mazalquivir. Pese a todo, su resistencia permitió la llegada a tiempo de una nueva flota que las libró de caer en poder otomano. Eran todavía los momentos más gloriosos de la Monarquía Hispánica, aunque solo dos décadas más tarde sucedió otro gran naufragio: el de la “Armada Invencible” frente a las costas de Escocia e Irlanda.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)