Isidro García Cigüenza: «A vueltas con las “Matracas”. Diálogos de un arriero con su burra»

Arriero: ¡A ver Molinera, si eres tan lista dime, qué pesa más un kilo de paja o un kilo de hierro!

Molinera: ¿Me toma por idiota? ¡El hierro, por supuesto!

Arriero: Ja, ja, ja… ¡Lo sabía! Has respondido como una tonta, sin pensar. Lo mismo que la mayoría de los niños…

Molinera: ¿Tontos los niños y yo? ¿Por qué? ¿Porque ha habido en su pregunta una palabra trampa con la que justificar la necesidad que tienen ustedes, los maestros, de meter a sus alumnos por la vereda de los contenidos y los libros de texto? Cree que por introducir en su discurso el término metalingüístico “kilo” justifica el castigo mental a que someten a los niños, a los que, en vez de “educar”, instruyen de forma absurda?

Portada de ‘Las matemáticas en la Escuela Andariega’

A: ¡Eh, señorita burra, no te me vengas arriba!… No sé a cuento de qué viene esa perorata…. No entiendo lo que quieres decirme.

B: ¿No me entiende usted? Y sin embargo, cree que un niño sí va a entender el concepto “kilo” a la hora de responder a su pregunta. En todo caso debiera haber preguntado “¿Qué abulta más? ” El concepto “kilogramo” se refiere a una unidad de medición absolutamente subjetiva (los ingleses lo hacen por libras y yo por arrobas) que, en puridad y utilizando de nuevo su metalenguaje, se define como “la fijación del valor numérico de la constante de Planck  6.63 x 10-34, expresado en julios por segundo”.

A: ¡Joder, con la burra…! ¡Sólo trataba de hacerte una pregunta graciosa….!

B: Es que, en esa pregunta tan inocente y simplona radica, como le digo, la malicia de la Didáctica de las Matemáticas que ustedes propugnan en sus escuelas. Se lo diré de otra manera: Yo, como burra, cargo todos los días con los pesos que tiene usted a bien colocarme encima. Mi idea de peso, igual que la de los niños, se circunscribe a la capacidad de soportarlo, es decir a un concepto meramente sensorial y utilitario. Si usted me carga con paja, lo máximo que usted podrá echarme encima serán unas 2 ó 3 arrobas; pero si lo hace con hierro lo podrá seguir haciendo hasta que me caiga al suelo, derribada por el peso.

A: Entonces…, ¿no hay que enseñar a los niños lo que es un kilo, un litro, un ohmio, un… ?

B: ¡Ahora da la impresión de que el burro es usted! A lo que vengo a referirme es que los niños viven en un mundo de experiencias en el que todo lo que aprenden viene relacionado con lo que ven, cogen o sienten. Ahora bien, si, como es costumbre en las aulas, dejan ustedes a un lado esas experiencias y obligan a los niños a permanecer sentados en una silla delante de un libro, aturullándole con ejercicios y más ejercicios…, por más que utilicen pizarras electrónicas y programas digitales, jamás adquirirán la virtud de comparar, calcular, coordinar, sopesar, experimentar, ordenar, corregir, evaluar por sí mismos, tan propio de las matemáticas… El lenguaje que ustedes propugnan: el numérico, gráfico, formulístico, lógico, algebraico o probabilístico, han de alcanzarlo mucho, mucho después y no antes…

A: Ese discurso ya nos lo echaste en el anterior artículo. Sin embargo, y a raíz de ponernos “a pensar”, como nos pusiste a maestros y licenciados, te tengo que decir que no estoy totalmente de acuerdo contigo en tu desarrollo discursivo porque hay niños que enseguida captan los conceptos matemáticos abstractos y llegan a conclusiones que te dejan pasmado…

B: ¡Claro que sí! Son esos mismos niños que, una vez mayores, estudian para profesores de matemáticas e imparten la asignatura con la soberbia y displicencia que les caracteriza.

Nuestros primeros maestros son nuestros pies, nuestras manos y nuestros ojos (J.J. Rouseau) 

A: “Piano, piano….”, como tú misma aconsejas y, en vez de insultar, pon propuestas positivas sobre la mesa.

B: Mire usted, señor Isidro. Podría poner encima del pesebre (que no de la mesa, porque soy burra) mil sugerencias sobre cómo impartir esa asignatura”(términos por cierto, estos de “impartir” y “asignatura”, que me revuelven las tripas). Podría hablarle de las fases evolutivas por las que han pasado los burritos y mulitos que yo, personalmente, he parido y criado; de los progresos experienciales que he apreciado en ellos a base del ensayo-error que ellos mismos y bajo mi supervisión, han venido practicando desde chicos; de las bondades que para el desarrollo de la inteligencia asnal aporta el hecho de ejercitar los órganos móviles del cuerpo -manos, patas, orejas y rabo-… , pero sería pretencioso desarrollar aquí y por mi parte un Currículum Escolar destinado a humanos que, a todas luces, parecería pedante. “Doctores tiene la Iglesia…”, como dicen ustedes.

A: Háblame entonces de las “Competencias Asnales” que has llevado a cabo con tus crías…

B: ¡Qué gracioso! Si de verdad quisiera usted practicar la manera de educar que tenemos los burros, debiera usted empezar por ser humilde y antes que a hablar, aprender a rebuznar…; a continuación, a saber sacudirse a los moscones y abejorros, editores sabihondos y chupasangres, con el rabo; y por fin, pegar una coz a quien le venga a tocar los mismísimos con “políticas educativas” … (perdón, perdón, que se me va la olla).

 

A: Todas tus buenas maneras y la educación “Peripatética” que dices te proviene del Asno de Oro del greco-romano Apuleyo, la echas por tierra cada vez que abres esa bocaza…

B: Mire…Todas las mañanas, cuando me lleva usted a cargar leña, arena, cepas de brezo o currucas de corcho al monte y pasamos por la vera de la escuela, sufro mucho al ver a esos niños, mochila a la espalda, camino de una encerrona como es el aula. ¡Claro que de buena gana les explicaría a ustedes, los humanos, cómo acompañar a esos niños a estar más sanos, ser buenas personas e, intelectualmente, mostrarse más competentes! Si usted supiera que, yo en cálculos e investigaciones, soy toda un crack. Que entre mis congéneres aparezco como especialista en el mundo de los fractales… Fractales que se manifiestan en la Naturaleza, dentro del mundo exuberante y florido de las simetrías. Simetrías radiales, por cierto, que exhiben muchas plantas y animales en sus hojas, frutos, semillas y cascarones; o esas otras esféricas, tan abundantes en el mundo de los pólenes. Especialista también, en pétalos de flores, cuyo número, salvo raras excepciones, son invariablemente 3, 5, 8, 13, 21, 34 ó 55. Averiguaciones todas que me han llevado, de la misma manera a como lo hizo su congénere Fibonacci, a relacionar dicha serie con la proporción áurea del número ‘phi’ (1,618…)

Simetrías en las flores

A: Muy interesante todo eso, Molinera, pero dame una pista sobre cómo crees tú que, además de caminando, debo orientar mis enseñanzas matemáticas…

B: Mire usted, señor arriero. Como le he adelantado, podría aventurar mil ideas sobre la forma de conducir a sus alumnos hacia el mundo de la inducción, la experimentación, la sensorialidad y la emoción, incluso. Pero hubo un señor, bueno y sabio donde los hubiera, a quién una antepasada lejana mía de nombre Jorasquina llevó sobre sus espaldas camino de Jerusalén cierto Domingo de Ramos, que le aconsejó secretamente que “decir verdades a humanos situados en estrados dorados y altas tribunas, lo único que podría acarrearle era la muerte”. Así que “mejor viva, pasando por “burra”, que muerta, yendo por la vida de maestra liendre”. Con todo…, ¡cuente conmigo! Mis lomos siempre estarán dispuestos a transportar toda esa serie de artilugios, trípodes, instrumentos y papel continuo que usted maneja para departir y compartir las clases caminando.

A: Molinera…, por favor. No me dejes con la miel en los labios… Sé un poco más precisa…

B: ¿Miel, una burra? ¡Pero si ustedes mismos dicen que “No está echa la miel para la boca del asno”!

A:Anda, burrita guapa…

B: Por consideración hacia usted, le voy a dar dos referencias esenciales: una práctica y otra teórica. Y no serán referencias precisamente asnales, sino humanas. La primera, le aconsejo que, en cuanto a la práctica, indague en las técnicas que Celestine Freinet llevó a cabo bajo la genérica denominación de “Cálculo vivo”. La segunda, y parafraseando a Jean Jacques Rousseau, genio de la filosofía pedagógica de su tiempo, le diría con él que:

Nuestros primeros maestros son nuestros pies, nuestras manos y nuestros ojos. Reemplazar con libros académicos todo esto, no es aprender a pensar, sino aprender a servirnos de la razón de otro, aprender a creer mucho y a no saber jamás de nada.”

¡Arrieritos somos y en sucesivos capítulos nos encontraremos!

EN CAPÍTULOS ANTERIORES

Capítulo 1«Pedagogía caminera. Mi mejor maestra: una burra andariega»

Capítulo 2«Aprendemos caminando… del ronzal de mi burrita Molinera»

Capítulo 3: «Por unas Matemáticas andariegas. Diálogo entre el arriero y su burra»

Capítulo 4: «A vueltas con las “Matracas”. Diálogos de un arriero con su burra»

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