Al hilo del manifiesto “firmado por 60 profesionales del mundo de la cultura, la ciencia, el arte, la universidad o el sindicalismo” –“Por un pacto para la reconstrucción social de España”–, considero que no sería justo ocultaros las intenciones, incluso “tentativas”, que me han sobrevenido a la hora de plasmar esta reflexión: me he impuesto clamar, desarraigar, desnaturalizar y sentenciar cualquier confrontación.
Sinceramente, soy de los que opino que las crispaciones, tengan el carácter que tengan, en ningún caso ayudan a la convivencia social –meta alcanzable a la que no debemos conceder el olvido por más tiempo–. No podemos permitirnos las formas malsanas con las que se está conjugando el verbo “acometer”, pues todas ellas, sin duda alguna, vulneran los derechos ciudadanos.
Y es que, como os decía, tiempo atrás, que me pasaba con la evolución tecnológica de los “robots telefónicos”, estos “talantes políticos” –y no tan políticos– están a punto de conseguir que hasta modifique mis actitudes más enraizadas. De la protesta íntima, reconozco que tengo la tentación de pasar a la denuncia pública y judicial de una serie de hechos que vienen sucediendo con bastante asiduidad y que, incluso, podrían llegar a colmar la paciencia del santo Job.
Entiendo, con el patriarca bíblico, que soportar las pruebas celestiales es una cosa –pues, al fin: “Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y se condolieron de él...” (Job. 42, 11)–, y otra bien distinta es aguantar estoicamente las memeces terrenales sin que, además, tengamos la mínima esperanza del consuelo de nuestros semejantes… De aquellos que nunca ejercieron de “palmeros” del poder engreído y la vanagloria.
Con todo, –tampoco lo puedo ocultar– sabed que, a pesar de todo lo sufrido, al despertar cada día de los referidos “malos sueños” –así los llamó, en mi estoicismo impenitente– mis perspectivas se acercan más al optimismo que a la desesperanza.
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de
Ramón Burgos
Periodista