Cuando las ideas o creencias están manejadas con mando a distancia, los políticos solo quedan para hacer enjuagues y defender sus nóminas
Como quiera que todo se produce en un abrir y cerrar de ojos, estamos llegando a tal punto que nunca sabemos a ciencia cierta donde se sitúan los planteamientos ideológicos de cada grupo político o la posición de cada cual dentro de los mismos, dando siempre por supuesto que la feligresía los saben distinguir, aunque ya sea mucho suponer, pero bueno… Digamos que los pasados credos enfrentados desde el siglo anterior entre liberales, comunistas y socialistas se encuentran en franca regresión, pero a su vez cada vez más próximos; el capitalismo se ha hecho cada vez más comunista y el comunismo más capitalista y consumista, paradójico, pero tan real como el bitcoin. Baste para comprobarlo con echar un vistazo a los mercados chinos y americanos para observar quién decide sobre nuestras vidas, sobre nuestras propiedades y hasta sobre nuestras cabezas.
Y es que cuando las ideas o creencias están manejadas con mando a distancia, los políticos solo quedan para hacer enjuagues y defender sus nóminas: que hay que mover sillones en las instituciones para ser ocupados por otros, se mueven; que hay que mantener un sistema educativo que produzca ganapanes y garbanceros, se mantiene o se empeora; que se necesitan votos de aquellas hordas feministas que arremetan contra la heterosexualidad del hombre, pues, nada, vamos a ello; que hay que modificar las viejas reivindicaciones de “la tierra para el que la trabaja, pues, sin problema, se modifica y se sustituye por otro lema: “la tierra para el que la okupa”; y a los ciudadanos que les den.
Los que creíamos que no existía la libertad sin la existencia de la propiedad privada, vemos como se desmorona cada día más este concepto tan arraigado en nuestros arquetipos del inconsciente colectivo. Por el contrario, los que asimilaron doctrinas colectivistas y al estado como garantes de una mejor distribución de los medios de producción, se han convertido en vándalos adinerados -retribuidos con nuestros impuestos y legitimados por las urnas- que desde el mismo corazón de las instituciones instigan y jalean a la chusma bastarda para que tome las calle y haga el mayor daño posible. Esta milicia de calaveras no duda en romper escaparates, saquear comercios, incendiar las ciudades, agredir a partidos constitucionales o a abrirle la cabeza a la policía con los adoquines de la calzada. Todo esto bajo la indolente mirada de tarugos ególatras que tienen responsabilidades de Estado y que se inhiben a pesar de toda la fuerza que los legitima en un sistema democrático. Y es que cuando se habla de negocios y no de política suelen suceder estas cosas. Estos niñatos arribistas, que han llegado a la política para defender como nuevo lo añejo y fracasado, pareciera que no encuentran contrapeso en los grupos que se definen como liberales y, así, sin ningún tipo de rubor, estos pretenden abandonar sus identitarios referentes sociales y hasta su propia dignidad (con mociones de censura contra ellos mismos) para unirse a una izquierda, que desde hace mucho tiempo abandonó a la clase obrera, con el objetivo de imponer sus nuevos valores, dirigidos, ahora, en favor de las minorías étnicas, de los gay, de las mujeres, de los transexuales o de los okupas.
Uno puede entender el debate ideológico y con más motivo si se ha estado inmerso en él durante muchos años de su vida y hasta podría soportar que estas cabezas hundidas en la más absoluta ignorancia intenten pervertir el lenguaje, llamando violentos a vándalos malnacidos, fascista a todo aquel que entre en desacuerdo con las ideas del otro o extrema derecha de manera pertinaz a partidos constitucionalistas, que solo utilizan la palabra en las instituciones para defender sus argumentos; pero lo que no soporto es que nos traten como tontos. No me digan cómo debo pensar.
(NOTA: En las ediciones de Almería, (pág. 28), Jaén (pág. 26) y Granada (pág. 29), correspondientes al domingo, 28 de marzo de 2021)
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Comentarios
Una respuesta a «Pedro López Ávila: «No me digan cómo debo pensar»»
Magnifica, como siempre, la reflexión de Pedro sobre el desolador paisaje de la política española.
Gracias, Pedro.