José Luis Abraham López: «Adiós al abrazo»

Si antes el abrazo era un gesto de adiós, de momento, es el adiós del abrazo.

Etimológicamente, saludo viene de la forma verbal salutare, empleada para desear o decir salud. Precisamente, la salud es lo que nos ha conducido en este periodo de pandemia a cambiar las formas tradicionales cuando nos encontramos con alguien que conocemos.

El saludo estrechando la mano lo podemos constatar en la antigua Grecia y Roma, como señal de ir en son de paz. En esta última cultura, el beso tenía tres manifestaciones: en la mejilla entre amigos, en los labios para el marido o mujer y el que se daban entre los amantes. Como prueba de fidelidad o para cerrar alianzas y convenios, el beso era así empleado en la Edad Media, mientras los chinos estrechan sus propias manos para evitar hacer lo propio con las ajenas.

En los tiempos actuales, hemos destituido el beso de nuestro protocolo de afectividad por el choque de puños o codos, o por el gesto de llevarnos la mano al corazón; también podemos juntar las manos o levantar una de ellas, o imitar el gesto de “chocar los cinco” en el aire. Siempre nos queda el recurso de la reverencia como desde tiempos inmemoriales se practica en países orientales…

Para frenar el virus hay que frenar igualmente la expresión de nuestras emociones mientras entonamos la cancioncilla de cuánto le quedará a esto, Dios mío, y que tan parecido resulta a pernoctar a la intemperie sin esperanza alguna de encontrar un techo bajo el que cobijarnos. Antes era el abrazo de un adiós y, de momento, es el adiós del abrazo.

Lo cierto es que llegas a casa con todo lo puesto, giras la llave para abrir la puerta sin que nada se te caiga, la cierras con el cuidado suficiente para no dar un portazo, sueltas donde puedes la bolsa del trabajo, te desprendes de la odiosa mascarilla para desechar, te quitas el abrigo y lo dejas alejado de otras prendas que habitualmente tienes en la sala de estar, te enjabonas bien las manos y una vez te cambias la ropa de hoy la abandonas también lo más lejos posible como despreciando a un incómodo enemigo. Y cuando crees que has cumplido con el protocolo estricto del buen ciudadano, no puedes evitar abrir el paquete que has recibido, así que con la ilusión de lo inesperado te dispones a desvelar qué sorpresa esconde ese sobre acolchado. Pero eso exige volver a lavarte requetebién las manos y, ahora por fin, ya puedes darte a ese gesto diario y deseado de abrazarte con la que persona que siempre te aguarda dentro y fuera del abrazo, de ese gesto que te enternece y tranquiliza porque crees que un día más has evitado al mismo monstruo que desde poco más de un año nos aguarda con los dientes afilados.

 

 

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José Luis Abraham López

Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

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