Sobre esto escribiría en ‘La colina del alto chopo’: “Siempre he creído que tengo una mitad de locura y otra de ponderación. Toda mi obra me parece que refleja esas dos mitades. La parte matinal: equilibrio, cálculo, medida; la del anochecer: impresión, romanticismo, exaltación”.
En 1905 se traslada a Moguer y durante seis años escribe su elegía andaluza ‘Platero y yo’. En 1911 vuelve a Madrid y se hospeda en la Residencia de Estudiantes. El escritor conoce entonces a Zenobia Camprubí y consigue enamorarla a través de las traducciones que realizaron juntos del Nobel bengalí, Rabindranath Tagore. En 1916 se casa con Zenobia en Nueva York y, con motivo de su boda, escribe ‘Diario de un poeta recién casado’. Al comenzar la Guerra Civil, el matrimonio abandona España y reside en varios países americanos: Argentina, Cuba y Florida. En 1951 se instala en Puerto Rico, donde Juan Ramón da clases en la Universidad de Río Piedras. En 1956 la Academia Sueca le concede el Premio Nobel de Literatura, pero esta noticia coincide con la muerte de Zenobia, su compañera ideal. El poeta, en sus últimos días, le dedicó esta frase: “A Zenobia de mi alma, / este último recuerdo/ de su Juan Ramón/ que la adoró como a la mujer/ más completa del mundo/ y no supo hacerla feliz”. En una foto, se ve a JRJ depositando un ramo de flores sobre la tumba de su esposa.
“Mis días se van río abajo, salidos de mí hacia la mar, como las ondas iguales y distintas (siempre) de la corriente de mi vida: sangre y sueños. Pero yo, río a conciencia, sé que siempre me estoy volviendo a mi fuente”. Totalmente deshecho, Juan Ramón sobrevivió dos años a Zenobia. El 29 de mayo de 1958 murió en Puerto Rico y, el 6 de junio, los restos del matrimonio fueron trasladados a Moguer. En la revista ‘Montemayor 2007’, Rosario F. Cartes describe así el traslado de los féretros: “El día seis esperábamos el cortejo fúnebre que acompañaba a Zenobia y Juan Ramón al cementerio de Jesús, del que tanto había escrito el poeta (…). Lo que debió ser un cortejo ordenado en un principio era, al entrar en la calle Friseta, muchedumbre, el pueblo desbordado aunque tranquilo; la comitiva era tan compacta, que no se distinguían ni clero, ni autoridades, ni familiares, ni las personalidades que habían llegado de fuera, de Huelva, de Sevilla, de Madrid… Apenas rebasadas las últimas casas, sucedió. Un hombre y su burro en una quietud de estatua, observaban la comitiva bajo un intenso sol, desde la altura del vallado. El hombre, en traje de faena y destocado, con un cigarro como hábito de la boca, permanecía en pie junto al animal…”.
¡Qué estampa más sentimental –parece sacada del ‘Bienvenido, Míster Marshall’, de Berlanga– logró captar el fotógrafo, camino del cementerio! En las fotos se ven a los hombres llevando coronas de flores, el monaguillo con la cruz de guía y los féretros en medio de la muchedumbre, que abarrotaba las calles de Moguer. Y el labriego, junto al jumento, viendo pasar el cortejo fúnebre, como dando la última despedida al poeta. Rubén Darío lo recordaba así: “En la red de tus versos / está presa, Jiménez, / una gaviota blanca”. En 1982 estuve viviendo en Moguer y los recuerdos que tengo son imborrables. Yo iba con frecuencia a la ‘Casa-Museo de Zenobia y Juan Ramón’, en la calle Nueva, la antigua casa del poeta. El bibliotecario me daba la llave del sótano, abría una puerta y… ¡oh feliz mortal!, allí reinaba un silencio sagrado de manera que me quedaba extasiado, contemplando aquellas estanterías repletas de libros.
En la planta baja se conservaba la biblioteca personal de JRJ, con más de 4.000 libros; y en la planta alta se encontraba el despacho del poeta, donde escribió sus primeros versos, y el dormitorio con la cama. En mayo de 2008 se celebró una exposición, en la Biblioteca Pública Provincial de Granada, dedicada a Juan Ramón con motivo del cincuentenario de su muerte: en 35 paneles, se recogían sus primeros versos, el expediente académico, sus obras, la concesión del Premio Nobel, etc. En la Alhambra, hay una placa donde Juan Ramón dejó el recuerdo de su visita: “Se fue a Granada por silencio y tiempo, y Granada le sobredio armonía y eternidad”.
Moguer, en la década de los ochenta, vivía de la agricultura y sobre todo de la fresa que ya había tomado un gran auge, por lo que se veían grandes campos de cultivo. Aquella tierra producía, además, buen vino y un mosto excelente, por lo que en muchas bodegas se podían saborear tranquilamente estos caldos. Recuerdo que en el mesón ‘El lobito’ se celebraban entonces peleas de gallos americanos, donde la gente apostaba dinero. Es posible que JRJ escribiera estos versos pensando en su muerte: “Moguer, Madre y hermanos. / El nido limpio y cálido… / ¡Qué sol y qué descanso / de cementerio blanqueado!”. El célebre Platero fue enterrado en Fuentepiña, en la casa de campo del poeta.
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”.