Con el final del curso escolar se avecinan días de angustia en muchas casas. A medida que subimos de niveles escolares las cosas se complican, las consecuencias de las malas calificaciones, se viven con mayor preocupación aún. Afortunadamente, desde que el Ministerio de Educación, legisló que la evaluación debe ser continua en la E.G.B., este asunto de las notas se vive de una manera más relajada en los hogares.
Aún así son muchos los maestros y maestras que todavía, se sienten más seguros realizando exámenes trimestrales y finales. Es como si no se fiaran de la información que pueden recoger con la supervisión del trabajo continuado. Muchos docentes siguen defendiendo que la mejor manera de comprobar lo que finalmente se ha aprendido, es con los exámenes y que con ellos se disipan las dudas sobre lo que realmente se sabe. Otros los consideran un mal menor necesario, la alternativa menos mala posible.
La Escuela ha recibido de la sociedad la responsabilidad de seleccionar y valorar los saberes adquiridos por los escolares. Los enseñantes nos convertimos en los jueces de esa encomienda. La Escuela se convierte así, en el lugar donde se evalúan los conocimientos, en la fábrica emisora de títulos y por tanto también del fracaso escolar.
No discuto en ningún momento que toda actividad tiene que ser evaluada. Lo que cuestiono es la manera en que esa evaluación se realiza la mayoría de las veces. Mi experiencia en la escuela y la reflexión que llevamos a cabo en mi grupo de renovación pedagógica, me llevan a pensar que hay que realizar un cambio sustancial en todo lo relacionado con las notas y los exámenes. De hecho en nuestra revista “ Colaboración “ hemos dedicamos un número monográfico a reflexionar sobre este tema.
Los exámenes y las notas son elementos de selección social
Ya hemos mostrado el carácter selectivo que tiene encomendada la institución escolar. La escuela al final de la etapa obligatoria de escolarización dará dos tipos de títulos, por un lado los Graduados escolares y por otro los Certificados. Con los primeros se podrá continuar estudiando el Bachillerato, mientras que con los segundos una gran mayoría se incorporará al mercado del trabajo.
Al termino del B.U.P. se produce otra selección antes de entrar en la universidad. Muchos estudiantes se quedarán en esa estación, mientras que un porcentaje menor continuará estudiando una carrera universitaria.
Podríamos pensar que este proceso selectivo es justo, ya que es lógico que sigan adelante los más inteligentes y trabajadores. Este tipo de razonamientos creo que es simple e incompleto. Le falta tomar en consideración un elemento muy importante, como es la ausencia de igualdad de oportunidad a lo largo del desarrollo escolar de muchos niños y niñas.
Los planes o contratos de trabajo
Soy de los que creo en la necesidad y utilidad de una valoración continua del trabajo escolar a lo largo de todo el curso. Durante ese tiempo disponemos de recursos suficientes como para no tener que recurrir a los exámenes.
Esta práctica de evaluación continua yo la he concretado en mi clase mediante los planes o contratos de trabajo. Estos planes o contratos nos permiten planificar todo el trabajo escolar durante un periodo de tiempo. Cada niño y niña se apunta en su contrato de trabajo, las tareas que están dispuestos a realizar durante la semana. También son ellos y ellas quienes eligen en que momento quieren realizar las tareas durante la jornada escolar. El único horizonte que tendrán en cuenta, es tenerlas terminadas al final de la semana. De esta forma se desarrolla la responsabilidad del alumnado con su compromiso de trabajo, se respetan sus ritmos de trabajo y nos permite un seguimiento y evaluación continua.
Una evaluación compartida
Otra ventaja de esta manera de evaluar es que permite compartirla entre todos los miembros de la clase. Al final de cada semana, se realiza una asamblea en la que se van valorando todos los contratos de trabajo. El trabajo realizado por cada niño y niña es conocido por todos los demás y en ese proceso se puede opinar y realizar propuestas. El docente ya no es el único juez, al convertirse la evaluación en un acto colectivo y público, a diferencia de los exámenes que son siempre actos individuales y en buena medida secretos.
Como se puede ver, con este modelo de evaluación, no se trata de calificar mediante un examen y unas notas, sino de valorar de manera globalizada los esfuerzos realizados por cada miembro de la clase, teniendo en cuenta todos los acontecimientos personales sucedidos a lo largo de la semana.
Una vez valorados los contratos de trabajo en la asamblea de la clase, se envían a las familias para que conozcan el resultado de la evaluación y para que puedan opinar en el proceso de evaluación colectiva. La clase se convierte así, en un elemento estimulador del trabajo, valorando a cada niño y niña por sus esfuerzos, sin miedos ni angustias.
Del dicho al hecho
Para terminar quiero relatar mi última experiencia de evaluación, en la que he estado de manera continuada durante cinco cursos con los mismos niños y niñas. Comencé en cuarto de la E.G.B. y terminé en octavo curso.
No me extenderé sobre el modelo didáctico que fuimos desarrollando durante el tiempo que duró la experiencia, aunque si apuntaré algunos de los elementos más importante de aquella apuesta educativa. Desde el primer momento tomé la decisión de no usar libros de texto. A partir de ahí tuvimos que ir construyendo los conocimientos escolares con la introducción de textos libres, de trabajos creativos de lengua, del apostar por el cálculo vivo en la matemáticas y de conocer nuestro entorno a partir de trabajos de investigación surgidos de los temas que les iban interesando a los niños y niñas.
Como hemos visto anteriormente, todas esas tareas se planificaban con los contratos de trabajo. Cada niño y niña organizaba su trabajo semanal según sus deseos. Mi trabajo consistía en ir de mesa en mesa animando, aclarando dudas o sugiriendo nuevas propuestas. Las correcciones se hacían sobre la marcha. Una vez que creían que, las tareas estaban terminadas, me las presentaban. Si estaban bien yo les escribía en sus libretas o fichas un “visto” que quería decir que ya se las podían apuntar como trabajo terminado en su contrato.
Esta forma de trabajar la fuimos perfeccionando durante los cinco cursos que estuvimos juntos. Cuando llegamos a octavo y por tanto al fin de su etapa escolar en la escuela, tenía que hacer las propuestas de Graduado Escolar. La consecuencia lógica y coherente no podía ser otra que dárselo a todos y todas.
Nunca hice exámenes, pero conocía perfectamente, lo logrado por cada niño y niña. A lo largo de todo ese tiempo, todos y todas se habían esforzado de acuerdo a sus posibilidades. Todos y todas habían sido merecedores de obtener un título de una enseñanza que es obligatoria que, al menos no les cerraría las puertas de su futuro. No he querido ser yo, quien conociendo los esfuerzos realizados, pusiera un obstáculo más a estos niños y niñas de familias modestas que no han tenido todas las oportunidades deseables.
Era un colegio bastante grande, lo que los docentes llamamos un línea cuatro. Por tanto eran cuatro los grupos de octavo que terminábamos la promoción. Al conocer mis compañeros de nivel la decisión de dar una “ titulación general “, no salieron de su asombro. Alguno me dijo que la medida era injusta para los que habían alcanzado más nivel. Otro me dijo que los dejaba en evidencia ante su alumnado y familias. Un tercero en privado y unos días después, me confesó que él hubiera hecho lo mismo, pero que le faltaba valentía para hacerlo.
Yo les dije que el título que estábamos dando, era el de unas enseñanzas básicas y obligatorias y que en cuanto a titulación selectiva que era, no debería existir. También les dije que por tanto, no quería ser cómplice de poner una traba más, a unos jóvenes que apenas comenzaban a transitar por un camino lleno de obstáculos y selecciones.
( * ) Artículo escrito en el periódico local Encrucijá de Maracena, en junio de 1985.
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licenciado en Historia, ha sido maestro e Inspector de Educación.
Escribe artículos, realiza vídeos y es autor de libros sobre temas de Educación,
entre los que destacaría “La Investigación del Medio en la Escuela”.