Alumna: Me llama la atención, señor Isidro, la pasión que pone usted al defender las teorías de Campanella.
Maestro: ¿Tomasso Campanella? ¿El autor que escribió la famosa obra “La Ciudad del Sol”?
Alumna: Sí, el mismo. Por lo que he podido escuchar en la conversación que usted mantenía con sus colegas deduzco que el tal señor no atinó en su empeño por crear un sólo imperio con una religión única, que definía como “La República Teocrática”.
Maestro: ¡Ah, ya…! Pero es que tú has llegado un poco tarde a dicha conversación… Mi énfasis no se refería tanto a ese empeño que tú dices y que le costó permanecer 27 años encarcelado, como a las teorías pedagógicas que desarrolló.
Alumna: Teorías ya superadas imagino… ¡El año de 1602 queda muy lejos de este 2022 en el que nos encontramos!
Maestro: Si te parece, y mientras damos un par de vueltas alrededor de este parque, podemos ir desentrañando juntos lo que decía aquel, comparándolo con lo que hoy resulta a todas luces novedoso… Dime: ¿cómo piensas tú que accedemos al conocimiento?
Alumna: Según lo que he estudiado, accedemos al conocimiento mediante la suma de varios procesos cognitivos: percepción, memoria, experiencia, razonamiento, enseñanza-aprendizaje…
Maestro: Pues en cuanto al primer punto que citas, la percepción, Campanella ya lo consideraba esencial para el aprendizaje. Tanto que sostenía que todo conocimiento es reductible a la sensibilidad; que la verdadera sabiduría se funda en los sentidos, los únicos que pueden verificar, corregir y refutar un conocimiento incierto. Y fíjate hasta qué punto que, para él, esa percepción por los sentidos llegaba a conformar en edades tempranas la conciencia de sí mismo. Autoconciencia que, por otra parte, nos revela también los principios fundamentales de la realidad natural. Así, aprendiendo a percibir las señales que nos envía la realidad es como tenemos conciencia no sólo del saber, sino también del hacer y del amar. Potencialidades, las tres, que llevan aparejadas sus contrarias: conciencia de la ignorancia, de la impotencia y del odio. Y dime: ¿qué consideración se tiene hoy del juego como elemento educativo?
Alumna: Sabemos que el juego resulta fundamental para los niños en los primeros años de escolarización. Mediante su práctica se sientan las bases para el desarrollo de conocimientos, competencias clave tanto sociales como emocionales…
Maestro: Pues fíjate: Campanella entendía también el período de juego como elemento formativo, pero no sólo en las primeras edades, sino que lo alargaba hasta la adultez e, incluso, a la vejez. El principio, hoy tan manido de “aprender jugando”, lo defendió él a capa y espada, hasta el punto de afirmar (con datos en la mano y teniendo a la ciudadanía de Nápoles como referencia) que con trabajar 4 horas al día (todo el mundo, eso sí) sobraba tiempo para dedicar otras tantas horas a juegos instructivos y liberadores.
Alumna: Para haber causado en usted tanta expectación, señor Isidro, imagino que el tal Campanella haría alguna premonición positiva en torno al hecho del “aprender caminando” que usted tanto propugna.
Maestro: No vas desencaminada, querida alumna. Por sus escritos sabemos que era partidario de que los maestros dieran sus clases caminando; que llevaran a sus alumnos a visitar toda clase de talleres para que niños y jóvenes descubrieran sus inclinaciones naturales; sugería que no se descuidaran las actividades agrícolas, incitando además a los alumnos a que practicaran todas las artes y ciencias. ¡Estudios y ocupaciones en los que no hacía distinción entre varones y hembras, pues potenciaba entre ellos absoluta igualdad! Llegó a vaticinar, incluso, que, al igual que lo certificamos nosotros con nuestra experiencia, con estos métodos andariegos los jóvenes podían aprender mucho, en un tiempo relativamente breve.
Alumna: Por lo poco que escuché de la conversación que ustedes mantenían, en Campanella no era oro todo lo que relucía… Seguro que hay algo en él que no está en consonancia con su Pedagogía Andariega….
Maestro: ¡Qué sagaz eres, muchacha! Pues sí. Me revienta su afán por meter la religión y la palabra “Dios” hasta en la sopa. Bien es verdad que el tal Tomasso, lo arregló a su modo dándonos una visión ejemplar sobre lo que debe ser trabajar para el bien común. “Los mejores alumnos –escribió- se convertirán en filósofos-sacerdotes en bien de todos, sin envidias ni sospechas, dado que el régimen comunitario es una garantía contra la génesis de gran parte de los vicios humanos”.
Alumna: ¡Otro utópico más, como Platón o Tomás Moro! ¡O como usted mismo, señor Isidro!
Maestro: ¡Cuidadín con los utópicos, señora alumna! ¡No se olvide usted que la utopía se hace posible siempre que se trabaje generosa, voluntaria y organizadamente por conseguirla! Te aseguro que si Molinera, mi burra, es cabezota y constante, más lo soy yo cuando me propongo algo que merece la pena. Nosotros, los Andariegos, nos movemos tras una Luz y un Camino. La luz: el desarrollo integral de las personas. El Camino: la convivencia, la solidaridad y el respeto a la Naturaleza.
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA