Gregorio Martín García: «Mi tío Teodoro, alias ‘Tedorico’, II»

Contada esta historia las risas y fuertes que inundaron la habitación de la casa de “Tedoro” y todos festejaron la fuerza y pujanza con que el amigo Librado nos la había narrado.

 

Éste narraba bien lo que contaba, por su vehemencia, por su sentimiento y porque lo vivía intensamente, pero donde se ponía mi tío “Tedorico” no llegaba nadie. Contando alguna de sus aventuras, no tenía prisa, antes de cada frase pensaba y con su gesto que iba delante ya nos estaba mostrando aquello que diría, con tal detalle y minuciosidad que placer daba escuchar lo que se ponía a narrar. Parecía que estuvieras viendo el escenario que te iba construyendo con sus acompasados movimientos de manos sus poses y su gesticuladora cara que adornado todo con su pausada palabra quedabas plantado en el centro de aquel lugar que te estaba narrando, te hacía presente en el mismo.

Mientras él, que era sordo, se quedaba observando con su mano tras la oreja para facilitar oír mejor

– Una mañana de alba de niebla y frío apretado con mi reclamo muy bien sujeto a mi espalda con los tirantes que yo me había hecho-.

Comenzó a narrar Teodoro cuando las guasonas risas de lo narrado por Librado y su galgo habían cesado.

-Como digo… salía por el cementerio a coger el camino Calderero con intención de poner el reclamo en la parte alta de la Sierra los Castellones, cuya mole y a través de la niebla veía recortado sobre la luz proveniente del Saliente. Subí el cuello de mi pelliza y a su alrededor lie una bufanda, apreté contra mi costado la escopeta semi doblada, manos en lo más profundo de mis calientes bolsillos, levanté intuitivamente mis hombros queriendo abrocharlos contra mi cuello y orejas y en esa pose, en reserva del frío, encaminé ligero mis pasos hacia lo alto de la sierra que frente a mi veía, de Los Castellones llamada por ser su propiedad y cercana al cortijo que con el mismo nombre conocemos.

Mi cabeza gacha, mi mirada fija en el carril que seguía, mis pasos firmes y el vaho de mi respiración, que al expelerlo y con mi prisa respiraba algo fuerte y que salía como disparado de mi boca para desaparecer imbuido por el frío ambiente. Era tal mi fijación al caminar que casi ni sabía a qué altura del sendero lo hacía…

– ¡Ahh si!, ya voy pasando Calderero- por lo que giraré a mi derecha y tomaré la cresta de la Cañada Calderero por un trecho hasta que a la altura del puesto de caza a donde iba y donde me esperaba por mi reconstruido en ocasión de haber ido días antes a cazar el conejo “al chisteo”. Era temprano pero aun así no quería aflojar mi paso solo para defenderse del frío. Si llego demasiado pronto esperaré un momento-. Pensaba mientras caminaba. A la vez que se volvió intuitivamente hacia el Oeste que a su espalda quedaba y observó con cierto agobio, que tras de sí no se veía nada. ¡Niebla! la niebla cubría el valle que quedaba tras la remontada hacia la sierra adonde se dirigía y parecía que aquella nube de millonésimas partículas húmedas formada, le perseguía. No se preocupó, sabía por dónde iba y la única coordenada que más observaba era subir solo y ascender y encontrar el lugar a donde iba. A la diestra de su camino que con buen ritmo seguía, rozando con espinos chaparros y encinas, saltó inesperadamente un bulto que viviente entre aquel mundo cegado, le sorprendió. Acostumbrado, vio como el largo rabo del zorro traspasaba unos chaparros…fue mecánica su acción fue un arco reflejo, pero ver al zorro huir y rápido coger su escopeta de junto al morral, todo fue un rayo, pero más lo fue la huida del raposo que tiempo no dio para ninguna acción al cazador, ya sudoroso.

Su caminar se hizo más lento, su respirar más acelerado, pero a pesar de ello, por fuera estaba húmedo y como de mil pequeñas perlas ornamentadas, el rocío hacía en él artísticas figuras emulando la envoltura de un preciado regalo.

Se paró, acompasar su respiración, con su derecha su sombrero de recio paño levantó un poco y parece que respirando el cabello despertó el resuello que ya casi faltaba al cazador del reclamo.

Hubo de reorientarse, caminaba por senda adecuada, pero seguro no estaba de camino con la seguridad necesaria. Giró sobre sí mismo, un respiro de alivio al ver que por allá lejos parecía se rompía el mundo y comenzaba a verse algo el cielo. Ese claro pronto estará sobre mí y todo este cerrado mundo cambiará.

Como algo cansado iba, no paraba de caminar, eso lo hacía a diario y su cuerpo respondía a eso y mucho más…era la circunstancia de haber caminado un buen rato sin ver nada a su alrededor además de parecer que flotaba en la nada y aquello no era caminar. Dio dos o tres profundas respiraciones acompasadas y equidistantes en el tiempo intentando con la cadencia organizar los golpes que su corazón le daba. – Bueno… Se preguntó. – y ¿Dónde tan de prisa voy, si es muy temprano?… se sentó…se sentó junto y bajo un tupido chaparro que antes sacudió para quitar de sus verdes hojas las perlas acuosas que adornaban su natural hermosura y tocó con su posaderas las hojarascas que, previamente había removido con su pie, y como buen cazador con todo cuidado colocó su buena escopeta de dos cañones, junto a sí, muy cerquita, como debe ser ya por estar en plena serranía y por lo que pudiera pasar la cerró tras sus cartuchos en la recamara colocar, volviéndola a cerrar y con el final de su bufanda pasarle por culata y cañón en ademán de limpiar y criar también aquel arma que tantas satisfacciones le dio. en mañanas como aquella quizá peor, pero por lo general había vivido caminos hacia el puesto de acecho difíciles de olvidar.

Así pensaba y así recordaba lo vivido en su ya larga vida… ¡¡Joeer! Teodoro no te duermas que se te pasa la hora de montar el repostero y colocarte en el puesto y entonces sí es verdad el fastidio que pasaría que por esta tontería perdiera un día esta cacería que tanto disfruta. Se desperezó y en dando un pequeño estirón cuando recuperaba este a su izquierda y muy cercana descubrió, una pequeña y corta rastra de lo que parecía una maltratada planta de sandía, en medio de aquella mata de frondoso volumen. En el que parecía que penetraba una mayor claridad, por la formación de las ramas de aquella chaparra que la mata de sandia había aprovechado ese pequeño hábitat y allí desarrolló con sus hojas y su mata y sus funciones clorofílicas, todo funcionó y logró aquella mata su verde color de sandía, que siendo de huerta, ¿Quién habría sido el que esa pepita de vida hasta aquella chaparra traída… y que circunstancia se dio para que se cumplieran los motivos de su fecundación…? ¡La Vida!

Sandía

Esto le hizo meditar y mientras hacía una mirada qué, le dedicó a aquella sufrida mata de sandía… -¡¡coño!!- -se le escapó- …-¡¡pero si tiene una sandía!! ¡¡Qué barbaridad!! Se dijo para sí varias veces. mientras la cortó, porque el acelerado camino le hizo sentir sed. En su mano pudo ver que, más gorda que una naranja grande aquella no era…la miró y cogiendo un guijarro con cierto tacto la golpeó. Por la mitad destajo y dejó ver su rojo interior que ya derramaba su jugo a la mano de Teodoro que, arreglando la postura se acercó el primer trozo a la boca quedando boquiabierto al comprobar su gran dulzura. Era dulce cual meloja, fresca cual la mañana y tersa, muy tersa estaba de haber pasado la noche arropada por los ramajes de aquella chaparra.

¡Nunca tal cosa, probó!

¡Nunca manjar tan exquisito saboreo!

Pero sí comprobó que el sacrificio hace bien al hombre, según en qué circunstancias.

La escasez enseña al mismo a ser previsor.

El tesón y firmeza en el cumplimiento de la obligación impuesta, imprime carácter y consigue de la Vida la esencia.

Muy bella lección aprendió de aquella sandía que comiera aquel día sin saber que, en lo profundo de sus genes, la sandía tenía escrito y grabado que para reproducir y cumplir su misión había de luchar contra la aversión.

Ello la hizo más dulce, ello la hizo más exquisita y a pesar de su pasión sufrida mientras crecía rodeada de escasez y dificultades, en tierra adversa, falta de abonado y nada de laboreo, logró su fin llegando a la meta de su existencia

Hizo un pequeño descanso en su alocución. Todos seguían atentos y sin romper el silencio, se miraron unos a otros intercambiando pareceres, pero solo con los gestos de sus caras, Volviéndose a Teodoro todos le miraban era demandado para que pronto les siguiera contando, todo lo que quedaba.

Mi tío, se levantó a beber agua de su jarrillo de aluminio que siempre, estando junto a la chimenea, le acompañaba. Fue sed inducida por el recuerdo de aquella sandía que tan bien recordaba y mejor narraba que, les parecía a él y a la audiencia que la comían.

Secó y limpió la comisura de sus labios, ya llevaba rato hablando, tranquilamente, despacio, después de colocar su silla de asiento bajo y muy cómoda, volvió a sentarse, aun los oyentes de aquel relato le seguían esperando, él ya acomodado, preguntó: 

– ¿Qué más esperáis de mí mañana de reclamo de hace ahora dos años?

– Qué nos digas el final. Interpelan ellos.

– ¿El final? -ya fue. Dijo aquel.

Es qué ni habéis comprobado que la sandía su misión ha acabado a pesar de las adversidades, y vosotros queréis que siga con lo ya terminado.

Coged la moraleja que el fruto nos deja y como seres racionales aprendamos a comportarnos.

[Continua la próximas semana]

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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Comentarios

2 respuestas a «Gregorio Martín García: «Mi tío Teodoro, alias ‘Tedorico’, II»»

  1. Francisco Avila

    Teodorico, este personaje tan peculiar de nuestro pueblo lo utilizas pera otra faceta de las costumbres que llevadas quizás por la necesidad nos asomas a conocer la caceria bien en la persona del librao con sus flacos y enjutos galgos como la caza de perdiz con reclamo y como saciar las necesidades con lo que en los campos quedaba de la cosecha buen relato

    1. Gregorio Martín García

      Mi buen amigo Paco, Los dos de los que escribo eran a cual mas cazador, lo cazaban todo, liebres conejos, perdiz con reclamo conejo al «chisteo» y todo lo que en el campo veían si no podían dispararle, lo que si hacían era echarse la escopeta a la cara, apuntar y ensayar el tiro sin disparar. Lo único que les diferenciaba era la tranquilidad de Teodoro y la actitud de alboroto, aspavientos y gestos con sus correspondientes voces con que se expresaba el amigo Librado. Tal para cual.
      Un saludo

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