En uno de esos paseos matutinos –que, alguna vez, os he contado–, casi siempre me suelo encontrar con alguien con quien, aparte del “buenos días” de educación, entablo una conversación más o menos adecuada a los acontecimientos del día (entre otros muchos temas).
Enfrascado en dimes y diretes, la “suerte” –esta vez en forma del brazo de mi contertulio– me salvó de una caída que, casi seguro, hubiese dado al traste con alguna parte de mi cuerpo… Y es que los fríos invernales, unidos a la ordenación urbana de nuestras calles, crean unas umbrías algo tenebrosas pero, sobre todo, resbaladizas.
Y ahora, lo sé, os preguntaréis, con razón, por qué os cuento una de mis desdichas: pues bien, la reflexión acorde que os propongo gira alrededor de los “resbalones” que en materia legislativa, judicial y organizativa se están dando en nuestro país; unos por necesidad de mantenerse en el gobierno, otros por cumplimiento obligatorio de lo legislado y los demás por conveniencia de apoltronamiento.
Os confieso que añoro las lecciones que sobre el derecho romano –de gran aplicabilidad y calidad técnica– recibí muchos años atrás: las leyes y ordenamientos tienen que ser acordes a las personas y a sus inalienables equidades, lo que parece ser están olvidando algunos de nuestros próceres, pues, además de no escuchar a los expertos en estas materias, anteponen los intereses partidistas a la objetividad y, una vez que han metido la pata, se niegan a agarrarse a la mano que puede arreglar el entuerto.
Si “rectificar es de sabios” (Alexander Pope: “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”), más honesto y beneficioso para la sociedad es aún reconocer públicamente y enmendar los errores que atentan contra la libertad de la ciudadanía, incluso, si fuese necesario, pidiendo perdón.
Los hechos provenientes de cualquier tipo de empecinamiento no sólo son denunciables, sino también contestables con la mayor de las energías.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista