Don Álvaro Salvador o el verso de la otra sentimentalidad lírica

A Álvaro Salvador Jofre, poeta, maestro y, sobre todo, amigo”

Cúllar, “su pueblo y el [casi] mío”, estoy completamente seguro que cuando leemos este verso escrito por Miguel Hernández, el poeta del pueblo, a todos nos suena porque fue emanado del más profundo lamento por la muerte de su amigo del alma Ramón Sijé. Algo parecido, aunque no sea por un motivo luctuoso, gracias a Dios, es lo que ocurre con el pueblo de Cúllar para Álvaro Salvador, poeta de la experiencia, y para un servidor que, aunque de poeta no tiene nada, siente un aprecio sincero por el municipio cullarense que es vecino al mío natal, Caniles.

Hace varios años, que tuve la oportunidad de conocer personalmente a Álvaro Salvador, cuando compartimos la fortuna de ser miembros del jurado que falló, en su día, la segunda edición del Premio Internacional de Poesía ‘Dama de Baza’, en el año 2018, alzándose con el mismo el poeta Manuel Salinas. De todo esto, ha pasado ya un lustro y entremedias una pandemia. Sin embargo, desde aquel momento, Álvaro Salvador y yo entablamos muy buena amistad que, cada día que pasa, se va estrechando más. Para mí, Álvaro no deja de ser un amigo, profesor, agitador cultural, pensador, ateneísta granadino, cuyos versos son imprescindibles en el actual panorama lírico nacional. No obstante, cada conversación que mantengo con Álvaro se torna en una auténtica lección magistral sobre literatura, filosofía, política…, o la vida misma.

Una de las conversaciones, que más disfruto, cuando tengo la oportunidad de mantenerla, con el bueno de Álvaro, consiste en la narración de sus recuerdos de infancia vividos en el cortijo de “Aguaparra”, que su familia poseía en la Venta del Peral –término municipal de Cúllar‒. De igual forma, la evocación de los recuerdos experimentados allí están llenos de anécdotas, correrías y peripecias acontecidas durante los largos períodos estivales que, junto a su familia, vivió entre dicho cortijo y la localidad cullarense donde su padre trabajaba como oficial de la secretaría de su ayuntamiento. El relato de todas estos recuerdos lo encontramos en su novela autobiográfica, El prisionero a muerte. Libro éste que es muy recomendable e invito a leer a todas aquellas personas que estén leyendo este artículo puesto que les gustará y, sin lugar a dudas, se divertirán con su amena lectura, es más, lo pasarán muy bien.

Álvaro Salvador de niño en el cortijo de ‘Aguaparra’ sito en la Venta del Peral (Cúllar)

En este libro también se narra cómo era la Granada bajo el tardofranquismo, es decir, aquella ciudad que, a partir de mayo de 1968, aunque las noticias que recibiera de todo cuanto estaba aconteciendo en París fueran muy escasas, asistía a presenciar los estertores del franquismo. Fue precisamente durante las brumas de octubre del año anterior, es decir, de 1967, cuando Álvaro Salvador comenzó a estudiar Filología Románica, sin duda, influenciado por su tío, el académico don Gregorio Salvador Caja, en la Universidad de Granada, cuya Facultad de Filosofía y Letras por aquellos días se ubicaba en el antiguo Palacio de los Condes de Luque vulgo de las Columnas sito éste en la calle Puentezuelas, en la actualidad este edificio alberga la Facultad de Traducción e Interpretación. Muchos de los estudiantes, que por aquellos entonces se sentaban en las viejas bancas de madera de aquel sitio, eran muy reivindicativos con las injusticias sociales y estaban plenamente comprometidos con la causa democrática española frente a un búnker atrincherado en el poder, parapetado en los puestos de mando y amparado por el régimen totalitario y dictatorial de Franco.

Aunque hubo de ser un tiempo difícil a causa de la ausencia total de libertades, de la censura –a la que, paradójicamente, en pleno 2023, algunos pretenden volver a ejercer, sobre todo, contra la cultura‒ y a la represión, el movimiento estudiantil fue, sin lugar a dudas, uno de los principales baluartes de la oposición al régimen. Pues bien, Álvaro fue un estudiante comprometido con la democracia, que se manifestó por las calles de Granada cuando eso estaba prohibido y podía provocar que te detuvieran por ello y, por supuesto, corrió delante de los grises a la misma velocidad que los mozos corren delante de los toros en Pamplona, siendo interrogado por la brigada político-social de la policía como todo estudiante que protagonizara o participara de aquellas movilizaciones opositoras al régimen.

Eran tiempos en los que significarse políticamente como demócrata acarreaba una serie de consecuencias. Era muy habitual que estos estudiantes comprometidos recibieran el consejo familiar del “no te metas en política porque te vas a buscar la ruina”. Teniendo en cuenta que, por lo general, los padres solían ofrecer a sus hijos este consejo con la finalidad de protegerlos no por la explicación que nos dio al respecto el célebre Antonio Machado: “Haced política, porque si no la hacéis alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”. Estoy completamente seguro que Álvaro Salvador recibió dicho consejo de sus padres en aquel otoño pasado de hace cincuenta y seis años; sin embargo, lo que ocurrió es que aquel joven estudiante y poeta no sólo es que no se metiera en política, es que no salió. Álvaro Salvador fue y es un revolucionario de la palabra, convencido del poder que ésta tenía, siempre navegó a contracorriente en cuanto a las convicciones sociales de la época y a la educación política (formación del espíritu nacional) recibida en la escuela franquista.

Portada del libro ‘El prisionero a muerte‘, (Editorial Renacimiento, 2005 ), de Álvaro Salvador 

Con el fallecimiento del dictador el 20 de noviembre de 1975, España firmaría el acta de defunción de la dictadura quedando el nostálgico reducto del franquismo sociológico, dando comienzo así al inicio de la Transición Política a la Democracia en nuestro país. Sin duda alguna, unos años de efervescencia política muy intensos. Una época, que debió de ser también apasionante ‒por qué no decirlo‒, en la que las imágenes en blanco y negro comenzaron a visualizarse en color, la calle dejó de ser de Fraga para ser de todos y todas, y la noche ya no era exclusivamente del sereno para ser del pueblo. Sin embargo, el coste de todos estos cambios, que se hacían imprescindibles para la llegada de la democracia, las libertades individuales, la pluralidad política…, fue bastante considerable puesto que en aquellos años el terrorismo extremista y etarra campaba a sus anchas por las calles españolas cobrándose víctimas inocentes. No obstante, esta transición política española –que finalmente no salió tan mal‒ no hubiese sido posible sin las reivindicaciones expresadas a través de las movilizaciones ciudadanas en la calle que, abrumadoramente, protagonizó la izquierda que volvía a ser legalizada en la España democrática, sobre todo, desde la legalización del PCE el 9 de abril, Sábado de Gloria, de 1977; y consagrado todo esto en la Constitución Española de 1978.

En ese escenario, tan convulso como apasionante e intenso, que arrojaba un esperanzador cambio político, social y económico en España, como así terminó ocurriendo, es donde Álvaro Salvador desarrolló gran parte de su enorme actividad poética y su comprometido activismo político, aunque ambas actividades las ha venido y viene desarrollando siempre apostando por que otra sentimentalidad es posible si observamos la vida desde la más absoluta cotidianeidad. Ahora que mi amigo y maestro, Álvaro Salvador, está viviendo el otoño de su vida, únicamente me resta mostrarle mi afecto, amistad, admiración, cariño y agradecimiento por todas sus enseñanzas, su cercanía y, sobre todo, por su amistad.

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