Antonio Luis García Ruiz: «Europa: Fortalezas y amenazas»

¿Quién no ha entrado en una catedral gótica y se ha sentido emocionado, embriagado de luces y colores, extasiado de belleza y colmado de espiritualidad y alegría?

Nuestro continente constituye una de esas cinco partes, en las que tradicionalmente se ha dividido la Tierra. Si, por su extensión, ocupa el cuarto lugar, en las demás dimensiones (histórica, artística, musical, económica, política, etc.), podríamos decir que ocupa un grado privilegiado. Situado en el hemisferio norte, entre los fríos polares y los calores tropicales, bañado por el Mediterráneo y el Atlántico, ha sido punto de intersección de climas y de elementos bióticos y antrópicos del paisaje; de ahí la diversidad faunística, vegetal y paisajística que posee. Desde el punto de vista histórico, ha conformado un gran crisol cultural, cuyas fuerzas centrípetas, han atraído población, desde tiempos remotos y desde lugares lejanos, y cuyas fuerzas centrífugas, han permitido a los europeos acceder y explorar los espacios más desconocidos y olvidados del planeta.

En consecuencia, junto a esa valiosa diversidad física, se han producido otras diversidades culturales, étnicas, lingüísticas, etc. no menos importantes y con acusadas diferencias, entre unas regiones y otras. Pero las citadas diversidades, han encajado bien con la homogeneidad patente; entre otras razones, porque ambas han de coexistir en una misma dimensión, ya que la diversidad está compuesta por un conjunto heterogéneo de homogeneidades. Al hablar de homogeneidad o identidad, me estoy refiriendo no sólo a un mismo espacio, sino también al semejante proceso histórico protagonizado por los pueblos y países europeos, desde el siglo V antes de Cristo, hasta la actualidad. Los fundamentos principales de dicho proceso, se encuentran en la Grecia Clásica, en el Imperio Romano y en el cristianismo; sin duda alguna, el de mayor influencia.

Pese a las críticas de bastantes autores, escépticos con las fortalezas y las bondades europeas, no podemos negar, de ninguna manera, la evidencia de los hechos, las realidades, la enorme erudición y los restos materiales e inmateriales, que la historia nos ha depositado. La densa y extensa formación humanística, en todos los órdenes de la vida, proporcionada por la historia (arte, ciencia, filosofía, literatura, música, tecnología, teología, etc.) es inconmensurable e incuestionable. Las naciones y los pueblos europeos, han intercambiado y vivido esencialmente, una misma cultura, unas mismas estructuras socioeconómicas, un mismo pensamiento, y, lamentablemente, unas mismas guerras. Citemos un ejemplo, entre los cientos que podemos elegir.

El arte gótico, constituye uno de los grandes arquetipos, que mejor representan las creencias, el pensamiento, los modos de vida, las fortalezas y las identidades históricas europeas. Surgido en Francia (abadía de Saint Denis), pronto se extendió por toda Europa, perdurando durante varios siglos (XII al XV). Un periodo de hondas transformaciones sociales, en el que resurgen las ciudades y aparece la burguesía, con comerciantes y banqueros. Para Rodin, el gótico es el estilo de la naturaleza; ella lo invade y le otorga esencia y es lo esencial, lo que basta a la belleza. ¿Quién no ha entrado en una catedral gótica y se ha sentido emocionado, embriagado de luces y colores, extasiado de belleza y colmado de espiritualidad y alegría? Todo un mundo maravilloso, un fascinante y sofisticado conjunto de formas y fondos, de símbolos y significados, que nos invita a alcanzar el Cielo, desde la fe y la razón.

No obstante, la unidad y la identidad plena de nuestro continente, no la hemos conseguido hasta ahora: un parlamento propio, un gobierno único, una misma moneda, una geopolítica común, etc. El proceso comenzó, tras la segunda Guerra Mundial, cuando Europa, quedó completamente destruida y deprimida. En el año 1957, grandes figuras políticas, como el Canciller Adenauer y otros representantes de Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, firmaron el Tratado de Roma. Hoy, los 27 países de la C.E. constituyen una realidad palpable, con una destacada fortaleza, de lo que nos tenemos que sentir orgullosos, aunque vigilantes.

Pero, en la otra cara de la moneda, encontramos la animadversión y el desprecio a los países europeos y occidentalizados: los espacios más avanzados, libres y tolerantes del planeta. Aparte las relaciones internacionales, es en el interior, en nuestros propios países, donde están presentes las peores amenazas. Así, lo hemos podido ver en las pasadas manifestaciones en Francia. Carentes de ideas alternativas, desconocemos sus razones y sus metas, pero sí sus acciones agresivas y violentas. “La France Insoumise”, parece una revolución absurda, sin causa, ni destino.

Más absurda e injusta, es la situación que estamos padeciendo hoy en España. Tras la larga noche de frustración e “insomnio nacional”, podemos entender el resultado de los dos casamientos, señalados para el 23 J. Para el binomio que gobierna, los novios y sus seguidores, se echaban flores, junto con abrazos y besos; por el contrario, los aspirantes se preparan con ataques y embestidas entre ambos, tragándose el anzuelo/trampa de los primeros. Lamentable. Pero lo verdaderamente grave y preocupante, es que se mercadee con el fraude de ley y se cedan competencias exclusivas del estado, para satisfacer intereses personales.

(NOTA: Este texto se ha publicada en la sección de Opinión del diario IDEAL, correspondiente al martes,  8 de agosto de 2023)

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ANTONIO LUIS GARCÍA

Catedrático y escritor

 

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