Gregorio Martín García: «Vamos a castrar las colmenas, 1/3»

Eran sus amigas, jamás le picó alguna. Ellas sabían quién era, ellas sabían quién las cuidaba y hasta cuando una abeja se encontraba perdida y desorientada en cualquier lugar. Con cuidado la cogía en su mano y en el índice aupada en alto la ponía para que el vuelo retomara y pusiera rumbo a la comunidad de su colmena. Era mi madre, era su amiga.

Un espacio de privilegio ocupaban las colmenas allá en el patio, en un apartado de jardín plantado, en medio de un gran rosal de rechonchas rosas que sus pétalos soltaba alfombrando el suelo de su color y, junto a un olivo que pienso era lechín. Así nos lo cantaba su pequeño fruto de color negro no rematado, sino que parte de él era solo morado además de diminuto volumen el que cada aceituna mostraba. Luego…, era lechín, un olivo original de ascendencia salvaje. Primogénito de los olivos era aquel y seguro que, no sembrado ni plantado por persona alguna, sino que fue allí transportado por algún ave que allí abandonó el hueso cuando dio buena cuenta de aquella aceituna.

Pues allí, en aqueste lugar estaban las nueve colmenas, que vivían a la par que la familia en la casa. Eran unos más de los miembros habidos entre los animales domésticos de aquel corral junto con los individuos humanos que allí se movían y con los que recíprocamente espacio compartían con mutuo respeto.

De toda la vida yo allí vi las colmenas, tan acostumbrado a ellas que a su lado pasaba y no me inmutaba ni temía que alguna pícara, lo más que notaba es que su vuelo, cerca de mis ojos, alguna vez me molestaba.

Las primeras plantas terrestres de hace más de cuatrocientos millones de años eran los musgos, los helechos…que se reproducen por esporas, desplazadas por el viento, si caen en lugar idóneo, germinan y producen una nueva planta.


Pasado los años por cientos de millones aparecieron las plantas con tallos y hojas, algunas de estas se modificaron en flores que tenían dos tipos de células encargadas de la reproducción, las masculinas, el polen, y las femeninas, los óvulos, la unión de ambos da lugar al fruto que guarda la semilla que perpetúa la especie.

La Naturaleza se vale para polinizar ese polen y los óvulos de cada flor, que den lugar a la semilla. De la necesidad de las abejas de buscar néctar y polen para alimentarse. Se posan sobre las flores y recogen el polen con sus cuerpos. A medida que se mueven de flor en flor, el polen se transfiere a la parte femenina de la flor, donde fertiliza el óvulo permitiendo que se formen las semillas.
Son las abejas excelentes polinizadoras, no son las únicas, ya que mariposas y mucha clase de animales voladores también contribuyen a ello, pero la abeja es la más dinámica y colaboradora.

Es por ello por lo que estas forman una extraordinaria colonia jerarquizada perfectamente en estructura piramidal.

(Apis mellifera). La abeja europea. Son insectos sociales que viven en colonias, normalmente en colmenas cuando el hombre las explota. Cada uno de ellos hace una función distinta y determinada. Estas colonias las forman tres tipos de individuos: Reina, obreras, y zánganos.


Cada colonia o colmena tiene una reina, que es la única abeja fértil y es la encargada de poner los huevos que formarán las nuevas generaciones de abejas. Se diferencia de las demás por su abultado abdomen y tamaño. Y es fecundada por los machos que mueren tras la cópula.

Las abejas obreras son las otras hembras de la colmena y en función de su edad y necesidades de la colonia, realizan diferentes tareas. Pasan por distintos

estados físicos cambiando partes de su cuerpo en función de la tarea a realizar, la última de ellas es la salida al campo a recolectar polen y néctar, siendo muy dinámicas y laboriosas. Esta última fase puede alargarse varios meses.

Los zánganos son los machos reproductores, encargados de la fecundación de la reina, en la colonia viven varios cientos de machos que, una vez cumplida su misión de fecundar a la reina, por las obreras son expulsados de la colmena muriendo de hambre o frío fuera de ella.

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

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