Hay palabras, como le sucedió al “Amor” que cantaba Rocío Jurado, que se desgastan de tanto usarlas. Le ha sucedido a la palabra “puta”, por ejemplo. Si bien en un principio se refería a las mujeres “de mala vida”, con el tiempo ha venido a formar parte de toda una batería de expresiones (“puta manía”, “puta calle”, “puto amo…”) que en absoluto hacen alusión (ni falta que hace) a mujer ninguna, ya que para ello usamos otras más contractuales y dicotómicas como “prostituta” o “trabajadora sexual”.
Traigo este anacronismo a colación porque es exactamente lo que le está sucediendo con la palabra “Emocional”. Al menos, en lo concerniente al Aprendizaje.
“El secreto de la Educación está en la Emoción” –dicen los que dicen saber de estos asuntos. Y es así que no hay texto, ni conferencia, ni propuesta renovadora en el mundillo de la Pedagogía contractual que no meta de por medio la dichosa palabra como solución mágica a los males que aquejan al Sistema educativo actual
También yo, como un autómata, intenté aplicar dicha medicina a mi nieta Clara cuando, intentando que terminara de comerse el tazón de sopa que se le resistía, me espetó: “Me dan igual los columpios. ¡No me como la sopa y no me la como…!” Y todo porque, en vez del taxativo “Hasta que no te la termines no sales” –de su abuela-, utilicé una de las estrategia sacada de los manuales de la Inteligencia Emocional: “Ánimo –le dije– en cuanto la termines, nos vamos a los columpios”.
Y es que los niños no son tontos. Su grado de madurez puede llegar a un nivel de perspicacia que ven venir la estulticia y el engaño adultos a una legua de distancia. A esta misma nietecita, que ha cogido (permítanme la licencia) la “puta costumbre” de leer todo lo que cae en sus manos, la sorprendí el otro día con una tarjeta de propaganda (colorista y llamativa) pretendiendo vender “Esencias Fussión”, “Tomate Fussión”, “Raf Fussión” y “Picante Fussión” alpujarreños, con el oleícola lema de “El Aceite aromatiza tus emociones”. Para más inri, prometía tan apologético anuncio (cuya foto adjunto), aportar con cada uno de estos productos y respectivamente: “equilibrio y armonía”, “sinceridad y empatía”, “amor y amistad”, “fuerza y energía”.
Lo vengo denunciando desde hace tiempo: el mal no radica en las teorías o en los niños sobre los que se aplica, sino en el contexto en que tiene lugar dicha aplicación. Así, resulta curioso que, al tiempo que la palabra emoción proviene del latín “emotio”, derivado del verbo “emovere”: mover…, esos mismos educadores promueven sus estrategias reafirmando técnicas que siguen manteniendo a los niños encerrados en habitáculos carcelarios y deprimentes como son las aulas y los entornos donde se ubican (por muchos adornos y rótulos eufemísticos que cuelguen de sus paredes). Y aún resulta más escandaloso que, mientras la neurociencia nos reitere que “las emociones estimulan la actividad de las redes neuronales reforzando las conexiones sinápticas favorecidas por un cuerpo en movimiento”, mantengamos nosotros a los niños en la más absoluta inmovilidad. O casi…
A la Pedagogía Andariega le rechinan esos apologéticos comentarios hechos por educadores melancólicos y retrógrados, relativos a que la Educación es amor, vocación, comprensión, etc., etc. Bien al contrario, afirmamos que ejercer de educador supone conocer a fondo la materia prima con la que se trabaja: su naturaleza, propiedades, estado en cada momento concreto, las potencialidades que lleva dentro. Y todo, para, sin quitarle ni pizca de personalidad, conducirla a su máxima realización. En definitiva: más que de una bucólica y trasnochada pretensión se trata de una labor eminentemente artesanal y profesional.
En cierta ocasión, mi maestro de taller, al ver cómo trataba a la arcilla que tenía entre las manos, pretendiendo doblegarla y convertirla inútilmente en toda una escultura grecolatina, me advirtió: “Ese bloque de barro con el que trabajas tiene vida propia. Desde el principio has pretendido violentarlo, llevándole hacia lo que tus deseos, y no su esencia ni tus destrezas, te indicaban. Pero no es culpa tuya. Envuélvelo y déjalo a un lado. Mañana mismo vamos a ir a la cantera y vas a aprender a tratarlo, conociendo el proceso geológico, químico y dinámico por los que ha pasado hasta llegar a tus manos.”
Efectivamente, ese y no otro es el camino: conocer en profundidad la materia con la que se trabaja. ¡Y fueron digas de ver la piezas que levanté con aquel material: no representaban figuras humanoides estereotipadas; antes bien, estructuras contorneadas, vibrantes y volátiles que respondían más a lo que me inspiraba su naturaleza e inclinación natural que a mi deseo estéril y estandarizado!
¡Claro –me dirán aquí los psicopedagogos de las emociones-, lo que hizo aquel maestro es precisamente lo que denuncias: convertir las emociones en toda una vivencia íntima, en un aprendizaje basado en el conocimiento, la sensibilidad y la experimentación!
¡Ah, estos psicopedagogos de conveniencia…! Al primer descuido, te roban el agua –aprendizaje- que riega tus huertas vivenciales y la reconducen a su propio molino funcionarial… ¿Conocéis alguno de estos –de estas- que, dando consejos, frecuentan los colegios y que hayan denunciado a voz en grito la vileza con que se trata la educación de los niños? Colegios vallados, aulas saturadas, profesores itinerantes, contenidos aburridos por lo reiterativos, manipulación ideológica e insolidaria…
Desde mi experiencia de un montón de años…, desde la Pedagogía llevada a cabo por los grandes maestros de la Enseñanza que en el mundo han sido, os diré una cosa:
-¿Pretendéis fijar objetivos realistas y adaptativos?: ¡Sacad los niños a la calle!
-¿Buscáis desarrollar mecanismos personales para tomar decisiones en situaciones personales, académicas, profesionales, sociales y de tiempo libre que acontecen en la vida diaria? ¡Sacad a los niños a la calle!
-¿Favorecer la capacidad para identificar la necesidad de apoyo y asistencia y saber acceder a los recursos disponibles apropiados? ¡Sacad los niños a la calle!
– ¿Pretendéis un alumnado activo, participativo, crítico, responsable y comprometido que implique el reconocimiento de derechos y deberes…; el desarrollo de un sentimiento de pertenencia…; la participación efectiva en un sistema democrático y solidario? ¡Sacad los niños a la calle!
-¿Queréis facilitar el propio bienestar, contribuyendo activamente al bienestar de la comunidad en la que uno vive: familia, compañeros, sociedad? ¡Sacad los niños a la calle!
– ¿Dejar que la vida fluya, generando experiencias óptimas en la vida profesional, personal y social? ¡Sacad los niños a la calle!
-¿Dónde mejor para practicar el juego, el ejercicio físico, la danza, el teatro, la música, la risa, el compañerismo que en la calle?
Lo repito una y mil veces: de forma segura, programada, colaborando con personas, entidades y autoridades…; en espacios urbanos o rurales; con niños pequeños, medianos o grandes; en días de sol o de lluvia… ¡Sacad los niños a la calle!
¿Qué otra cosa es, si no, señores y señoras psicopedagogos de conveniencia, la “puta” Educación Emocional?
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
artífice e impulsor
de la Pedagogía Andariega