A las de San Sebastián me refiero
Pues claro que había ferial. Toda fiesta que, de ello se precie, ha de tener un ferial. En Benalúa de las Villas, teníamos un ferial cómodo y amplio donde se instalan los kioscos, las casetas, columpios y verbenas, así como una churrería que muy demandada había de abrir gran parte del día. Desde la Placetilla en la calle Madrid, hasta la puerta de Rogelio Afán, Alias ‘El Talador’ sito en calle Real, era el trazado y montaje de los artilugios festeros que hubieran de montar para las fiestas del pueblo.
Y allí estaba El Montillanero con su cartón numerado una lata en la mano y un dado dentro, pregonando: – “Iguales” “Iguales”. El siete lo pago doble.
Ya varios días antes de los festejos, al pueblo venía un tal Arturo que con una máquina blanqueadora dejaba el pueblo rebosante de cal y que relucía con blancura andaluza desde lejanos parajes de los campos benaluenses.
Tras Arturo llegaban empleados de Pirotecnia Martín con sede en Motril, que en el portal del ayuntamiento nos confeccionaban un precioso castillo que sería la más bonita atracción de la víspera de fiestas, lanzado desde la puerta de la posada con hermosas figuras de fuego a colores y con el gran estampido del final y al que le llamábamos, con mucha razón: “El Trueno Gordo”, ante el que todo el mundo tapaba sus oídos y había los que hasta sus ojos y cara.
La tarde anterior a la esperada víspera, los varios kiosquitos o mesitas turroneras se comenzaban a instalar de forma tan peculiar y atractiva que era grato mirar como las montaban con sábanas y unos palos quedando una simulada tienda con un precioso y apetitoso mostrador colmado de turrones y dulces de todas clases, tan deseados entonces por no haberlos en todo el año. No faltaba el kiosco del Pancho el de Colomera y otra preciosa tiendecita que montaba nuestro paisano Caracuel. También un año vino un heladero que no vendía helados sino polos delante de ti fabricados.
Una prensilla de mano la llenaba de hielo y lo apretaba y de uno de los muchos barriles de jarabes que llevaba, te echaba un chorreón sobre el cuadrado de hielo y te daba por dos gordas un gran polo de hielo picado con el jarabe de sabor por ti escogido y que tan colorido refrescante te deleitaba por un rato. Curiosos helados aquellos.
Pero la palma se la llevaba el señor feriante de los columpios, que solían ser de caballitos, barquillas o voladeras. Muy rústicos y fabricados de forma muy artesanal. No comprendo y, doy gracias por ello, nunca ocurrió nada importante.
Cerca del montaje del tal artilugio se reúnen todos los niños y no tan niños del pueblo. Era su admiración ver el montar y soñar con los viajes que harían en ellos.
La churrería ya llevaba montada varios días y los mismos hacía que el churrero abriera para vender sus ricos churros que en Benalúa nuestro pueblo, nunca fueron tejeringos.
Por allí andaba el tío del caballo de cartón, de talla similar a sus colegas de carne que, máquina en ristre no dejaba de invitar a todo el que a su lado pasara para que posara y se hiciera un retrato para la posteridad. El caballo casi siempre estaba ocupado.
En la plaza, grandes haces de ramas de álamo blanco, cañizos y lonas y unos palos o vigas era el material que desde varios días anteriores usaban los que en subasta habían quedado con la verbena de la plaza de España, centro neurálgico de los festejos de aquellos días. Centro donde se cuajaban muchos noviazgos, también los había que terminaban. Y discusiones entre mozos y anfitriones de la verbena, cada año había por la carestía de la papela necesaria para entrar.
Y llevaban razón los mozos, es que aquellos que la verbena montaban se aprovechaban del “pastel” logrado y quieren explotarlo muy bien. Habrase visto que cara…pues nos cobraron el año pasado cuatro pesetas y no contentos este año la suben a un duro. Eso es un robo y si no bajan las papeletas de entrada, no entramos ninguno.
¡Qué va! sentían los primeros acordes de la orquesta y ya ahí estaban todos dentro pisando pista.
Un cortijero, muy refino él, venido al pueblo por las fiestas quiso ofrecer al patrón algo con que dar gracias por sus cosechas, como quiera que los artilugios pirotécnicos se vendían en la parroquia, se llegó el cortijero a la casa parroquial y, a su llamada en el timbre de la puerta, desde dentro preguntaron – ¿Qué quería Vd.? A lo que éste muy educado y refino contesto: -Sr. cura soy yo, Rafalico el cortijero que vengo a pedir el favor para que me venda una “Ocena de codetes”.
Maneras y cortesía que tenía él.
Se preparaban para la procesión que en la tarde del diecisiete se celebraba a las nueve horas, antes, a las doce, en la mañana se habría oficiado la misa mayor. Con órgano y coro cantada con toda solemnidad y a la que no faltaba nadie del pueblo y los muchos visitantes.
Tras la misa, la banda de música del Ave María, al completo y perfectamente uniformados, a las indicaciones y dirección de su maestro/director, D. José Ayala, bajo el gran árbol que había en la plaza daban un excelente concierto al que todo el mundo le llamaba “Hora Vermut”. Se disfrutaba y aunque parezca extraño se escuchaba respetando el silencio y todos atentos a su desarrollo. Sonidos de himnos de famosas coplas y conocidas canciones, preparadas y arregladas para instrumental. Se dejaban sonar en aquel lugar de encanto que de él recuerdo y siento morriña y sentimientos encontrados.
La banda del Ave María terminaba, tras haber hecho su llegada, de hacer el carrusel o recorrido de las calles del pueblo saliendo todos los vecinos a la calle a balcones o tras sus cortinas a oírlos tocar sus melodías. La plaza de España fue el punto final del recorrido musical y del disparo de cohetes. Allí el Sr. Alguacil, D Eduardo Adalid, tras el saludo del Sr. alcalde a la banda de música y a su maestro D, José, repartía y daba alojo a los músicos en casas de vecinos del pueblo en donde vivían los días de las fiestas y serían atendidos en sus necesidades culinarias y las ordinarias de cualquier persona.
El alguacil, nombraba músico. Adjudicaba casa y ello era inapelable. Nadie protestaba ni manifestaba contrariedad a tal reparto que, se hacía desde muchos años atrás. Los músicos, chicos todos jóvenes en los ratos de descanso de su trabajo musical, se dedicaban a salir al campo y “recolectar” de todo lo hallado, y no crean que si eran pillados infraganti por el amo este se enfadaba en demasía…incluso algún agricultor que había pillado a los músicos que recogían las almendras, fruto de uno de los árboles, les advirtió de tal acción, pero después él mismo ayudó a recoger parte del fruto y se lo donó.
La corrida de cintas se celebraba esa tarde de víspera. A las cinco, en la puerta de La Posada, todo el pueblo acudía en masa a ese evento muy atractivo, que podían ser a caballo o bicicleta, ambas por separado. Las cintas para capturar con un pequeño palo a modo de lanza que, habían de ensartar con gran habilidad. Eran muy de colores y delicadamente bordadas por chicas del pueblo. Tenían semejanza y cierta reminiscencia con las justas y torneos que años muy anteriores se celebraban en los castillos del medioevo.
Las cintas, enrolladas en un canuto de caña y colgadas de un alambre a cierta altura, dejaban a la vista una pequeña anilla que con hábil maestría el participante había de ensartar y así llevarla en volandas con ondulantes movimientos en una vuelta triunfar, por el viento zarandeada y la alegría evidente del que la había ensartado.
Era especial intención de los mozos que participaban, hacerse con aquella cinta que él sabía de antemano, había bordado la chica a la que él pretendía para hacer su novia amada.
Si lograba tal premio, era agasajado. Aquella chica que él quería y que la cinta había bordado, se la colocaba en el pecho como blasón o torneo a la bandolera colocado. Antes, el “héroe” se la había llevado desde el campo del torneo al punto en que se hallaba entre la muchedumbre del pueblo que, enfervorizada le aplaudía.
La tarde era completa, entretenida, divertida e Interesante. Si observamos con cuidado: ¿Habrá algo más parecido a los torneos y justas celebrados en todos los castillos de España? ¿Dónde gobernaban los señores feudales con estructuras fuertemente jerarquizadas con organización política y social basada en feudos? Evolucionados y adaptados, han llegado a nuestros días y con ello se demuestra lo tradicionales que eran nuestras fiestas patronales.
Los participantes, sobre sus cabalgaduras (Bicicletas o caballos). lanza en ristre (El palito en punta que portaban para ensartar el trofeo). Y con pases alternativos con limpia rivalidad, en feroz lid se batían los que al campo de “Batalla” habían bajado a luchar por su honor. Demostrada su “valentía de caballero” era recompensado y permitido, entregar su trofeo a la bella mujer que amaba.
Ver más artículos de
Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
autor del libro ‘El amanecer con humo’
Comentarios
2 respuestas a «Gregorio Martín García: « ¿Cómo eran las fiestas patronales de Benalúa de las Villas? 2/4»»
Sigues pasito a pasito desgranando como sí se una roja granada sé tratara los acontecimientos qué llegaban en vísperas de las fiestas grandes y los festejos en sí gratos recuerdos.
Sigo desgranando, además de cómo si fuera roja granada lo que desmorono, es otra cosa…: Es cosa vivida, disfrutada y guardada en el centro de mis neuronas y he aquí como ahora puedo sacarlas para contarlas y exponerlas a los señores lectores como tú.
Por ello muchas gracias D. Paco, aqui estamos para lo que ordene vos.