Simone Weil

Filósofas y pensadoras del siglo XX. Simone Weil o la solidaridad radical (2/4)

II. EL CAMINO DE LA CONVERSION

Tras regresar de España, muy sensibilizada ante la cuestión colonial de su patria, Simone hace planes para viajar sucesivamente a Indochina y Albania, pero desiste de su idea. Durante el curso 1938-1939 pide la baja de la Educación Nacional por enfermedad: padece insoportables dolores de cabeza. Liberada desde enero de la enseñanza, por razones de salud, para ella será un año de lecturas intensivas.

En 1938, en la semana de Pascua, vivida en la abadía de Solesmes —donde asiste a los oficios con su madre, y se extasía con el canto gregoriano— tuvo Simone la experiencia mística decisiva en su camino hacia la conversión religiosa. La recitación del poema Love, de George Herbert, se convierte «sin saberlo [ella] en una oración» (1), y le revela la presencia de Cristo: «Una presencia más personal, más cierta, más real que la de un ser humano, inaccesible a los sentidos y a la imaginación, análoga al amor» (2), escribe. Hay que hacer notar, sin embargo, que la toma de conciencia de su cristianismo no es repentina ni sobrevenida, ella cree haber nacido en la inspiración cristiana, aunque haya, efectivamente, momentos decisivos en esa conciencia y consentimiento. El primero se produjo en 1935, durante una estancia en Portugal, donde, al presenciar una procesión de pescadores, tuvo «la certeza de que el cristianismo es por excelencia la religión de los esclavos, que los esclavos no pueden evitar abrazarla, y yo con ellos». Su segundo contacto con el cristianismo se le presentó durante su primer viaje a Italia, que realiza sola en 1937, en Asís, el lugar donde Cristo se dirigió a San Francisco: «Allí, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas». El de Solesmes, en fin, sería el tercero, último, y más determinante: «El pensamiento de la Pasión de Cristo entró en mí para siempre» (3).

Después de que París fuese declarada ciudad abierta, el 10 de junio de 1940, Simone huyó, a su pesar, con sus padres hasta Nevers y Vichy a principios de julio. Se firma el armisticio. Los Weil se acercan a Toulouse para intentar abandonar Francia y llegan a Marsella en septiembre de 1940. Entre octubre de 1940 y mayo de 1942 vivió en Marsella, donde tuvo una nueva experiencia de trabajo como jornalera en una viña cercana a la ciudad. Colaboró en la resistencia y difundió la revista Cahiers du Témoignage Chrétien al menos durante cuatro meses. Su colaboración con estos grupos cristianos (“creo que es, con mucho, lo mejor que hay en Francia en estos momentos”, llegó a decir Simone de ellos) comportó experiencias muy positivas para la joven pensadora mística francesa. Su influjo en Albert Camus fue tan notable que lo llevó casi a las puertas de la fe, aunque luego Camus se retrajo cuando tuvo lugar la condena de los curas obreros por la curia romana”, nos recuerda J. I. González Faus en un reciente y profundo ensayo sobre Simone Weil (4).

Cahiers du Témoignage Chrétien

El 14 de mayo de 1942, Simone Weil, ante la insistencia de sus padres, que temen persecuciones antisemitas, inicia su exilio acompañada de su familia. Abandonar Francia le hace sentirse como una desertora. Se embarca rumbo a Estados Unidos. Llegan a Nueva York el 6 de julio. Allí Simone reza cada día en la iglesia católica Corpus Christi de la calle 121 y, los domingos, frecuenta una iglesia baptista en Harlem.

Los últimos meses de su vida los vivió atormentada por la imposibilidad de participar activamente en la resistencia contra los nazis en Francia. Desde su exilio americano sigue empeñada en que le asignen un destino en Londres. Desde julio de 1942, trata de convencer a su amigo Maurice Schumann-condiscípulo en el instituto Henri IV-, que trabaja en los organismos de la Francia Libre, y hasta escribe a Jacques Maritain, para que la repatríen hasta Londres y le confíen una misión para luchar por su patria. Les informa, para persuadirles de ello, de que ya ha cooperado con los movimientos clandestinos contra el invasor alemán, sobre todo con Cahiers du Témoignage Chrétien. André Philip, comisario de Interior y trabajo en el Comité nacional de la Francia libre, acepta finalmente incluirla en su equipo.

Por fin, el 10 de noviembre, Simone Weil consigue su objetivo. Llega a Liverpool el 26 de noviembre y seguidamente se establece en Londres, donde trabaja para la Francia Libre (el grupo liderado por De Gaulle, que preparaba la reconstrucción de Francia). Simone no ve satisfecha su aspiración de que le confíen una misión peligrosa -ser lanzada en paracaídas sobre Francia y otras más o menos descabelladas-, y debe contentarse con un trabajo de redactora en los servicios civiles del Comisariado de la acción en Francia, que elaboran los proyectos para reorganizar la Francia de la posguerra.

En Londres, para identificarse con las víctimas, decide alimentarse con las mismas raciones de los prisioneros de los campos de concentración, negándose a que su destino fuese distinto del de sus conciudadanos. No come y escribe día y noche. El 15 de abril de 1943, Simone Weil, aquejada de tuberculosis, es trasladada al hospital Middlesex y luego el 30 de julio, a petición suya, al sanatorio de Ashford: «¡Qué hermoso lugar para morir!», afirma al llegar. Y a su amiga, Simone Deitz, le dice: «Si un día quedara completamente privada de voluntad, en coma, entonces habría que bautizarme». Sus últimos rastros los hallamos en las repuestas al cuestionario de los médicos cuando la internaron en la clínica. ¿Religión? «Soy judía, pero deseo hacerme católica, aunque todavía existe un punto pendiente». ¿Profesión? «Soy filósofa y me intereso por la humanidad». El abate René de Naurois la visita varias veces. Sigue rechazando los alimentos y se deja morir: estamos en los finales de agosto de 1943. «Se apagó hacia las 10.30. Parecía muy serena», escribe un testigo. Fue enterrada en el cementerio católico romano de Ashford el 30 de agosto. Un sacerdote católico tenía que haber presidido el entierro, no fue posible. Maurice Schumann leyó unas oraciones. La cuestión de saber si fue o no bautizada quedó aparentemente en suspenso hasta que el abate de Naurois desveló que no lo fue: ella no lo pidió (5).

En su profesión de fe, Último texto, Simone Weil da muestras de su acercamiento a las verdades dogmáticas católicas y de estar cada vez más y más comprometida personalmente con la fe y la cultura cristianas: «Creo en Dios, en la Trinidad, en la Encarnación, en la Redención, en la Eucaristía, en las enseñanzas del Evangelio» (6). El hecho de no solicitar el bautismo y permanecer en el umbral de la Iglesia, pudo deberse a que Simone Weil estimase que el camino que había escogido era el único que podían seguir los judíos. A menudo utiliza la expresión griega, enhupomènè (a la espera). Al comentar su actitud expectante, dice: «Es verdad que estoy cerca [de la Iglesia] pues estoy a sus puertas. Pero eso no quiere decir que vaya a entrar. Es verdad que el menor impulso bastaría para que entrase; pero aun así haría falta ese impulso, sin el cual puedo permanecer indefinidamente a sus puertas» (7).

Según Charles Moeller, su negativa se debió, como confesó una vez, a su rechazo de todo tipo de condenación o anatema por parte de una institución de poder: «La utilización de las palabras anatema sit […] me retienen fuera de la Iglesia» (8). Reconocía en la Iglesia —como con muchos otros místicos en la historia ha ocurrido— el peligro de opresión de la vida espiritual por ser una organización terrena de origen romano; pensaba, además, que entrando en ella habría encontrado un refugio demasiado fácil que le habría alejado de la experiencia más profunda del cristianismo: la experiencia de la terrible soledad de Cristo antes de la pasión. Para el padre Perrin, la obstinación de Simone contra aquella fórmula inquisitorial y contra esta argumentación compleja y difusa ya no sería comprensible después del Concilio Vaticano II (9).

Sea como fuere, y a pesar de su brevedad y aparente fracaso, la vida de Simone Weil fue una vida lograda, en ningún caso malograda; su ejemplo nos ayuda a amar la vida todavía más y a valorar la presencia del misterio y de la belleza en el mundo: «Algunas negaciones de la vida -escribió Susan Sontag al comentar la vida, pasión y muerte de la joven filósofa- permiten la verdad, crean salud y embellecen la vida» (10).

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) A la espera de Dios, op. cit., p. 41.

2) Pensamientos desordenados, Trotta, Madrid, 1995, p. 58.

3) A la espera de Dios, op. cit., p. 41.

4) J. I. González Faus, op. cit. p. 7.

5) Silvie Courtine-Denamy, pp. 287-289. Simone reconoce expresamente su “deseo intenso y siempre creciente de recibir la comunión», sin dejar de admitir que concederle el bautismo, teniendo en cuenta su actitud, sería una ruptura con la rutina de la Iglesia desde al menos diecisiete siglos: «Por esta razón, y por varias más muy parecidas, nunca le he hecho a un sacerdote la petición formal de bautizarme. Y ahora tampoco lo hago» (Pensamientos desordenados, op. cit., p. 101).

6) Ibid., p.288.

7) Ibid, p. 272.

8) Cfr. Literatura siglo XX y cristianismo, tomo I, Gredos, Madrid, 1966

9) Según este bondadoso dominico, Juan XXIII, por entonces nuncio en París, leyó A la espera de Dios de Simone y, por escrito, le confió su emoción a su madre, Selma Weil. Al ser nombrado Papa, habría recordado el texto, expresándose en estos términos en el discurso de apertura del Concilio: «Hoy la esposa de Cristo prefiere utilizar el remedio de la misericordia antes que el de la severidad. Piensa atender las necesidades del momento presente demostrando el valor de sus enseñanzas antes que reiterando sus condenas».

10) Contra la Interpretación y otros ensayos, Seix Barral, Barcelona, 1984.

 

 

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Tomas Moreno Fernández,

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