Tomás Moreno Fernández: «Utopías ensayadas: Una aproximación a la historia del socialismo utópico, (2/9)»

II. LOS SOCIALISTAS UTÓPICOS: ¿ACASO SON LA VERDAD DE MAÑANA?

En el capítulo final de su obra sobre pone de manifiesto las evidentes diferencias que podemos percibir en los distintos modelos sociales premarxistas, calificados de utópicos, así como en sus creadores: “Al leer sus obras y penetrar sus vidas, nada parece unir al aventurero Saint-Simon con el delirio doméstico y metódico de Fourier, o al materialista Babeuf y a su discípulo Cabet, creador de un “nuevo cristianismo”. Sin embargo, entre Babeuf y Cabet, comunistas y Owen, reformador y devoto de las finanzas, o Fourier, el bucólico enemigo de las ciudades, son más fuertes los rasgos comunes que las diferencias” (1).

Hijos de la Revolución francesa, de ella extrajeron sus valores más importantes. En efecto, todos los socialistas utópicos participaron, en fin, del mismo legado; sus fuentes o antecedentes fueron los mismos: Tomás Moro, Tommaso Campanella, el Código de la Naturaleza de Morelly, Rousseau, los ideólogos de la Revolución francesa (Robespierre), Babeuf, Buonarrotti etc. Una concepción optimista de la historia fundamentada en la idea ilustrada del progreso de las sociedades de Condorcet, la del Hombre Nuevo forjado por la educación, así como la fe en que la Edad de Oro no se encuentra en el pasado sino en el porvenir, como llegó a vislumbrar o profetizar Saint-Simon.

Jean-Baptiste Joseph Fourier. Realizado por el pintor y dibujante francés Louis Léopold Boilly

El segundo de los rasgos comunes a destacar, es la valoración del trabajo como rechazo de la ociosidad nobiliaria, una idea nueva en Europa. Antes de 1789, en efecto, el estamento nobiliario no trabajaba, sus títulos, privilegios y tierras/posesiones les eximían de la penosa carga de trabajar para sobrevivir. Los “socialistas utópicos” lo revalorizaron sin excepción. Rechazaron el trabajo forzado que encadenaba al obrero –hombre, mujer o niño- a la fábrica de 12 a 18 horas diarias. Junto al trabajo digno, reivindicaron el descanso institucionalizado, el tiempo libre, la humanización de las condiciones laborales –todas ellas calificadas de imposibles de satisfacer, de pretensiones ilusorias e irrealizables, hoy día aceptadas en todos los países industriales y democráticos. Fourier consideraba que las ocupaciones de sus seguidores serían atribuidas según las pasiones, aspiraciones, aptitudes, gustos y variarían según el día y la hora para impedir rutinas y mantener el impulso. Cabet, por su parte, encabezaba la divisa de su “Viaje a Icaria” con estas palabras: “Primer derecho: vivir- Primer deber: trabajar- A cada uno según sus necesidades- De cada uno según sus fuerzas- Felicidad común”. La idea del trabajo limitado en el tiempo, del ocio enriquecido por las distracciones, de los “goces en común” fourerianos, el final de la célula familiar cerrada, una sociedad en la que cada uno sería el hermano del prójimo, en la que cada uno se vería afectado por el otro, es común a los socialistas utópicos (2).

El rechazo de la violencia y de la guerra de clases, fue común a la mayoría de ellos. Ni racistas, ni sexistas o clasistas. El respeto a la diversidad de los seres y un pacifismo sinceramente profesado eran teóricamente, al menos, garantía de un régimen de vida apacible y respetuoso con los demás. Ninguno, ni siquiera el mismo Fourier, repudió la civilización, ni anheló retornar a un modo de vida “salvaje feliz”, al modo rousseauniano.” Las adquisiciones técnicas debían servir para los goces en común y la ciencia para liberar a los hombres de los trabajos difíciles” (3).

En lo que respecta a las costumbres sexuales, no cabe duda de que Fourier fue el precursor de la libertad sexual, impulsando sin restricciones todo tipo de uniones sexuales, juegos orgiásticos de grupo, aceptando desde las denominadas en su tiempo perversiones hasta el amor moral o platónico (“celadonismo”) entre hombre y mujer. Como nos recuerda Le Bras, Fourier con su dura crítica del matrimonio y su apelación al libre desarrollo de las “pasiones”, abrió el camino a la revolución sexual y al feminismo. Saint-Simon y sus discípulos también se caracterizaron por revalorizar a la mujer y su papel en la sociedad: el Nuevo Mundo societario futuro (profetizaba el Padre de la Iglesia sansimoniana, Prosper Enfantin) deberá ser gobernado por una Pareja, El Padre y la Madre. P. Enfantin buscará a “la Madre” hasta en Egipto. Augusto Comte, discípulo predilecto y también sucesor y seguidor del Conde de Saint-Simon, preconizó el culto a “la virgen- madre” (que llegaría a encarnar su amante, Clotilde de Vaux). Icarianos y armonianos, por su parte, se quejaban del sexismo inconsciente por parte de la mentalidad de los varones de su tiempo.

Otros socialistas adoptaron, sin embargo, una actitud mucho más moderada, al respecto: conservaron la familia monógama y admitieron el divorcio sólo en casos excepcionales. “Proclamaban la igualdad del hombre y de la mujer en el hogar y su derecho al trabajo, pero con matices de importancia: Cabet, por ejemplo, pensaba que la opinión del marido debía ser preponderante y que la mujer debía consagrarse a las carreras médico-sociales; los socialistas eran aún más reservados en cuanto a los derechos políticos de la mujer: se opusieron vivamente en la Asamblea cuando en 1851 Pierre Leroux reclamó para las mujeres un derecho de voto solamente municipal; incluso las mismas mujeres, encabezadas por la escritora George Sand, pensaban que no debían ejercer derechos políticos, con la excepción de una pequeña minoría que sí los reclamaba (Flora Tristán, Jeanne Deroin o Pauline Roland). Sucumbiendo a la mitología de la época que exaltaba en la mujer el ser todo “sentimiento”, los socialistas terminaron por temer incluso a esta sensibilidad, desempeñando una especie de tutoría o tutelaje paternalista sobre las mujeres” (4).

Dominique Desanti

Finalmente, y este tal vez sea, en opinión de D. Desanti, el rasgo fundamental de estos pensadores socialistas premarxistas, es que todos ellos eran “históricamente optimistas” y “creyeron que el trabajo libre y aceptado alegremente, la educación, la atención no represiva en el niño y el respeto sin condescendencia a la mujer engendrarían una humanidad mejor”. La fuerza del ejemplo podría cambiar las sociedades. Estableciendo y constituyendo “comunidades ejemplares” podría “evitarse el sacrificio de una o varias generaciones en revoluciones violentas”. Todos, sin distinción de razas, sexo o edad, origen de clase, tenían derecho al goce común creado por su trabajo y su solidaridad (5).

Antes de la Caída del Muro, al final de los años 80 del pasado siglo, nadie se atrevía a cuestionar las tesis revolucionarias y salvacionistas del comunismo marxista, y apostar por los desvaríos del “socialismo utópico”. “Querer cambiar la vida de acuerdo con las recetas de Marx y Engels es una lucha revolucionaria. Querer cambiar la vida según Fourier, Saint-Simon, Cabet o Robert Owen es una chifladura”. ¿Cómo es posible y por qué en el primer tercio del siglo XXI, “las minorías, hippies o cristianas, revolucionarias o pacifistas, vuelven a creer en ellas?”, se pregunta con toda razón Dominique Desanti.

La historiadora francesa del socialismo utópico originario termina su libro con estas palabras: “Actualmente algunos de los elementos de su proyecto: derecho al ocio, derechos de la mujer, reglamentación del trabajo, psicología del niño, revolución en la educación y en la sexualidad, ya son leyes y realidades. Pero ha llegado ya el momento de examinar a la Utopía en su conjunto para saber si no será la verdad de mañana” (6).

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1) D. Desanti, Los Socialistas utópicos, op. cit., p. 409.

2) Ibid., pp, 410-411.

3) Ibid., p. 412.

4) Ibid., p. 412 -413 y Armelle Le Bras, en O.P. Ory, NHIP, op. cit., p. 159

5) Ibid.

6) Ibíd., pp. 414-415.

ÍNDICE:

I. LOS PRIMEROS SOCIALISTAS UTÓPICOS
II. DE LAS UTOPIAS RELIGIOSAS DEL XIX A LOS PROYECTOS COMUNALISTAS Y SECTARIOS DEL XX
III. SAINT-SIMON. PROFETA DE UNA NUEVA RELIGIÓN
IV. SAINT- SIMON. FILÓSOFO Y SOCIÓLOGO LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
V. LA ESCUELA SANSIMONIANA. EL PADRE: PROSPER ENFANTIN
VI. FOURIER Y LA ARMONIA PASIONAL DEL NUEVO MUNDO
VII. CHARLES FOURIER. EL FALANSTERIO COMO ORGANIZACIÓN SOCIAL
VIII. ROBERT OWEN Y LA UTOPÍA DE NEW ARMONY
IX. ÉTIENNE CABET Y LAS COLONIAS ICARIANAS

 

 

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