La escuela de los niños grandes (2/2)

Aquella tarde era miércoles. No había escuela. Entonces no se conocía semana inglesa ni los ‘findes’. Eso es cosa muy moderna y de los tiempos de ahora. Entonces solo se paraba los miércoles de tarde en las escuelas que no en el campo ni en cualquier otra faena. Las tardes de los miércoles y los domingos eran los días libres del colegio.

Aquella tarde era miércoles y un grupo de cinco niños se organizaron una caminata al campo a buscar agallas del quejigo, las usaban como canicas, muy baratas y perfectas ellas.

Estos tenían suerte, sus padres no los reclamaron para que fueran a echar una mano con él al campo. Eran muchos los que en el día de ocio se iban con su padre a ayudar a las faenas del campo. Lo que entonces más, estos chavales hacían, era en la época de la ‘echadura’ -echar-: Ir tras la yunta de mulos que arando abría el surco donde el jovencito echaba el grano que estaban sembrando, según época. Podían ser garbanzos, yeros, veza, habas u otros, de los muchos que se crían en nuestro pueblo.

Lamentable era que en época de esas siembras bastantes alumnos a la escuela faltaban. La familia necesitaba que, sus pequeños ganaran un jornal, en la época de siembra y para no perder peonadas dejaban de asistir al colegio. Ello motiva que estos alumnos retrasaron en su enseñanza y les costará mucho pasar ¿de curso…?

¡No!, de Grado. Que, era como el señor maestro organizaba los distintos niveles de conocimientos. Así teníamos el Grado A, el de los empollones. Seguidos aquellos de los del Grado B y así hasta E en que los agrupaba a todos. Ocupando esta última todos los alumnos o más torpes o vagos y traviesos o estos de los que antes hablamos y que pierden clases por tener que ayudar a sus padres en las necesidades del hogar.

Terminar el rezo al final de clase y cantada la canción del régimen, a la invitación del maestro de ¡niños vámonos! las escaleras de salida a la calle y de la puerta de abajo, “escupían” tal cantidad de niños alborotando, corriendo y gritando que parecía que abajo se venía parte del mundo y temblando quedaba la otra a punto de derrumbarse. Todas las esquinas y cualesquiera otros lugares se llenaban de niños meando y las vecinas peleaban por acción tan nefasta ya que, aquello parecía tubería de desagüe de purines de marranos y cochinos.

Eran las cinco de la tarde cuando salíamos del colegio al que habíamos entrado, en la vespertina clase, a las tres. Después de haber almorzado y descansado un poco en casa desde la una y media que habíamos salido de la matutina.

Y a la que cada mañana eran las diez, cuando entrábamos a la escuela.

Escuelas de Benalúa de las Villas, nuestro pueblo donde muchos aprendimos. Poco, pero lo necesario para enfrentarnos a la vida con algún conocimiento de los entonces necesarios.

La evolución de la vida social y todos los elementos hasta nuestro tiempo aportados han cambiado todo y casi nada esperado. Tal ha sido la revolución que aquello de antes no pueda compararse en nada con lo de ahora.

La evolución de los colegios rurales y su importancia ha ido cambiando con la aportación de recursos absolutamente necesarios e ir a equiparar los colegios rurales con los urbanos. Los maestros eran muy mal remunerados por entonces en los comienzos de siglo pasado. Y mal preparados y formados.

Era de absoluta necesidad la mejora de la calidad para evitar la discriminación de la rural con respecto a la urbana. Los sistemas de enseñanza fueron adoptando nuevas formas en paralelo con los tiempos. Los alumnos pasaron a ejercer más libertad y actitudes ante la enseñanza para lo que el profesor adopta posición menos protagonista en sus exposiciones y enseñanzas, sino que trabajando con sus alumnos estudiaban y resolvían todo lo que allí se expone siendo participantes los estudiantes en total hasta lograr la solución de lo que se está estudiando.

Libros, cuadernos y material escolar de los años 50 y 60. Página web ‘El desván de Rafael Castillejo’

Era sábado, nuestro maestro D. Antonio, salía, como cada sábado, andando hasta el cortijo de Andar, a coger el bus conocido como “El Rápido” -de Jaén a Granada-.

Era maestro querido por todo su alumnado, yo aún le recuerdo con cariño y respeto a pesar de los muchos años. Algunos de sus alumnos, de los que tenían bicicleta siempre solían acompañarle hasta Andar a coger el autobús que le llevaría a pasar el domingo con su familia en Granada.

Nobles y sacrificados maestros que entregando mucho de sus vidas nos dieron tanto. Que personas y hombres de bien nos hicieron y como miembros de una sociedad a ella nos integraron, nos moldearon y abrieron el camino frente a nuestras vidas ya trazado.

Gracias Profesores. -Mejor digamos maestros- Que, es palabra más noble y ellos lo merecen todo.

Granada, agosto de 2023

[Final …/.]

Gregorio Martín García

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