De pocas cosas quedan registro, todo se olvida o prescribe en el tiempo, cuando no se anota o no se tiene la foto que nos remonta a aquel tiempo pasado, pero recuerdo con verdadero interés cuando en mi adolescencia mis padres me repitian con frecuencia la frase “Niño hay que tener amor propio”. Una expresión sutil y compleja que en mi mente sin madurar dejaba resquicios abiertos a la duda. ¿Cómo se conjugaba el amor y el propio?
Me lo decían cuando la vida discurría en voz baja, en un periodo donde casi todo estaba prohibido o era pecado, al mismo tiempo que me formaba en un colegio de curas en el cual la disciplina severa se implantaba en los rostros mudos de los chicos con incipiente pelusilla en el bigote y con la revolución hormonal activada en el cuerpo.
En la actualidad puede parecer inverosímil y casi irrisorio aquel estricto modo de vida de los años 60 y 70. En otras partes de Europa estaban ocurriendo otras cosas, mi primo emigrante, en verano volvía de Alemania, aprovechaba los encuentros para hablarme de otro mundo distinto, yo permanecía en mi silencio indecible y mis ojos se abrían a la perplejidad. Callar no era no saber que decir sino no saber explicar las diferencias de estilo de subsistencia, cada uno crecíamos con nuestras sombras y luces. Estaba claro que había una ruptura, dos velocidades, dos formaciones distintas, en esos momentos no tenía capacidad de discernir cual era la mejor y de qué lado estaba la verdad. Yo solo tenía la opción de mantenerme donde el destino me ubicó, no se podía renunciar, eso sí mantenía la `premisa del amor propio.
El amor propio me impregnó desde los primeros años y se convirtió en la herramienta de superación para conseguir metas en el futuro laboral y social. Una llave maestra que: te abre puertas, te ayuda a salir a flote, te enseña a sacar los dientes, a tomar como lema “lo imposible es lo que no se intenta”
Cuando pasé de la vida activa laboral a la situación de reserva descubrí la Universidad de Granada y su Aula Permanente de Formación Abierta, un universo de personas a partir de los 50 años; hombres y mujeres de todas las clases sociales y de diversa formación académica, amantes de la cultura, de la formación y socialización. La gran mayoría de estudiantes mayores guardaban un estrecho vínculo con el “amor propio”, pero dentro de esa universalidad son las mujeres quienes más destacan en todos los campos en su superioridad y grado de autoestima.
Es difícil medir el grado de amor propio que tenemos, pero no falseo lo que digo si se observa el día a día en la Universidad. Si te conviertes en un observador inercial, moviéndote dentro del Programa Universitario de Mayores, en las actividades de la asociación de estudiantes ALUMA o formando parte el equipo de piragüismo Dragón Boat, no tendrás ninguna duda que en dosis altas está presente el amor propio.
Para algunos que se preguntaran ¿Qué es el amor propio? Va muy unido en mayor o menor grado a la autoestima. Lo entendemos como el resultado de conocerse y quererse a sí mismo, sin necesidad de cambiar la propia naturaleza para satisfacer a los demás. No debemos, sin embargo, confundir el amor propio con el ego. El amor propio es ese músculo que debes ejercitar en cada momento para convertirlo en un estado de aprecio que va surgiendo a medida que haces cosas por ti. Es una dimensión dinámica que te permite madurar en fortalezas y en calidad de vida.
Sólo unas pinceladas para definir el concepto, para este tema disponemos de los mejores profesores en el Aula (APFA) en Inteligencia Emocional y Salud Integral como José Luis Cabezas y María del Mar Morales.
Puedo decirlo bien alto y sin ofender a nadie, las chicas universitarias senior no se repliegan por nada, persiguen con ahínco su sueño, se comprometen y son competitivas al máximo en comparación con los chicos universitarios mayores. Los altos porcentajes de participación, no dejan ninguna duda, casi el 70% con respecto a los hombres: en asistencia a clase, en realizar los trabajos de graduación, en formar parte del Coro o del Taller de Arte y Creatividad, pero no quiero dejar de pasar la oportunidad como capitán del equipo piragüismo de Dragón ALUMA de comentar como ellas han sido capaces de integrarse dentro de este deporte sin ningún complejo, con un alto grado de amor propio y autoestima, someterse a un estricto y duro entrenamiento , donde la disciplina de equipo impera y el esfuerzo físico y mental es importante. Convirtiéndose en campeonas de la vida y dignas de admirar. A los compañeros masculinos del equipo no les quiero quitar su mérito y entrega, somos pocos, pero grandes también.
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