Estudiantes y vecinos de Cogollos en las cumbres de la cara norte de Sierra Nevada/Erik Klijzing

Jesús Fernández Osorio: «Hasta donde la memoria alcanza: Cogollos de Guadix (1972-2025) (y IV)»

Los meses de invierno eran especialmente alegres y bulliciosos en el Cogollos de inicios de los setenta que yo conocí: la naturaleza, tras el frenético proceso de siembra del cereal, establecía la necesaria pausa del ciclo agrícola; las familias acometían unidas, como había venido sucediendo generación tras generación, la matanza del cerdo (sufrido animal que suponía el principal aporte anual para sus precarias despensas) y, sobre todo, por la reconfortante y festiva vuelta estacional de los emigrantes del pueblo.

Este último capítulo de la investigación estará dedicado a la emigración. Su responsable, Ronald Lucardie, empezará reconociendo el papel trascendental del fenómeno migratorio en nuestra villa, –como en toda la comarca y como en casi toda Andalucía–, y establecerá entre sus objetivos el de “intentar averiguar” su evolución futura y las posibles consecuencias que se podrían extraer. Así, tras la consulta de los padrones de población activa del periodo 1961-1970, se encontrará con que el saldo migratorio era tremendamente negativo y ya ascendía “al doble del crecimiento vegetativo”, lo cual inevitablemente conllevaba a una “disminución de la población de más del 14%”.

Un vecino, Antonio de Mené, regando al modo tradicional durante su tanda/Erik Klijzing

A continuación pasará a establecer las causísticas propias que presentaba el fenómeno migratorio local, tanto en su forma definitiva como estacional: dentro de España (emigración interior) o temporal al extranjero. Así, detectará los dos principales focos de atracción: el dirigido hacia las cercanías de la ciudad de Barcelona (El Prat de Llobregat), “para la cosecha de la lechuga y la habichuela”, y, el vía Europa, que les llevaba a Suiza, “para trabajar como peón en la construcción y en trabajos de sondeos”. Indudablemente las causas económicas eran las que motivaban el inicio a veces masivo de la diáspora cogollera. Aunque él, recogiendo las opiniones expresadas por los propios implicados (o de sus familiares), precisará que las consecuencias directas serán unas “pequeñas inyecciones de dinero a las economías familiares”, si bien, muy “pocos son capaces de ahorrar sumas de importancia o para hacer inversiones considerables”. Por otra parte y en relación con los migrantes definitivos, también distinguirá otras dos categorías: los que viviendo ya fuera del pueblo aún guardaban vínculos o tierras arrendadas en el mismo (situación en la que se cifraba a unos 47 propietarios pequeños, que vivían en pueblos más o menos próximos) y los que ya cortaron definitivamente sus vínculos y se fueron por otras partes de España “en busca de un futuro mejor”.

El «yugo y las flechas» que se encontraba colocado a la entrada de la población. Al fondo la «cruz de los caídos”/Erik Klijzing

Las previsiones de futuro que se atisbaban en el estudio para Cogollos no podían ser más negras y pesimistas, pues, se aventuraba que la emigración se iría incrementando aún más, “afectando a toda la población activa y a todo el grupo de jóvenes, los que podrían impulsar el pueblo” y, por tanto, fomentando cada vez más la despoblación. Una emigración, en particular la definitiva, que, según se deja explícitamente señalado, en esos momentos contaba con el apoyo tácito y la entusiasta promoción de las autoridades provinciales. Un fomento que claramente estaba encaminado a un plan de saneamiento completo para toda la comarca de Guadix. Una planificación territorial propia del tardofranquismo que, de haber seguido el cauce previsto, habría conducido a Cogollos a convertirse en una comunidad de tipo «cortijo», “puesto que en las previsiones a futuro del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA) no se considera el pueblo como viable en el sentido socio-económico”.

En dichas previsiones comarcarles, que hoy consideraríamos extemporáneas, sólo se situaba a seis pueblos con marchamo de “viables”. Guadix, como centro proveedor de los servicios comarcales y otros cinco pueblos más: Alquife, Benalúa, Diezma, Gor y Huéneja. Unos pueblos estos últimos a los que “se les dará una cantidad de servicios públicos culturales y recreativos no únicamente para ellos mismos, sino también para los pueblecitos de las cercanías”. Aún así, y en relación a nuestro pueblo, en las conclusiones se dejaba constancia de que “durante la investigación se descubrió que poca gente de Cogollos está al corriente de la existencia de la promoción de la emigración mencionada”.

Imagen del carro de mulos que se usaba de modo generalizado en Cogollos/Erik Klijzing

A la finalización de estas improvisadas consideraciones, extraídas de la mirada complaciente y documentada de nuestros jóvenes estudiantes holandeses, ahora sí que deberíamos volver nuestra vista atrás y reflexionar sobre ese paso, a veces agigantado y otras inmisericorde, de más de medio siglo transcurrido. En el mismo transitaremos desde el lejano y asfixiante verano de 1972, a casi tres años aún de la muerte (en la cama) del dictador Franco, hasta nuestros atribulados días en los que ya florecen los almendros, como emisores adelantados de la primavera, de este primer cuarto de siglo del siglo XXI. Un tránsito en el que debería quedar suficientemente clara la gran transformación social, económica y cultural experimentada por nuestro pueblo: juntos fuimos dejando atrás las continuas afrentas y penalidades jornaleras, nos desprendimos de la palpable ausencia de derechos sociales, ciudadanos y democráticos, conseguimos relegarnos de la todavía latente actitud autoritaria y represiva, y fuimos capaces de interrumpir la masiva e hiriente emigración temporera que en la conquista del pan dirigía sus pasos hacia los países de Europa. A esa Europa a la que tanto nos queríamos parecer y a la que tanto añorábamos pertenecer.

Poco a poco –y a pesar de los cantos de sirena que tanto proliferan por ahí últimamente reivindicando “los viejos tiempos”– fuimos rompiendo las cadenas, nos dotamos de servicios públicos, contribuimos a consolidar un siempre precario “estado de bienestar”, nos acostumbramos a participar con libertad en la vida de la comunidad y, hasta, ¿quién lo diría?, hemos protagonizado una sorprendente inversión del mundo del trabajo; con la recepción actual de mano de obra inmigrante en Cogollos. En suma, un pueblo más moderno, más próspero, más auténtico y más interconectado con el mundo.

El “aguaero” (abrevadero) de la ermita de los Cerrillos/Erik Klijzing

Como podemos comprobar, el tiempo no ha pasado en balde. Ha ido dejando su impronta en cada esquina del lugar, en cada recodo del camino e incluso en el modelado de los rostros de los protagonistas directos que aún quedamos… En muchos casos ya no estará presente gran parte del paisaje humano que esos días abrió las puertas de sus casas a nuestros visitantes. Tampoco quienes les acompañaron y guiaron como hijos o amigos suyos. Ni quienes depositaron en ellos todo su afán por el saber o por conocer otros modos de vida más allá de nuestras fronteras. Y, puede que tampoco quienes, también, ¿por qué no?, cargaron en ellos, en los cinco (Jaime, Ronald, Erik, Hans y Ruud) las esperanzas y los afectos más profundos de sus corazones. Seguramente todas esas ausencias quedarán, de algún modo, suplidas por la indeleble huella que dejaron en lo más profunda de nuestra alma. Este trabajo ha tratado de hacerlas visibles, de algún modo. Espero haberlo conseguido.

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