Presentación del libro Música Popular Granadina: del Pulso y Púa a la Banda Municipal, de José González Martínez (†). Es ésta ―creo― una presentación de libro atípica o, cuanto menos, peculiar. Y lo es porque, aun estando presente el protagonista principal, que es el libro, desgraciadamente no contamos con el autor. Él debería estar aquí para contarnos qué le motivó a escribirlo, cómo se las apañó para reunir tantos datos, e incluso leernos algunos pasajes o llevarnos a fijar la atención en lo que él considerara como las cuestiones más interesantes o las aportaciones más relevantes; y también ―¡por qué no!― incitarnos a comprarlo, que, a fin de cuentas, es lo que se pretende en cualquier presentación de libro que se precie.
Lo habitual en estos casos es que sea el autor quien intervenga en último lugar; yo soy el último, pero no voy a rellenar ―nadie puede hacerlo― el hueco de tan lamentable ausencia. Tampoco haré una síntesis biográfica; mucho menos una breve biografía intelectual. Apostaría a que la mayor parte de quienes estamos aquí tuvimos la suerte de conocerle y tratarle en vida: cada quien guardará su personal imagen de él. En lo que a mí toca, me voy a tirar al barro, que no otra cosa es la osadía de traer a Pepe en imágenes y hablarles ―hablaros― de El Pepe González que yo conocí. Seguro que en el camino surgirá la oportunidad de hacer alguna referencia al libro.
Conocí a Pepe en mayo de 1998, en un escenario muy específico: lógicamente habré de hablar de ese escenario y del papel que en él representó. El encuentro se produjo en el marco de ciertos “asuntos del corazón”, ni más ni menos que asuntos cardiovasculares. Él, como más tarde supe, ya había pasado por el hospital después de al menos dos episodios coronarios graves. Yo acababa de ingresar en el gremio y me beneficiaba de las sesiones de rehabilitación cardiaca que, de forma casi clandestina y a las puertas de la UCI, desarrollaba otro personaje digno de reconocimiento y admiración: Sor Josefina Castro (†).
Un día Sor Josefina me dijo que un colega veterano estaba organizando interesantes recorridos por la ciudad, y me invitó al que tendría lugar el domingo siguiente por el Albayzin. No, no nos decepcionó aquella, para nosotros, primera excursión urbana, que se inició en el curioso Aljibe de San Cristóbal y siguió por la Casa de los Mascarones, calle San Luis, Cruz de la Rauda, Plaza Larga-Arco de las Pesas, Santa Isabel la Real, exteriores del Palacio de Dar-al-Horra y Callejón de las Monjas, para aterrizar en la Placeta del Cristo de las Azucenas o Huerto del Carlos.
No se pasó por alto el obligado receso en El Pasteles para tomar café. Aproveché para preguntar a un recién conocido colega “damnificado”:
―¿Quién es el “cicerone”?
―Es Pepe González ―respondió―; ésta es la segunda o tercera vez que nos saca de paseo a enseñarnos cosas de Graná; y ¡no veas lo que sabe!: ¡¡sabe de tóo!!, ¡¡¡sabe más que l’han enseñao!!!”. (Un PARÉNTESIS, fuera de lugar; pero es que esta foto, ante la portada de Santa Isabel La Real, despierta de mi memoria algo curioso que ocurrió la última vez, ya próximo el adiós, que nos reunimos para una comida pre-navideña. Pepe y Pepita pudieron asistir porque era un día cálido y benigno de noviembre. Todos celebramos su presencia y a él se le veía eufórico por estar con nosotros. Como siempre, Pepe, centro de atracción por sus historias y ocurrencias. En un momento dado alguien dijo: ―¡¡qué grande eres, Pepe!!― A lo que él, con tal de repartir el elogio, acudió al tópico: ―Bueno, pero no olvidéis que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer―. Hubo que corregirle: ―No, Pepe: detrás no; junto a, al lado de).
Resultó ser cierto lo que me había dicho el compañero. Durante catorce años yo había vivido en Las Tomasas. Creía conocer el Albayzin. Pero quien de verdad mostraba conocer el barrio, sus laberintos, su historia y sus entresijos, era aquel señor bajito, algo mayor, regordete, de frente amplia, papada incipiente, generosas gafas tipo “ray-band”, cazadora beige de entretiempo y cumplida corbata a cuadros descansando sobre el vientre. ¡¡Qué de cosas sabía, y cómo las decía, aquel personaje de porte clásico, refinadas maneras y florido lenguaje!!
Unos meses más tarde, ya en otoño, nos llevó a La Cartuja: distinto escenario, misma erudición y claridad expositiva, ya se tratara de historia, arquitectura, escultura o pintura; e incluso la descripción del mosaico que, en empedrado granadino, sirve de pavimento a parte del recinto de entrada. De allí, subimos a Fuente Grande y Parque García Lorca, de Alfacar: ¡¡también se lo sabía todo!! Y terminamos en un restaurante de Nívar, donde nos recibieron con cumplidas tapas de ¡¡torreznos!!, que la mayor parte de nosotros degustamos con el placer de lo prohibido, a pesar de la presencia de Sor Josefina. [Ni que decir tiene que Pepe resistió la tentación, y creo que sin gran esfuerzo porque, dicho sea de paso, en cuestión de régimen alimenticio cardiosaludable, Pepe era, con la ayuda de Pepita, un verdadero fundamentalista].
En enero de 1999 acudimos al Carmen de la Victoria: otro compañero cardiópata, al que no llegamos a conocer pero que tenía algo que ver con la dirección o administración de la residencia universitaria, nos invitó a una comida. Alguien ―imagino que el mismo Pepe― sugirió aprovechar la ocasión y las instalaciones para alimentar, también, el espíritu. Y al efecto se preparó ―o ya tenía preparada― una charla, debidamente documentada e ilustrada, sobre el Callejero de Granada. No ha quedado documento gráfico del conferenciante porque el “reportero” hubo de ocuparse del proyector de diapositivas, que presentó algunos problemas. Aquello fue una muestra más de la erudición y la elocuencia de Pepe, quien se sentía en su salsa mientras los oyentes disfrutábamos ―o aparentábamos disfutar― de la charla; ¡bueno!, todos menos uno: uno, desconocedor del deber de la cortesía pero sobrado de ese tan manido rasgo que, dicen, es parte esencial del carácter granadino, que se atrevió a interrumpir a Pepe instándole a cortar porque la comida estaba esperando. Pepe pidió disculpas, resumió lo que restaba y pasamos al comedor. Imagino que el impertinente también se disculpó con Pepe, porque acabaron compartiendo mesa y tertulia. En honor a la verdad hay que decir que conferencia y convivencia alimentaron debidamente el espíritu; el cuerpo no salió satisfecho: tan frugal y cardiosaludable fue el menú que más que una comida resultó una colación cuaresmal, aunque pasaría a los anales como El banquete de La Victoria.
(Otro PARÉNTESIS. A estas alturas del relato se había planteado la conveniencia de que el colectivo afectado por cardiopatías se constituyera en asociación: era empeño del Servicio de Cardiología del Hospital Clínico y de Sor Josefina que la Rehabilitación Cardiaca fuese oficialmente asumida por el Sistema Sanitario Público. Y para conseguirlo nada mejor que contar con una asociación de pacientes que ejerciera presión en las instancias oportunas. Estoy convencido de que la idea surgió en el propio Servicio, pero la ejecución se delegó en Sor Josefina, a fin de cuentas ya jubilada. Sor Josefina llevó las riendas suavemente; pero ¿adivinan quién fue su mano derecha? ¡Exacto: Pepe! Fue nuestro Pepe quien, tras alguna que otra reunión previa, nos convocó al acto de constitución de la Asociación Granadina de Pacientes Coronarios; acto que tuvo lugar en el hall-cafetería del hotel Juan Miguel la tarde del día 29 de abril de 1999. Todos queríamos que Pepe fuera el primer Presidente de la Asociación, pero él sólo aceptó una vocalía porque su aún activa tarea en JJMM apenas le dejaba tiempo libre. Se aprobaron los estatutos, se firmó el acta constitucional… y comenzó la andadura de la Asociación Granadina de Pacientes Coronarios, en persecución de un solo e inmediato objetivo: conseguir la “oficialidad” de la Rehabilitación Cardiaca en Granada).
El Monasterio de San Jerónimo fue el siguiente capítulo de las enseñanzas de Pepe. Ya éramos Asociación, pero los asistentes seguíamos siendo los mismos. Además, en las fotos que estamos viendo se pueden identificar a todos y cada uno de los miembros de aquella Comisión Gestora y subsiguiente primera Junta Directiva. Y estos son los principales argumentos en los que yo me apoyo para afirmar, con rotundidad y convicción absolutas, que aquellas actividades lúdico-culturales organizadas por Pepe fueron el germen de la Asociación Granadina de Pacientes Coronarios; y que Pepe fue uno de los principales protagonistas en su nacimiento y primeros pasos. Algo que, a mi parecer (y no me cansaré de repetir y denunciar), la “heredera” Asociación de Pacientes Cardíacos de Granada y Provincia no ha sabido ―o querido― reconocer.
Casi un año después, el “paseo ilustrado” transcurrió por El Mauror y La Churra. No sabría decir por qué, pero la figura de Pepe, recortada sobre el fondo de un magnífico muro de piedra rodada en el punto de partida frente a la parada de autobús de Palace-Auditorio, me recuerda a un político, protagonista de tiempos difíciles de la historia de esta país, por el que Pepe manifestaba notable simpatía: Don Manuel Azaña. No menos merecedora de atención es la actitud de los “devotos” oyentes, prueba del interés con que todos ―en todo momento― seguíamos las explicaciones de Pepe. Luego el recorrido siguió por Torres Bermejas, cármenes de San Miguel y San Antonio, Placeta de la Puerta del Sol, Cuesta de los Infantes, Cuesta Gomérez, Plaza de la Miga, Almanzora Alta, Almanzora Baja, Santa Ana-Pilar del Toro…, para terminar en la Plaza del Padre Suárez, dando cara a la Casa de los Tiros, en cuyos archivos y hemeroteca espigó Pepe buena parte de sus conocimientos sobre múltiples aspectos de la vida pasada local; conocimientos que almacenó en su prodigiosa memoria y que trasladaría a obras como la que hoy presentamos. Él mismo describió más tarde este recorrido en un bonito y emocionado artículo ―Un mirador para el ensueño― que yo conservo porque me pidió que lo ilustrara. Lo envió a la revista de la Asociación, pero al ínclito señor Director no le pareció bien publicar. Y es oportuno decir aquí que a Pepe le hacía especial ilusión publicar en la revista, y que los servicios por él prestados en el nacimiento de la Asociación hubieran merecido una sección fija en cada número. No por esto, sino porque ya se le había rechazado algún que otro artítulo sin dar una mínima explicación, Pepe acabaría sintiendo y manifestando un nada despreciable enfado hacia tan “peculiar” personaje.
No fue necesario esperar demasiado para disfrutar la siguiente propuesta de Pepe: un paseo vespertino por alrededores y recinto libre de la Alhambra, desde la Fuente del Tomate y monumento a Ganivet hasta la Plaza de los Aljibes y fachada principal del palacio de Carlos V. Ahora el Hotel Alixares estaba más a la mano y allá fuimos para primero proyectar, como ya se había hecho costumbre, las diapositivas de la “excursión” anterior y luego dar cuenta de una cena no demasiado frugal. [Repárese en la composición fotográfica que recuerda la “estación” ante el Pilar de Carlos V, particularmente en la estampa de Pepe, paraguas en mano en funciones de bastón y puntero: sólo le falta el bombín para dar la imagen del clásico gentleman inglés].
Algo más de un año después, en diciembre de 2001, la lluvia restó asistentes al paseo albaicinero que transcurrió desde el Mirador de San Cristóbal hasta el Bañuelo, con paradas intermedias en Plaza de Las Minas, Casa de La Tiña, Placeta del Comino, Aljibe de Trillo, Plaza de Carvajales y Placeta de Porras. No pudo el mal tiempo con el interés y entusiasmo de Pepe, quien, como siempre, nos dejó con la boca abierta. La anécdota del día fue que el colega Juan se nos “perdió” por la calle del Agua y apareció en la Plaza de Las Minas con una enigmática bolsa blanca; luego se desveló el secreto: una barra de pan y un buen cucurucho de chicharrones, manjar prohibido del que dimos buena cuenta en un bar que por entonces pervivía en la Carrera del Darro, en la “anchurilla” previa al primer puentre, y que regentaba otro colega cardiópata; acierta de pleno quien piense que Pepe ni los olió.
Ésta fue la penúltima salida cultural-recreativa organizada por Pepe, pero fueron otras muchas las ocasiones de encuentro y numerosos los momentos compartidos: periódicas reuniones de la Junta Directiva, Asambleas Generales, gestiones ante representantes políticos y responsables sanitarios… y alguna que otra comida de hermandad: evento serio o distendido, siempre sobresalían el bien hablar, el buen hacer y la diplomacia de Pepe, y, cuando era el caso, el buen humor derrochado a raudales. Porque, dicho sea a propósito, uno de los rasgos del carácter de Pepe era un sentido del humor de múltiples registros, según el auditorio: desde el típico del lord inglés hasta el tópico andaluz, sin eludir las expresiones más rotundas pero de tal manera dichas que no resultaban zafias.
Al fin se consiguió que el Hospital Clínico se dotara de la ansiada unidad de Rehabilitación Cardíaca, no recuerdo exactamente cuándo pero creo que fue antes de que en 2003 entregáramos el testigo a una nueva Junta Directiva, la cual imprimió el definitivo impulso a la Asociación. Y en el capítulo recreativo, las salidas con Pepe se fueron espaciando, en parte porque él mismo se fatigaba más de la cuenta, y Pepita le “invitaba” con frecuencia a que atemperase sus ímpetus y emociones. Ya antes del último paseo por el Albayzin, Pepe había propuesto una excursión a Alhama; hoy por una razón, mañana por otra, al final sólo unos pocos nos vimos en Alhama… ¡en octubre de 2004!
El cese de las responsabilidades directivas en la Asociación y el fin de los paseos lúdico-culturales no resultaron ser causa suficiente como para que se perdiera el contacto entre los miembros del grupo: casi todos los años, en fechas cercanas a la Navidad, nos citábamos en algún restaurante para compartir mesa, renovar los lazos de amistad y, sobre todo, disfrutar de la presencia y ocurrencias de Pepe. En mi (nuestro) caso los encuentros con Pepe y Pepita se hicieron más frecuentes por la feliz circunstancia de que los respectivos domicilios están a tiro de piedra: a los escasos 200 metros que separan la calle Arabial del Camino de Ronda. Unas veces íbamos Mari Carmen y yo no más que por verlos y pasar un rato agradable de conversación; otras, y con relativa frecuencia, él me llamaba porque tenía algún problema con la informática, mayormente con el procesador de textos en el que ordenaba y pulía sus escritos. En ocasiones, sobre todo a partir de mi jubilación en 2010 y su “bajón” de un par de años después, era yo quien le llamaba y, si era el caso que se encontrara aceptablemente bien y no tenía cosa mejor que hacer, echábamos un “ratico” en lo que yo bauticé como el Sancta Sanctorum de Pepe. Éste era, y es, una habitación amplia con las paredes revestidas de estanterías atiborradas de libros, discos, fotos familiares, placas de reconocimiento y testimonios gráficos de homenajes rendidos por instituciones públicas…; amén de una bandurria y un receptor de radio casi tan antiguo como nosotros. Pronto descubrí que allí ―y, según sus propias palabras, en múltiples cajas repartidas por doquier― estaban las fuentes de la sapiencia de Pepe. Yo juraría que buena parte de todo aquello estaba asimilado y estructurado en una mente privilegiada que hasta el final se mantuvo en plenitud de facultades.
En torno a una pequeña mesa camilla, verdadero puesto de lectura junto a la ventana, hablábamos de cualquier cosa. A Pepe le encantaba charlar; hablaba como un clásico: verso bien construido, reposado ―no siempre― y sorprendentemente fluido, salpicado de anécdotas, citas inverosímiles y delirantes chascarrillos. Sí, hablábamos de lo divino y lo humano (¡¡y también de política!!, más bien obra diabólica); o, al ordenador, espulgábamos sus múltiples y variados escritos. Y hago énfasis en lo de espulgar ―”examinar, reconocer algo con cuidado y por partes”―, porque expurgar ―”limpiar o purificar algo, entresacando lo inútil, sobrante o inconveniente”― ya era harina de otro costal: ¡¡Pepe era un celoso defensor de su forma de escribir y no había quien le tocara una coma!! Debí, no obstante, sorprenderle en un día tonto aquel en que conseguí ―o me concedió, para que dejara de incordiar― un ligero cambio en el pie de la foto de la página 53: la sustitución de un gerundio chirriante por un participio más suave… ¡pero sin tocar el resto! Esto ocurría cuando estábamos insertando las ilustraciones en el documento titulado Tañendo primas y bordones, que constituye la primera parte, y algo así como el 90%, del libro que presentamos. También actuábamos sobre otros escritos. [Y debo decir que a Pepe le inquietaba sobremanera la posibilidad de que por accidente o descuido se le borrara aquel que consideraba su tesoro; tan es así que tenía copias en dos directorios dentro del disco duro interno y dos copias de seguridad en sendos “pinchos”]. Fuera como fuere, cada “sesión de trabajo” terminaba degustando el riojilla ―y la correspondiente tapa― que con su habitual esmero solía preparar Pepita.
Y ya que ha salido a relucir el libro, quizas sea el momento de hacer algún comentario, necesariamente subjetivo, sin perjuicio de volver luego a la historia de nuestra amistad. Acierta José Antonio cuando, en el prólogo, lo considera entre los “trabajos de calidad documental y musicológica». No viene al caso, en mi opinión, buscar en él literatura, aunque puntualmente se roce el relato no exento de calidad literaria, como cuando narra la experiencia vivida durante un concierto sinfónico en el Palacio de Carlos V: en el intermedio se vino abajo la precaria grada ensamblada en la galería superior; o en el autobiográfico epílogo Serenatas a la luz de la luna. Estoy casi convencido de que un experto ―¿filólogo o especialista en literatura comparada?― encontraría, en el lenguaje y en la escritura de Pepe, reminiscencias de los clásicos españoles del Siglo de Oro, a los que tanto admiraba, citaba y recitaba. También creo que la constante e intensiva lectura de periodicos y documentos de la época ―últimas décadas del siglo XIX y primera mitad del XX―, con su estilo grandilocuente y mayoritariamente laudatorio en este campo de la música, llegaron a contaminar, para bien o para mal, la escritura y el lenguaje de Pepe. Sin olvidar el que a mí siempre me ha parecido extraño lenguaje empleado en los currículos de autores e intérpretes en los programas de conciertos.
El libro es tan denso en datos, tan exhaustivo en músicos y grupos, y en sus avatares, vicisitudes, giras, conciertos…, que echo de menos un buen cuadro cronológico: ayudaría al lector a visualizar las relaciones entre unos y otros. Y en la tercera línea de la página 36 dice muci-hall, cuando debería decir music hall. Debo confesar que no lo tengo nada claro, ni lo del cuadro cronológico ni lo del palabro muci-hall: no me extrañaría que fuesen dos bromas de Pepe; muci-hall sería algo así como la traducción fonética de la pronunciación andaluza, que Pepe habría usado para ver si el lector era capaz de dar con el gazapo; y respecto al cuadro cronológico Pepe se habría dicho: “quien esté interesado en ello, que lea, relea, vuelva a leer… y se lo haga él”.
Retomo el hilo del relato. Recuerdo la ocasión en que hablando de nuestras colaboraciones en la Revista de la Asociación, me dijo: “quizás algún día cuente cómo la música y la poesía me ayudaron a salir del bache”; de donde deduzco que, como es natural, lo debió pasar bastante mal durante algún tiempo y que no se libraría de momentos bajos. La procesión iría por dentro; pero en su estado de ánimo yo nunca percibí sentimiento trágico ni actitudes pesimistas. Y como paciente cardiaco ya he dicho que era ejemplar, rozando el extremismo, en el cumplimiento de las pautas de conducta que nos fueron dadas. Dijo que quizás lo contaría, y lo contó en un emotivo y poético artículo ―Versos en el agua― que se publicó en el nº 31 de Vivir con corazón, aunque no se libró de intreresada manipulación por algún responsable de la Revista.
Según yo pude percibir en los tiempos que compartí con él, Pepe era un hombre llano, sencillo, asequible… Un hombre honesto, cabal. Un hombre correcto, practicante de las buenas maneras… aunque en ocasiones pudiera salirse del tiesto. Un hombre tremendamente divertido, aunque a veces pudiera dar sensación de seriedad. Un hombre ávido de conocimientos… y de transmitirlos. Un hombre ―y para mí es lo más importante― de pensamiento crítico. Y también un hombre muy enamoradizo: tenía muchos amores, y los cuidaba y cultivaba todos al mismo tiempo sin caer en la infidelidad. Amaba ―por encima de todo― a su familia y a Granada: por ellos, según me dijo, no le importó renunciar a más alto estatus profesional. Amaba el conocimiento en general y el arte (música, literatura, pintura, arquitectura, escultura…) en particular. Amaba investigar, a su manera autodidacta, la geografia e historia locales (y no tan locales). Yo mismo me he preguntado muchas veces de dónde sacaba el tiempo para abarcar tantos frentes: sobre todo tiempo, porque interés, inteligencia y capacidad de memoria las había traído de serie.
Nadie piense, con todo lo dicho, que Pepe era un espíritu puro. Como muchos de nosotros los cardiópatas, algún ramalazo del carácter tipo A tenía; por ejemplo, cuando Pepe se enfadaba, se enfadaba de verdad; y de forma explosiva era capaz de emprenderla a mandobles dialécticos, por ejemplo contra el camarero que le servía una trucha nadando en salsa prohibida; o mandaba a hacer puñetas ―es un eufemismo― a la operadora de turno en el telemarketing; o despotricaba ferozmente contra la clase política indecente. Pepe defendía con ahínco sus convicciones y respetaba las ajenas… hasta donde eran respetables; pero le sublevaban la injusticia, la ignominia, la falsedad, el incivismo… y tantos y tantos de los inhumanos contravalores que proliferan en la sociedad actual.
Si tuviera que definir a Pepe con pocas palabras y trazos simples ―tarea harto difícil― me atrevería a decir que, como consecuencia de su insaciable afán por la lectura, Pepe era un personaje complejo, rico, poliédrico… Y si yo creyera en la rueda de sucesivas reencarnaciones, diría que Pepe ha vivido en varios momentos de la historia de la Modernidad. A veces se me representa como un personaje de nuestro Siglo de Oro: allí tenía grandes amigos (Cervantes, Alonso Quijano, Quevedo…). Puedo imaginarme un Pepe dieciochesco enarbolando la bandera de la Enciclopedia y la Ilustración: era un personaje ilustrado. Apostaría a que también tenía algo de romántico. Y seguro que no hubiera desentonado mucho entre los narradores del realismo español de la segunda mitad del siglo XIX: podría “leerlo” emulando a otro granadino (accitano), Pedro A. de Alarcón, narrando sus Viajes por España. ¡¡Igual se me ha ido la olla, porque la verdad es que Pepe ha sido un personaje muy de nuestro tiempo, sólo que con hondas raíces en tierras fértiles del pasado!!
Hace como cuatro años escribí una breve semblanza de Pepe para la tan mencionada como manifiestamente mejorable Revista de la Asociación de Pacientes Cardiacos. Allí concluía diciendo: «Pepe es un sabio; sabio en la acepción clásica del término: hombre que sabe (bien)vivir de acuerdo con sólidos principios éticos; sabio, en la acepción moderna del vocablo: hombre de muy amplios conocimientos y rica experiencia vital. ¡¡Pepe es un sabio… y yo me lamento de haberlo conocido tarde: me he perdido buena parte de su sabiduría!!» Hoy, parafraseando una expresión que se hizo famosa, puedo añadir ―y añado― que, aparte momentos sublimes y acontecimientos gratificantes vividos en el ámbito familiar, conocer a Pepe González ha sido lo mejor que me ha ocurrido en los últimos 21 años.
Pepe se nos fue, porque ya cumplió su ciclo vital. Pero nos deja su obra… y un montón de gratos recuerdos.
Granada, septiembre 2019
MRuizMontes
(Nota: Las fotos que ilustran este texto han sido facilitadas por Manuel Ruiz Montes. En la primera foto la viuda y cuatro hijos de José González, los integrantes del Trío Albéniz, Víctor López de Fundación Caja Rural, la periodista Maria Dolores Fernández-Fígares y Manuel Ruiz Montes )
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