Arriero: ¿Qué atractivo le encuentras, Molinera, a esos cagajones tirados por el suelo para llevar oliéndolos, como llevas, más de diez minutos seguidos?
Burra: Si usted supiera lo que da de sí un olfato exquisito…
Arriero: Lo vería muy positivo aplicado a perfumes, fragancias y demás esencias balsámicas, pero mira que a un cagajón, ¡con el hedor que echa!
Burra: ¿Hedor? ¡Qué sabrán ustedes los humanos de olores…, abrumados como estáis de humos, ambientadores y sustancias artificiales que abotargan los sentidos! Con tanta contaminación olfativa, ya no distinguís la fragancia de una auténtica violeta, del olor químico del champú que os venden con “olor a violetas”.
A: Yo hablaba de una mierda “stricto sensu”. De una “cajonera” como le dicen en Las Alpujarras…
B: ¡Pobre ignorante! Pues sepa usted que de esa “mierda”, como usted la llama, he sacado yo más de veinte variables de información. Aparte, evidentemente, de lo beneficioso que resulta para la agricultura y, aún más, para mi propio interés femenino: del sutil, vaporoso y enervante “sex appeal” del caballo que lo expelió…
A: Mucho exprimes tú semejante cagajón que, por la experiencia que tengo con los que tú evacúas, fue expulsado hace más de dos días.
B: Pues con todo y con eso, le podría describir los mil compuestos orgánicos e inorgánicos de la ingesta de su dueño. Y no hablo sólo del carbono, nitrógeno, fósforo, potasio, magnesio o microbios que contiene, sino del campo y composición química del suelo donde pastó… Eso, aparte del estado anímico, salud y, lo que es más importante, de su fortaleza reproductiva, calidad de su semen y, si me apura, hasta de lo potente de su miembro viril…, que todo eso y mucho más averiguo yo por el olfato.
A: En lo de que los humanos hemos perdido parte de nuestra capacidad sensorial tienes razón… De hecho me estás dando una idea para trabajar este asunto con los alumnos dentro de nuestra Pedagogía Andariega. Pero dime Molinera, como experta en olores y sensibilidades que eres, ¿por dónde me aconsejas empezar?
B: No soy una Celestina, para andar dando consejas, señor maestro. Sólo puedo hablar de lo que mi sentido común y la supervivencia de mi especie me hace llevar a cabo con mis propios ruchos y mulitos. Para empezar, no debéis regañar continuamente a los niños con el mantra ese de que la caca es pestilente. A continuación, eliminar de vuestras puritanas bocas aquello de “eso no se coge”, “eso no se huele”, “eso no se prueba”… Si queréis educar a vuestros pequeños como es debido, dejadles que sigan su propio instinto. Que toquen, huelan y prueben a su albedrío. En todo caso, y si hubiere algún peligro inmediato, haced como yo hago: mostradles un gesto de alerta.
A: Desde luego, sabido es que, ya desde nuestra condición fetal, comenzamos a detectar las moléculas químicas odoríferas del útero de la madre y que, a partir de ahí, vamos adquiriendo una memoria olfativa que nos servirá de brújula para conducirnos a su seno. También, de la incidencia que el olfato tiene en la apreciación y degustación de los sabores, así como que las sensaciones olfativas quedan impresas en la memoria, evocando recuerdos y emociones.
B: ¿Pero es que en la escuela no se enseña nada al respecto?
A: Algunas pedagogías innovadoras introducen en las aulas unos maletines con frascos llenos de esencias. Los niños, con los ojos cerrados, han de apreciar sus olores y reconocerlos después en los productos que les dan a oler.
B: ¿Maletines con frascos? ¡Valiente Pedagogía! No, señor Isidro. Siga usted con su Pedagogía Itinerante, que va por buen camino. Saque a los niños a la calle, al campo, al bosque, a los jardines, a las tiendas, a las fábricas del barrio… Fije sus objetivos de aprendizaje e incentive a sus alumnos para que pongan en funcionamiento su capacidad olfativa. No omita los malos olores; antes bien deje que las emanaciones, efluvios y vahos impregnen sus pituitarias. Que fabriquen en su memoria un mapa de efluvios y fragancias. Un mapa asociado a sus propios familiares, a sus domicilios, a su barrio, a los oficios del lugar, a las estaciones del año…
A: ¡Cuánto debemos aprender los educadores de ti, Molinera…!
B: Ustedes, los maestros, deben comenzar dando ejemplo de autenticidad, señor Isidro. No engañen los sentidos de sus alumnos acudiendo al trabajo embadurnados con colonias, desodorantes, cremas y mejunjes artificiales. A partir de la debida higiene, dejen que su cuerpo, el de ustedes y el de ellos, exhalen sus aromas naturales. Imbúyanles un espíritu curioso e investigador. Asocien al acto formativo el sentido amoroso que todo acto educativo debe llevar consigo. El resultado, se lo aseguro, no podrá ser más prometedor: un alto sentido ético de las cosas que nos rodean, al par que un mayor vínculo con las plantas, con los animales y con la naturaleza de la que todos procedemos.
A: Le asiste toda la razón, señora burra: “Oler es conocer”. La apreciación olfativa, sea positiva o negativa, se construye, no sólo con experimentos personales, sino con enseñanzas y adiestramientos específicos. De hecho, somos socializados en lo que nuestra cultura considera que huele bien o mal. Educar en los olores supone una apertura hacia la vida. A modo de exergo y completando lo que escribiera Jean Jacques Rousseau con lo que tú dices, Molinera, bien se podría escribir que “Nuestros primeros maestros son nuestras narices, nuestros pies, nuestras manos, nuestros oídos y nuestros ojos”.
B: Pero ¡cuidado, señor arriero! ¡Se lo advierto! Como ya le dije al principio, hablamos de olores naturales, no de perfumes artificiales, elaborados con fines comerciales insidiosos. Y recuerde que, antes de echarse a caminar con los alumnos, debe preparar un plan conforme a lo que le ofrece el entorno.
A: Se me está ocurriendo que si salimos a campo abierto un buen objetivo sería descubrir las plantas aromáticas: romero, espliego, salvia, retama, hiniesta, hierbaluisa, mejorana, jara, ajedrea, poleo, manzanilla… Si visitamos una huerta averiguar el olor de las calabazas, cebollas, ajos, patatas, naranjas, castañas, limones, higos, albaricoques…Y si vamos a un cortijo: el vaho del estiércol, la leche recién ordeñada, el queso en proceso de fermentación, el amasijo de la harina, las conservas vegetales…
B: ¡Y no olvide asociarlo con los sabores! ¡Resulta vital para su alimentación! ¡Y tampoco que los niños dejen de escribir sus impresiones!
A: No, no… Claro que no. Sin embargo, estoy pensando que describir los olores no es tarea sencilla. ¿Cómo escribo yo a qué huele una cosa? ¿Una naranja, por ejemplo? ¿A qué huele una naranja, sino a naranja? Este tema de los olores da poca cancha para expresarse de forma original…
B: ¡Eche mano de los adjetivos! Ese libro que usted está grabando para hacer un Audio-libro, sí, el de “El Perfume” de Patrick Suskind, es un buen ejemplo…
A: ¡No sería mala idea crear también, a imagen de su protagonista, Jean Baptista Grenouille, un Taller de alquimia! Pero volvamos a lo de los adjetivos… Lo voy a intentar con tu olor a burra. El aroma de tu cuerpo, Molinera, me resulta, leve, sutil, tenue, etéreo, ¡Ja, ja, ja…! incorpóreo, frágil, aéreo, suave, volátil, flotante, fantástico, ¡Ja, ja, ja…! espiritoso, impalpable, gaseoso, vaporoso… ¡Ja, ja, ja, ja, ja…!
B: Y el suyo a mí, señor arriero: apacible, sereno, tranquilo, agradable, confortable placentero, sosegado, acre, deleitable, estremecedor , grato, arrullador, zumbón… ¡Qué cursilada, señor arriero!
A: Será cursilada y lo que tú quieras, Molinera, pero literaria y pedagógicamente funcionará. ¡Ya lo creo que funcionará!
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
EN CAPÍTULOS ANTERIORES
Capítulo 1: «Pedagogía caminera. Mi mejor maestra: una burra andariega»
Capítulo 2: «Aprendemos caminando… del ronzal de mi burrita Molinera»
Capítulo 3: «Por unas Matemáticas andariegas. Diálogo entre el arriero y su burra»
Capítulo 4: «A vueltas con las “Matracas”. Diálogos de un arriero con su burra»
Capítulo 5: «Clase de Lengua. Cervantes: ‘Persona Non grata’. Diálogos de un arriero con su burra»
Capítulo 6: «La clase de Música en la Pedagogía Itinerante»
Capítulo 7: «Los olores… en la Pedagogía Andariega»