Arriero: ¡Vamos, Molinera, aligera…, que hoy toca irnos al campo en busca de tierras de distintos colores y texturas!
Burra: ¿Hasta cuando voy a sufrir los devaneos que usted se trae en torno a esta Pedagogía andante que tanto se empeña en predicar?
Arriero: ¡No te quejes! Van a ser tan sólo unas muestras para preparar nuestra próxima clase de química con los alumnos del Instituto…
Burra: ¡Aviaos estamos! Millones de euros invertidos en centros escolares, libros de texto y planes educativos para que venga ahora usted con la matraca de siempre: “¡Profesores, levantemos entre todos un nuevo edificio didáctico, esta vez sin muros, paredes, ni pupitres…”
A: Para ser burra, te has aprendido bien la tonada…
B: ¿No la voy a saber? Si se pasa usted la vida con aquella retahíla de que “Dos son los principios que han de mover la Pedagogía del Futuro… Uno, que los profesores conozcan y trabajen con los recursos del entorno (el territorio, las fábricas, talleres, bibliotecas, oficinas…) Y dos, una sociedad generosa que ponga sus conocimientos, procedimientos y saberes al alcance de los escolares…”
A: ¡Yo no lo habría expresado mejor…!
M: ¿Y para qué esas tierras de distintos colores y texturas, si puede saberse?
A: Muy sencillo. Ellas nos aportarán la base para estudiar los principios químicos en que se basa la ciencia de la transformación de los elementos…
B: ¿Uséase?
A: Pues que, a través de las sustancias que dan color a las tierras, podremos deducir los óxidos, carbonatos y sulfatos que abundan en nuestra zona…
B: Y eso, para qué?
A: ¡A ver cómo se lo explico a usted, señora burra! La naturaleza de que están hechas las cosas (incluido, tú, yo, el sol, el aire… y todo lo que nos rodea) se ciñen tan sólo a 118 elementos. Nosotros no vamos a averiguar tantos, pero con descubrir los diez o doce más abundantes que tenemos delante de nuestras narices, para los alumnos será suficiente…
B: Pero eso ya lo dan los muchachos en clase de Química…
A: ¡Esa el la aportación que vamos a hacer nosotros con nuestra Pedagogía…! Se trata en esta ocasión de, a partir de los recursos que nos ofrece la naturaleza, detectar su presencia y luego, en el taller de Cerámica que colabora con nosotros, trabajar con ellos en estado puro para, conociendo su fórmula, deducir su peso atómico y sobre todo, el molecular, que es el que nos va a servir para inventarnos las fórmulas que aplicar luego a nuestras piezas hechas con barro.
B: Piano, piano…, profesor, que en mi testuz no caben tantas cosas, y menos dichas así, tan de corrido….
A: Vamos a ver, no te aturulles, Molinera, hija… ¿No trabajamos el otro día con ellos haciendo piezas de barro? Pues ahora se trata de esmaltarlas con nuestras propias fórmulas para obtener con ellas auténticas obras de arte, inéditas e imprevisibles…
B: ¿Y eso, cómo se come?
A: Nos vamos al taller de María Guillén. Le pedimos que nos enseñe las materias primas con las que trabaja, elaboramos con ellas nuestras propias fórmulas, las aplicamos a las piezas, las cocemos en su horno y ¡voilà! ¡el milagro está hecho!
B: ¿Tanto dan de sí las tierras que hay por aquí?
A: Pues mira… El color marrón que presentan se lo da el óxido de hierro; el verde, el carbonato de cobre; el blancuzco, el caolín y el estaño; el negro el manganeso…
B: Mmmmm… Esto parece el cuento de “Magia, potagia…”
A: Pues, aunque no te lo creas, así de simple es… A ti te cuesta entenderlo, pero los profesores de Química lo van a entender enseguida. A los esmaltes cerámicos se les conoce también con el nombre de “barnices” Todos los barnices están formados por la mezcla de un cierto número de óxidos y minerales a los que se añade agua. Estos materiales se pueden tomar directamente de las minas y aplicarlos sobre el “bizcocho” (barro cocido)… y resultarán los famosos engobes. Pero lo mejor es cocerlos primero para, a continuación, molerlos y verterlos sobre los cacharros. Es lo que se llama “frita”. Para conseguir una receta puede seguirse el método del ensayo-error o aplicar unos principios sencillos. Si seguimos este segundo camino trabajaremos con la “Formula Seger”, calculando primero la cantidad molecular y transformándola a continuación en cantidad de gramos que hemos de …
B: ¡Eh, un momento! ¿Qué tal si lo dejamos aquí y nos vamos al recreo? Allí cerca crece una hierba tierna y esponjosa que, como diría el poeta, “con las lluvias de abril y el sol de mayo, unas hojitas verdes le han salido…” Ja, ja, ja…
A: ¡Joder, Molinera! Te puede más el hambre que las ganas de aprender…
B: ¡Todo a su tiempo, señor Isidro! ¿Lo tiene usted escrito todo eso en alguna parte?
A: Sí, claro, y puesto al servicio de quien esté interesado en ello…
B: Pues dejémoslo aquí. Usted me manda un e-mail a mi correo asnal, y en el silencio de mi cuadra, al par que “pienso” en el pienso y en las algarrobas, yo me lo iré rumeando poco a poco…
A: ¡Quién me mandará dar semejantes explicaciones a burros como tú…!
B: ¿Perdón?
A: Nada, que sí. Que te mando lo que me pides y sanseacabó.
B: Pues eso… Que ya lo decía mi antepasada Jorasquina: “Menos rollo, y más cebada al bollo!”
Isidro García Cigüenza
Blog personal ARRE BURRITA
E-mail: arreburrita[arroba]gmail.com
EN CAPÍTULOS ANTERIORES
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Capítulo 1: «Pedagogía caminera. Mi mejor maestra: una burra andariega»
Capítulo 2: «Aprendemos caminando… del ronzal de mi burrita Molinera»
Capítulo 3: «Por unas Matemáticas andariegas. Diálogo entre el arriero y su burra»
Capítulo 4: «A vueltas con las “Matracas”. Diálogos de un arriero con su burra»
Capítulo 5: «Clase de Lengua. Cervantes: ‘Persona Non grata’. Diálogos de un arriero con su burra»
Capítulo 6: «La clase de Música en la Pedagogía Itinerante»
Capítulo 7: «Los olores… en la Pedagogía Andariega»
Capítulo 8: «La asignatura de Valores Sociales y Cívicos en la Pedagogía Andariega»
Capítulo 9: Los Poetas Modernistas en la Pedagogía Andariega
Capítulo 10: Las maquetas de adobe en la Pedagogía Andariega
Capítulo 11: La asignatura de Química en la Pedagogía Andariega