II. Pocos escritores se han adentrado con tanta fascinación en el misterioso mundo del lenguaje, pocos han dedicado tantas páginas y tanta dedicación al lenguaje y a su lógica como Lewis Carroll (1) (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson, que era su verdadero nombre). Charles era un clérigo menor, físicamente contrahecho —al parecer tenía un hombro más alto que otro—-, profesor de matemáticas en Oxford. Nació en 1832 en la aldea de Daresbury, en su casa parroquial, cerca de Warrington, en el condado de Cheshire y murió en 1898 en el Christh Church College, de la villa oxoniense, donde había vivido cincuenta años. Su padre era pastor de la parroquia, y la vicaría donde vivía la familia estaba situada a unos dos kilómetros de la aldea. Vivió sus primeros once años en ese ambiente de aislamiento y soledad. Era adusto, religioso hasta la beatería, meticuloso, silencioso, tartamudo y un poco sordo.
Conservador e individuo ejemplar vivió con una secreta, aunque probablemente casta, peculiaridad: su afición a fotografiar disfrazadas y semidesnudas pequeñas niñas, amiguitas suyas, y a contarles sus deliciosos cuentos como los de Alicia en el País de las Maravillas y tantos otros (2). Alice Liddell, del que Alicia, el personaje del cuento, recibe su nombre, era hija del deán del Crist Church de Oxford, Henry George Liddell, compilador del Greek-English Lexicon y capellán del príncipe Albert. El diácono Charles Dogson acostumbraba, en efecto, a pasear en barca y contar cuentos a Alice y a sus dos hermanas (Lorina y Edith). A Alice la conoció el 25 de abril de 1856, cuando ella no tenía todavía cuatro años. El cuatro de julio de 1862 contó a la niña un precioso cuento que hablaba de un conejo con prisas, de un sombrerero loco y de una risa de gato suspendida en el aire, que llegaría a ser el más bello, genial e imaginativo cuento de la literatura infantil occidental. Otra niña amiga suya fue –como tantas y tantas otras- Beatriz Henley hija del vicario de Putney, a la que también fotografió. Se conservan más de 200 cartas enviadas por el reverendo Charles Dogson a sus amiguitas. Martin Gardner señala que “las niñas le atraían porque con ellas se encontraba sexualmente a salvo” (sic).
Sus biógrafos lo describen como un “oddfellow”, que tanto puede significar “un tipo odioso” como “un tipo estrafalario”. Es, junto con Shakespeare, el autor más citado de todos los literatos británicos. Vivió, en fin, en el ambiente severo, digno de la clase media-alta de Gran Bretaña en una época rígidamente victoriana. Autor, entre otras, de obras como Alicia en el país de las maravillas, Alicia a través del espejo (3), Silvia y Bruno (4) y hasta una Matemática demente (5). Le gustaba —además de contar cuentos a las niñas, como decíamos, el teatro, la magia, el ajedrez, el billar, los jeroglíficos, los acertijos y las reglas nemotécnicas. Pero sobre todas las cosas le entusiasmaban los juegos de lenguaje, los juegos de palabras, la creación de los neologismos más fantásticos y bienhumorados, la reflexión sobre la lógica y las palabras. Todas sus obras tienen, en efecto, esa única y obsesiva temática lógico-lingüística.
Donde, tal vez, Lewis se muestra más creador es —como nos recordara Cabrera Infante en un justamente renombrado artículo Alicia resucitada a través del espejo (“El País, domingo, 23 de octubre de 1977)—– es en la experimentación verbal, que tanto le interesaba y preocupaba y que le llevó, por ejemplo, a elaborar su mejor poema absurdo, “Jabberwocky” (“Galimatazo” en la traducción de Jaime de Ojeda), una pequeña obra maestra donde crea, desarrolla y explica la palabra portmanteau, por ejemplo, añadiendo la revelación de la escritura en el espejo, poema non sense que muy bien podría haber firmado Julio Cortázar. También aparece en sus experimentos verbales ese personaje de las rimas infantiles inglesas, Humpty Dumpty, convertido en su texto en un tirano lingüístico, amo de las palabras y de su significado posible (6).
Pues, bien, una profunda y útil distinción nos va a ayudar a entender, siquiera sea superficialmente, la gran aportación carrolliana a ese mundo de la lógica y de la filosofía del lenguaje: se trata de la distinción entre “decir” y “mostrar”, que elaborara el primer Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus (7). Alfredo Deaño, uno de los más brillantes introductores de la Lógica Simbólica o Formal en la universidad española, en su magistral “Prólogo” a la obra de Lewis Carroll “El juego de la lógica y otros escritos”, titulado “Aventuras de Lewis Carrol en el País de la Lógica”, ya nos apercibía de esta distinción: recordándonos que una cosa es lo que Carroll dice en sus obras y otra cosa es los que éstas muestran (8).
Y lo que sus obras muestran “es la contradicción entre la exposición rigurosa de una ciencia que es la ciencia del sentido, y la filtración, desde lo subterráneo hasta la superficie, de la corriente del sinsentido” (ibid., p. 15). Según Deaño los escritos lógicos de Carroll muestran por lo menos dos cosas: “que la lógica, obedecida hasta sus últimas consecuencias, lleva a la locura; y que la transgresión de los principios lógicos constituye una purificación, una cura de sueño. De la primera Alfredo Deaño nos aporta dos textos pertenecientes a “Alicia a través del espejo”. Se trata, el primero, del diálogo entre Alicia y el Caballero Blanco, en el que se presenta una aplicación inexorable del principio lógico del tercio excluso (principium tertii exclusi):
“Permítame –dijo el caballero con tono de ansiedad- que le cante una canción.”
“¿Es muy larga? “–preguntó Alicia, que había tenido un día poéticamente muy cargado.
“Es larga –dijo el caballero-, pero es muy, muy hermosa. Todo el que me la oye cantar, o bien prorrumpe en llanto, o bien…”
“¿O bien qué?” –dijo Alicia al ver que el caballero se había callado de repente.
“O bien no prorrumpe.”
El segundo texto ejemplifica la distinción entre lenguaje y metalenguaje con una delirante jerarquización de lenguajes llevada a cabo por el Caballero:
“El nombre de la canción se llama ‘Haddocks’ Eyes’” [“Ojos de bacalao”].
“Así que ese es el nombre de la canción, ¿no?” –preguntó Alicia, que comenzaba a sentirse interesada.
“No. Veo que no me entiende. Así es como se llama el nombre. El nombre en realidad es ‘The Aged Aged Man.” [“Un anciano viejo viejo”]
“Entonces lo que tendría que haber dicho –dijo Alicia corrigiéndose- es que así es como se llama a canción ¿no?”
“¡No! ¡Es algo totalmente distinto! La canción se llama ‘Ways and Means’ [“De esto y de aquello”]: pero eso es sólo lo que se le llama.”
“Bien. Entonces, ¡Cuál es la canción?” –preguntó Alicia, que a estas alturas se hallaba ya sumida en completa perplejidad.
“A eso iba –dijo el Caballero-. En realidad, la canción es ‘A-sitting On a Gate.” [“Posada junto a una cerca”].
Por lo que se refiere a la transgresión de las leyes de la lógica, en el capítulo primero de su libro El Juego de la lógica, Carroll nos señalaba que el mundo contiene muchas cosas y que estas cosas poseen atributos, y que los atributos no pueden existir si no es en las cosas. Los atributos no andan solos. Pues bien: en Alicia en el País de las maravillas todas esas condiciones no se cumplen, aparece, por ejemplo, una sonrisa sin referente sustancial alguno o un gato que se va desvaneciendo poco a poco:
“empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció flotando en el aire un rato después de haber desaparecido todo el resto.
“Bien –pensó Alicia- he visto muchas veces un gato sin sonrisa, pero ¡una sonrisa sin gato! ¡Esa es la cosa más curiosa que he visto en toda mi vida!” (Alicia en el País de las Maravillas).
Podríamos aducir otros muchísimos textos al respecto, que revelarían cómo el juego de la lógica de Carroll ejemplifica a la perfección aquel famoso aserto de Chesterton sobre la locura, según el cual “loco es quien lo ha perdido absolutamente todo menos la razón”. Pero bástenos con reproducir este otro -en el que nos presenta un peculiar insecto denominado la Meriendaposa (y en otras traducciones: Pan-con-Mantequilla) para convencernos de ello:
“Pues arrastrándose a tus pies –dijo el mosquito (y Alicia apartó los pies con cierta alarma) podrás ver a una melindrosa meriendaposa o mariposa de meriendas. Tiene las alas hechas definas rebanadas de pan con mantequilla, el cuerpo de hojaldre y la cabeza es toda ella un terrón de azúcar.”
“Y ésta ¿de qué vive”.
“-De té muy clarito con crema.”
A Alicia se le ocurrió una nueva dificultad:
“-Y ¿qué le pasaría si no pudiera encontrarlo”.
“-Pues que se moriría, naturalmente.”
“– Pero eso ha de sucederles muy a menudo –dijo Alicia pensativa.
“– Siempre les pasa –afirmó el mosquito.”
La experiencia de Lewis Carroll es, en definitiva, como trató de probar Giles Deleuze en su Lógica del sentido, (9) la de que todo cuanto sucede tiene lugar en el lenguaje y pasa por el lenguaje, tanto el sentido como el sinsentido, tanto la sensatez como el absurdo. La influencia de sus famosos cuentos en la literatura posterior ha sido enorme. Guillermo Cabrera Infante señala en un artículo “El don de las niñas” (El País, domingo 16 de febrero de 1986): “No se concibe a Lolita [de Nabokov] sin una Alicia leída, la obra maestra de Raymond Queneau, Zazie dans le metro, no existiría sin ella, y hasta los laberintos de Borges, tan poco eróticos, carecerían sin Carroll de la duermevela del sueño y la pesadilla. Con su misma madeja, Carroll llegó a influir en Joyce, cuyo Finnegans Wake está escrito con un lenguaje que aparece ya en A través del espejo”.
Vanguardistas y surrealistas imitaron sin reparos las fórmulas inventadas por el diácono inglés y a su universo iconográfico podemos decir que pertenecen algunos de los personajes creados por Charles M. Schulz (Charlie Brown, Linus, Snoopy, El Barón Rojo etc.). El cultísimo traductor, anotador, y experto en su obra, Jaime de Ojeda (en su Prólogo a Alicia en el País de las Maravillas), lo sitúa por su caprichosa capacidad con la que maneja el lenguaje entre los precursores e iniciadores del dadaísmo. Y, al mismo tiempo, “su mezcla de situaciones disparatadas, y sin embargo significativas, y de personajes admirablemente reales no puede por menos de recordarnos a Kafka”. El desarrollo de su fórmula literaria en la cultura de su época conduciría y haría posible, en su opinión, nada menos que a Ezra Pound, a Elliot y también a Joyce.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Sobre la vida, personalidad y obra de Lewis Carroll pueden consultarse: Henrí Parisot, Lewis Carroll, Editorial Kairós, Barcelona; Gilles Deleuze, Lógica del sentido, Barral, Barcelona; Jean Gattégno, Lewis Carroll, une vie, Editións du Seuil, París. La más interesante edición anotada de Alicia en el País de las Maravillas es la de Martin Gardner, Theannotated Alice, Penguin Book, Londres, 1966.
2) Alicia en el País de las Maravillas, op. cit.
3) Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, op. cit.
4) Lewis Carroll, Silvia y Bruno, La Fontana Literaria, Ed. Felmar.
5) Lewis Carroll, Matemática demente. Selección, trad. y prólogo de Leopoldo panero, Tusquets, Barcelona.
6) Lewis Carroll, El juego de la lógica y otros escritos, trad., selección y prólogo de Alfredo Deaño, Alianza Editorial, Madrid, 1972
7) Ludwig Wittgenstein, Tractatus lógico-philosophicus, Tecnos, Madrid, 2017.
8) Alfredo Deaño, El juego de la lógica y otros escritos, op. cit. A. Deaño, joven profesor de la entonces denominada Universidad Central de Madrid y más tarde de la Autónoma, fue —permítanme este homenaje (como profesor, compañero y amigo de promoción)— una de las más firmes promesas de la filosofía española de finales del pasado siglo, falleció demasiado joven, a los 33 años, en 1978, cuando su inteligencia lógica y filosófica ya habría brillado con “deslumbrante” luz propia. Colaboró en la Revista de Occidente y dejó además de una muy celebrada Introducción a la lógica formal, en dos tomos (Alianza Editorial, 1974), otras dos obras póstumas Las concepciones de la lógica (1980), publicada en Taurus, y El resto no es silencio: escritos filosóficos, (1984), con Jesús Hernández y Javier Muguerza.
9) Gilles Deleuze, Lógica del sentido, op. cit.
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Catedrático de Filosofía
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