José Luis Abraham López: «Los laberintos de la conciencia»

Javier Vela consigue dejarnos una sensación de turbación, la misma que viven los personajes cuando la realidad se transmuta en una fina nebulosa de desconcierto.

Once relatos breves componen el volumen Guía de pasos perdidos, del escritor madrileño Javier Vela, editado por Páginas de espuma. Los personajes que viven de diferente manera su soledad componen la piedra angular en historias aparentemente triviales que, sin embargo, no nos dejan para nada indiferentes ante el desarraigo y brumas de sus vidas.

El primero de ellos se nos presenta bajo el marbete de “La crucecita”. Este objeto centra el transcurrir de la historia, en la que la narradora (ya adulta) recuerda en su infancia la presencia de un crucifijo en una finca familiar del que se desconoce su origen y que permanece como un inmutable símbolo de lo arcaico o un tótem ancestral. En su breve desarrollo, se desliza una crítica a la devoción religiosa (santurrería) y al recato de antaño (pudibundez), junto a la potestad de la figura de los abuelos sobre los jóvenes.

Aunque de temática muy diferente, algunos de estos relatos están enmarcados en un ambiente familiar o en torno a las huellas profundas que la convivencia entre sus miembros ha dejado en forma de daños irreparables. En esta línea podemos enmarcar “Fabio”. Otra escena familiar, esta vez contada desde la perspectiva de un narrador omnisciente, tiene al joven autista Fabio como protagonista conviviendo con unos padres que se debaten entre la autoridad paterna y la condescendencia de la madre que intenta facilitar la vida a su hijo. Juegos temporales, períodos oracionales breves, entradas y salidas de espacios aportan misterio a este otro relato.

Repartidos los personajes en diferentes etapas vitales, si bien hallamos adolescentes con escaso pasado también nos topamos con otros con mucho recorrido pretérito que rememoran o intentan trazar una cruzada contra él.

En contadas ocasiones, Javier Vela desvela rasgos personales del narrador. Por ejemplo, en el relato “Estás de suerte, Quim” sabemos que es una chica joven la responsable de conducir la historia. Aprovechando la ausencia de sus padres, la enunciadora pasa el fin de semana con Olga y Paula en su casa. Deciden acudir a la fiesta de Quim, el Poeta, pero el estado psicosomático en el que se encuentran al consumir estupefacientes hace que se pierdan y terminen en una cuneta en plena noche. Transcurridos unos días, la conciencia del personaje narrador no sabe si es uno más de los dos cadáveres que velan familiares y amigos. En los juegos finales con los estados de la conciencia, el autor despierta en el lector sensaciones de desconcierto como de asfixiante desasosiego. Demarcándose del conjunto de la obra, es en este trabajo donde el diálogo tiene más peso específico, con las consabidas aportaciones como elemento caracterizador de los personajes y confrontación de sus conflictos.

En “Afectos personales”, cuando Olmedo decide romper con su pareja por infidelidad de esta, lo que necesita es aislarse. Y lo hace en una playa donde centra su atención en dos jóvenes al tiempo que se enfrasca en la lectura de un cuento. Antes, los jóvenes bañistas le habían confiado sus pertenencias. Este hecho desencadena una reprimenda sobre Olmedo, increpándole por el robo que han sufrido durante su ausencia.

Cubierta de Guía de pasos perdidos, en Páginas de espuma

El narrador, instalado en todo momento en el presente, se muestra como externo, salvo cuando Olmedo está atentamente leyendo El gran sueño del paraíso, de Sam Shepard, incorporando incluso una crítica literaria de algunos de los cuentos que componen el volumen que tiene en sus manos.

También apostado en la misma línea temporal, el narrador de “Romanticismo” cuenta el viaje realizado con Elsa hasta la playa de Aguas Santas. Pero lo que parece una aventura propicia para la ensoñación y la armonía resulta ser un tránsito hacia una despedida, debido a la enfermedad que aquella padece. En esta ocasión, el efectismo final consigue aliarnos con el sentimiento de compasión.

Cuando con ochenta y un años, Marge abandona el centro psiquiátrico, vuelve al que había sido su hogar desde la infancia. Aquel barrio de las Highlands apenas había cambiado su caótico ritmo. Desde su dominio pleno sobre el personaje y la acción, a través de periodos oracionales extensos, el narrador imprime un ritmo ágil unas veces y vertiginoso otras, que reproduce el del mundo comentado (el gueto) al que la protagonista regresa y que caracteriza el relato “Una historia de América”. De este modo, tanto el espacio como el tiempo autónomos que Marge vivió en el hospital se ven relegados por otros que no distan mucho en su pulso y fisonomía al que conoció de joven.

Otro cariz muy distinto observamos en “Sirenas”. Hastiados de las mismas correrías por el barrio periférico madrileño de los años 80, el narrador y su inseparable amigo Dani se adentran en una improvisada aventura por un hipermercado en busca de “Sirenas”, una revista erótica que queda a la vista de todos cuando el narrador es atropellado por un conductor que cambió de pronto su miedo por reprimendas al joven pudoroso al descubrir su incipiente fantasía.

Sobre el esquema básico de la descripción se desarrolla “Cuento del pescador”. Ya viudo, el protagonista sale en su bote para disfrutar de su gran afición, la pesca, en un estado de hipnótica serenidad pensando con nostalgia en los espacios que no pudo compartir con su esposa.

La riqueza del autor en la elección de la modalización viene corroborada por la focalización interna que sigue en “Zoológico privado”. Después de seis años de relación, el narrador protagonista tiene que darle un giro a su vida. Solo el fallecimiento de uno de sus gatos les hace compartir un fugaz contacto.

Lejos de mantenerse el narrador en una trayectoria temporal lineal, en “La habitación” vemos trazadas secuencias del pasado, de modo que su lectura suscita tanto dolor como rabia e impotencia cuando, guiados por la voz femenina que actúa de narrador, conocemos el continuo poder destructor de su padre, fallecido poco antes de cumplir los cuarenta años. Los recuerdos sobre este no pueden más deprimentes, episodios acuciantes de la infancia que consiguen reavivar el carácter violento de tan siniestro personaje. A pesar de que cuando fallece, su figura se convierte en tabú en la familia, ninguno de sus miembros podrá deshacerse de las marcas indelebles que determinan sus vidas.

El volumen culmina con un relato homónimo, tomado del título de un poemario del cineasta Karl Borromäus con quien el narrador comparte vivencias en Cádiz, conducido por la personalidad arrolladora de aquel. Como sucede en este otro trabajo, Javier Vela consigue dejarnos una sensación de turbación, la misma que viven los personajes cuando la realidad se transmuta en una fina nebulosa de desconcierto.

La maestría del escritor madrileño viene avalada por el dominio de distintas perspectivas narrativas como una rica gama de registros, acoplando una amplia pluralidad de tipos de narrador y adoptando en tres de sus relatos (“La crucecita”, “Estás de suerte, Quim” y “La habitación”) la visión de una voz femenina.

Unas veces abiertos, otras sugeridos, los desenlaces suponen la rúbrica a un estilo minucioso en las descripciones en las que temas como la infancia y la adolescencia, la familia, las relaciones emocionales nos conducen hacia una travesía literaria por la que no nos sentiremos solos caminando.

 

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José Luis Abraham López

Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

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