Al Excmo. Sr. Don Andrés Manuel López Obrador,
Presidente de México, para que con información veraz, como ésta,
disfrute y se enorgullezca del pasado hispano de sus antepasados
y de los orígenes españoles y cristianos de la Nueva España (México).
I. LA UTOPÍA CRISTIANA EN AMÉRICA: DE TOMÁS MORO A VASCO DE QUIROGA
No fueron pocos los hombres instruidos de la época de Tomás Moro que recibieron su relato sobre la isla de Utopía moreana como si fuese “una historia verdadera” y que estaban preparados para hacer el gran viaje oceánico hacia el Nuevo Mundo recién descubierto, hacia los utópicos para aprender de ellos, y quizá para convertirlos, nos recuerda Melvin J. Lasky en una enciclopédica obra sobre la utopía, Utopía y revolución (1). Podríamos distinguir a este respecto dos modalidades utópicas: los sueños e intentos utópicos de reforma social que se alimentaban de mitos e imágenes ancestrales del imaginario cultural medieval y de categorías mesiánico-milenaristas (religiosas), por una parte, y las utopías empíricas propiamente dichas, planteamientos utópicos que se ensayaron o experimentaron en la realidad social americana, por la otra. Entre estas últimas, expertos como Stelio Cro y Fernando Ainsa destacan las utopías empíricas pertenecientes al modelo utópico del cristianismo social, a saber: 1ª, la Teocracia Reformista de Bartolomé de las Casas; 2ª, la Teocracia electiva de Vasco de Quiroga y 3ª, la República cristiana del Paraguay (Reducciones jesuíticas).
Aquí vamos a referirnos a la denominada Teocracia electiva de Vasco de Quiroga
Uno de aquellos hombres ilustrados, a los que se refería Melvin J. Lasky, fue un juez español, el madrigalense Vasco de Quiroga, quien inflamado con el espíritu del Renacimiento europeo, llegó a la Nueva España en el decenio de 1530 y esbozó y realizó empíricamente a la manera de la Utopía de Moro, un nuevo sistema de gobierno para los indígenas que fue seriamente tomado en consideración por el Consejo de Indias (2).
En su estudio sobre la utopía americana del siglo XVI, el ilustre investigador mexicano Silvio A. Zavala se refiere precisamente “al programa humanístico [de Quiroga] basado en la utopía de Moro”, que, a su juicio, debería ser “la Carta Magna de la civilización europea en el Nuevo Mundo” y señala que, además de la influencia del humanista inglés, también recibió la del relato las Saturnales de Luciano, a quien cita en la versión traducida por Erasmo y Tomás Moro. En efecto, las Ordenanzas promulgadas por Quiroga tradujeron fielmente la propuesta utópica de Moro, pero “la transportaban de la atmósfera de la divagación teórica a la aplicación inmediata”.
El humanista y jurista castellano combinaba en su proyecto comunitario la idea de retornar a una edad de oro, vieja y nueva a la vez, con la esperanza de hacer posible una iglesia renaciente, ya que su anhelado proyecto tenía un objetivo social y religioso a la vez, pues habría de ser (al contrario que el de Moro) una utopía cristiana en la que poder “ubicar y plantar rectamente el tipo de cristianos, al igual que en la Iglesia primitiva”. Distinta sería la actitud frente a América del mundo protestante, con la excepción de los anabaptistas y sectas derivadas. Como consecuencia de la estricta separación entre el orden espiritual y político y la imposibilidad de influir desde lo sobrenatural en la maldad de la naturaleza humana, no se encontrará entre los puritanos que allí acudieron ese afán por evangelizar y construir con los naturales el orden ideal
Paz Serrano Gassent en su excelente Introducción a los textos conservados de Vasco de Quiroga (Cartas, Información en Derecho, las Ordenanzas y su Testamento) comenta en este sentido que su obra presenta el interés de permitir analizar un aspecto de la conquista de América a veces oscurecido por las hazañas espectaculares de los hechos de guerra o la magnitud del desastre indígena: el de la evangelización y la construcción, con y para la masa indiana, de utopías que, pese a su origen europeo, sólo parecían posibles en el Nuevo Mundo descubierto, espacio abierto para la realización de todos los sueños”, que o bien languidecían en el Viejo Mundo o morían anegados en sangre. El Nuevo Mundo, por el contrario, ofrecía todo un nuevo espacio, con una nueva humanidad para realizarse: “Pues no en vano”, escribiría Quiroga, “sino con mucha causa y razón, este de acá se llama nuevo Mundo, no porque se halló de nuevo, sino porque es en gentes y en casi todo como fue aquel de la edad primera y de oro” (3).
Fernando Ainsa considera, por su parte, que Quiroga propuso construir allí un modo de “estado cristiano perfecto” basado en la interpretación que de la Utopía de Moro había hecho Guillermo Budé, a quien cita en forma reiterada. La isla moreana de Utopía no era una simple ficción literaria o fantástica, estaba en el Nuevo Mundo y se fundaba y fundamentaba en “tres principios divinos” muy caros a su promotor: “la igualdad entre los hombres”, “el amor resuelto y tenaz por la paz y la tranquilidad” y “el desprecio del oro y de la plata” (4).
Los proyectos utópicos europeos de la época se trasladaban así a América de la mano de almas audaces, tan determinantes en la formación del espíritu utópico y revolucionario moderno como las de los franciscanos Juan de Zumárraga, Motolinia y Jerónimo de Mendieta, primero, y como el oidor seglar y después obispo Don Vasco de Quiroga y los jesuitas, posteriormente (5). Animados, pues, con ese ilusionante experimento cristiano-social, aunque con concepciones ideológicas diferentes y distintos modelos de sociedad, tanto unos como otros partían de la defensa del indio y sus cualidades naturales —docilidad, mansedumbre, humildad, carencia de codicia, que le conferían un carácter privilegiado— para intentar reconstruir con ellos el ideal de la primitiva cristiandad. Los franciscanos se hallaban, como han sostenido J. L. Phelan en una célebre investigación sobre su obra y escritos (6) y posteriormente Georges Baudot (7), en otra encomiable investigación, inmersos en un contexto mesiánico-milenarista, característico de la época, y su intención era fundar el paraíso en las Indias, animados por el resurgir de las profecías de Joaquín de Fiore, cuyo espíritu no coincidía en absoluto con la mansedumbre franciscana y poco tenía que ver con el advenimiento pacífico de la Edad del espíritu del monje calabrés.
BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS
1) Melvin J. Lasky, Utopía y revolución, trad. Juan José Utrilla, Fondo de cultura económica, México, pp. 38-54.
2) Silvio A. Zavala: La Utopía de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios (1937) e Ideario de Vasco de Quiroga (1941). Para otros estudios importantes sobre la temática véase. el ensayo de José Antonio Maravall, “La utopía político-religiosa de los franciscanos en la Nueva España” en Estudios Americanos (enero de 1949) I: 197-227; el de Stelio Cro, La utopía cristiano-social en el Nuevo Mundo, Anales de literatura hispanoamericana, nº 7, 1978, pp. 87-130, y el de Francisco Martín Fernández, Humanismo, erasmismo y utopía en el nacimiento de América, 1986, U. Pontificia de Salamanca, Salmanticensis, 33 (1), pp. 55-80
3) “Vasco de Quiroga. La Utopía en América”, edición de Paz Serrano Gassent, historia 16, Madrid 1992, pp. 3-18.
4) Fernando Ainsa, De la Edad de Oro a El Dorado. Génesis del discurso utópico americano. Fondo de cultura económica, México, 1992, pp. 156-157.
5) Melvin J. Lasky, Utopía y revolución, op. cit., pp. 38 y ss.
6) J. I. Phelan, El reino milenario de los franciscanos en el Nuevo Mundo, trd. J. Vázquez de Knauth. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1972.
7) Georges Baudot, Utopía e historia en México. Los primeros cronistas de la civilización mexicana (1520-1569), Espasa–Calpe, Madrid, 1983, pp. 88-102.
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