El curso académico 2022-2023 comenzaba con polémica motivada por el cambio radical que iba a suponer el trabajo de profesores y alumnos bajo el nuevo “Modelo Basado en Competencias”. Este pone el acento en el “saber hacer” de los alumnos más que en el “saber”. No obstante, y dado que nadie pone en práctica lo que no sabe, los conceptos deben seguir ocupando un lugar relevante en el currículo.
Al respecto, Inger Enkvist, experta en sistemas educativos que formó parte del Consejo Sueco de Educación Superior, afirma en su libro “Controversias educativas” (2019), que “En España es polémico el tópico que dice que ya no tiene sentido aprender contenidos concretos”, cuestión sobre la que está en total desacuerdo. Las quejas del profesorado provienen de la rapidez en la aplicación del modelo, de su desconocimiento y de su falta de formación en el mismo. Y llevan razón, dado que este vuelco en la enseñanza bien merecía haber diseñado un plan para dominar sus aspectos más relevantes. La prisa para implementarlo ha sido tal, que Andalucía no ha podido sacar sus decretos de enseñanza y ha comenzado el curso con una “Instrucción conjunta”; hecho este que nunca se ha producido desde que tiene transferidas las competencias en educación.
Hoy son las competencias, pero ayer fueron otras cuestiones por la que la educación se ha vuelto compleja, y cada vez más burocratizada, merced a la enormidad de planes, proyectos, documentos e informes. Así se pone de manifiesto en los currículos desde la Logse (1990) hasta la actual Lomloe (2020). Si el currículo se complica, la dinámica en el aula se dificulta dado que es el documento-bóveda que recoge los conocimientos que los alumnos han de adquirir, la metodología, y cómo el profesorado los ha de evaluar. La Logse rediseñó el currículo procedente de la “Ley general de educación” de 1970 imperante durante el último periodo franquista. Prescribía que los objetivos debían formularse en términos de capacidades y los contenidos se clasificaron en conceptos, procedimientos y actitudes. Además se añadieron ocho temas transversales: educación para la salud, ambiental, sexual, vial, moral y cívica, para la paz, del consumidor y para la igualdad. La Loe (2006) añade al currículo las competencias básicas. Con la Lomloe, los contenidos se denominan saberes básicos y hace de las competencias su idea-fuerza diferenciando las específicas de las básicas, que ahora se llaman competencias clave: Competencia en comunicación lingüística; plurilingüe; matemática y competencia en ciencia, tecnología e ingeniería; digital; personal, social y de aprender a aprender; ciudadana; emprendedora; y en conciencia y expresión culturales. También aparecen las “Situación de Aprendizaje”, el trabajo en aula por “Proyectos”, e incluye la atención al desarrollo de la competencia digital de todos los estudiantes en todas las etapas educativas, y un enfoque de igualdad de género transversal mediante la coeducación. Asimismo adquiere un papel muy relevante para el trabajo del profesorado el documento denominado “Perfil de salida del alumnado al término de la enseñanza básica” que figura por primera vez en nuestro sistema educativo.
Al igual que con los contenidos ha ocurrido con la evaluación, que ha ido pasando de tomar como referencia los objetivos, a fijarse en los objetivos pero expresados en forma de capacidades (que supuso un gran revuelo en el profesorado), hasta llegar a los criterios, los descriptores y los estándares de aprendizaje. Con la Lomloe, en Educación Primaria, el tutor, al final de cada uno de los tres ciclos, ha de emitir un informe sobre el grado de adquisición de las competencias clave, y al final de la etapa, otro sobre dicho grado de adquisición y cómo ha sido su evolución durante la etapa. Todos estos cambios están generando dudas y desazón en el profesorado.
Pienso que la educación debería despojarse de tanta burocracia, excesiva terminología técnica, y demasiados contenidos transversales, que más que aclarar, confunden y enredan. Esta necesita dosis importantes de sensatez y sentido común. Todo se basa en esta importante premisa vigente desde los griegos (siglo III a. C.) hasta hoy: “Los profesores enseñan y los alumnos aprenden”. Bajo este lema, los alumnos consolidarán una formación potente para dominar los aspectos elementales de nuestra lengua hablada y escrita, en matemáticas, en los rasgos esenciales que conforman el acervo histórico-cultural de nuestro país, además de una primera aproximación a una lengua extranjera. En la adquisición de estos saberes, la memoria, tan denostada hoy de manera irresponsable, juega un papel fundamental. Esta función del cerebro permite codificar, almacenar y recuperar la información del pasado. Por otra parte, y dado que la educación se conforma mediante los componentes instructivos y formativos, los alumnos deberían acabar su escolaridad básica con una mochila de valores para desenvolverse en la vida de manera digna, coherente y civilizada. Así se evitaría la frase tan repetida hoy de que “se han perdido los valores”.
El profesorado debe recuperar el prestigio social que ha perdido injustamente en los últimos tiempos. Ha de restablecer su autoridad en el aula, no mediante la imposición, sino por el reconocimiento que le otorga su preparación y su rol como educadores. Ellos son los responsables de que los alumnos salgan de la escuela con la cabeza bien hecha (que no bien llena), y con los conocimientos suficientes para crecer como personas y poder afrontar su trayectoria académica posobligatoria con garantías de éxito. Los alumnos, han de saber que estudiar es algo serio, que tiene su complejidad, que aprender requiere voluntad, esfuerzo y mucha constancia porque nada nos es dado gratuitamente. Y verán a sus profesores como los grandes aliados de sus éxitos académicos valorando la educación como la herramienta más importante de su crecimiento personal, académico y social.
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Maestro,
doctor en pedagogía
y profesor titular de universidad