Aquello comenzaba a despertar, aquello cumplía protocolos… igual que cada año, desde tiempo inmemorial; para nosotros, chavales de veintiún años, entraba por el túnel del tiempo y la quinta de este año ya se celebraba. Y se estrenó con esa coplilla que uno de nosotros sobre la marcha inventó.
Ya pesados todos en la jamilena báscula, el Alguacil del pueblo había terminado su cometido; a todos y cada uno nos tendió su mano; a todos y cada uno nos deseó suerte y en verdad que le noté una cierta amargura, no sé si por rememorar su ya lejana quinta, no sé si por pensar que otra pasaba en su vida, pero me inclino en creer que era otro el motivo: se encontraba triste el “Agalí” porque para él había acabado y el buen y sencillo señor se hallaba encantado con la tradicional tarea de a los quintos medir, se sentía más importante.
Gracias “Agalí”, gracias por todos esos quintos que con dignidad pueblerina y responsabilidad de trabajo usted tuvo ocasión de medir. Pesados todos y con nuestros vigorosos kilos a cuestas emprendimos camino de regreso hacia nuestra “base de operaciones”: una casa del pueblo de las muchas deshabitadas por la emigración catalana, suiza o alemana que en aquellos años entre los trabajadores de Benalúa comenzaba a imponerse por la necesidad del trabajo y la nula esperanza de en nuestro pueblo hallarlo.
Una casa que nosotros arreglamos, limpiamos y preparamos para en ella recalar de nuestros pasacalles constantes que por la villa íbamos a dar. Allí, cuál intendencia de campaña reunimos toda clase de viandas, embutidos, pan, jamón y un sin fin de comida para todos nosotros y los invitados que se terciasen. En todo ello resaltaba un par de cabritos, ya bien grandes, y en carne metidos, que nos prepararon en trozos, sabiamente cuarteados por el conocido y famoso, apodado “El Popo”; hombre querido del pueblo, muy trabajador y padre de muchos hijos a los que muy bien alimentó y educó. Era hombre hecho a sí mismo, que en todo había trabajado y de todo había hecho… “¡¡¡Niñas, vamos a las uvas güenas hoy!!! ¡¡¡Uvas de corazón de cabrito!!” – decía, con su característico pregón, cuando con su borrico toda nuestra villa corría ganando una peseta para su familia. Benalúa de las Villas, sobre todo en horas de mañana, era todo un tapiz, un muestreo musical de pregones en todos los sones, notas musicales y estilos lingüísticos. Se oía muy de mañana la trompa dorada del cabrero Pepe, casi seguida de la caracola del porquero Patiti y, pasado un tiempo, seguían pregones del atirantador de colchonetas del grapador; “mieeeel de caldera…” decía el melero y “trapos viejos, alpargatas viejas, tó lo viejo”, decía el trapero… el característico pito del afilador casi se metía en el sentido y el vendedor de tortas nos ofrecía su dulce condumio en forma de cuña, trenzada o pastel. A mí me gustaba más el lañador; era muy peculiar la forma de lañar lebrillos, cantaros o botijos algo cascados, y es que se quedaban nuevos. Pero de lo que verdad gozaba era, por las tardes veraniegas, en la primera parada que siempre efectuaba en la esquina del caserón de Julio Raya, apoyada su enorme bicicleta contra la pared, y venido del vecino pueblo, Colomera, a “El Chapeo”, que lanzaba su recio y fuerte pregón:
“¡Helados, helaaados!, ¡mantecaaaaado helado, de tooós los sabores traigo!, ¡vamos al riiico helado!” – gritaba a los cuatro vientos. Todos los niños del pueblo nos alegraba las tardes calurosas el pregón de “El Chapeo” que vendía helado tan rico por él fabricado, que era lo más suculento que se podía comer. No obstante, recordado desde ahora, comparados con las degustaciones de estas fechas, aquellos helados de “El Chapeo” no eran de lo mejor, pero nos entusiasmaba cuando a mi hermana y a mí, tras haberse oído tan melodioso pregón, mi madre nos llamaba y sobre la mano de mi hermana una peseta ponía. Y ahora que lo pienso, no sé por qué a ella siempre se la entregaba y nunca a mí. ¿Sería porque ella siempre supo administrar mejor que yo? Quizá, seguro.
Rápidos, veloces íbamos a la puerta de “la Posá” (que es como se llamaba a una antigua Posada que allí existía) y “El Chapeo”, ceremonioso, destapando el depósito de corcho donde tenía el rico helado, nos servía dos grandes galletas con el helado emparedado, así hecho con un artilugio que, con maña, el vendedor rellenaba tras haber colocado una galleta en el fondo y otra en la parte superior; empuja una palanca y salía un riquísimo “helado al corte”, le decían; y dos reales costaba cada uno. Aunque también estaban los de un sólo real que, con una única paletada, sobre un cucurucho el heladero maniobraba para hacer que, con poca materia, pareciera mucho.

Pero no crean ustedes que todas las tardes eran tan festivas. Mi madre nos tenía dicho: “la tarde que yo lo considere os daré para helado sin que me lo pidáis”. Y “pardiez” que mi madre cumplía. Aun hoy pienso que era una forma sabia de quitarse de encima el rollo constante de los niños constante pidiéndole para el helado. Daba resultados porque si una tarde pedíamos peseta para deleitarnos con el producto de “El Chapeo”, aquella tarde seguro que no lo había; tenía que ser cuando a mi madre se le ocurría. Como quiera que los tiempos no eran muy boyantes, las tardes de jubilosos “gelatos” tampoco.
Dominguín y Cherano con su pescado… y aquella otra delgada mujer, pequeña de estatura pero de gran expresividad, era casi la pregonera oficial del pueblo: “¡Vamos niiñaas! ¡Naranjiiillas de Almería dulces!, ¡en la puerta de la Posaá!” y, al terminar de recorrer el pueblo, el señor de las naranjas le pagaría lo previamente estipulado.

Pero, esta interesante mujer, llamada Adelaida y de apodo La Culica tenías más interesantes y curiosas faenas: casa por casa, puerta por puerta, avisaba e informaba, con sumo respeto y seriedad del momento: “Quilla, ¿estás en casa?”, preguntaba levantando la cortina de las puertas de las casas.
“Sí, Adelaida”, le contestaban… “Que el jueves que viene, día tres de este mes, es la misa por el eterno descanso de Pepe el vecino de tal calle. Su familia te ruega tu asistencia”.
Pero he aquí que la muy insigne Adelaida, alias “La Culica” era algo más de todo lo narrado. “Pepito, ¿pero qué dices? ¿te conoceré yo que te traje al mundo?” Sí, ¡la gran Culica era también partera! Mejor, la partera de Benalúa de las Villas, y “qué poquitos niños se me murieron en el parto”, le gustaba rememorar con frecuencia.
Nuestro pueblo, villa y encanto de aquellos tiempos en que su sociedad muy lentamente avanzaba y despacio progresaba. Todo era pintoresco o, al menos ahora, así me lo parece, pero eran las formas, los tiempos de aquellos años, de aquellos tiempos. “¿Cuánto es, señor?” – dirigiéndonos al “Popo” – “¿Cuánto le debemos por el trabajo de degüello, despedazado y preparación de los cabritos?”, preguntamos.

Y el hombre, cuasi enfadado, contestó: “¿pero vosotros estáis tontos o que? ¿Cuándo he cobrado a los quintos de hogaño?, ni este año ni ningún año” casi se enredó, pero lo entendimos porque con su nobleza y buen corazón muy bien que lo explicó.
Llegados a nuestro cuartel, en la que aquella vieja casa prestada convertimos, enseguida comenzó a correr entre todos alguna que otra copita de vino, “blanco pasto” llamado, de granel y garrafón. Cuya garrafa portada por dos voluntarios, recorrería todas las calles del pueblo, acompañando a la quinta, y a diestro y siniestro ofreciendo vasos de vino y tapita a todos los que a vernos salían o por las calles pasaban. Otros tomaban cerveza. Unos cantaban, otros bailaban y así dábamos suelta y empuje a nuestra gran fiesta de quintos.
Y acabábamos en nuestra base, en donde todos los quintos, acompañados de muchos amigos, vecinos, familiares y hasta algunos padres y madres que a vernos y felicitarnos venían. Así, tan importante, tan tradicional y deseada era la fiesta de los quintos en nuestra localidad. Como si la puesta de largo en sociedad se celebrara de alguna dama de alta alcurnia.
Ya metidos en la fiesta, nuestros sentidos algo sublimados por el vaporoso alcohol y en gesto gregario y por nadie ahora organizado ni pensado nos vimos en la calle cantando bailando, gritando, felicitándonos, por ser: “los Quintos de Hogaño”.
En la puerta de Teodoro, el apodado Tedorico, lugar de parada de la Alsina que iba y venía a Granada una vez al día. Nos paramos en corro alborotado y comenzábamos a dar forma a nuestra fiesta de medida y tallaje.
Un estilo, unas formas muy peculiares propias de todas las quintas cuál reglas no escritas pero en las mentes grabadas, se cumplían. Nadie las imponía, nadie las ordenaba pero de dentro salían y todos las observaban.
“Los quintos de este año,
ninguno tiene novia.
Porque son cuatro niñatos,
sin pena ni gloria”
“¡Ooolé!” – explotaba todo el grupo y cuál indios enfurecidos danzaban alrededor de la garrafa de vino.
“A los quintos del sesenta y seis no quiere niña ninguna. Porque dicen que ná de besos, y si recoger mucha aceituna.”
Eran simples y llanas coplillas que contando algo del pueblo, casi siempre machistas y alguna vez pasándose de la raya metíanse con alguien del lugar. Algo, en aquellos tiempos temerario, muy mal visto. Pero eran “los quintos” y casi todo se permitía. Por supuesto que aquí, ninguna de esas coplillas describiré, pero muchos me vienen a la mente entre picaronas sonrisas. Eran cuartetos con mala rima y peor métrica pero su letra, su música y la cadencia sonora con que se cantaban cuadraba muy bien con lo que se quería decir; con lo que se quería expresar, amén de ser idóneos para palmear a coro y dar pie a un baile en corro que, se bailaba con brazos al aire, y sencillos pasos enlazados formados con los pies. Calle Paseo arriba nuestros quintos subían y con Pepe Moreno Gálvez, alias “El Peli” se cruzaron. ¡¿Quién no conocía al Peli?!, ¿quien no sabía del tal personaje? caricato, humorista, mejor payaso y relator de historias humorísticas, no lo había. Su vida era una historia llena de un especial humor, llano, sincero, muy propio del pueblo y de características muy particulares difíciles de describir. Sus parodias, sus puesta en escena en el momento menos esperado e improvisado, hacían que sus actuaciones, siempre altruistas, fueran famosas.
En unas fiestas patronales de Benalúa, se había instalado una tómbola benéfica por la parroquia del pueblo, por el párroco D. Luis Sánchez Ontiveros, como era la última noche de fiestas y a la tómbola aún le quedaban bastantes premios que repartir (que habían sido donados por los vecinos); nuestro entrañable Peli, de camino al cine que había al final de la calle Cantarranas, se paró a echar un vistazo, por curiosidad, en la tómbola y que instalada estaba en la plaza en la fachada de la cochera de la “Chacha Remedios”, en lo que posteriormente sería la Taberna del Numa y de Manolo Pichi. He aquí que nuestro amigo Pepe “El Peli”, influido por las circunstancias benéficas de la tómbola que se montó para comprar las campanas de la, recientemente construida, torre de la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, tomó el micro y en unos momentos tuvo frente a sí, expectantes, a todos los vecinos del pueblo que llenaban la plaza y, en una risa continua y constante, participaban de la tómbola que en unos instantes acabó con los boletos, los regalos y “¡pardiez!” que faltaron para cubrir toda la demanda.

La representación tras la tómbola continuó y, fue tal el éxito, que la fiesta posterior quedó anulada y circunscrita a esta improvisada humorística charleta llena de simpáticos relatos. También se suspendieron, por falta de público, otros actos programados: el cine y su proyección, la verbena y sus músicos, que al descanso fueron… y las parodias se alargaron tanto que la hora de la traca final de fiestas y el popular “toro chispas” se retrasó. El Peli había triunfado. La benéfica tómbola todo lo repartió y sus haberes fueron suficientes para lograr sus fines. El encuentro de los quintos con el Peli fue muy celebrado, abrazos apretones de manos con todos se cruzaron y un largo brindis con Pepe echamos, a la par que sus historietas rememoraba … un “que tengáis suerte muchachos”, puso fin a tan alegre encuentro.
Serían las trece horas del día de quintos. Sus pases callejeros, sus bailes y sus coplillas se iban desgranando y sus encuentros con las gentes del pueblo celebraban con brindis e invitaciones. Y decidieron a la base volver para la comida del mediodía consumir.
Era ya tarde, comprobado en relojes de muñeca que algún quinto lucía como regalo de familia por su entrada en quintas. Eso era una pasada en aquellos tiempos lucir reloj cuando quizá, con los dedos de las manos, darían para contar los que en Benalúa habría.
[Continua la próxima semana]
INDICE
Prólogo, nota de autor e introducción
Capítulo I Desayunos de pueblo, teléfonos, gañanes, pastores y porqueros
Capítulo II Lluvias, nevadas, noche Santos, gachas, cerraduras y largas veladas
Capítulo III A “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo III B “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VIII De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos
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