De fiesta

El amanecer con humo. Benalúa de las Villas… Hijos Dulces de Dios (III-C)

Era tal la escasez, que los peones que hacían de manijeros en las cuadrillas de escardadores, segadores o desyerbando cebadas y trigos, como les era necesario para cronometrar las horas de trabajo de toda su cuadrilla, si no tenían reloj, tenían que pedirlo prestado a algún familiar o amigo.

Y éste se lo entregaba, no sin antes darle un montón de consejos y advertencias del artilugio que había que cuidar como oro en paño por su enorme fragilidad… y es que se les rompía a estos trastos el “volante” casi con mirarlos.

La casa y estancias a nuestro servicio, preparadas estaban, llenas de amigos, mirones, aprovechados, familias y novias de todos los protagonistas de aquel gran fiestorro.

Entre risas y cantos, sentados todos en mesas con tablas del pan formadas, por las panaderías prestadas y sillas de las casas traídas. De fiesta.

Todos comíamos, todos participamos y los señores quintos nos sentíamos orgullosos de ver la felicidad ambiental y la gran fiesta organizada, en donde todos cabían, fueran quienes fueran y vinieran de donde vinieran.

Era una fiesta de hermandad que celebraban con los quintos, con reconocimiento del pueblo y alegría general, porque aquellos jóvenes “ahumaos”, a mozos habían llegado y a la mili irían a prestar servicio a España, a jurar su bandera, y a convertirse en hombres en los cuarteles; y es que, solía ser la primera vez que del pueblo salían, la primera que con la realidad de sus vidas se enfrentaban y, sin amparo paterno, lo vivían. Y la primera vez que sus pequeños o importantes problemas que pudieran presentarse, ellos solos habrían de resolver… Decían de esa etapa militar, que hacía hombres con sus formas y disciplinas que habían de respetar.

Y de acuerdo con ello, yo estoy, amigo lector, que aquello hacía al muchacho hombre y al inmaduro responsable, convirtiéndose en persona de bien y con los pies bien puestos en la tierra. La comida de hermandad que se suponía que era la del mediodía, ocupó toda la tarde… toda la tarde riendo, cantando, gritando, bailando y llenos de alegría… no sabíamos ya si almorzábamos, merendábamos o era cena lo que hacíamos. Pero el ambiente no decaía.

Incluso alguno y alguna, a capela, se arrancaron y dejaron muy buena impresión de lo que cantaron.

¿Que cuál fue el menú degustado? allí había de todo: carne de choto con ajos, con tomate y con toda clase de salsas, y embutidos de nuestros buenos marranos, que en aquella época eran de raza autóctoEl Amanecer Con Humo Gregorio Martín García -81- na del pueblo de Benalúa e ibérica, de verdad, con sabor que aún tengo en mis papilas gustativas… se perdió del pueblo esa raza de cerdo, y ahora casi ni matanzas caseras se hacen.

Grupo de amigos del pueblo en un alto en Jaen camino del Cerro de la Virgen de la Cabeza

Como digo, la intendencia era muy variada y de cantidad cargada y de la que buena cuenta todos dábamos, incluso los tres músicos que, con acordeón y guitarras, nos alegraban el ambiente y acompañaban las coplas de quintos y que contratamos para dicho menester.

Sobre las once de la noche comenzaron a marchar algunos de los invitados y el grupo de quintos volvía a reunificarse en sus ajetreos, discusiones amistosas, cantos y charloteos.

En un momento dado alguien propuso la última rondalla por las calles del pueblo. Alguno más sesudo y entrado en razón -o quizá el que menos vino bebió-. Habló, expuso y razonó: “¡tíos! a estas horas vamos a molestar demasiado el sueño de nuestros vecinos” y charlando y mediando aplaudimos lo que a un quinto se le ocurrió: “¡Serenatas!” Y fuimos a echar serenatas a esas bellas mujeres -casi todas novias nuestras-, que en la comida/fiesta nos habían acompañado.

Los músicos, nuestros músicos, comenzaron a templar guitarras y afinar instrumentos. Los quintos, todos cogían sus abrigos y chaquetas… en la calle hacía frío. Alguien tomó unas botellas de anís y coñac y algún otro licor con una sola copa que tomó de nuestro aparador, y de ella todos bebíamos y de ella todos bebían, invitados y amigos que en las rondallas encontrábamos.

Nuestra primera serenata fue en la calle Paseo, allí vivían dos hermanas -una de ellas novia de un quinto-. que le dijo a nuestro grupo musical que le tocaran la canción del “Torito Enamorado de la Luna”, tema éste, entonces muy de moda.

Fue interpretada con maestría por nuestros músicos, mientras los demás planeábamos al compás y el quinto, novio de la agasajada, con su mirada quería perforar las puertas del balcón que tras los visillos, su novia nos espiaba y, seguro, disfrutaba del momento romántico regalo de su amado.

Terminada la canción e intentando no escandalizar mucho, nos fuimos hacia la plaza del pueblo por calle Real, después de haber dejado el Paseo y girar a nuestra izquierda. Cantando, bailando, bebiendo, de aquel coñac que nos metiera en calor y no logrando el sigilo que nos queríamos imponer. Entre canciones de la quinta, risas, chistes y chanzas, pasó de noche a madrugada.

Quintos

El cansancio nos hacía mella -serían las cinco-, el cielo seguía estrellado y el fino frío se nos metía en los huesos. Algún quinto apuntó que sería mejor retirarnos a nuestras casas a dormir… “¡¿Qué dices?! … pero, ¡¿qué dices tú?… De aquí no se va “naiden” – gritó uno, que era el más fiestero el más follonista y jaranero. “¡Los quintos no duermen!, ¡los quintos de hogaño menos!, y si alguien se atreve a ir a su casa, vamos detrás a por él, nos metemos en el cuarto y lo sacamos a rastras…” – y seguro que lo harían. Siguió nuestra ronda por las principales calles del pueblo, despertando a los vecinos con nuestra fiesta. Echando alguna otra serenata. Algún vecino se molestaría pero… eran los quintos, por ello todo se perdonaba y todo se aguantaba.

Alguien dijo a los músicos que fueran hacia nuestra casa, claro sin que se enterara el “quinto burdeles” porque lo impediría. Ya eran más de las cinco y media, casi las seis, cuando llegamos a nuestra casa base, dentro echamos una gran lumbre en la chimenea, los músicos seguían tocando, algunos, hechos un corro en el centro de la habitación, seguían cantando y riendo, los más, nos sentamos junto a la chimenea. Poco a poco y cuando ya entraba la luz del alba por una de las ventanas, había durmiendo más de uno, en distintos sitios sentados, apoyados y con su cabeza caída… hasta alguno roncando. Fue el momento en que varios, en una primera oleada, se marcharon a descansar a sus casas… los demás, pocos ellos, no más de tres o cuatro, allí se quedaron, continuaron su sueño y allí les invadió el sol que por la ventana entraba, causa del gran día que amaneció.

Cerca de las doce eran y aún dormían o dormitaban los que en la casa base quedaron, su aspecto era espejo de la fiesta pasada y presentaban un careto que pena daba.

Comenzaron a llegar el resto de quintos, todos descansaditos, peinados y arreglados y dispuestos a la fiesta seguir. Por un tiempo allí reunidos en agradable charla y narraciones de los acontecimientos pasados en el día anterior, cada uno opinaba lo que le parecía; alguno contaba chistes, otro historias del momento y, en agradable tertulia, surgía la risa, venía el palmeo y acudía la alegría. Ya entrada la tarde y todos presentes, acompañados de nuestras novias, amigos invitados y algún familiar, nos dispusimos a dar cuenta de lo existente en nuestra despensa que, por cierto, era bueno y en cantidad.

Nuestra orquestina animaba el aperitivo que era regado con cerveza, vino y, acompañado éste, de buenas tapas matanceras. Nos fuimos animando y, de nuevo, se comenzó a cantar y bailar cuando a la mesa llamaban. Gran comida aquella, animada y condimentada de la que dimos cuenta acompañados por la música de nuestra orquesta.

A la mesa estábamos aún y ya anochecía cuando, tomando un café de puchero, alguno de los quintos se perdió sin despedirse. Se había marchado y es que, ya con tantas horas de fiesta y con tan pocas horas dormidos, los cuerpos cansados y los ánimos ya vencidos, estábamos más de uno que queríamos emular al quinto fugado.

Se puso en guardia el juerguista y, gritando “¿a dónde vamos?”, temimos que, por un instante, la fiesta quisiera continuar… un rato de charla, una amena conversación… el grupo, cuál repetido goteo, iba mermando y así terminaba la fiesta de los “Quintos de Hogaño”… bueno, no terminó, se dió por agotada, se dió por extinguida. El año que viene serán otros; otros paisanos que, cogiendo las riendas del tiempo, cumplirán con el mismo protocolo, la misma costumbre, el mismo uso y tradición que da personalidad a un pueblo y distingue a su sociedad y hace historia y hermanamiento entre sus miembros.

Y para acabar este ajetreado y juerguista capítulo, os copio algunas coplillas de quintos de Benalúa que me fueron narradas por el paisano del pueblo D. Manuel Romero García, alias “Manolo Cuentas”:

Jose Martín García.
Foto cortesía de Ana María Martín Afán de Rivera

“Adiós padre, adiós madre,
adiós novia, si la tengo,
que me voy a pagar a Franco,
los tres años que le debo.
No siento pagarle a Franco
ni ponerme la guerrera.
Lo que siento, niña hermosa
es separarme de tu vera”.

“El capitán de las coles
se ha caído en la caldera
y como no tenía pringue
no se manchó la guerrera”

“Las niñas de Benalúa
tienen que pagar pesetas
por romper los cristales
con el meneo de sus tetas”

“Las niñas de Benalúa
tienen que pagar consumo
porque rompen los cristales
con el meneo de su culo”.

En la mili.

[Continua la próxima semana]

INDICE

Capítulo III C “La quinta de hogaño”, mediciones, tallaje, coplillas y anécdotas
Capítulo IV De sus campos, sus personajes y vecinos
Capítulo V De la “plaza” jornaleros, manijeros, la sierra y sus ¿trufas?
Capítulo VI De la Alsina, la “aduana”, su paseo, Semana Santa y procesiones
Capítulo VII Del final de campaña, almazara, “cagarraches”, día de las banderas
Capítulo VIII De Ben-Alúa, su nombre, sus tributos, la hortaliza, el riego
Capítulo IX De los pedimentos, desmote, el ajuar, las invitaciones, las bodas
Capítulo X De los primeros televisores, las sordás, el Día de la Virgen
Capítulo XI Del sosegado otoño, “ahoyar” el pajar, rastrojeras, fiestas
Capítulo XII Del otoño dador de frutos, de ariegas, “¡arrr!”, tostaillos

Gregorio Martín García

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