El 11 de septiembre de 1922, el Pleno del Ayuntamiento de Huéscar acordó lo siguiente (sic): “Que es un hecho cierto que el Sr. Dengra López, desde que se hizo cargo de la Escuela Unitaria de niños de esta ciudad, ha puesto una voluntad y gran talento al servicio de la educación e instrucción de los niños de su clase, cuya magna obra, de resultados ya tangibles, crearía una nueva generación culta y patriótica (…). Que el Ayuntº., en su carácter de representante del pueblo, está obligado a demostrar de alguna forma al Sr. Dengra López su gratitud y reconocimiento, unánimemente acuerda: Conceder a dicho Maestro un expresivo voto de gracias por la obra educativa que persigue y realiza. Concederle también una gratificación anual de quinientas pesetas, a partir del primero de octubre próximo…”.
Cándido Sánchez, que falleció hace dos años, fue colaborador de la revista oscense ‘Cuadernillos de la Sagra’ (utilizaba el seudónimo de ‘el Pelú de Marras’) y, en su artículo ‘De mis días de escuela. In memoriam del Maestro y dedicado a mis nietos’, de septiembre de 2001, cuenta que con seis años lo llevaron con don Pascual. Entonces, el maestro se ayudaba de figuras geométricas de madera para enseñar: “¿Qué tengo en la mano?, pregunta a uno. El interpelado se ponía en pie y contestaba. A los mayores les preguntaba: ¿Qué hay que hacer para elevar al cubo el volumen del cono? Y así, según el nivel de cada uno, la pregunta era más sencilla o complicada”. Era una escuela a imagen y semejanza de la de don Antonio Machado, en el instituto de Baeza: la vieja mesa del maestro, con sus cajones, y dos hileras de pupitres de madera de haya, con sus tinteros donde los alumnos mojaban la pluma; una desgastada pizarra negra y, encima, un cuadro con la figura de una mujer –‘la Niña bonita’–, que era la alegoría de la República, y un crucifijo al lado. En aquellos agitados días, un decreto del Gobierno de Manuel Azaña ordenó quitar los crucifijos en las escuelas, y más tarde Azaña pudo proclamar aquello de “España ha dejado de ser católica”.
Cándido recuerda que “el maestro nos lo hizo saber con aquella voz grave, elocuente y sonora con que dictaba: Amor a la patria, al orden y respeto a Dios y al prójimo”. Al poco, entraron en la escuela la madre del maestro, su esposa, sus hijas…, y don Pascual dijo con la voz entrecortada: ‘Un año más, y serán veinte, llevo en esta escuela cumpliendo con mi deber, en ellos voy dejando parte de mi vida… Jamás pasó por mi mente que llegaría el día donde haría lo que hoy tengo que hacer’. Después de quitar el crucifijo, con lágrimas en los ojos, dijo a sus alumnos: ‘Pidamos todos perdón a Dios por este sacrificio, al que nos obligan las circunstancias’”. Durante la Guerra Civil, unos jóvenes armados de fusiles entraron en la escuela. Uno de ellos, que había sido discípulo de don Pascual, se cuadró y le dijo que cumplía órdenes. Dejó que se despidiera de su familia –al joven entonces se le saltaron las lágrimas–, pero pasadas unas horas lo dejaron en libertad. Más tarde, fue cesado como maestro, pasando por las cárceles de Vélez-Rubio, Baza y Huéscar hasta el final de la guerra. Cándido recuerda que “muchos días de invierno nosotros teníamos que hacer gimnasia para no quedarnos arrecíos”. Y más adelante, añade: “En esto la campana de Santa María la Mayor dio las nueve campanadas, hora de entrar en la escuela. Todos asomando la cabeza por las esquinas. El maestro se asomó a la puerta, miró a los lados, dio unas palmadas, y cual manada de potrillos desbocados enfilamos retozones hacia la escuela, ocupando cada cual su sitio”.
En otra ocasión, don Pascual recordó estas palabras a sus alumnos: “Niños hoy, hombres mañana, procurad llegar a ser hombres de provecho, luchar si es preciso porque acaben las injusticias sociales, porque la miseria y el hambre no exista en los hogares humildes”. En la posguerra Don Pascual puso, además, una academia de Bachillerato ya que los alumnos tenían que examinarse como libres en el Instituto Padre Suárez de Granada. También fue director de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, donde los niños de los pueblos de la comarca veníamos a Huéscar con el pánico y la angustia en el cuerpo a enfrentarnos al temible examen de Ingreso.
Sin embargo, fue al jubilarse cuando el maestro cosechó lo que había sembrado, pues, en el dintel de la puerta de su Escuela Unitaria, pusieron una placa de mármol con esta leyenda: “Aquí vivió y tuvo su escuela don Pascual Dengra López, al que le fue concedida la Cruz de Alfonso X el Sabio por su relevante labor educativa. 2-4-1961. Sus alumnos”. La medalla fue adquirida por sus antiguos alumnos. Baste recordar que enseñó a más de cinco mil alumnos, de los que 400 iniciaron estudios universitarios, y que el Ayuntamiento de Huéscar le concedió el título de ‘Hijo Predilecto’. Don Pascual falleció el 24 de agosto de 1976, pero la antigua escuela ya ni siquiera existe: la derribaron hace más de quince años para construir una urbanización. Lo de siempre. Hace unos años colocaron la antigua placa de mármol donde estuvo ubicada la escuela unitaria y ahí sigue.
Quiero expresar mi agradecimiento a Juan de Dios Portillo García, director del Colegio Público ‘Natalio Rivas’, de Huéscar, por su interés y por la información que me ha proporcionado. El artículo de Cándido Sánchez me ha servido para recordar aquellas tardes pardas y frías en la escuela, aunque este se consideraba “el peor discípulo de don Pascual”. En cambio, el dibujante Francisco García de la Serrana, que falleció en noviembre de 2006, fue el alumno preferido del maestro. Las casualidades de la vida hicieron que, pasado un tiempo, conociera a Pascual, un hijo del maestro, hicimos amistad y nos vemos de vez en cuando. Me proporcionó información sobre algunos personajes de Huéscar, lo mismo que su hermano Jaime, que me sirvieron para escribir algunos artículos. Debo aclarar que una escuela unitaria es aquella donde un solo maestro da clases a alumnos de diversas edades y grados, como la que tenía don Pascual.
De él se puede decir que fue un maestro que dejó huella y no estaría de más recordar esta frase, entre otras, que le dedicó a los niños de su escuela:
“Seguid siempre así, apartad, cuidadosamente, sin hacerle mal, la piedra que os intercepte el paso, y con la vista puesta en Dios, recorred la senda de la vida.
Vuestro Maestro P. Dengra
Huéscar, 10 de mayo de 1927”.