Gregorio Martín García: «¿Yogur…? ¿Eso qué es? (1/2)»

En la profundidad de los tiempos… Hace cerca de setenta años, siete largas décadas… Quizá algo más. Esto para una vida son muchos años. Aquello no se parecía a esto en nada. Todo era más simple, todo más sencillo, llano y, en brazos de ignorancia estaba.

 

Tan sencillo era que, viviendo y pasando nuestros días en aquellos remotos pueblos que, sin estar, estaban de todo muy lejos.

Podríamos decir que en la “edad de piedra” vivíamos. La técnica apenas allí existía porque no se necesitaba, ya que no había dónde aplicarla. Aquellas lejanas aldeas donde al margen se vivía de movimientos sociales que, había más avanzados, pero de los que todo se desconocía.

Sí, yo más de una vez me dije que mi vida la estaba viviendo dentro de un interesante tramo de años. Desde aquella “edad de piedra y alambre con algunos ramales” (cuerdas), de los años cuarenta del siglo pasado, con lo que entonces se arreglaba todo en los recónditos y perdidos villorrios… Hasta no sé cuándo. Lo sabré pasado el presente que, es en el que ahora estamos.

En la informática nos hallamos y, ya se va hablando de la Cuántica. Del cuánta (cantidad de energía) o relacionado con la “Física Cuántica”. Y ¿En qué se puede comparar un alambre o un ramal de entonces, con lo que ahora se hace solo con un botón apretar?

Y todo era poco porque muy poco había, pero verdad sí que era, que, en aquellos pequeños pueblos, aún no se había acabado cuasi ni la prehistoria.

Mis contemporáneos podrán afirmar esto que aquí digo. Es absolutamente cierto la velocidad del tiempo y el cambio en que se metamorfosea. Si te hayas en lugar aislado, como las aldeas de antaño, se vive en tal situación que desde muchos años atrás van pasando tus días y cuando salías del pueblo un mundo nuevo descubrías al comparar aquello con esto.

Vieja aldea aislada

El simple hecho de viajar desde cualquier pueblo de Los Montes Orientales de Granada, a la ciudad, era entrar en un ambiente nuevo, desconocido y extraño que hacía del comportamiento del que este viaje hacia, un hombre paleto y despistado, sin serlo.

Su distinta forma de hablar, más relajada, su comportamiento gesticular, más exagerado y una cierta desconfianza que le acompañaba, hacía denotar que dicho personaje no era de aquel lugar.

Los mismos de ese sitio, cuando veían algún paisano dispuesto a viajar, le hacían con broma, advertencia para que no despistara que viéndole cateto “las cagarrutas” le harían tragar. Así era la vida así se vivió esta, en forma tan sencilla y aislada que variaba de aquella existente en la ciudad.

Viendo aquellos tiempos, desde estos y, por el agujero que se ve el mundo, parece que no sea cierto aquellos momentos vitales en que se desenvuelven nuestros ancestros.

Sirva una anécdota divertida y absolutamente verdadera. Era yo un niño, como todos los demás, travieso y “sin quieto” como nos catalogaba una vecina del lugar. Inocente como cualquier otro, pero… ¡alto, stop!. No en nuestro pueblo, en nuestro hábitat éramos astutos y casi sin aun tenerlos, de colmillos retorcidos. Sabíamos, como se acostumbraba en decir, más que Lepe, conocíamos todo lo sabido y hasta lo escondido y secreto no se nos resistía, Pero he aquí la pura realidad, cuando nos sacaban del pueblo por cualquier circunstancia, que había de ser muy importante, o acompañamos a familiar a boda o bautizo, era alejarnos del pueblo, nuestro rincón de juegos, nuestro castillo encantado y, nos volvíamos lelos, el cambio era tremendo, de niños “enterados” y guasones nos volvíamos más que lelos, casi atontados.

Si nos preguntan no sabemos mover la lengua. Si el compromiso nos largaba un cumplido nos enrojecemos y si los chavales de ese otro lugar nos comprometen… acobardamos y entre las piernas de papa o mama nos metemos.

Todo ello, aunque extraño, era cierto y real, debido al encierro y al aislamiento que se sufría por no salir del pueblo en casi la mitad de su vida.

./continuará

 

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Gregorio Martín  García

Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y

Autor del libro ‘El amanecer con humo’

 

Gregorio Martín García

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