Los días de verano se despiden de las gaviotas y van dejando paso a las risas y huellas de los colegiales que los maestros y maestras, en el comienzo de un nuevo curso escolar, ya intuyen en los pasillos, vacíos aún, de los colegios españoles. Es el principio de ese tiempo en el que nos otoñamos, tiempo en el que por las ventanas de la escuela se escucha la voz de una maestra recitar Paisaje de Federico: «La tarde equivocada/se vistió de frío./ Detrás de los cristales/ turbios, todos los niños/ ven convertirse en pájaros/ un árbol amarillo./ La tarde está tendida/ a lo largo del río./ Y un rubor de manzana/ tiembla en los tejadillos”.
Como cada año, el olor a jazmines trae a Ugíjar sus docentes. Este inicio de curso se vive de manera especial en el CPR Sánchez Velayos, un centro de compensatoria de la Alpujarra Oriental, que sienta en sus pupitres alumnado muy diverso: un tercio-casi mitad- de etnia gitana, inmigrantes, sobre todo marroquíes, gran número con familias desestructuradas cuyo nivel socioeconómico y cultural es mediobajo. Es un centro conocido entre el profesorado como de difícil desempeño y al que solo se llega si se elige venir. Pues bien, este curso ha regresado gran parte de su plantilla, que elige volver a un lugar donde ser maestro/a cobra el mayor de los sentidos: formar ciudadanos ejemplares, comprometidos, críticos, solidarios, justos, pacíficos y, sobre todo, libres. Errada es la creencia de que la misión del magisterio es transmitir conocimientos, ésa es una visión muy simplista y triste de nuestra profunda labor. Los maestros y maestras, sobre todo en las etapas primarias de la vida, son arquitectos de seres humanos.
El profesorado regresa en septiembre con los bolsillos llenos de palabras que el alumnado aprehenderá entre versos y diccionarios. Lucen amplias sonrisas y ganas de crecer humana y profesionalmente, pese a las muchas dificultades que enfrentan (comunes a las de tantos otros colegios hoy día): no contamos con los suficientes apoyos para atender la rica diversidad cultural y étnica o las necesidades educativas de nuestro alumnado (en un aula hay tantos niveles como niños y niñas) y sufrirán el descrédito y la falta de respeto de la sociedad a manos de las familias. La falta de colaboración e implicación en la labor conjunta de la educación de sus hijos o las críticas, poco constructivas, y juicios de valor en grupos de Whatsapp o corrillos de parque de todas sus actuaciones. Son las menos, afortunadamente, aunque también son las más ruidosas. O sugerencias que rozan la insolencia: dónde, cómo o con quién no sentar a sus vástagos (por supuesto, de todos es sabido que hay una parte del alumnado que, por ser “diferente”, perjudica seriamente a quien tiene ganas de aprender); si han de hacerse más dictados y copiar tantas veces las faltas ortográficas como siempre se ha hecho (dudosa forma de aprender ortografía); enviar más deberes a casa o no enviar, que a las familias no les llega el día con este tiempo de estrés y prisas y a nosotros nos pagan para eso; realizar más exámenes o menos; trabajar más con ordenadores que es el futuro o volver a la letra con sangre entra que estamos cansados de pantallas y teclas; realizar más salidas o menos… o hasta reivindicar, rozando la exigencia, que se celebre el día del padre y de la madre, como toda la vida, con regalito incluido, en vez de la “modernura” del día de la familia.
De un tiempo a esta parte, la sociedad parece no comprender que la escuela es una institución pública donde trabajan profesionales que toman decisiones buscando el bien general de todos los individuos que la conforma y su profesorado está altamente cualificado para hacerlo, no cualquier otra persona. Y esas decisiones, aunque en ocasiones puedan ser más acertadas o menos, más de un gusto u otro, han de ser respetadas, porque las toman personas altamente cualificadas. ¿A quién se le ocurriría decirle a un cirujano por dónde y cómo tiene que realizar la incisión en una mesa de operaciones? ¿O a un mecánico la pieza que hay que sustituir para arreglar el motor de un coche? Sin embargo, vivimos un tiempo en el que cualquiera habla de educación, opina de la metodología y se prejuzga aquello que no gusta o no conviene.
Desde mi espacio y experiencia, percibo que la sociedad, cada curso más insistentemente, demanda una escuela a la carta, un currículum sesgado y eso representa un grave peligro, porque somos una institución ejemplo de lo colectivo y de la convivencia. La escuela pública, y los que estamos en ella, hemos de ser garantes del cumplimiento de la igualdad de oportunidades y del cumplimiento de las normas, alejando cualquier precepto de exclusión, segregación y adoctrinamiento.
Los docentes de Ugíjar saben, porque ya lo conocen, que en el ejercicio de su docencia han de hacer un esfuerzo sobrehumano para sacar adelante a esos veinte pares de ojos que los miran con la impaciencia de comerse el mundo y con la frescura, la inocencia y la ilusión que atesora la infancia. Ayudándose de su formación, de lo que han aprendido, de lo que diariamente aprenden y del trabajo compartido y en equipo, saben que su misión es no dejarse atrás a nadie. Por eso, dedican largas horas a formarse en metodologías que les ayuden a llevar el conocimiento a todo el alumnado, un tiempo poco visible y/o reconocido por parte de las familias ni de la sociedad en general que sólo se deja llevar por el manido y falaz comentario de nuestras vacaciones (con las que, como no puede ser de otra forma, nos sentimos auténticos privilegiados). Y, pese a todo, han vuelto porque el alumnado del Velayos los hace ser y sentir MAESTRAS y MAESTROS, así en mayúsculas, pese a la ola reaccionaria que también ha llegado a la educación de nuestra realidad y contexto.
En mitad de ese ruido tan tóxico y dañino para todos, están esas figuras indispensables en la vida de la infancia de la sociedad del siglo XXI. Forjarán, desde la nada prácticamente, a los futuros periodistas, médicas, abogados, ingenieras, peluqueros, agricultoras, pastores, arquitectas, pintores, maestros… de este pueblo alejado de las grandes urbes. Su esfuerzo, su dedicación, su ejemplo, la justicia social en su labor, su compromiso, su creer en quien nadie cree (ni siquiera ellos mismos) brillan en esta sociedad hedonista y competitiva, más preocupada por el disfrute de lo efímero y bienestar personal frente a lo colectivo. El curso pasado probaron la felicidad compartida que se logra cuando luchas por los otros, sobre todo, por los más débiles, y salen adelante.
En los colegios, maestros y maestras enseñan a pensar por uno mismo, a expresarse en público, potencian la lectura y la escritura, el uso de las herramientas digitales, de los idiomas, a realizar operaciones y resolver problemas de la vida cotidiana, a navegar por los mares y la geografía de los mapas… para poder razonar, argumentar y relacionar distintas ideas y realidades. El binomio enseñanza-aprendizaje, en un contexto como el nuestro, ha de hacer frente al alumnado que quiere aprender y tiene todo a su alcance, pero también al que no quiere o al que tiene dificultades. Y, en esto, hay algunas cuestiones que son fundamentales:
1. LA EMOCIÓN, LA ILUSIÓN Y EL CONTAGIO. Es la gran clave de la educación. Hoy día, las generaciones que asisten a nuestras aulas reflejan una cierta desgana o hastío hacia casi todo, quizá porque todo lo poseen sin esfuerzo alguno o porque ya han gozado muchas experiencias a una edad temprana. Sin embargo, frente a esto, la infancia mantiene una capacidad intacta: la capacidad de ilusionarse y de emocionarse, junto a la de distinguir con bastante facilidad entre aquellos docentes que enseñan con ilusión y los que no, entre los que imparten sus asignaturas con cierta frialdad y los que lo hacen con interés e incluso apasionamiento. Quien imparte sus clases con pasión suele contagiar a una buena parte de sus estudiantes, y ellos, a su vez, contagian a otros. Esto no es una teoría, es una realidad, un hecho de experiencia: los estudiantes se dejan contagiar por la ilusión y la pasión de su docente, ese mismo que sabe que sin emoción no hay aprendizaje.
2. LA BÚSQUEDA DE LA REALIDAD Y LAS GANAS DE APRENDER. Todos hemos experimentado alguna vez que no hay empresa más difícil que la de estudiar algo sin que se haya despertado el interés o sin haber sentido la necesidad de conocerlo. Ortega y Gasset decía que “enseñar no es primaria y fundamentalmente sino enseñar la necesidad de una ciencia y no enseñar la ciencia cuya necesidad sea imposible de hacer sentir al estudiante”. A nadie le gusta tener que estudiar realidades, problemas o procesos cuyo sentido no comprende o se le escapa por completo, mucho menos a un niño. El docente debe empezar por ahí y permanecer hasta que haya logrado transmitir a sus estudiantes el sentido de lo que pretende enseñar.
3. LA ACTITUD HUMANA, CERCANA Y HUMILDE, EMPÁTICA, JUNTO AL REFUERZO DE LA ESTIMA, PERO COMO FIGURA DE AUTORIDAD. El alumnado suele ser consciente de su escasa formación. Piensa que sus conocimientos son mínimos y que el profesorado lo sabe casi todo, por eso se siente inferior. Esta mentalidad condiciona la relación docente-discente y los aleja, cuando realmente lo que necesitan es cercanía. El docente tiene que promover un diálogo, sin pretender ocultar la verdad de que, en efecto, él sabe más que el estudiante. Pero debe saber, también, que pese a haber estudiado, no es capaz de abarcar todo en su complejidad, que siempre se puede conocer mejor y más profundamente un tema o materia y ha de saber mirar a su alumnado, admirarlo y tratarlo por lo que puede llegar a ser, (algo que en gran medida depende de su labor docente). Ya lo decía el poeta Hesíodo: “La educación ayuda a la persona a aprender a ser lo que es capaz de ser” y no tan sólo a aprender lo que se es. Un buen docente adopta una actitud cercana y humilde que facilita la relación con sus estudiantes, que llegan a valorarlo y quererlo, reforzando al mismo tiempo su autoridad.
4. LA CONFIANZA Y EL DESEO DE “AGRADECER” ESA CONFIANZA. Si el docente estima, confía y exige a su alumnado hallará motivación en el estudiante que deseará corresponder a su maestro, factor clave, también, en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Una de las máximas del Sánchez Velayos es el pensamiento de Howard G. Hendricks: “La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón”. Nuestros niños y niñas captan rápidamente este mensaje y detectan al maestro al que le importan y al que no, al que cree y confía en ellos, -principal muestra de estima y aprecio sinceros- y al que no espera nada o casi nada de ellos. Saben, sin explicaciones, que un buen docente es exigente y que la falta de exigencia es signo de lo poco que de ellos. Esto es el ‘efecto Pigmalión’: si el alumnado percibe que su maestra confía en ellos y ellas, rinde mucho más, porque responde de forma positiva a su sonrisa, a sus elogios, a su empatía, creándose en las aulas un clima emocional muy positivo y cercano que facilita que se enseñe más y mejor, puesto que la interacción es mayor.
5. LA METODOLOGÍA DOCENTE HA DE PROMOVER, ESTIMULAR Y DESARROLLAR EL AFÁN DE SUPERACIÓN. Sirve de poco si un docente logra contagiar su ilusión a los estudiantes, les hacer ver el sentido de lo que se van a aprender y muestra pruebas palpables de la confianza que les tiene, si luego no emplea una buena metodología con retos asequibles que estimulen y fomenten en ellos su ganas de superarse y reafirmarse en la dimensión personal de todo proceso de aprendizaje. Nuestras aulas de la escuela pública necesitan docentes fuertemente comprometidos con la tarea que se les encomienda, que sepan mirar de forma inclusiva y justa, docentes de amplias miradas, ecuánimes y sin planteamientos segregadores ni excluyentes que detraigan saberes tanto a determinado alumnado como a los planes de estudios, que huyan de considerar lo particular a lo que ha de ser universal, porque esto, además de suponer un retroceso y una involución, cuestiona el derecho de los estudiantes a su formación integral. Por eso, la formación permanente y su compromiso son garantes de que, por encima de la divergencia ideológica, se evite el grave riesgo que supone la reducción del currículo común, que es normativo y preceptivo para todos. Los docentes del Sánchez Velayos, ya están preparados para un curso de nuevos retos. Saben que ni la vida, ni la justicia social, ni los logros personales nacen del individualismo sino que son el resultado del esfuerzo colectivo y están convencidos de que las diferencias no dividen sino enriquecen, por eso a pesar de todo, han vuelto y, estoy plenamente convencida de que, enseñando con su magisterio para la vida, convertirán este curso en otro inolvidable.
¡FELIZ CURSO 23/24!
Directora del CPR Sánchez Velayos (Ugíjar)