Una banasta de membrillos maduros había cogido, de color amarillo dorado, de los llamados en mi pueblo “zamboas”, junto con algunas granadas, con grietas que rajan su piel roja y sangrienta por donde se asoman sus jugosos granos, algo blanquecinos y aun no madurados. Es que unos días aún les falta para que con paciencia mondarlas y después de despellejarlas poderlas comer.
También había cogido uvas de riquísimo sabor, eran moscateles y solo unos pequeños gajos, zarcillos se llaman, que habían quedado en la parra, cuando fueron vendimiadas.
Según paseaba la finca, un tanto pendiente, ubicada en el Cerro del Cántaro, iba recogiendo frutos de distintas especies y propios del otoño.
Vi frente a mí y sobre el horizonte del Yesar, y del Cortijillo de Rafael el Sargento, como se formaba un gran cúmulo de blancas y espesas nubes que amenazaban con llover y, no suave precisamente. Las formas que tenía hacía temer como inminente que la tormenta se desataría y mojaría, si no arrasaba, los campos y caminos.
Eso me hizo aligerar y dejar de coger unos frutos de los almendros que había en distintos majanos de mi haza de olivos, en la ladera del Cerro el Cántaro junto al Cortijo del Rio.
Me dio más prisa, y salvando el desnivel y el terraplén hasta el carril, me costó sacar la canasta y un saco medio lleno de algunos y variados frutos.
A la vez que me lamentaba de que ya no podría llevar las bayas que pensaba. Eran delicias de mis hijos: Las moras de zarza, las majoletas y también las endrinas. Con éstas, algunas veces, en casa hicimos pacharán navarro y recuerdo que conseguimos una riquísima bebida.
Pero lo que verdaderamente temía, era que la nube viniera hacia el norte, y rompiera a llover. Mojará el carril de tierra y lo pondría difícil y complicado para circular con la bicicleta en que había venido.
Sobre el porta-equipos puse lo recolectado, canasto y saco. Atados y cinchados con fuerza. Comprobé que pesaba más de lo esperado y entonces rogué y pedí que la tormenta no descargara, que no pusiera sus nubes a llorar y con ello mojar y dificultar el avance de mi bici por el carril hacia el pueblo.
Todo esto pensaba, todo esto vivía y temía no terminar bien aquella preciosa mañana de comienzos de otoño que, quise salir a dar un paseo. Sentir en mi cara el aire otoñal y olfatear ese olor peculiar que desprenden los campos en esta estación. Con sus tonos ocres, amarillos y otros marrones con múltiples grises sobre hojas encendidas de encarnado rojizo, formando un tapiz.
Diferentes colores cual paleta de artista que maneja con tacto para conseguir ese cuadro de hermosura sin par. Que aquella mañana quería disfrutar y emular en mi mente tan bello paisaje colorado en aquel mes de octubre de los años ochenta.
Una improvisada brisa comenzó a subir por la depresión del río Moro, de sur a norte, y con ella arrastraba “bandadas” de hojas que escapan de los sotillos y alamedas de la ribera del río. El sonido que emite el aire tormentoso que cruza de prisa sacudiendo los erectos álamos que, cual tubos de órgano suenan y emiten una pieza orquestal. Sus ecos rebotan en el Cerro las Vegas y en el del Cántaro formando trío con La Pedriza. Hacen caja sonora de tan extraña sinfonía y dando a la mañana un ambiente otoñal con sonido de fondo, igual que si fuera una buena película que, por un momento, en mi difícil avance, me paré a contemplar.
Ahora sí. Primero un relámpago que cruzó los cielos que precedió al trueno que ahora suena con cierto volumen y que se incorporó a la sinfonía de aquel ambiente orquestal que parecía de misterio y más cuando el avance de la nube hizo oscurecer los cielos.
Frente a mí, en una curva del carril, cuando ya había pasado la Fuente Castejana, famosa por sus fantasmagóricas escenas de una clueca con sus seis polluelos de oro que, allí se aparecía. Me detuve a contemplar ese cine del que hablaba y en verdad que era una gran película.
Allá en la lejana Cañada de Alcalá y sobre los terrenos del cortijo de Mancilla la tormenta se mostraba en toda su potencia y eléctrica energía que, le acompaña un ruido que hace temer que cuando estalle serán fuertes las aguas que desprenda.
Un rayo de sol, muy brillante, con su base en la tormenta de un fuerte color rojo sale escapado por un claro del nublo y cual foco luminoso encendía parte del éter creando un aspecto de fantástico mosaico, en la bóveda del cielo.
Otra vez volví a intentarlo. No podía ser. al montarme, la carga se balanceaba con el conjunto que hacía con la bicicleta y tenía que sujetar con fuerza. Mientras me lamentaba de tanto peso.
Pero me excusaba conmigo mismo, reconociendo que el otoño de todo nos da, de todo en los campos se encuentra: Frutas en los árboles de los huertos amén de membrillos, arándanos, castañas, acerolas, almendras e higos y ricas nueces. Y en las fértiles vegas hallamos, batatas, cebollas, coliflor y rábanos, remolacha, nabos y coles, zanahorias y pimientos, los últimos tomates que recogemos para echarlos en conserva. Ricas berenjenas que comeremos rellenas. Se recolectan los últimos melones, las gruesas calabazas también para la despensa y los jugosos caqui que colgaremos en ella. Mira que roseteras acabo de coger. Este invierno las palomitas no faltarán en nuestras veladas hogareñas.
Es el otoño sinónimo de ocaso, decadencia declive, caída. Y no es eso. Es la estación de más recompensa arbórea con bayas en montes y cerros y hasta en terrenos baldíos hay los. Entre majanos y brozas los encontramos, entre chaparros y quejigares de todas clases y sabores los hallamos. Nos los regala el campo y, es que el otoño con ser el tercero es el más bondadoso de sus compañeros.
Frutos copiosos nos dona. La más dadivosa estación entre las cuatro. Nos trae, cuando viene, los más exquisitos frutos que, de forma natural y espontánea se crían en la tierra.
[Continuará]
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Inspector jubilado de la Policía Local de Granada y
Autor del libro ‘El amanecer con humo
Comentarios
4 respuestas a «Gregorio Martín García: «¡Qué me dices del otoño!, 1/2»»
Existen tú relato de cómo se vivia la entrada del otoño con la recogida de los últimos frutos que habían quedado del verano y los propios del otoño y las tormentas más propias del verano pero que aun algunas dejaron para el otoño siempre acompañados de sus correspondientes fotos.
Paco, ¿No ves que todo está cambiando? hasta las tormentas, más propias de verano, están haciendo sus «pinitos» y a otoño se están marchando. Pero la que a mi me dio la lata no sé de qué época era pero me remojó a fondo. Pero lo disfruté, en vez de correr y ponerme nervioso, «solté Amarras» me relajé y, lo pasé muy bien aquel día de otoño. Un saludo y un abrazo
Me encanta tu relato, me da la sensación de estar allí paseando, si Dios quiere el próximo fin de semana lo voy a hacer, mas corto eso si… gracias por darnos tan buenos recuerdos.
Gracias a ti, Encarnación por leerme y escribir este comentario con el que te recreas de las veces que tu habrás hecho parecidas excursiones en busca de frutas u hortalizas al campo. A la Angostura o a otro cualquier lugar porque tratándose del agro todo es bello. Si haces ese recorrido que te propones, te deseo lo pases bien. Un abrazo y gracias