Juan Santaella: «¿Quiénes triunfan en la vida?»

La auténtica educación consiste en fomentar la autonomía personal para que el joven pueda elegir libremente los valores que han de orientar su vida, y en hacer feliz al educando, lo cual se logra cuando el alumno es capaz de vivir de forma placentera consigo mismo y con los demás. Sólo entonces descubre que es capaz de aceptar a los otros y que los otros lo aceptan a él, de querer y ser querido, y de ampliar sus capacidades de acción (crear, explorar, realizarse…).

Para lograr esto, es necesario tener motivación, porque el simple deseo muchas veces es insuficiente, ya que la motivación impulsa poderosamente a la acción; quien se mantiene sólo en el deseo lo embarga, habitualmente, la pereza o la desidia. La motivación, dice Marina, consta, además de deseo, de expectativas de obtener recompensa o premio, y de medios facilitadores para ello (hábitos, fe en el éxito…). Educando el deseo, educamos también la motivación. Decía Rousseau, en el ‘Emilio’: “dad al niño el deseo de aprender y cualquier método pedagógico será válido” y Freinet afirmaba que “cualquier método es bueno si abre el apetito de saber y agudiza la necesidad de trabajar”.

  Hoy, no sólo triunfan las personas con un alto coeficiente intelectual, sino que hay otras causas, tan decisivas o más que ésta, en el éxito de la persona: el control emocional y, sobre todo, la capacidad de afrontar las situaciones adversas, que la vida nos plantea

Para desarrollar el talento que proporciona el éxito futuro, si malo es renunciar a los valores positivos que había en la educación anterior (principio de autoridad, esfuerzo, disciplina, educación de la tribu…), peor es seguir aferrados a una enseñanza tradicional que siga defendiendo valores caducos y antipedagógicos como son el dogmatismo, la intolerancia o el autoritarismo. Nosotros, de acuerdo con Kant, defendemos que los niños han de adquirir, a través de la educación, una moral autónoma, que les permita decidir por sí mismos, espontáneamente, sin estar pendientes del premio o castigo que recibirán del superior, y que esa moral, como afirma el propio Kant y Jean Piaget, sea fuente del bien. Sólo a partir de ella pueden los jóvenes lograr la auténtica libertad y una sociedad justa y equitativa, sin caer en el relativismo débil y en la componenda, que tantos prosélitos parecen tener en este tiempo.

José Antonio Marina, en su obra ‘La educación del talento’, afirma que la inteligencia triunfante es la que acierta en la elección de las metas y en conseguir alcanzarlas. Para él, hay seis recursos básicos que constituyen el talento: visión del mundo veraz, rica y llena de posibilidades; pensamiento fluido, riguroso y creativo; vida segura, optimista y resistente; aprendizaje de la libertad; saber usar el lenguaje para poder expresarse y comprender; y poseer sociabilidad: Todo esto puede convertirse en hábitos, producto de una acción continuada.

Robert Sternberg, profesor de Yale, uno de los máximos expertos mundiales en Inteligencia Artificial, afirma: “Más allá del coeficiente intelectual hay que hablar de inteligencia exitosa, que se emplea para lograr objetivos importantes: incluye, además de la inteligencia (test), la gestión de las emociones y las virtudes de la acción: tenacidad, esfuerzo o resistencia a la frustración”. Ha pasado ya el tiempo en el que sólo se valoraba en la persona su coeficiente intelectual pues, aunque éste es importante en el desarrollo personal, laboral y social, hay otros muchos elementos que pueden ser tan decisivos o más que él en el éxito futuro de la persona: una buena educación sentimental, capaz de conocer las emociones y los sentimientos propios y ajenos, y saber controlarlos y gestionarlos; y, sobre todo, la capacidad de afrontar las situaciones, muchas veces adversas, que la vida nos plantea, y eso sólo puede hacerse si hemos sido educados en el esfuerzo y en el cumplimiento del deber, es decir, si se nos ha formado adecuadamente la voluntad.

Sólo las personas que tienen este tipo de inteligencia exitosa o práctica, producto del conocimiento emotivo y de la práctica del esfuerzo, son más capaces de automotivarse, de controlar sus impulsos, de saber cuándo perseverar y cuándo cambiar de objetivo, de sacar provecho de sus capacidades, de traducir pensamientos en acciones, de proponerse objetivos concretos, de completar sus tareas, de tener iniciativa, de no temer al fracaso, de no dejar las cosas para otro día, de aceptar las críticas justas, de rechazar la autocompasión, de ser independientes, de superar las dificultades, de concentrarse en sus objetivos, de ser capaces de aplazar la gratificación, de tener autoconfianza, y de poseer un pensamiento analítico, creativo y práctico.

Prueba de cuanto decimos, aplicado a la vida laboral concreta, nos lo corrobora Ana María Llopis, Presidenta del Grupo comercial DIA, para la que los rasgos de un triunfador en la empresa, coincidente con los que facilitan el triunfo social y el ejercicio de un buen liderazgo, en cualquier ámbito de la vida: laboral, político, económico o social, no son tanto la posesión de una inteligencia privilegiada, sino la capacidad de diálogo, la coherencia de vida, tener habilidad para formar equipos, y poseer motivación y saber transmitírsela a los demás. Ella lo concreta de la forma siguiente: “Dar ejemplo con el trabajo y con la forma de actuar (ser un faro), saber escuchar para innovar y mejorar, saber detectar y gestionar el talento del equipo, motivar a cada uno para que dé lo mejor de sí mismo, y, como decía Mandela, saber caminar en la cuerda fina de las contradicciones”.

Juan Santaella López

 

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